Tras obtener la victoria contra los Symphoniacs, los Emerald Paladins no perdieron ni un segundo. Abandonaron la arena en cuanto terminó el combate, con una sola prioridad en mente: encontrar a Hansel, que había salido volando tras descubrir algo de información sobre su hermano gemelo.
Actualmente, el usuario de viento se encontraba en el restaurante donde lo habían visto por última vez. Caminaba entre las mesas, mostrando a los camareros una foto borrosa y haciendo preguntas con ansiedad apenas disimulada.
Pero nadie pudo darle respuestas claras.
Hansel apretó los labios.
“Gracias de todos modos”, murmuró, girándose para salir mientras los camareros le deseaban suerte, aunque con el tono incómodo de quien no sabe muy bien por qué lo hace.
El joven dio un breve paseo hasta el callejón contiguo. Sus pasos resonaban huecos sobre los adoquines, más pesados de lo normal. Una vez allí, la tensión acumulada estalló.
“¡Mierda!” gritó al patear con fuerza un cubo de basura que salió volando y chocó contra la pared con un estrépito metálico. Después, sin fuerzas, cayó sentado en el suelo y se agarró el pelo con desesperación.
Se quedó así unos segundos, respirando entrecortadamente, hasta que susurró, con la voz cargada de impotencia:
“Gretel…”
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Hace unos años.
Un pequeño Hansel corría por los pasillos del hospital. Las lágrimas le nublaban la vista, pero no se detenía. Ni los médicos, ni las enfermeras pudieron frenarlo. Su desesperación le dio alas.
Al llegar a una de las habitaciones, empujó la puerta con fuerza.
“¡Gretel!” gritó entre sollozos.
Su hermano gemelo, tendido en la cama y conectado a una máquina de respiración, lo miró con una sonrisa suave, casi débil. A pesar de los tubos y el cansancio en sus ojos, alzó el pulgar con esfuerzo.
“E-Estoy bien…” murmuró, intentando sonar animado.
Hansel no dijo nada. Solo corrió hasta la cama y lo abrazó con fuerza, como si temiera que desapareciera.
“Menos mal… menos mal que no te pasó nada…”
Los médicos, aunque comprensivos, tuvieron que separarlo con cuidado. El contacto podía alterar las constantes de su hermano. No querían correr riesgos.
Un rato después, cuando el usuario de viento se había calmado, su padre lo llevó fuera de la habitación. Ambos se sentaron en silencio en un banco del pasillo, bajo la fría luz del hospital.
Hansel rompió el silencio.
“¿Q-Qué le ha pasado?” preguntó, con voz temblorosa. “Antes de irme al cole solo me dijo que le dolía un poco la tripa… ¿Cómo ha acabado así?”
Su padre suspiró, como quien lleva tiempo preparándose para decir algo difícil.
“Creo que ya va siendo hora de contarte la verdad, Hansel.”
“¿La verdad…?” murmuró, intrigado.
“Cuando tu madre se quedó embarazada, no esperábamos tener gemelos. Fue una sorpresa… una buena, pero también complicada. Al principio todo parecía ir bien, pero a mitad del embarazo empezaron los problemas.”
El pequeño lo miraba con atención, con el corazón encogido.
“El médico nos dijo que uno de vosotros estaba absorbiendo más nutrientes que el otro. Nos advirtió que… era posible que uno no sobreviviera al nacimiento.”
“¿Q-Qué…?” susurró, horrorizado.
“Pero ocurrió un milagro. Ambos nacisteis con vida. Aunque Gretel… su cuerpo no estaba preparado. Tuvo que pasar semanas en incubadora, con tu madre siempre a su lado. Desde entonces, su cuerpo es más débil. No tiene tu energía, ni tu resistencia. Se enferma con facilidad.”
Hansel bajó la mirada, sintiendo un peso en el pecho.
“¿Quieres decir que… por mi culpa él está casi siempre enfermo…?”
Su padre negó con firmeza y le dedicó una sonrisa suave.
“No, hijo. No es tu culpa. En el embarazo pasan cosas que nadie puede controlar. No es que tú le quitaras nada… simplemente, la vida lo quiso así. Y aun así, Gretel está con nosotros. Eso ya es un regalo.”
