A lo largo de Pythiria se encuentra un país de estilo oriental conocido como Akitazawa, una de las naciones más prósperas y poderosas del planeta. Es especialmente famoso por su misión única: proteger las armas míticas descubiertas a lo largo de la historia.
Para cumplir esta tarea, los habitantes de Akitazawa construyen templos en cada rincón del mundo, sellando las armas hasta que nacen los portadores dignos de empuñarlas. Cada templo está a cargo de una familia enviada desde Akitazawa, especialmente entrenada para velar por estos artefactos. Estas familias visten atuendos de monje budista cuyo color varía según el país donde residan. Por lo general, solo hay un templo en cada nación.
En el caso de Longville, donde se desarrolla esta historia, el único templo de Akitazawa se encuentra en Romevere, una pequeña ciudad situada al borde del Bosque de las Almas Cautivas.
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Romevere, Templo de Akitazawa
Marco abrió lentamente los ojos, percibiendo el reconfortante aroma de una sopa de pollo recién preparada. Al observar su entorno, notó que estaba recostado en una humilde cama de paja dentro de un edificio hecho de piedras desgastadas y maderas envejecidas. El frío era palpable, y algunas goteras persistían, eco de la alta humedad que caracterizaba la región.
"¿D-Dónde estoy?" murmuró con voz débil.
No había terminado de formular su pregunta cuando un sonido apresurado anunció la llegada de Lily, quien irrumpió volando en la habitación.
"¡MARCO!" gritó entre lágrimas de felicidad, lanzándose a abrazarlo con fuerza.
Marco, aún confuso, intentaba recordar los últimos momentos antes de perder la conciencia. Su última memoria era la de haber derrotado al temible Arbolansa, aunque quedó gravemente herido en el proceso.
"Es normal que te sientas perdido..." dijo el hada, intentando calmarlo mientras secaba sus lágrimas con una pequeña sonrisa. "Llevas tres días enteros en esta cama, pero lo importante es que tus heridas han sido curadas, y ahora solo necesitan tiempo para cerrarse del todo."
"¿Tres días?" exclamó Marco, alarmado. "¿Qué ha pasado? ¿Cómo he llegado aquí?"
Lily, posándose en su hombro, comenzó a relatar lo sucedido con la calma que la situación requería.
Romevere es una tranquila ciudad cercana al bosque, conocida por su industria de recolección de madera para las chimeneas de los hogares. El monje encargado del templo había salido al bosque en busca de ramas secas cuando escuchó un fuerte estruendo seguido de un destello de fuego. Sin dudarlo, corrió hacia la fuente del ruido, encontrando a Marco y Lily al borde del colapso.
Sin escatimar esfuerzos, el monje cargó el cuerpo inconsciente de Marco hasta el templo, donde, con la ayuda del médico local, trató sus heridas. Para las lesiones más graves, recurrieron a un sistema mágico avanzado que acelera la regeneración celular. Durante los tres días siguientes, el monje cuidó de ellos, alimentándolos con sopas nutritivas y bañando a Marco cada mañana para prevenir infecciones.
"Espera... ¿Me bañó él?" interrumpió Marco, con la cara completamente roja. "Nadie me había visto desnudo desde que era un niño pequeño..."
En ese momento, el monje apareció en la habitación, llevando consigo una bandeja con un humeante bol de sopa.
Marco quedó anonadado al contemplar la apariencia de aquella persona. Su rostro estaba parcialmente oculto por una larga melena negro azabache que caía desordenadamente sobre sus hombros hasta caer en torno a su cadera.
"Siento haber tenido que desnudarte por completo, pero en el proceso de sanación en el que te encuentras es crucial evitar que la humedad y la suciedad se acumulen en las zonas donde la regeneración celular está en marcha", explicó con serenidad.
La voz del joven era cálida y transmitía cierta seguridad, lo que permitió a nuestros protagonistas deducir que se trataba de alguien de una edad similar a la de ellos.
"Ah... No te preocupes", respondió Marco, intentando quitarle peso a la situación. "No quería que te disculparas por eso, es solo que... no me esperaba que la primera persona que me viese desnudo fuese un hombre, jaja..."
Soltó una risa nerviosa, intentando mostrar gratitud a quien acababa de salvarle la vida.
