Al entrar en el castillo, nuestros protagonistas fueron separados repentinamente en diferentes habitaciones.
Marco, Lily y Lesbiana aparecieron en una amplia cocina clara, con una decoración radiante. Allí, Wolf, una de las creaciones de Baba Yagá, les esperaba. Para colmo, las ventanas y puertas habían desaparecido, dejando la sensación de estar atrapados en una prisión.
Por otro lado, Keipi y Gay aterrizaron en la sala de fiestas de la primera planta.
El lugar, en su tiempo, probablemente fue majestuoso, pero ahora estaba desolado. Los restos de antiguas decoraciones, candelabros rotos y polvo acumulado cubrían cada rincón. A través de las columnas que bordeaban la sala, ambos pudieron ver que estaban encerrados por inmensas paredes que formaban un cuadrado perfecto, bloqueando cualquier posible escape.
Un eco de pasos resonó en la sala, haciéndolos tensarse.
"Keipi..." susurró Gay, aferrándose instintivamente al monje.
"Sí... Hay alguien aquí." murmuró Keipi, con su mirada afilada recorriendo el lugar. Priscilla, en forma de polluelo, saltó hasta su dedo. "Escóndete. Busca un lugar seguro y no salgas hasta que te diga."
Sin perder tiempo, Gay corrió hasta ocultarse tras una de las columnas caídas, mientras el monje se adentraba en el centro de la sala. Lentamente, Priscilla comenzó a transformarse en una katana en su mano.
"¡Sal!" exclamó Keipi con firmeza, su voz resonando en la sala vacía.
El silencio duró apenas un instante. De pronto, varios peces de aspecto espectral surgieron de la nada, moviéndose a toda velocidad hacia el espadachín.
"¡¿Qué demonios?!", murmuró el monje mientras levantaba su arma. Antes de que pudiera reaccionar, los peces estallaron al acercarse, desatando una lluvia de metralla que lo golpeó de lleno, haciéndolo rodar por el suelo.
"¡Keipi!" gritó Gay desde su escondite, asomándose con evidente preocupación.
"¿Estás bien?" preguntó Priscilla telepáticamente, con su tono cargado de urgencia.
"Sí... estoy bien," respondió Keipi, levantándose lentamente. Tenía leves quemaduras en los brazos, pero su determinación era inquebrantable.
Delante de él, una figura comenzó a materializarse. Era humanoide, pero su cuerpo estaba completamente cubierto de vendas, ocultando cada centímetro de piel y dejando su rostro en total anonimato. Ni siquiera sus ojos eran visibles, lo que le hacía aún más desconcertante.
Portaba un taparrabos marrón raído y en su mano izquierda sostenía una larga caña de pescar, cuyos movimientos emanaban una energía inquietante.
"Soy Fisher," dijo con una voz hueca y profunda.
El homúnculo introdujo la punta de su caña en el suelo, y al instante, el nivel del agua comenzó a elevarse rápidamente por toda la sala. Pronto, el líquido llegaba hasta los tobillos de Keipi, quien miraba sorprendido cómo el suelo parecía desbordarse.
"¿Se puede hacer eso...?" pensó el monje, perplejo ante la extraña habilidad.
"No te distraigas," le regañó Priscilla con severidad en su mente. "Mantente enfocado."
"Perdón... Es que primero me ataca con peces explosivos y ahora inunda la sala... No tengo idea de qué clase de magia es esta," replicó Keipi, apretando los dientes mientras se ponía en guardia.
"Yo sí lo sé," respondió Priscilla con calma, pero con un matiz de advertencia. "Presta atención. Está usando portales conectados a otra dimensión. Esa caña es el catalizador que lo hace posible."
Keipi frunció el ceño, procesando la información mientras observaba al extraño ser.
Fisher era una creación de Baba Yagá, un homúnculo construido con una de sus magias más ancestrales. Era capaz de conectarse a una dimensión paralela completamente distinta a la de Pythiria, un mundo formado exclusivamente por un vasto océano. Allí, las criaturas marinas habían evolucionado hasta desarrollar habilidades mágicas propias, y Fisher podía invocarlas para luchar en su favor.
"Eso explica los peces explosivos..." murmuró Keipi, analizando la situación.
Fisher levantó su caña de pescar, y un portal azulado comenzó a brillar detrás de él. De allí emergieron cientos de peces de aspecto fantasmal, todos apuntando directamente al espadachín.
"Esto no va a ser fácil..." comentó Keipi, ajustando su postura mientras levantaba su katana con determinación.
Los peces se lanzaron hacia él con una velocidad vertiginosa, y la batalla apenas comenzaba.
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Sala de control.
Transexual y Bisexual seguían atados a la pared, luchando contra las ataduras mágicas que los mantenían inmovilizados. Frente a ellos, Baba Yagá observaba a los intrusos de su castillo a través de dos bolas de cristal que giraban lentamente en el aire. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y desdén.
