martes, 22 de octubre de 2024

Ch. 2 - El Bosque de las Almas Cautivas

A la mañana siguiente, los habitantes de Plactown despertaron conmocionados. El bosque cercano, habitualmente tranquilo, mostraba signos de una batalla: árboles destrozados, suelo quemado y escombros dispersos hablaban de un enfrentamiento feroz ocurrido la noche anterior.

Sin embargo, lo que más impactó al pueblo fue la ausencia de Marco.

Los vecinos más cercanos a él, preocupados, corrieron hacia su pequeña casa. Llamaron y golpearon la puerta durante varios minutos, pero no hubo respuesta.

Finalmente, la vecina de enfrente, con quien el joven emperador había forjado un vínculo especial, tomó la decisión de usar la llave de repuesto que él le había confiado tiempo atrás.

Al entrar, encontraron el hogar inusualmente limpio y ordenado, como si Marco hubiese dejado todo en perfecto estado antes de irse. Sobre la mesa, descansaba un papel. Era una carta, escrita con una caligrafía insegura y plagada de errores ortográficos, un testimonio de la escasa educación que nuestro protagonista había recibido.

En ella explicaba que había encontrado un destino ineludible. A pesar de que le dolía profundamente dejar Plactown y a las personas que tanto le habían apoyado, debía emprender un nuevo camino. No daba detalles sobre su paradero ni mencionaba su verdadero destino como emperador de Pythiria, dejando solo un mensaje vago y sincero.

La carta terminaba con buenos deseos para sus compañeros de trabajo y vecinos, un último gesto de afecto hacia aquellos que habían sido su familia.

La vecina cayó de rodillas, con lágrimas corriendo por su rostro mientras apretaba el papel entre sus manos.

"Te echaremos de menos, Marco", sollozó. Su voz temblaba, pero su rostro dibujó una sonrisa. "Sé que tu verdadero camino no está en las minas de Plactown... Sé feliz, allá donde vayas."

Recordaba cómo había cuidado de él tras la muerte de sus padres, convirtiéndose en un apoyo fundamental para el joven. Aunque su partida dejaba un vacío inmenso, se alegraba de que hubiese encontrado la oportunidad de escapar de un futuro que en Plactown sería siempre desolador.

"Buena suerte... Marco", susurró.

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Lejos de Plactown, en un claro junto a la ruta comercial que conectaba el pueblo con otras aldeas, Marco y Lily despertaron con los primeros rayos del sol. Habían pasado la noche durmiendo sobre la hierba, arropados por una manta cálida y una hoguera que nuestro protagonista había encendido para protegerse del frío.

Poco después de su enfrentamiento con el golem, el joven había regresado a su casa para preparar su partida. Llenó una mochila con lo poco que tenía y, con un último vistazo a su hogar, se despidió en silencio.

Tras apagar la hoguera y recoger sus cosas, continuaron su camino. Al cabo de unas horas, llegaron al Bosque de las Almas Cautivas, un lugar imponente donde las copas de los árboles se alzaban más de diez metros del suelo, formando un techo natural que filtraba la luz del sol en tonos verdes y dorados.

"Este bosque es precioso", dijo Lily, maravillada, mientras observaba su entorno. "Sabía lo que era un bosque gracias a la información de Pythiria, pero no imaginé que el aire pudiera ser tan puro o que los colores fueran tan vibrantes".

"Es impresionante", admitió Marco, mirando alrededor. "Nunca había entrado en un bosque. En el pueblo siempre decían que era un lugar lleno de peligros, y eso nos mantenía alejados."

"¿Peligros? Entiendo el concepto, pero no hay nada en mi base de datos sobre eso aplicado a los bosques", comentó Lily, algo confundida.

"Supongo que Pythiria no quiso darte toda la información. Tal vez quiera que descubras cosas por ti misma mientras viajamos", dijo Marco con una sonrisa.

"Eso tiene sentido", respondió Lily, justo cuando su estómago rugió con fuerza. "¡Oh! Esto debe ser hambre", exclamó, llevando las manos a su vientre.

Nuestro protagonista se detuvo al escuchar el ruido y se dio cuenta de que él también tenía hambre. Desde la noche anterior no había comido nada, y el hada, recién nacida, no había probado bocado en absoluto.

"Está bien, vamos a comer", dijo, dejando su mochila en el suelo.

La hada celebró la idea, pero pronto notó que el joven emperador no llevaba comida consigo. Curiosa, observó cómo el joven encendía las llamas en sus pies y comenzaba a elevarse lentamente, sobrepasando las copas de los árboles.

"¿Qué estás haciendo?" preguntó, siguiéndolo con la mirada.

Desde las alturas, Marco escudriñó el área hasta que encontró lo que buscaba. Descendió rápidamente y recogió su mochila.

"¡Vi un árbol frutal al oeste! ¡Vamos!" anunció con entusiasmo.

"¡Sí!" exclamó Lily, emocionada por la promesa de comida.

Mientras se dirigían hacia el árbol, el hada no pudo evitar hacer una pregunta.

"Oye, Marco, ¿cómo supiste que era un árbol frutal con tan poco tiempo para observarlo?"