"De verdad, muchísimas gracias por salvarme y, sobre todo, por cuidar de nosotros estos días."
El monje inclinó ligeramente la cabeza en un gesto de modestia.
"No ha sido nada... Nuestra enseñanza nos instruye a ser bondadosos con el prójimo mientras cumplimos nuestra misión." Hizo una pausa antes de añadir, con un tono más grave: "Además, tu pequeña compañera me contó vuestra situación... Así que, ¿por qué no ayudar al verdadero emperador?"
Marco se quedó petrificado, sus ojos reflejaban incredulidad.
"¡¿SE LO HAS CONTADO?!" exclamó, girándose bruscamente hacia Lily con una mezcla de sorpresa y reproche.
La pequeña hada se llevó una mano detrás de la cabeza y sonrió con nerviosismo. "Teehee..."
"¡Teehee! ¡Y una mierda!" gritó Marco, aún atónito. "¡Lily, eso era un secreto!"
Antes de que la discusión pudiera ir a más, el monje dejó con firmeza la bandeja sobre la mesilla y dio una sonora palmada, captando la atención de ambos.
"Tranquilizaos. Ella no me dijo nada", aclaró con un tono calmo pero autoritario. "Fui yo quien lo descubrió. Al desnudarte para bañarte el primer día, noté ciertos detalles... particulares. Luego, ella simplemente me lo confirmó y me explicó con calma vuestra situación. Por supuesto, he mantenido el secreto, incluso al médico, para evitar complicaciones innecesarias."
Marco bajó la mirada, avergonzado.
"Entiendo. Gracias por tu discreción..." dijo, antes de dirigir una mirada algo culpable a Lily. "Y siento haberme precipitado contigo."
Lily cruzó los brazos, fingiendo estar molesta.
"No pasa nada, pero me debes un dulce", dijo en un tono que no dejaba claro si lo decía en serio o en broma.
Marco sonrió ligeramente, aliviado de que la tensión se disipara, mientras el monje les miraba con un aire de paciencia y entendimiento. Este pequeño momento de calma fue suficiente para que Marco empezara a confiar aún más en su enigmático salvador.
"Por cierto, siento mis modales. Aún no me presenté... Me llamo Keichiro Pikaria, pero me llaman Keipi para abreviar. Podéis dirigiros a mí de la forma que más os guste", se presentó con una leve inclinación de cabeza.
"Un placer, Keipi. Yo soy Marco Blanc", respondió Marco, extendiendo la mano con una sonrisa amistosa.
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Más tarde.
Keipi salió a realizar sus tareas durante toda la tarde, mientras Marco se reunía con el doctor de Romevere para finalizar el proceso de restauración celular y comenzar un pequeño programa de rehabilitación.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, nuestros protagonistas se reencontraron con el monje en el templo, quien ya estaba preparando la cena.
"¿Qué tal te fue hoy?" preguntó Keipi, sin dejar de remover la olla.
Marco le explicó que el proceso de restauración celular había terminado y que durante un par de días tendría que realizar algunos ejercicios para asegurarse de que todo estuviera en orden. También mencionó que, probablemente, cuando el doctor le diera el alta, continuarían con su viaje.
"Lo bueno es que estarás completamente curado, pero lo malo es que no podremos seguir disfrutando de estos manjares..." comentó Lily, inflando las mejillas con dramatismo.
"Es verdad... Solo he probado la sopa que me diste al mediodía, pero estaba deliciosa. ¿Cómo es que sabes cocinar tan bien?" preguntó Marco con curiosidad.
Nuestros protagonistas intercambiaron miradas llenas de curiosidad y desconocimiento.
"¿Tarea?" preguntaron al unísono.
"Oh, claro. Ella me contó que nació hace apenas unos días y que tú vienes de Plactown, donde la información nunca llega y la enseñanza es mínima...", comentó, recordando lo que el hada le había dicho. "Así que imagino que no tenéis ni idea de mi trabajo ni del propósito de este templo."
Ambos asintieron con la cabeza, atentos.
Keipi, mientras giraba el conejo que estaba cocinando, comenzó a explicarles sobre Akitazawa, los templos y su misión de custodiar las armas míticas.