Pero Hansel no parecía convencido.
“Aun así… me siento culpable…” murmuró con lágrimas en los ojos.
Su padre le puso una mano en el hombro.
“No puedo evitar que tengas esos sentimientos rondando en tu pecho. Pero hay algo que sí puedes hacer. Puedes cuidar de tu hermano. Protegerlo. Incluso cuando ya no estemos, él va a necesitar a alguien a su lado. No siempre podrá defenderse solo.”
El pequeño levantó la cabeza, con determinación en los ojos.
“Es verdad... ¡Pues claro que puedo hacer algo! ¡Pagaré mi deuda con él protegiéndolo! ¡Siempre!”
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Presente.
"Al final... ni siquiera fui capaz de cumplir la promesa más sencilla de todas…" murmuró Hansel, encogido en aquel callejón húmedo, mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer sobre su cabello.
Apretó los dientes, sintiendo cómo el agua se mezclaba con el calor salado de sus lágrimas.
"Papá… te fallé. En todo. De todas las formas posibles. Lo siento."
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Dimensión de Cassmin.
Una lluvia de pilares de hielo se hizo trizas en el aire, fragmentándose en pedazos que cayeron al lago junto a los cuerpos desnudos de Keipi y Yumeki.
Ambos se hundieron unos segundos en las aguas heladas. Luego, la espadachina emergió a la superficie jadeando, con el cuerpo inconsciente del monje apoyado sobre su hombro.
"Joder..." escupió un poco de agua y resopló. "Consiguió dominar al Kami… y cuando me atacó, me puse tan nerviosa que activé el mío sin pensar. El choque nos arrancó la ropa y lo dejó fuera de combate."
"Eres una bruta, Yumeki." gruñó Frost, nadando cerca en su forma de oso polar. "Podías haberlo esquivado de sobra. Pero si no demuestras que eres la más fuerte cada cinco minutos, te entra la ansiedad."
"¡Cállate, culo peludo!" replicó ella, rabiosa, mientras nadaba hacia la orilla con Keipi aún a cuestas.
Una vez en tierra, lo dejó tumbado boca abajo sobre la hierba húmeda y se dejó caer a su lado, con la mirada perdida en el cielo gris. Detrás de ellos, Frost y Priscilla, aún en sus formas animales, se acomodaron en silencio.
Keipi dormía profundamente. La inconsciencia había sido una bendición: por fin descansaba de verdad. Yumeki lo observó unos segundos, con el pecho aún agitado por la batalla… hasta que, poco a poco, una sonrisa distinta apareció en su rostro.
"Cuando dijiste que lo lograrías, no te tomé en serio... Y vas y lo consigues en dos meses y medio." susurró, apenas audible. "Pero no esperaba menos del chico del que me enamoré perdidamente… y del que sigo enamorada a día de hoy."
Cerró los ojos un momento, dejando que la lluvia suave le empapara el rostro.
"Así que, sí. Estoy orgullosa de ti. Por fin podrás reunirte con tus amigos en ese torneo de mierda."
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Al caer la noche.
Nuestros protagonistas se reunieron en la aeronave, agotados tras horas de búsqueda.
"¿Lo habéis encontrado?" preguntó Cecily, con el ceño fruncido por la preocupación.
"Negativo," respondió Ryan, cruzado de brazos.
"Por donde fui yo nadie lo había visto." añadió Ashley, dejando caer su chaqueta con un suspiro.
"A nosotros la gente tampoco nos dijo nada." intervino Lily, recostada perezosamente sobre la cabellera de Theo.
"Yo fui al restaurante donde vio a su hermano ayer," dijo Marco, visiblemente frustrado. "Me dijeron que estuvo allí preguntando, pero nadie supo decir hacia dónde fue."
"¿Y ahora qué hacemos?" preguntó Theo, inquieto. Sus pupilas reflejaban una mezcla de preocupación e impotencia.
"Hemos hecho todo lo posible por hoy," propuso Ashley, intentando mantener la calma. "Quizá lo mejor sea descansar esta noche… y seguir con la búsqueda mañana, después del torneo."