Marco esbozó una sonrisa melancólica. "Fue gracias a mi padre", respondió con suavidad. "Aunque trabajaba en la mina, su verdadera pasión eran las plantas. Siempre estaba estudiándolas en los libros que tenía por casa."

Lily lo miró con curiosidad, percibiendo el cariño en sus palabras.

"Cuando no podía dormir, él se sentaba a mi lado y me contaba curiosidades sobre ellas. Esos recuerdos siempre me han acompañado", añadió.

"Eso es hermoso", dijo Lily, conmovida.

"Gracias a él aprendí muchas cosas. Las plantas que absorben más energía mágica suelen mostrar colores únicos. Los árboles frutales, por ejemplo, tienen hojas con tonos más fríos, lo que los hace destacar", explicó nuestro protagonista mientras recordaba a su padre con orgullo.

Al llegar al árbol, Lily vio con asombro las hojas teñidas de verde y azul, y las brillantes naranjas colgando de las ramas.

"¡Es cierto! ¡Esos colores son distintos!" comentó fascinada.

"Exacto. Es una de las señales que mi padre me enseñó", dijo Marco mientras encendía las llamas en sus pies para recoger algunos frutos.

Con las naranjas en mano, extendieron la manta y se sentaron a comerlas como si estuvieran en un picnic.

"¡Esto está delicioso!" exclamó Lily con una sonrisa y los labios manchados de jugo.

"Sin duda, esta fruta mezcla lo dulce con lo ácido de una forma perfecta", comentó nuestro protagonista mientras disfrutaba de su primera naranja en mucho tiempo.

Mientras comían, una figura apareció entre los árboles. Era una niña pequeña, con el cuerpo cubierto de heridas y los ojos llenos de lágrimas.

"¿Qué es eso?" preguntó Lily, señalándola.

Marco giró la cabeza y quedó impactado al verla tambalearse hacia ellos.

"A-Ayuda... p-por favor..." murmuró la niña antes de desplomarse al suelo.

El emperador corrió hacia ella, con su compañera flotando cerca, alarmada por su estado.

"¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo esto?" preguntó el joven.

"¿Dónde están tus padres? ¿Qué haces aquí sola?" añadió el hada, visiblemente preocupada.

Marco giró la cabeza rápidamente al escuchar los pasos erráticos. Su sorpresa fue enorme al ver a una pequeña niña avanzando hacia ellos. Su cuerpo estaba cubierto de heridas, la ropa rasgada y su rostro lleno de lágrimas.

"A-a-ayuda... p-por favor...", suplicó la niña con una voz débil, temblando de miedo mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

Sin pensarlo, Marco corrió hacia ella, mientras Lily lo seguía volando a toda velocidad. La desesperada apariencia de la pequeña hacía que ambos sintieran una creciente preocupación.

"¿Qué te ha pasado?" preguntó Marco con urgencia. "¿Quién te hizo esto?"

La niña intentó responder, pero al abrir la boca, rompió en un llanto desgarrador.

"Mamá... y papá...", balbuceó entre sollozos, apenas logrando hablar. "Vinimos... de paseo... y... y... ¡buaaah! ¡Árbol malo atrapar papá y mamá! ¡Dejarme sola! ¡Buaaah!"

Marco y Lily intercambiaron una mirada seria. Las palabras de la niña eran confusas y fragmentadas, pero el miedo y el dolor en su voz eran innegables.

"Vamos a tranquilizarla primero", sugirió Marco, mientras tomaba la pequeña mano de la niña. "No puede hablar bien ahora."

Lily asintió y lo siguió mientras llevaban a la niña al improvisado picnic. Allí, le ofrecieron una naranja fresca para que recuperara fuerzas. La pequeña mordió la fruta con manos temblorosas mientras sus sollozos comenzaban a calmarse poco a poco.

Aprovechando el momento, nuestros protagonistas se alejaron unos metros para hablar en privado.

"No la entiendo muy bien", confesó el hada, cruzándose de brazos. "Es tan pequeña que apenas puede formar frases completas, y encima estaba llorando..."

"Creo que he entendido algo", respondió nuestro protagonista, aunque su tono mostraba cierta incertidumbre. "Parece que estaba de paseo con sus padres, y algo que ella llama 'árbol malo' los atacó. Según lo que dice, atrapó a sus padres, pero de alguna manera ella logró escapar y llegar hasta aquí."

"Es increíble que puedas entenderlo con tan poca información", admitió Lily, sorprendida.

Marco suspiró y cruzó los brazos, su mirada se perdió en el horizonte. "Lo que no entiendo es qué puede ser ese 'árbol malo' del que habla. ¿No hay nada en tu base de datos que lo explique?"

Lily cerró los ojos por un momento, concentrándose en buscar información en la red de conocimiento proporcionada por Pythiria. Pero pronto negó con la cabeza. "Estoy intentando buscar algo, pero Pythiria no me dio tanta información como piensas. Supongo que como me has dicho anteriormente,  también quiere que experimente esta aventura a tu lado, sin conocer todas las respuestas de antemano."