"Entiendo... No sabía que todo esto fuera tan complejo", dijo Marco mientras reflexionaba sobre la explicación.
"Siento hacer esta pregunta, pero... ¿Qué es exactamente un arma mítica? Rollo, ¿qué las hace diferentes de un arma normal?" preguntó Lily, ladeando la cabeza con interés.
"Las armas míticas son catalizadores que potencian ligeramente las habilidades de su dueño y crecen junto a él. Pero lo que realmente las diferencia es que, una vez despiertan tras encontrar a la persona adecuada, obtienen personalidad, voz y apariencia física", explicó Keipi mientras removía la comida.
"No lo sabía. Qué guay viajar y aprender cosas nuevas", sonrió el hada mientras revoloteaba alrededor de Marco.
"Pues sí... Aunque no sé si debería preguntar esto, pero..." Marco tragó saliva, nervioso. "Si mandan familias aquí, ¿dónde están los demás?"
Keipi se quedó en silencio. Su expresión cambió a una más sombría mientras apagaba los fuegos de la cocina, dejando que la comida reposara antes de servirla.
El joven monje se giró lentamente, dispuesto a contar su historia.
"No hace falta que lo digas si no quieres..." respondió Marco con un tono empático, intentando aliviar la tensión que había provocado su curiosidad.
De repente, el sonido de una campana resonó por toda la ciudad, cortando la conversación en seco.
"¡¿Qué es eso?!" gritó Lily mientras se cubría los oídos con fuerza.
"¡Nos atacan!" exclamó Keipi, corriendo hacia la salida del templo y descolgando una espada desafilada que había en la pared.
"¿Cómo que atacar?" preguntó Marco, siguiéndolo a toda velocidad.
Los tres salieron corriendo del templo, dirigiéndose hacia la entrada de Romevere. Mientras avanzaban, el monje les explicó rápidamente la situación.
"Hay una aldea de ogros cerca de la ciudad. Hace poco se enteraron de que el templo está en una posición vulnerable, y decidieron intentar negociar para apoderarse del arma mítica que custodiamos aquí. Tanto el alcalde como yo rechazamos su oferta. Desde entonces, nos han declarado la guerra."
"¿Cuándo comenzó esto?" preguntó Marco, sorprendido por la gravedad de la situación.
"El primer ataque fue hace un par de noches", continuó Keipi, acelerando el paso. "Conseguimos mantenerlos a raya gracias a los guerreros más fuertes de la ciudad, pero muchos acabaron heridos de gravedad. No estamos preparados para otra batalla."
"Entonces... Esos ogros quieren robar el arma del templo a la fuerza... ¡No podemos permitirlo!" exclamó nuestro protagonista, con determinación en su voz.
"Tú acabas de recuperarte, no deberías involucrarte en algo tan peligroso", advirtió el monje, claramente preocupado.
Antes de que Marco pudiera responder, un ogro de piel morada emergió de la tierra justo detrás de Keipi, levantando su enorme puño con intenciones de asestar un golpe mortal.
"¡La molestia más grande debe ser eliminada primero!" rugió el ogro mientras se lanzaba hacia el monje.
Pero, en un destello de fuego, Marco reaccionó. Encendió sus pies en llamas y cubrió su puño con fuego ardiente. En un movimiento rápido, salió disparado hacia el ogro, golpeándolo directamente en el mentón con un puñetazo que lo dejó inconsciente al instante.
"¡Ese es Marco!" exclamó Lily con una sonrisa radiante.
"Lo siento, Keipi, pero voy a ayudarte. No soy alguien que deje de pagar sus deudas", dijo nuestro protagonista, con una sonrisa confiada mientras bajaba el puño envuelto en humo.
"Marco..." murmuró el monje, aún sorprendido por la rapidez y el poder de su ataque. "Por favor... Ayúdame a proteger Romevere y a salvar a Priscilla."
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En el interior más profundo del templo de Romevere, una katana descansaba en una cámara secreta. Su mango blanco y su filo azul celeste brillaban con una energía misteriosa.
"Oh... Estoy despierta...", dijo una voz femenina desde la espada. "Eso significa que el portador destinado a empuñarme... al fin ha despertado."
Continuará...