viernes, 8 de noviembre de 2024

Ch. 9 - Secretario y Maestro

Al divisarlos a lo lejos, el guardia de Romevere hizo sonar la campana, alertando a los vecinos de un tercer asalto por parte de los ogros.

Sin embargo, la oscuridad de la noche le impidió distinguir que esta vez solo eran solamente dos enemigos. Al escuchar los resonantes estruendos de la campana, los intrusos corrieron directamente hacia el templo.

Gracias a las habilidades extraordinarias obtenidas con su evolución, en menos de veinte segundos alcanzaron el edificio que albergaba el arma mítica. Con un golpe combinado, derribaron una de las paredes y entraron de lleno en la cocina, donde se encontraban nuestros protagonistas.

"¡Vosotros!" exclamó Keipi, al verlos.

"Hemos venido por Priscilla. ¿Nos la entregan por las buenas o tendremos que matarlos?" declaró el Secretario, desenvainando su espada mientras su compañero Maestro chocaba sus puños, ansioso por combatir.

"¿Qué son? Parecen humanos, pero en sus frentes... ¿tienen cuernos?" preguntó Marco, desconcertado por su primer encuentro visual con esta especie.

"¡Son ogros, como los otros!" respondió Lily. "Sin embargo, cuando reúnen ciertos conocimientos o características, pueden ascender a un nivel superior. Obtienen formas de otros seres vivos más comunes. La mayoría toman formas humanas con esos cuernos distintivos, pero también se han registrado casos en los que adoptan formas de aves, mamíferos o incluso reptiles".

"Buena explicación, pero no tenemos tiempo para perder en charlas inútiles", interrumpió el ogro Secretario, lanzándose con su espada directamente hacia la pequeña hada.

Por suerte, Keipi reaccionó a tiempo, desenvainando su desafilado filo y bloqueando el ataque. "¡No permitiré que se acerquen al arma!" declaró con una mirada decidida.

Tras el choque, ambos se apartaron y se miraron fijamente.

"¡Decidido! ¡Tú serás mi rival!" exclamó el ogro, lanzando una patada al estómago de Keipi con tal fuerza que lo hizo atravesar varias paredes hasta caer en el patio del templo.

Sin dudarlo, el Secretario salió tras él, dejando a su compañero frente a Marco.

"¡Qué fuerza!" exclamó nuestro protagonista, impresionado.

"Sí... Parece que cuando los ogros evolucionados toman forma humana, maximizan sus aptitudes físicas. Obtienen velocidad y fuerza extraordinarias", explicó Lily. "Sin embargo, carecen del conocimiento necesario para usar la magia. Es prácticamente imposible encontrar un ogro evolucionado que pueda dominarla".

De pronto, el Maestro apareció tras el emperador con una rapidez asombrosa.

"¡Qué veloz!" pensó el joven, apenas logrando reaccionar.

El ogro lo golpeó con una patada en la espalda, arrojándolo fuera del templo por el mismo agujero por el que habían entrado.

"Si mi compañero se encarga del monje de mierda...", murmuró el ogro mientras salía al exterior, "eso significa que yo tengo la suerte de encargarme de ti".

Los aldeanos cercanos, al ver el cuerpo de Marco rodando por el suelo, huyeron rápidamente en busca de refugio.

"¡Marco, ten cuidado!" le advirtió Lily, volando a su alrededor.

"No te preocupes..." respondió con calma, intentando tranquilizarla. "Puede que sea más fuerte que yo físicamente, pero... no lo es en general".

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Patio del templo.

A toda velocidad, el monje y el Secretario chocaban sus espadas mientras se desplazaban de un extremo a otro del lugar, en un intercambio feroz de ataques.

"Eres bastante ágil... Me sorprende que un humano sea capaz de seguir mi velocidad", comentó el ogro sin detener su arremetida.

"Eso es porque no estás usando tu velocidad al cien por cien", respondió Keipi con calma, esquivando una estocada. "Al fin y al cabo, sois ogros, seres con una inteligencia muy por debajo de la media. La evolución puede daros más poder, pero no os hace más sabios. Mientras blandes tu espada, no eres capaz de hacer otra cosa bien".

"¡Tsk... Siempre igual! ¡No somos retrasados!" gritó el ogro, retrocediendo de un salto.

Con un movimiento ágil, se agachó para impulsarse hacia adelante y asestó un potente puñetazo en el estómago del monje.

El impacto fue brutal. Keipi salió disparado hacia atrás, pero logró detener su vuelo clavando su desafilada espada en el suelo para frenar en seco.

"Maldición... Sus puñetazos son más dolorosos de lo que imaginaba", pensó el espadachín, respirando con dificultad mientras evaluaba a su oponente.