"Un chico peculiar acompañado de un hada y un akitazano portador de un arma mítica..." murmuró con una sonrisa sarcástica. "Parece que vuestros amiguitos consiguieron aliados interesantes para enfrentarse a mí. Pero la pregunta es... ¿serán lo suficientemente fuertes para rescataros, ladronzuelos?"
"¡Maldita vieja! ¡Estás podrida de rica! ¿Qué más te da que te robemos un par de cosillas?!" gritó Transexual, su tono cargado de frustración.
Sí, tal como lees. Aunque Gay y Lesbiana habían dicho la verdad sobre su rechazo en sus pueblos por sus orientaciones e identidades, omitieron un detalle clave: su grupo se había convertido en una banda de ladrones para sobrevivir.
"¡Mi fortuna es mía!" replicó Baba Yagá con una mezcla de rabia y orgullo. "¡No voy a permitir que unos niñatos orejudos me arrebaten lo que es mío!"
"Oye, ¿nos acaba de llamar orejudos?" preguntó Bisexual, confundido.
"Eres una tacaña de mierda, por eso estás sola." espetó Transexual con desprecio.
El comentario hizo que la anciana se quedara en silencio, con una expresión rígida y con sus manos inmóviles. Sus ojos se desviaron por un momento hacia las bolas de cristal que flotaban frente a ella.
"Sí..." murmuró finalmente, con un suspiro que parecía pesar siglos. "Por eso estoy sola."
El tono de su voz cambió, cargándose de una tristeza profunda que sorprendió incluso a sus prisioneros. Habían tocado un punto sensible, uno que nadie antes había llegado a alcanzar.
Baba Yagá nunca fue una mujer común. Desde su nacimiento, había sido bendecida —o maldecida, según se mire— con el don de la brujería. Esto le permitió dominar habilidades mágicas que muchos solo podían soñar, incluida la longevidad, que le había otorgado siglos de vida.
Durante décadas, sirvió al frente de distintos ejércitos bajo las órdenes de varios emperadores, luchando en guerras mágicas entre continentes. Su poder era un arma letal en el campo de batalla, y gracias a ella, innumerables conflictos terminaron antes de que alcanzaran un nivel devastador.
Sin embargo, la gente temía a alguien tan poderosa.
"¿Cómo puedes ser amigo de alguien que podría transformarte en una rata si la ofendes?" era lo que muchos pensaban, aunque nunca se lo decían en voz alta.
Así, su vida estuvo llena de gratitudes vacías y despedidas silenciosas. Siempre la alababan por sus logros, pero nadie se quedaba lo suficiente para conocerla realmente. Los años pasaron, y aunque se había acostumbrado a la soledad, pequeñas grietas comenzaron a aparecer en su corazón.
Con cada compañero de guerra que caía, observaba cómo sus amigos y familiares llenaban los funerales. En esos momentos, no podía evitar preguntarse:
"¿Alguien vendría a mi entierro?"
Era una pregunta que se clavaba profundamente en su mente. Aunque muchos podían disfrutar de momentos de soledad, nadie soportaba la idea de estar completamente solo en la vida... y en la muerte.
Cuando las guerras mágicas cesaron, el emperador de turno le ofreció retirarse con honores. Baba Yagá aceptó, aunque al principio no sabía cómo sería vivir sin un propósito constante.
Buscando llenar el vacío en su interior, Baba Yagá comenzó a explorar ruinas y templos olvidados en todo Pythiria. En sus aventuras, conquistó lugares plagados de trampas y peligros, reclamando tesoros mágicos que otros solo podían imaginar. Con el tiempo, acumuló una riqueza inmensa y construyó un castillo en el corazón de un desierto, un lugar perfecto para alguien como ella.
A medida que su leyenda crecía, su soledad también lo hacía. Sus riquezas y su poder solo servían para alimentar la distancia que otros mantenían con ella.
Fue en esos años que descubrió un hechizo que prometía crear vida a partir de la nada. Sin embargo, tenía un precio: debía sacrificar la carne, sangre y piel de su pierna izquierda.
Sin dudarlo, Baba Yagá realizó el conjuro, soportando el dolor inimaginable que la dejó con una pierna compuesta solo de hueso. A cambio, creó dos guardaespaldas: Wolf y Fisher, seres diseñados para protegerla y acompañarla.
Pero pronto descubrió la cruel verdad. Aunque eran obedientes y efectivos, carecían de sentimientos humanos. No sabían qué era la amistad, ni el amor, ni la felicidad.
Con el tiempo, Baba Yagá aceptó que nunca tendría a nadie que realmente la entendiera. Había pasado siglos acumulando poder y riquezas, pero lo único que había querido desde el principio era algo mucho más simple: alguien a quien llamar amigo.