Marco cerró los ojos, tratando de concentrarse. Su padre había compartido con él tantas historias y conocimientos sobre las plantas... ¿podría haber algo relacionado con esto?

"Hmmm... árboles malos..." murmuró para sí mismo, mientras en su mente comenzaba a emerger un recuerdo.

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Marco tenía apenas seis años aquella noche en que el sueño se le resistía. Su madre, como tantas otras veces, le había calentado un poco de leche de oveja, esperando que aquel remedio casero funcionara. Pero no fue suficiente. Los grandes ojos del niño permanecían abiertos, mirando fijamente al techo de la pequeña habitación.

Poco después, su padre llegó a casa. Venía cubierto de polvo y con el rostro cansado tras una larga jornada en la mina. Al pasar por la habitación de su hijo, se detuvo al notar la luz tenue de una vela encendida y al pequeño despierto, con las mantas desordenadas.

"¿Qué haces despierto a estas horas, pillín?" preguntó su padre, con una sonrisa tierna y algo de preocupación.

"¡No puedo dormir!" confesó con un puchero.

Sin decir nada más, se acercó, lo levantó en brazos y lo llevó de vuelta a la cama. Se tumbó a su lado, asegurándose de que el pequeño estuviera cómodo.

"¿De qué plantas vas a hablarme hoy?" preguntó Marco, con una mezcla de curiosidad y entusiasmo.

Su padre sonrió, pero esta vez su tono se volvió un poco más sombrío. "Pues... viendo que no puedes pegar ojo... creo que hoy toca hablarte de los Arbolansas."

Los ojos de Marco se abrieron aún más. "¡Qué miedo!" exclamó, cubriéndose con la sábana hasta la nariz.

"¡Pues claro que dan miedo! Porque no todas las plantas son buenas, hijo mío", respondió su padre, adoptando un tono teatral que hizo reír al niño. "Si hay algo de lo que debes cuidarte en un bosque, es de los Arbolansas."

"¿Qué son?" preguntó Marco, con un brillo de curiosidad en los ojos.

Su padre se sentó un poco más erguido, dispuesto a contar la historia con todo el dramatismo que la ocasión requería. "Según las leyendas, los Arbolansas parecen árboles comunes, viejos y grandes, como esos que llevan siglos creciendo en los bosques más profundos. Pero en su interior habita un espíritu malvado, uno que les da vida y... la capacidad de hablar."

"¡Hablan!" exclamó Marco, sorprendido.

"Y no solo eso", continuó su padre, alzando un dedo como si estuviera advirtiendo un gran peligro. "Son maestros del engaño. Con sus voces suaves y persuasivas, pueden convencerte de cualquier cosa. Pero no te dejes llevar, porque todo lo que dicen son mentiras. Y esas mentiras... son su trampa."

"¿Mentiras malvadas?" preguntó Marco, ahora completamente inmerso en la historia.

"Exacto. Porque los Arbolansas se alimentan de las almas que se pierden en sus bosques. Harán lo que sea para que te acerques, para que confíes en ellos. Usarán palabras bonitas, o te prometerán cosas imposibles. Pero todo es un truco, hijo. En el momento en que bajas la guardia... estás perdido", explicó su padre con un tono serio, casi susurrante.

"¡Eso sí que es un malote!" dijo Marco, asustado pero también fascinado.

"Lo es", confirmó su padre, dándole un golpecito en la nariz. "Y por eso debes recordar esto: si alguna vez estás en un bosque y escuchas a un árbol hablarte, ¡aléjate! No importa lo que te diga, no importa lo convincente que parezca. Nunca confíes en un Arbolansa."

Marco asintió con seriedad, procesando cada palabra. Su padre lo miró con ternura y se inclinó para besarlo en la frente.

"¿Crees que ahora podrás dormir?" le preguntó.

"Creo que sí... Pero no voy a soñar con árboles malos, ¿verdad?"

"Claro que no. Porque mientras yo esté contigo, ningún Arbolansa se atreverá a acercarse", dijo su padre con una sonrisa protectora, abrazándolo con fuerza.

Esa noche, Marco finalmente cerró los ojos, sintiéndose a salvo en los brazos de su padre, aunque las historias de los Arbolansas quedarían grabadas en su memoria para siempre.

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De vuelta al presente, Marco susurró: "Arbolansa..."

"¿Qué es eso?" preguntó Lily.

Nuestro protagonista le explicó lo que sabía, mientras miraba a la niña que seguía llorando.

"Si voy a ser el emperador de Pythiria, no puedo ignorar esto. Debemos salvarla", dijo con decisión.

"¡Eso es lo que haría un verdadero emperador!" exclamó su compañera.

Sin embargo, el joven no pudo evitar sentir una inquietud en el fondo de su corazón.

"Algo no encaja, pero no puedo arriesgarme a abandonar a alguien que necesita ayuda", afirmó con firmeza.

En lo profundo del bosque, un árbol gigantesco con un tronco podrido y hojas marrones se movía lentamente, levantando sus raíces del suelo.

"Dos presas interesantes se acercan..." murmuró el Arbolansa, con una sonrisa retorcida en su rostro rugoso.


Continuará...