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Calles de Romevere.

Marco esquivaba los feroces puñetazos de su rival mientras ambos se desplazaban a lo largo de la calle.

"¡Vamos, humano! ¡Prepárate!" rugía el Maestro, lanzando golpes a una velocidad vertiginosa.

Aunque el joven apenas tenía tiempo y espacio para contraatacar, poco a poco comenzó a notar algo. Su rival, pese a su fuerza bruta, carecía de técnica o estrategia.

Sabía, por la información recibida antes, que los ogros poseían una fuerza muy superior a la humana, pero... era solo eso: fuerza. Marco comprendió que lo único que necesitaba para derrotar a su oponente era el momento adecuado para liberar su fuego.

Sin embargo, había un problema. La resistencia del ogro era mayor, y era más probable que Marco se cansara de esquivar antes de que su enemigo se agotara. Llegó, entonces, a una conclusión arriesgada.

De repente, nuestro protagonista dejó de esquivar y permitió que un puñetazo impactara directamente en su rostro. El golpe lo lanzó por los aires y lo estampó brutalmente contra una farola, arrancándola de su base.

"¡Jódete!" vociferó el ogro, riendo con satisfacción. "¡Eso sí que no lo viste venir!"

"¡Marco!" gritó Lily, alarmada.

Sin embargo, su preocupación fue infundada. Marco se levantó con una sonrisa elegante dibujada en el rostro, alzando su mano derecha. Una pequeña llama comenzó a brotar en su palma.

"¿Fuego?" murmuró el Maestro, sorprendido.

"No me dejabas espacio para contraatacar", respondió Marco con calma, mientras la llama crecía lentamente, "así que decidí recibir tu golpe para conseguirlo".

En su mano, una esfera de fuego empezó a tomar forma. Esta vez, la técnica lucía más refinada y precisa. Gracias al intenso entrenamiento de esa tarde con Keipi, el joven había mejorado notablemente su control sobre la energía mágica.

Aunque no era perfecta y aún podía ser mucho más poderosa con el tiempo, era un avance significativo comparado con la versión que había usado días atrás en el Bosque de las Almas Cautivas.

El ogro percibió el peligro. Sin pensarlo dos veces, tomó impulso y se abalanzó con un puñetazo directo hacia Marco.

El joven giró su brazo con decisión y disparó la esfera de fuego. El ataque impactó de lleno en el ogro Maestro, lanzándolo por los aires. El cuerpo del enemigo cayó al suelo, completamente inconsciente.

"¡Increíble, Marco!" exclamó Lily, maravillada.

"Ya lo creo...", respondió él, aún anonadado. "Ha sido mi ataque más fuerte hasta ahora... y apenas noto fatiga".

Pero no tenían tiempo para celebraciones. Sin demora, ambos se apresuraron hacia el templo para ver cómo estaba el monje.

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Patio del templo.

Los dos protagonistas quedaron boquiabiertos ante la escena que tenían frente a ellos.

El ogro Secretario sostenía a Keipi por el cabello, mientras el monje, cubierto de cortes y heridas, yacía de rodillas en el suelo. Su espada desafilada estaba rota en dos, esparcida a su alrededor.

"¡No puede ser!" exclamó Marco, dando un paso adelante.

El ogro, con una mirada fría, colocó el filo de su espada sobre el cuello de su oponente.

"¡Ni un paso más o lo decapito en un segundo!" advirtió, deteniendo al joven en seco.

"¡Oh, no!" exclamó Lily, llevándose las manos a la boca, horrorizada.

"Lo siento, Marco..." murmuró Keipi, alzando lentamente la vista para mostrar por primera vez su rostro derrotado a sus nuevos amigos. "Es mucho más fuerte de lo que pensaba".

Marco estaba paralizado, incapaz de entender cómo la situación había llegado a este punto. En su mente, el monje era más fuerte que él, un guerrero experimentado. Estos enemigos, aunque peligrosos, no parecían capaces de someterlo así. Algo no encajaba; debía haber una trampa.

"¡¿Qué le has hecho?!" gritó Lily, verbalizando la pregunta que Marco no podía formular.

El ogro Secretario soltó una risa burlona. "Nada. Solo mencioné el nombre de Caléndula y se quedó completamente en blanco", respondió con indiferencia.

El misterio quedó claro: Keipi no había sido derrotado únicamente por la fuerza del ogro. Había caído víctima de sus propios recuerdos traumáticos, dejando su guardia baja el tiempo suficiente para que el enemigo lo sometiera.

