Ashley tenía solo cinco años cuando su vida se desmoronó por completo. Sus padres, comerciantes que durante años habían llevado una vida molesta pero estable, quedaron atrapados en una espiral de malas decisiones financieras. Y lo que comenzó como un negocio próspero terminó en quiebra cuando un socio los traicionó, llevándose gran parte de su dinero.
Primero perdieron la tienda, su sustento. Luego la casa, que había sido su hogar durante muchos años. Y finalmente, la dignidad. Pues la ciudad pronto se llenó de rumores sobre su ruina, y las puertas que siempre tuvieron abiertas de personas a las que pensaban que podían llamar amigos, se cerraron ante sus ojos. Las deudas crecieron y los acreedores no mostraron misericordia.
Una noche fría, mientras Ashley dormía en el colchón desgastado de una casa que ya no era suya, su madre la despertó con lágrimas en los ojos.
"Te queremos mucho, mi niña", dijo, acariciándole el cabello con manos temblorosas. "Pero... no podemos seguir quedándonos contigo."
La pequeña no era capaz de comprender lo que estaba pasando. Apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la oscuridad de la habitación se tragara a sus padres, quienes desaparecieron sin dejar rastro.
Al principio, pensaba que volverían. Que quizá se fueron por un corto plazo de tiempo y que todo lo que le estaba pasando formaba parte de un mal sueño. Pero los días se convirtieron en semanas, y las semanas en meses. Ella seguía esperando, sentada en el suelo de una casa vacía.
Sin un cálido hogar, sin comida y sin que nadie la cuidara, Ashley vagaba por las frías y solitarias calles de la ciudad. Aprendió rápidamente a buscar comida en los cubos de basura, a evitar las miradas de los adultos que la juzgaban con crudeza y a encontrar refugio hasta en los rincones más oscuros. Sin embargo, la ciudad no era acogedora para una niña abandonada, por lo que decidió escapar a las afueras, donde las ruinas de unos edificios abandonados le ofrecían un mínimo resguardo.
Entre paredes desmoronadas y techos caídos, intentó construir un hogar. Su rutina era simple: buscar comida, evitar extraños y tratar de sobrevivir un día más por si acaso sus padres decidían regresar.
La soledad era su única compañera y el hambre, su peor enemigo. Y fue durante una fría noche dónde la coonoció.
Ashley encontró un trozo de pan duro y estaba a puntito de comérselo cuando escuchó pasos detrás de ella. Se giró rápidamente, aferrando el pan con ambas manos y frente a ella, una niña de cabello rosado y corto la observaba con curiosidad.
"¿Qué haces aquí sola?" le preguntó, inclinando al cabeza como si estuviera viendo algo interesante.
"¡Fuera! ¡Esto es mío!" respondió, retrocediendo con desconfianza.
La niña alzó las manos, sonriendo con suavidad. "Tranquila, no quiero quitártelo. Me llamo Celia, ¿y tú?"
Nuestra protagonista no respondió. Estaba acostumbrada a la hostilidad, no a las sonrisas. Pero la persistencia de aquella dulce niña terminó por vencer su resistencia. "A... Ashley."
Aquello dio paso a un ligero intercambio de palabras dónde acabaron descubriendo que tenían algo en común: ambas fueron abandonadas. Celia también perdió a toda su familia, aunque sus circunstancias eran distintas. Mientras hablaban, Ashley sintió algo que hacía mucho que no experimentaba: una conexión genuina.
Desde ese día, se volvieron inseparables. Juntas aprendieron a sobrevivir, primero compartiendo la poca comida que encontraban en las calles y luego aventurándose al mercado de la ciudad para poder robar de los diferentes puestos: frutas, pan, botellas de agua...
"¡Ash, corre!" gritó Celia un día mientras un vendedor enfurecido las perseguía.
Las dos reían mientras escapaban, sus pechos estaban llenos de adrenalina. Y eran esos momentos, donde el hambre y la tristeza parecían desvanecerse.
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Para cuando cumplieron los diez años, Ashley y Celia eran una leyenda en el mercado de la ciudad. Los comerciantes las llamaban como las niñas fantasma, porque nadie había logrado atraparlas. Gracias a que ambas desarrollaron magia de potenciación física, eran completamente imparables.
"¡Vamos, Ash! ¡Por aquí!" exclamó Celia mientras esquivaban a un guardia.
"¡Ya te dije que no tocaras esos pastelitos!" respondió Ashley, entre risas.
Ambas crearon un mundo propio, lleno de camaradería y desafíos. Pero su amistad iba mucho más allá que unos meros robos por la supervivencia. También encontraban diferentes momentos para disfrutar juntas, alejándose de lo dura que era la realidad.
Una noche, durante los festivales de la ciudad, Celia tuvo una brillante idea.