"Es lo más sensato," añadió Cecily con tono firme, aunque su expresión no ocultaba la inquietud. "Hansel nos importa… pero no podemos olvidar lo que está en juego. Morgana nos confió una misión. Y si fallamos… el mundo entero podría pagarlo."
Marco bajó la mirada, mordiéndose el labio. Sabía que era lo correcto, pero su corazón dudaba.
"Sí… tenéis razón," dijo al final, arrastrando las palabras. "Solo espero… que esté bien."
"Lo estará," aseguró Ryan, con una sonrisa leve pero segura. "Es Hansel."
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Castillo de Accuasancta.
Anaxandra abrió lentamente la puerta de su habitación. Echó un vistazo a ambos lados del pasillo: no había nadie.
"Bien." murmuró con una sonrisa. "Todo despejado."
Con pasos sigilosos, la hija de la gran sacerdotisa se deslizó fuera de su cuarto. Avanzó por los corredores silenciosos del castillo, conteniendo la respiración cada vez que una tabla crujía bajo sus pies. Finalmente, logró escabullirse al exterior sin ser vista.
"Tengo que encontrar a los Emerald Paladins..." se decía en voz baja mientras cruzaba descalza el largo puente de piedra que conectaba el castillo con la ciudad. A varios metros bajo sus pies, el río fluía tranquilo. "...Parece que son los únicos que pueden detener la locura que está a punto de desatar mi madre."
Pero entonces, una voz conocida rompió el silencio.
"Vaya, vaya."
Anaxandra se detuvo en seco. A unos metros sobre ella, al otro lado del puente, Sophia la observaba desde su silla de ruedas.
"Tú..." murmuró la joven con miedo.
"Siempre supe que algo te incomodaba de los planes de tu madre," dijo el apóstol, con la voz cargada de decepción. "Pero no imaginé que llegarías tan lejos como para traicionarla."
"P-Por supuesto que sí," respondió Anaxandra, temblando. "¿Es que no ves lo que está a punto de hacer? ¡Quiere activar el Nuevo Testamento provocando una invasión demoníaca! ¿Para qué? ¿Para forzar el regreso del Mesías? ¿O para destruir el mundo y reiniciarlo con Yumeith como un dios desde cero? ¡Es una locura!"
"Eres una vergüenza." escupió Sophia. "Una decepción para tu madre, para la iglesia... para Aspasia. Si no puedes comprender lo corrompido que está este mundo, es porque vives ciega."
Se inclinó levemente hacia delante, la silla de ruedas crujió con el movimiento.
"Sexo sin medida, incluso entre personas del mismo género. Seres que cambian de cuerpo y de identidad a su antojo. Robos, asesinatos, blasfemias, magia prohibida... prostitución. El mundo ha degenerado por completo. Debe ser borrado de raíz."
"¡Estáis enfermos! ¡Vais a condenar millones de vidas inocentes por culpa de una fe ciega que os impide ver la cruel realidad!" gritó Anaxandra, con los ojos llenos de lágrimas. "¡Y lo peor es que sabéis que el Nuevo Testamento jamás ha demostrado ser capaz de invocar a Yumeith! ¡Es solo una teoría absurda que—!"
Un disparo cortó la noche como un latigazo.
Anaxandra se estremeció. Una bala mágica le había atravesado el abdomen, arrancándole un gemido ahogado. Su mirada bajó lentamente hasta la mancha de sangre que crecía en su ropa.
Sophia sostenía una pistola brillante, aún humeante, que había materializado de la nada con su magia.
"Lo siento," dijo fríamente. "No importa quién seas. No dejaré que arruines los planes de Aspasia. Ni siquiera tú."
Anaxandra tosió sangre, tambaleándose.
"Ca… Cabrón…" susurró.
Y entonces, perdió el equilibrio. Su cuerpo se precipitó por la barandilla y cayó al río, desapareciendo entre las aguas heladas sin dejar rastro, como si nunca hubiese existido.
Sophia no se movió. Permaneció inmóvil, con la mirada fija en el vacío, sin concederle siquiera el consuelo de una última despedida visual.
"Hasta siempre…" murmuró, apenas audible, mientras se llevaba una mano temblorosa al pecho e hizo lentamente la señal de la cruz. "Que el cielo acoja tu alma rebelde."
Continuará…
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