"Este monje es débil", declaró el ogro con desprecio. "Por eso debería decirme dónde está Priscilla. Yo sabré cómo aprovechar su poder".

Un silencio tenso cayó sobre el grupo.

"Es cierto", admitió Keipi de repente, rompiendo el mutismo con una voz firme pero cargada de dolor.

Todos lo miraron, incrédulos.

"Toda mi vida me he dado el privilegio de mostrarme fuerte", continuó, con un tono que dejaba entrever un profundo pesar. "Cuando mis padres murieron, me prohibí a mí mismo llorar de tristeza. No quería que los habitantes de Romevere vieran a un líder débil. Creí que si ocultaba mi dolor, podría protegerlos mejor".

Su voz tembló levemente, pero sus palabras eran claras. La confesión era tanto un acto de liberación como de resignación.

"Keipi..." murmuró Lily, sintiendo un nudo en el pecho al ver a su nuevo amigo tan abatido.

"Me llené de odio hacia mi hermana para ocultar los sentimientos que me hacían ver vulnerable", confesó el monje, con su rostro empapado en una mezcla de melancolía y dolor. "Todo este tiempo he fingido ser alguien que no soy, evitando recaer en los brazos del pasado. Pero la verdad es que... soy débil. Y seguiré siéndolo mientras no acepte sus muertes".

"Oh, vaya..." comentó el Secretario, disfrutando descaradamente del drama que ofrecía su presa.

"Si al menos me hubiera interesado en mi hermana, aunque solo fuera una vez...", continuó Keipi, cerrando los ojos como si aceptara su destino, "quizá todo esto no habría ocurrido".

"¡Eso no es así!" interrumpió Marco con un grito que resonó en el silencio de la noche.

El monje abrió los ojos, sorprendido por la intensidad de las palabras del joven.

"¡No eres débil, Keipi! ¡Eres increíblemente fuerte!" exclamó nuestro protagonista. "Todo el mundo te respeta porque tienes un corazón puro. Sí, el pasado pudo ser diferente, pero eso no significa que tengas que cargar con toda la culpa. ¡No puedes condenarte por lo que no podías controlar!"

"¡Exacto!" añadió Lily, con una sonrisa cálida que irradiaba apoyo.

"Marco... Lily..." murmuró Keipi, sintiendo cómo esas palabras traspasaban la barrera de su autodesprecio.

"¡Keipi!" exclamó el joven, dando un paso al frente con una mirada decidida. "¡Acaba con ese ogro de mierda y ven de viaje conmigo! ¡Quiero que seas mi mano derecha! ¡La mano derecha del emperador!" Su voz era firme, y extendió su brazo hacia él con una sonrisa llena de confianza.

Ese momento fue único. Por primera vez en años, alguien se dirigía a Keichiro desde el corazón, sin máscaras ni expectativas, solo con calidez y fe. La sensación que había perdido tras la tragedia de su familia empezaba a resurgir, encendida por este inesperado dúo que había rescatado del bosque hacía unos días.

"Tienes razón", dijo el monje en voz baja, mientras sus dedos se cerraban con fuerza en torno a lo que quedaba de su espada.

"¿Qué demonios dices?" exclamó el ogro, desconcertado.

En un movimiento repentino, Keipi cortó gran parte de su melena con el filo roto, liberándose del agarre del enemigo. Aprovechando su sorpresa, dio un salto hacia atrás y señaló al oponente con lo que quedaba de su arma, retándolo una vez más.

"¡No pienso perder más!" declaró con una voz que rebosaba determinación. "¡Encontraré a mi hermana... y pondré fin a todo esto!"

De pronto, una poderosa energía comenzó a emanar de Keipi, envolviendo todo el templo. Desde detrás de la cascada que adornaba el patio, una figura emergió lentamente, era una katana de filo azulado que se encontraba flotando en el aire.

"¿Esa es...?" murmuró el Secretario, con una mezcla de asombro y desconcierto.

"¡Qué espada tan hermosa!" exclamó Lily, maravillada.

"¡¿Priscilla?!" dijo Keipi, incapaz de contener su sorpresa.

La espada mítica que buscaban comenzó a transformarse ante sus ojos, adquiriendo la forma de una mujer de belleza etérea. Su cabello platino caía en cascadas hasta su cintura, y sus ojos azules brillaban con intensidad. Vestía un elegante vestido blanco que parecía hecho de luz misma.

Flotó con gracia hacia Keipi, girando lentamente su cabeza para mirarlo a los ojos. Luego, colocándose detrás de él, rodeó suavemente su cuello con sus brazos.

"Tú, Keichiro Pikaria", dijo con una voz serena pero firme, "eres la persona más digna para portarme".

Continuará...