sábado, 9 de noviembre de 2024

Ch. 10 - Priscilla

Priscilla despertó de su letargo, eligiendo como nuevo portador al guardián del templo de Akitazawa: Keichiro Pikaria.

Aunque inicialmente apareció como una majestuosa katana, su forma cambió al instante, transformándose en una deslumbrante mujer de cabello plateado que flotaba con gracia. Se posicionó detrás del monje, rodeándolo con sus brazos en un gesto protector.

"Tú, Keichiro Pikaria. Eres la persona más digna para portarme", proclamó con voz serena y una sonrisa cálida que parecía iluminar todo a su alrededor.

La escena dejó a todos los presentes en un estado de asombro absoluto.

"¿Y-Yo?", balbuceó Keipi, incapaz de creer lo que escuchaba.

"Sí, tú", reafirmó Priscilla, mirándolo directamente a los ojos. "Tu corazón, tu voluntad y tus heridas del pasado te han preparado para esta responsabilidad".

El silencio se rompió con un rugido de ira. El ogro Secretario, viendo cómo todo su plan se desmoronaba, empuñó su espada y adoptó una postura ofensiva.

"¡Esa espada será mía!" gritó, completamente consumido por la furia, mientras cargaba hacia el monje con intención de arrebatarle el arma mítica.

Keipi supo al instante que su espada rota y desafilada no le serviría contra semejante adversario. Y antes de que pudiera reaccionar, Priscilla deslizó con elegancia la hoja rota de su mano y lo miró profundamente.

"Úsame", le dijo con dulzura, entrelazando sus suaves dedos con los ásperos y callosos del joven. "Dale una lección que jamás olvide".

En ese momento, Priscilla volvió a su forma original de katana, pero algo había cambiado. Tan pronto como Keipi la sostuvo, sintió una abrumadora corriente de energía mágica fluyendo a través de él. Era como si una parte de su ser se hubiese completado.

Con esa energía recién descubierta, su mente se expandió. No estaba limitado a sus antiguos movimientos como los látigos marinos o los cortes acuáticos; ahora podía dar rienda suelta a su imaginación sin temer a la fatiga.

El monje adoptó una posición ofensiva con determinación. Mientras el ogro se aproximaba con su arma lista para atacar, Keipi concentró su poder. Cubrió el filo de la katana con agua pura, que empezó a girar y presurizarse, formando un resplandor azul vibrante.

En un movimiento fluido y preciso, Keipi trazó un arco amplio con su espada, liberando una poderosa forma acuática: un dragón de agua presurizada que emergió con un rugido atronador.

La criatura abrió sus fauces y atrapó al ogro por el abdomen, elevándolo varios metros en el aire. Con fuerza implacable, el dragón lo sacudió y golpeó hasta que finalmente lo dejó caer al suelo, completamente empapado y noqueado.

El silencio regresó, roto solo por los pequeños aplausos de Lily, que no podía contener su alegría.

"¡Lo derrotó!" exclamó la pequeña hada, flotando emocionada alrededor de su amigo.

"¡Y con un dragón! ¡Eso es la leche!" exclamó Marco, visiblemente emocionado.

Keipi observó su nueva arma con detenimiento, permitiéndose una cálida sonrisa mientras sus dedos acariciaban suavemente el filo. "Gracias por elegirme", murmuró con sinceridad.

"Bueno... Era el destino, ¿no?" replicó Priscilla, hablando directamente a su mente. "Aunque, entre nos, la estúpida de mi hermana está en manos de la estúpida de tu hermana. Tú y yo estamos hechos el uno para el otro. Aunque déjame decirte, que con esos pelos de vagabundo apestoso... desperdicias lo guapo que eres."

Keipi soltó una pequeña risa. "Parece que nuestras hermanas necesitan que les paremos los pies", respondió con un tono renovado de confianza.

Antes de que la conversación pudiera continuar, un estruendo rompió el momento. El ogro maestro, que había comenzado a recobrar el sentido tras su derrota a manos de Marco, entró tambaleándose en escena.

"¡Secretario!" gritó, intentando despertar a su compañero inconsciente.