"¿Qué tal si subimos al edificio más alto?", dijo, señalando una vieja torre en ruinas que se situaba en las afueras donde vivían.
Nuestra protagonista frunció el ceño. "¿Estás loca? Eso puede caerse en cualquier momento."
"Venga, tía. Desde ahí tendremos una de las mejores vistas para ver los fuegos artificiales." insistió Celia con una sonrisa a la que su compañera no se pudo resistir.
Juntas treparon por los muros agrietados y las escaleras inestables. La torre era bastante peligrosa, pero ninguna de las dos retrocedió. Y al llegar a la cima, la vista que se encendía ante ellas las dejó sin palabras.
La ciudad brillaba como si se tratase de un mar de luces de diferentes colores, y los fuegos artificiales que estallaban en el cielo, pintaban la noche de colores vibrantes.
"Es hermoso." murmuró Ashley, sentándose en el borde de la torre junto a su amiga.
"Sí que lo es." respondió. Luego, tras unos segundos de silencio, añadió: "Ash, prométeme algo."
"¿El qué?"
"Que siempre estaremos juntas, pase lo que pase. Que nunca nos traicionaremos y seremos amigas hasta el fin de nuestras vidas."
Ashley la miró con seriedad antes de extender su meñique. "Lo prometo."
Celia sonrió y selló el pacto con su propio meñique. "Yo también lo prometo."
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Dos años después, la vida seguía siendo igual de dura. Pero algo en Celia había ido cambiando. Su energía, antes llena de entusiasmo infantil, parecía cargada de una determinación mucho más oscura, un deseo ardiente clavado en lo más profundo de su ser que le pedía escapar de aquella situación a toda costa.
"Oye Ash, estoy cansada de todo esto." dijo una noche mientras descansaban en su refugio. La luz de la luna se filtraba ligeramente a través de las grietas del techo, iluminando sus rostro.
"¿Cansada de qué?" respondió, levantando la vista de un trozo de pan seco que compartían.
"De robar cosas pequeñas. De vivir en un lugar tan miserable... De no poder cambiar a mejor nuestra situación de mierda. Quiero robar algo grande, algo que permita cambiar nuestras vidas para siempre."
Ashley arqueó una ceja, desconcertada por el tono de su amiga. "¿Y qué es lo que tienes en mente?"
Celia dejó escapar una leve sonrisa. "Bianco."
Al escuchar ese nombre, Ashley sintió un escalofrío que le recorrió la columna. Bianco era un hombre bestia conocido en toda la región, y no precisamente por su generosidad. Su riqueza era legendaria, pero lo que realmente destacaba de él era su crueldad. Todos los adultos hablaban de él con temor, y su mención bastaba para silenciar conversaciones.
"Estás zumbada." respondió nuestra protagonista, dejando el trozo de pan de lado.
"Escucha", insistió Celia, sentándose frente a ella. "Ese gato podrido tiene una colección de antigüedades en su mansión. Cosas valiosas que podrían darnos mucha pasta. Ash, si le robamos una, podríamos conseguir una maldita fortuna al venderla. ¡Podríamos dejar los edificios en ruinas atrás y empezar de nuevo!"
Ashley la miró con incredulidad. "¿Teines idea de lo peligroso que es lo que estás diciendo? Si nos atrapan... no tengo ni la menor idea de lo que serían capaces de hacernos..."
"¡No nos atraparán!" interrumpió Celia, con un brillo de pasión en los ojos. "Siempre hemos trabajado juntas, ¿no? Esta vez no será diferente, tú confía en mí. Al fin y al cabo, por algo nos conocen como las niñas fantasma.
Por un momento, Ashley pensó en negarse. Todos sus instintos le gritaban que aquello era una malísima idea, pero la intensidad en lo sojos de Celia y esa promesa de un futuro lejos de la vida que estaban llevando, lograron convencerla.
"Está bien." suspiró, cediendo al plan.
El plan era sencillo. Celia se encargaría de captar la atención de los guardias y de Bianco en la netrada principal, mientras que Ashley se colaría por la parte trasera para hacerse con al menos una antigüedad.
Confiaban en su rapidez, en su habilidad y, sobre todo, en su trabajo en equipo.
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Mansión de Bianco.
La noche siguiente llegó de golpe. El aire estaba cargado de tensión, y ambas chicas estaban nerviosas, aunque Celia parecía estar más tranquila de lo normal.
"Recuerda, Ash." dijo Celia mientras se separaban. "Esto es por nuestro futuro."
Ella asintió, intentando calmar el temblor en sus manos. Se deslizó por una ventana trasera con la agilidad que había perfeccionado en sus años de supervivencia. El interior de la casa era oscuro, pero no silencioso. Podía escuchar el murmullo de las voces al frente, donde Celia parecía estar poniendo en marcha su parte del plan.
