Marco parpadeó, aturdido. El aroma del pan tostado y la mantequilla derretida impregnaba el aire, mezclándose con el inconfundible olor a café recién hecho. La luz matutina se filtraba por la ventana de la cocina, iluminando con calidez la estancia. Todo era exactamente como lo recordaba.
Su madre estaba de espaldas a él, sirviendo en la mesa un desayuno que ya había disfrutado antes. Su padre hojeaba el periódico con la taza de café en una mano, relajado como siempre.
"Buenos días", saludó su padre sin apartar la vista de la lectura.
"¿Qué tal has dormido?" preguntó su madre con una sonrisa mientras dejaba un plato rebosante de huevos revueltos y pan frente a él.
Nuestro protagonista abrió la boca para responder, pero ningún sonido salió de su garganta. Su cuerpo se movió solo, como si no tuviera control sobre él. Se sentó y tomó los cubiertos con normalidad, aunque su mente estaba sumida en un completo caos.
"Esto... ya pasó…" pensó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. "Estoy reviviendo un recuerdo de cuando era un crío…"
Su madre se sentó frente a él y comenzó a hablar con su padre sobre asuntos cotidianos: el trabajo en la mina, la cosecha del pueblo, la feria que pronto se celebraría en la plaza principal. Marco escuchaba cada palabra, recordando perfectamente aquella conversación. Era un día normal, uno de los tantos que había vivido antes de que todo cambiara.
Quiso levantarse, tocarlos, decirles algo… pero su cuerpo no le obedeció. Solo podía observar.
"Hijo, no olvides que hoy vamos a ir a la colina", dijo su padre de repente con una leve sonrisa. "Tu madre quiere recolectar algunas hierbas medicinales, y de paso podemos ver la puesta de sol. Hay que aprovechar que hoy es tu cumpleaños y nos dieron el día libre para festejarlo."
Marco sintió un nudo en la garganta. Recordaba ese día. Recordaba cómo el viento soplaba fuerte en la colina, cómo su madre le enseñó a identificar las plantas útiles, cómo su padre lo ayudó a cargar la cesta cuando se cansó. Y también recordaba lo que sucedió después.
"Esto es solo un sueño…" pensó con desesperación, mientras la escena seguía desarrollándose ante sus ojos. "Pero se siente tan real…"
Su madre se reía por algo que su padre dijo. Marco quiso grabarse ese sonido en la memoria para siempre, pero sabía que, al despertar, solo quedaría un eco lejano.
"Come rápido, pequeño." La voz de su progenitor sonaba fuerte y segura, como siempre.
"Déjalo disfrutar su desayuno, querido. Hoy especialmente, no tenemos nada importante que hacer. Podemos ir más relajados", replicó su madre con dulzura, revolviendo su propio plato. "¿Dormiste bien, cariño?"
Nuestro protagonista intentó responder. Intentó moverse. Nada.
Sus manos tomaron la cuchara por voluntad propia y empezaron a comer. El sabor era exactamente como lo recordaba: simple, pero cálido. Cada detalle era perfecto, desde el crujir del pan al ser partido hasta la leve risa de su madre cuando su padre hacía un comentario sobre el vecino.
Pero entonces, algo comenzó a desmoronarse.
El sonido de la cuchara golpeando el plato se distorsionó, la imagen de sus padres se tornó borrosa y una sensación de vacío empezó a invadirlo. Como si el sueño mismo se estuviera deshaciendo en el aire.
"Eh... Marco. ¡Oye, despierta!"
La voz de Keipi se filtró en la escena, como un eco lejano.
Nuestro protagonista intentó aferrarse a la imagen de su familia, pero la cocina comenzó a desvanecerse. La luz cálida se volvió más tenue, los colores perdieron su brillo y, antes de darse cuenta, estaba de vuelta bajo el árbol.
Su cuerpo temblaba. Unas lágrimas silenciosas corrían por sus mejillas.
"¡Ey! Por fin te despiertas", comentó Keipi con su típico tono despreocupado, pero al verlo bien, frunció el ceño. "¿Estás… llorando?"
Marco se incorporó lentamente, parpadeando para despejarse. La brisa nocturna le acarició el rostro húmedo. "Sí… Parece que solo fue un sueño", murmuró, pasando una mano por su cara y respirando hondo, tratando de calmarse.
"¿Ha pasado algo?" preguntó Ashley con el ceño fruncido. "Nunca antes te había visto llorar."
Marco se secó las lágrimas rápidamente y negó con la cabeza, forzando una sonrisa.
"No, no os preocupéis. Tuve un sueño en el que recordé a mis padres y me puso un poco emocional de lo real que se sentía… pero nada más", comentó con voz tranquila, aunque su pecho aún se sentía pesado.
"¿Seguro?" insistió Lily, observándolo con preocupación. "Estabas temblando."
"Sí, seguro", respondió, apartando la mirada.
A lo lejos, las voces de Cecily y Ryan rompieron el momento de tensión. Se acercaban corriendo, alzando las manos y gritando con entusiasmo, aunque su trote era torpe y pesado.
"¡Perdonad la tardanza! Ahora mismo estamos en una situación que nos cuesta mover el culo", se quejó Cecily, apoyando las manos en sus rodillas.