Sin una palabra, el monje empezó a caminar hacia ellos. Su figura serena pero decidida hizo que el maestro se tensara visiblemente.

"¡No te acerques! ¡Ya nos habéis derrotado! Ahora nos iremos de aquí", respondió con nerviosismo, cargando al secretario sobre su espalda.

"No quiero haceros nada. La batalla ha terminado, y el resultado está decidido", aseguró Keipi con calma.

Priscilla, como para reforzar las palabras de su portador, regresó a su forma humana. Sin perder un ápice de elegancia, se aferró al brazo izquierdo del monje, recostando su cabeza en su hombro mientras lanzaba una mirada altiva hacia los ogros.

"Es mío..." murmuró en un susurro gélido que transmitía una autoridad inquebrantable.

"¡No os creo!" gritó el maestro, retrocediendo lentamente. "Ahora que estamos indefensos es el momento perfecto para acabar con nosotros y sumir a nuestra aldea en el caos. ¡Queréis venganza!"

"En absoluto", respondió Keipi con tranquilidad. "Solo quiero entender por qué habéis hecho todo esto."

"¡Eso no es asunto tuyo!" replicó el maestro, alzando la voz.

El secretario, que apenas comenzaba a recuperar la conciencia, levantó débilmente un dedo para dar un suave toque en la espalda de su compañero.

"No pasa nada... dile... la verdad..." murmuró, con un hilo de voz.

El maestro tragó saliva, claramente incómodo. Finalmente, se rindió ante la insistencia.

"Está bien", comenzó, su tono teñido de resignación. "Queríamos demostrar algo... algo que los ogros siempre hemos tenido que soportar."

Explicó cómo, en la naturaleza de Pythiria, los ogros eran universalmente reconocidos como una de las razas menos inteligentes. Este constante menosprecio y las burlas hacia su falta de ingenio los habían empujado a trazar un plan para probar que eran más que simples brutos.

"Pensamos que si lográbamos hacernos con Priscilla, un arma legendaria protegida por humanos, no solo demostraríamos nuestra astucia, sino que también inspiraríamos respeto... y miedo", continuó.

El maestro detalló cómo, tras descubrir la tragedia de los Pikaria y la pérdida de sus guardianes, vieron su oportunidad. Empezaron a estudiar pergaminos y libros bélicos para aprender estrategias, aunque su limitada capacidad de comprensión hacía que todo el proceso fuera increíblemente lento.

"Pero no nos rendimos", dijo con una mezcla de orgullo y amargura. "Nos tomó años, pero finalmente estábamos listos. O al menos eso creíamos..."

Cuando terminó su relato, su expresión era de derrota. Miró a los demás, esperando burla o desprecio. Lo que no esperaba era que todos estallaran en carcajadas.

"¡Jajajaja!" se reía Lily, revoloteando alrededor.

"¡Madre mía! Jajaja, qué despropósito", dijo Marco mientras intentaba recuperar el aliento.

"Idiotas", murmuró Priscilla con una sonrisa burlona.

"¡¿Qué pasa?!" exclamó el maestro, enfurecido.

"Como siempre", suspiró el secretario, "nos tratan de tontos..."

Keipi, con una mezcla de lástima y compasión, alzó una mano para calmar los ánimos.

"Chicos, no es que os estemos tratando de tontos", aclaró. "Es que... habéis hecho todo eso por nada."

Ambos ogros se quedaron boquiabiertos.

"¿Cómo que por nada?" preguntaron al unísono.

"Las armas míticas solo pueden ser utilizadas por la persona que ellas mismas eligen. Así que, aunque la hubierais robado, nunca habríais podido usarla", explicó el monje con serenidad.

Los dos ogros quedaron completamente perplejos. Sus expresiones parecían esbozos mal trazados, como los de un niño que intenta dibujar la confusión absoluta.

"Entonces, ¿hemos hecho todo esto... para nada?" murmuró el maestro, incrédulo.

"Sí... Parece que siempre seremos idiotas", añadió el secretario, resignado.

"Pero, ¿qué tiene de malo?" intervino Marco, captando su atención.