Con sigilo, comenzó a moverse por las habitaciones. Los estantes y mesas estaban llenos de objetos valiosos: figuras de jade, joyas, jarrones, relojes antiguos... Todo brillaba bajo la tenue luz de la luna que se colaba por las ventanas.
"Esto está siendo demasiado fácil..." pensaba mientras su avaricia le hacía llenar la bolsa con todo aquello que se encontraba en su camino.
Pero justo en ese momento, la puerta del cuarto en el que se encontraba se abrió de par en par. Un sudor frío recorrió su espalda, y el corazón comenzó a latirle con fuerza. Se giró lentamente, esperando encontrarse con un guardia o con el mismísimo Bianco, pero lo que se encontró fue aún más desconcertante.
Allí, de pie junto al hombre tigre, estaba Celia.
Ashley parpadeó, incapaz de procesar lo que sus ojos estaban viendo. Su amiga, la que había jurado nunca traicionarla, la estaba señalando con una sonrisa fría, completamente distinta a la que conocía.
"¿Veis? Os dije que alguien estaba robando", dijo Celia, con un tono gélido que le heló el alma.
Ashley sintió como todo su mundo se desmoronaba en pedacitos. No era solo por la traición, sino el desprecio en los ojos y el tono calculador de aquella persona a la que llamó mejor amiga. Era como si toda su amistad y todos esos años juntas, no hubieran significado nada.
"¿Celia...? ¿Por qué...?" murmuró, incapaz de encontrar las palabras.
Bianco, el hombre tigre, dio un paso al frente, mirando a Ashley con una mezcla de burla y satisfacción. Su imponente figura llenaba la habitación, y sus ojos amarillos parecían perforarla. "¿Esta es la esclava que querías venderme? Si no es más que una ladrona asustada a punto de mearse encima."
Ashley apenas pudo registrar las palabras, pero el tono de Celia fue como un cuchillo que la atravesó.
Celia, encogiendo los hombros con desdén, respondió: "Ella ha estado robando conmigo durante años. Sé de primera mano lo que puede hacer. Es ágil, rápida, y tiene magia de potenciación física. Sé que os será útil como esclava y como sujeto de pruebas en vuestras incursiones a los templos de reliquias."
Las palabras resonaron en la mente de nuestra protagonista como un eco interminable. Apenas podía respirar mientras su visión comenzaba a empañarse. "¿Qué... qué estás diciendo...? Celia... somos amigas... tú me lo prometiste..."
Celia se giró hacia ella, su sonrisa ya no era fría, sino llena de una crueldad que Ashley jamás había visto antes. "Amigas, ¿eh? Cuando dije que quería cambiar nuestras vidas, también me refería a ti, Ash. Estabas incluida en ese cambio. Estoy cansada de esta rutina, de verte llorar por tus padres, de compartir la nada contigo. Esta era mi oportunidad de escapar de todo eso. De escapar de ti."
Esas palabras la atravesaron como dagas. Su pecho dolía como si algo dentro de ella estuviera siendo arrancado.
"¿Qué...? ¿Por qué... haces esto?" logró balbucear Ashley, mientras las lágrimas comenzaban a correr por sus mejillas.
Ashley intentó levantarse, hacer algo, pero sus piernas temblaban tanto que no podía moverse. Antes de que pudiera reaccionar, dos de los guardias de Bianco la sujetaron por los brazos y la tiraron al suelo con fuerza. La rugosidad de las baldosas le raspó la piel, y el dolor físico solo amplificó la devastación que sentía en su interior.
Bianco se acercó a la niña de sonrisa siniestra. De una pequeña bolsa de cuero sacó un puñado de monedas doradas que tintinearon al caer en las manos de la traidora. "Buen trabajo, niña. Aunque... no creí que serías capaz de vender a tu amiguita tan fácilmente."
Celia dejó escapar una pequeña risa, mirando las monedas antes de guardarlas en el bolsillo. "¿Amiga? Ella solo era un peldaño que subir."
Ashley, todavía en el suelo, miró a su amiga con los ojos llenos de lágrimas de dolor, confusión y desesperación. Intentó hablar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. La imagen de Celia guardando el dinero quedó grabada en su mente, junto con el brillo de satisfacción en su mirada.
"Buen negocio, ¿no?" añadió Celia, antes de girarse para salir del cuarto sin siquiera mirar atrás.
Los guardias ataron a nuestra protagonista con cuerdas ásperas, asegurándola contra el suelo mientras ella se quedaba paralizada, incapaz de luchar. Su corazón estaba roto, destrozado más allá de cualquier reparación, y en ese momento entendió que nada volvería a ser como antes.
Bianco la miró con una sonrisa triunfal mientras daba órdenes a sus hombres para que la llevaran a los calabozos. "Ahora me perteneces."
Continuará...