Y aunque nunca lo admitiera en voz alta, sabía que sus propios miedos y decisiones habían contribuido a su soledad.
"Durante tanto tiempo he luchado por cosas... cosas que ni siquiera puedo llevar conmigo cuando me vaya." pensó, mientras sus ojos volvían a las bolas de cristal, observando a los intrusos.
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Cocina del castillo.
Wolf atacaba con ferocidad, lanzando un golpe con sus afiladas garras hacia Marco. Sin embargo, antes de que pudiera alcanzarlo, Lesbiana se interpuso en su camino, alzando una barrera sólida con un rápido movimiento de sus manos.
"¡Guau! ¿Esa es tu magia?" exclamó Lily, con los ojos brillando de asombro.
"¡Exacto!" respondió Lesbiana con una sonrisa de orgullo. "Puedo condensar la energía mágica de mi cuerpo a través de las palmas y transformarla en poderosas barreras inquebrantables. ¡Nada las atraviesa!"
El hombre lobo retrocedió de un salto y, abriendo su boca, disparó un chorro de ácido que impactó contra la barrera.
"¡Ya te dije que es inquebrantable! ¡Tus ataques no sirven de nada!" proclamó Lesbiana con confianza.
"¡Oh no, si está funcionando!" advirtió Marco, señalando la barrera mientras la parte superior comenzaba a derretirse lentamente.
"¿Qué? ¡¿Cómo es eso posible?!" gritó Lesbiana, desconcertada.
Wolf rió con malicia mientras lamía sus garras con una lengua inquietante. "Dijiste que tus barreras estaban hechas de energía mágica, así que usé mi poder para crear un ácido específicamente diseñado para disolverlas al contacto."
El hombre lobo se inclinó hacia adelante, mostrando sus garras ahora empapadas con un líquido que chisporroteaba al tocar el suelo. "Mi maestra, Baba Yagá, me dio la magia de creación de soluciones venenosas. Gracias a ello, puedo generar cualquier tipo de líquido mortal que mi imaginación pueda concebir."
De un enorme salto, Wolf destrozó la barrera con un zarpazo. Por suerte, Marco reaccionó rápidamente, agarrando a Lesbiana por la camiseta y tirándola hacia atrás, salvándola de lo que habría sido un golpe fatal.
"G-Gracias..." murmuró la ladrona, todavía sorprendida.
"Casi te parten en dos, tía," comentó Lily con una mezcla de alivio y reproche.
"Ya ves... ¡Otro logro para mi currículum!" respondió Lesbiana con una risita nerviosa.
Marco no perdió tiempo. Cubrió sus manos con fuego y disparó una esfera incandescente hacia Wolf. Sin embargo, el hombre lobo hundió sus garras en su boca, empapándolas nuevamente de ácido antes de cortar las llamas con un rápido movimiento.
"También tengo un ácido perfecto para contrarrestar el fuego," dijo con una sonrisa llena de dientes afilados.
"Mierda..." pensó Marco, evaluando rápidamente la situación.
Aunque había mejorado notablemente el control de su energía mágica gracias a los entrenamientos de Keipi, no había desarrollado nuevas técnicas. Su repertorio seguía limitado a las esferas de fuego, lo que lo dejaba en desventaja contra un oponente tan versátil como Wolf.
Antes de que pudiera reaccionar, el hombre lobo se lanzó hacia él con velocidad asombrosa. Marco logró retroceder, pero el hombre lobo extendió su rodilla en un movimiento rápido, impactando de lleno en su estómago y enviándolo volando contra los muebles de la cocina.
"¡Marco!" gritó Lily con preocupación.
"¡Ten cuidado, chaval!" añadió Lesbiana, aunque rápidamente su mirada se desvió hacia los armarios. "Seguro que esta cocina tiene cosas carísimas... Podríamos robar algo." murmuró para sí misma.
Mientras se levantaba lentamente, Marco observó a su oponente con una nueva determinación. Sus ojos se fijaron en las garras de Wolf, que brillaban con ácido corrosivo.
"Espera..." murmuró para sí mismo, una chispa de claridad iluminando su mente. "Si él puede usar su ácido para potenciar sus ataques físicos... ¿Por qué no puedo hacer lo mismo con mis llamas?"
La idea era tan simple, tan obvia, que se sintió estúpido por no haberla considerado antes.
"Eso es..." susurró, levantándose con una renovada confianza mientras sus puños comenzaban a arder intensamente. "He estado ignorando algo tan básico todo este tiempo. Solo necesito usar mi fuego para potenciar mi combate cuerpo a cuerpo."
Se plantó frente a Wolf, con las llamas envolviendo sus manos como guantes ardientes.
"Vamos, perro rabioso," dijo Marco, con una sonrisa desafiante. "Es hora de que pruebes lo que realmente puedo hacer."
Continuará...