"Y que lo digas..." Ryan tomó aire con dificultad. "Si corría más, echaba la pota aquí mismo."
"¿Pero qué habéis estado haciendo?" preguntó Ashley, cruzándose de brazos.
"Hincharnos a comer", respondieron los dos al unísono, con total seguridad.
"Vaya par, jajaja", se rió Keipi mientras acariciaba a Priscilla.
Marco los miró con una sonrisa. Sentía una calidez en el pecho, una sensación de hogar en la compañía de su equipo. Sin embargo, su mente seguía atrapada en la nostalgia. Alzó la mirada hacia el cielo estrellado, buscando respuestas entre las luces.
Y entonces los vio.
Por un instante, la silueta de sus padres apareció en su mente, como un eco del pasado. Su madre y su padre sonreían, viéndolo con orgullo. Y de pronto, recordó sus palabras.
"Algún día encontrarás amigos con los que compartir tu vida."
"¡Marco!"
La voz de Lily lo sacó de sus pensamientos. Cuando bajó la mirada, quedó completamente sorprendido.
Frente a él, sus compañeros sostenían una tarta con velas encendidas. Sus rostros estaban iluminados por el resplandor cálido de las llamas y sus sonrisas resplandecían con auténtica alegría.
"¡Feliz cumpleaños!" gritaron al unísono.
Marco parpadeó, tardando un segundo en reaccionar. Sus amigos lo miraban con sonrisas expectantes, la luz de las velas iluminando sus rostros. Sintió un nudo en la garganta. Su cumpleaños… Hacía mucho que no lo celebraba así.
Esbozó una sonrisa temblorosa. "Gracias… de verdad."
Las lágrimas rodaron por sus mejillas, pero esta vez, no le pesaban. Nuestro protagonista esbozó una sonrisa, una que hacía años no había sentido tan genuina.
Sus amigos no tardaron en tirarle de las orejas entre risas y cantarle el "cumpleaños feliz". Luego, se sentaron sobre el césped y partieron la tarta en porciones iguales, excepto Ryan y Cecily, quienes se negaron rotundamente a meter más comida en sus cuerpos.
Mientras los demás disfrutaban del pastel, la pequeña hada revoloteó sobre ellos y, finalmente, decidió posarse en el hombro de Marco.
"Te dije que no hacía falta", murmuró el joven, en voz baja.
"Pues claro que hacía falta, tonto…" replicó la diminuta criatura con un tono suave, pero firme. "Somos seres vivos. A veces necesitamos este tipo de momentos para recordar que somos queridos. Y no mereces menos después del increíble trabajo que has estado haciendo."
Marco bajó la mirada, avergonzado. "Puede ser... pero no se me dan bien este tipo de cosas."
"Da igual. Lo estás haciendo genial ahora mismo", susurró la hada, con una sonrisa cómplice.
El muchacho soltó un suspiro, dejando que la calidez del momento se asentara en su corazón.
"Además…" continuó la pequeña, con voz dulce. "Estoy segura de que ahora mismo tus padres te están viendo… y que tienen una gran sonrisa de orgullo al verte ser feliz."
Marco cerró los ojos por un segundo, sintiendo la brisa nocturna acariciar su rostro.
"Sí… seguro que sí", susurró, melancólico pero en paz.
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Más tarde, en el aparcamiento de aeronaves.
Tras celebrar el cumpleaños del emperador y disfrutar del espectáculo nocturno de fuegos artificiales, nuestros protagonistas regresaron al dirigible, listos para pasar la noche en paz. Al amanecer, emprenderían un nuevo viaje, uno que los llevaría a un destino desconocido incluso para los paladines.
Mientras se acercaban a la aeronave, una figura en la distancia llamó su atención. De pie frente al dirigible, alguien les hacía señas con entusiasmo. Keipi entrecerró los ojos, intentando enfocar mejor.
"¿Por qué hay un tío delante de nuestra aeronave sonriéndonos como si nos conociera?" preguntó el monje con suspicacia.
"¿Cómo?" Cecily frunció el ceño, sorprendida.
Marco parpadeó. En medio de la emoción por su cumpleaños, había olvidado por completo hablar con sus compañeros sobre lo que venía a continuación.
"Ah, mierda… Perdonadme", murmuró, pasándose una mano por la cara. "Con todo el jaleo del cumpleaños, se me fue el santo al cielo y no os conté nada."
"A mí también se me pasó por completo", admitió Theo, rascándose la cabeza.
"Ostras, es verdad." añadió Lily, quien también se le había pasado por alto.
"Pero, ¿quién demonios es ese?" preguntó Ryan mientras el grupo seguía avanzando con cautela.
"Si es un enemigo, lo reviento ahora mismo", añadió Ashley, flexionando los dedos como si ya estuviera lista para golpear.
Marco levantó una mano, deteniéndolos.
"No, tranquilos. Él es Hansel... Y, aunque es una larga historia, he decidido echarle un cable."
Keipi arqueó una ceja. "¿Echarle un cable?"
"Sí…" nuestro protagonista tomó aire y los miró a todos. "Voy a ayudarle a encontrar a su hermano gemelo."
El silencio duró apenas un segundo antes de que los cuatro paladines reaccionaran al unísono.
"¡¿CÓMO?!"
Continuará…
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