"¡¿Cómo que qué tiene de malo?! ¡Siempre seremos la burla de todos!" replicó el ogro desaliñado, casi indignado.

"Bueno, pero no todos os ven así", respondió Marco con entusiasmo. "Yo, por ejemplo, no pienso que seáis inferiores mentalmente a nosotros. Solo sois un poco... tontos y encantadores. ¿Eso no os hace únicos?"

Keipi asintió, añadiendo con una sonrisa: "Marco tiene razón. Pensadlo así: si todos tuviéramos el mismo grado de inteligencia, el mundo sería increíblemente aburrido. La vida es mucho más interesante cuando aparecen personas como vosotros para romper la rutina y añadir un toque inesperado a nuestras vidas."

Ambos ogros, acostumbrados a las burlas y el desprecio, se quedaron sin palabras ante aquellos halagos. Por primera vez, alguien había encontrado algo positivo en ellos, y no pudieron evitar emocionarse.

"Gracias..." dijo el maestro con la voz quebrada.

"De verdad, gracias por vernos de otra manera", añadió el secretario, secándose una lágrima furtiva.

______________________________________

Un poco más tarde...

Los ogros, conmovidos, prometieron no volver a atacar Romevere y se marcharon agradeciendo la comprensión y amabilidad de los protagonistas.

En el patio del templo, solo quedaron Keipi, Marco, Lily y la forma humana de Priscilla.

"Priscilla, gracias por ayudarme", dijo el monje, mirando a la espada transformada en mujer.

"No tienes que agradecerme nada. Te elegí por una razón", respondió ella con una sonrisa serena. "Eres un joven guapo que, a pesar de los oscuros sentimientos que te rodean, nunca te ha dejado vencer por ellos. Era solo cuestión de tiempo que despertara para ti."

Keipi bajó la mirada, su rostro reflejando tanto gratitud como un peso emocional persistente.

"Ha sido difícil mantenerme sereno todo este tiempo. Recordar ese día... es como revivir el dolor una y otra vez. A veces me paraliza, como al principio de la pelea con el ogro. Otras, la ira me consume y siento que no puedo controlarla."

Priscilla tomó la mano del monje entre las suyas, transmitiéndole una calidez reconfortante.

"Es normal sentirte así, Keipi. Pero no estás solo. Ahora estaré contigo para evitar que caigas en la oscuridad", le dijo con suavidad.

De repente, su cuerpo comenzó a volverse translúcido.

"¡Ey! ¡¿Qué te está pasando?!" exclamó Lily, sobresaltada.

"¡Priscilla, te estás desvaneciendo!" añadió Marco con preocupación.

La espada soltó una ligera risa, tranquila y melodiosa.

"Cuando adopté mi forma humana, usé mi propia energía mágica para hacerlo. Pero cuando Keipi me empuñó en combate, me convertí en parte de él. Ahora no puedo mantener esta apariencia por mucho tiempo", explicó. "Solo puedo hablar con él telepáticamente mientras soy su arma."

Keipi asintió, comprendiendo la conexión entre ambos.

"Es por eso que, por ahora, tomaré otra forma", continuó. Poco después, su figura humana se desvaneció completamente, y en su lugar apareció un pequeño polluelo de plumaje negro azabache. Con un batir de sus diminutas alas, el ave voló hasta posarse en la cabeza de Keipi.

"Gracias, Priscilla", dijo el joven, acariciando al polluelo con una sonrisa cálida.

Marco se acercó a Keipi y le chocó la mano con energía.

"¡Estuviste increíble!" exclamó.

"Tú tampoco te quedaste atrás", respondió el monje con una sonrisa tímida.

"Sí, bueno, chicos, sois la—" La frase de Lily quedó interrumpida de golpe.

De repente, el hada dejó de volar y cayó al suelo, su pequeño cuerpo comenzaba a brillar intensamente.

"¡¿Qué me está pasando?!" gritó, asustada.

"¡Lily!" exclamó Marco, corriendo hacia ella.

"¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!" el grito de Lily resonó mientras su cuerpo se envolvía en un destello cegador.

Continuará...