El arma mítica Caléndula había despertado, y la persona elegida como su portadora no era otra que Rin, la hermana mayor de Keipi.
La joven no podía apartar la mirada de la katana flotante frente a ella. Su hoja verde esmeralda brillaba tenuemente bajo la luz de la luna, y su empuñadura dorada parecía irradiar una majestuosa energía antigua. Pero lo que más la impactaba era que aquel objeto inanimado estaba hablándole, como si fuese un ser consciente.
"¿Tú eres quien me llamó?" preguntó Rin, todavía anonadada.
"En efecto, querida," respondió la espada con un tono que destilaba seguridad. "Desperté hace un par de años, pero lo que observaba a través del flujo mágico que rodea este pueblo no terminaba de convencerme."
Rin frunció el ceño, intrigada.
"Simplemente te veía como una muchacha sin ilusiones, una incompetente para esta vida," agregó Caléndula con crueldad.
La joven quedó sin palabras ante la dureza de aquellas palabras, aunque en el fondo sabía que algo de verdad había en ellas. Había estado perdida, atrapada en su propio desaliento, sin un propósito claro.
"¿Y qué te hizo cambiar de opinión?" preguntó al cabo de unos segundos, sin apartar la vista de la espada.
"Bueno, tú ya conoces nuestra historia, ¿no es así?" respondió Caléndula, devolviendo la pregunta.
"Sí... en efecto," dijo Rin, tomando aire antes de narrar un breve resumen.
Las Espadas Gemelas del Cielo y el Océano pertenecieron a dos héroes legendarios, hermanos que salvaron Pythiria de un apocalipsis en su tiempo. Sin embargo, el vínculo entre ambos no terminó de manera pacífica.
Tras la muerte del emperador que gobernaba aquella era, el portador de Priscilla fue elegido por Pythiria como su sucesor, convirtiéndose en el nuevo emperador. Esto le otorgó reconocimiento, poder y la admiración de todos, mientras que su hermano, portador de Caléndula, quedó relegado al olvido.
El rechazo y el aislamiento lo consumieron. Atrapado en un torbellino de celos y resentimientos, el primer portador de Caléndula finalmente declaró la guerra a su hermano. Ambos se enfrentaron en un duelo épico que duró tres días y tres noches, pero que culminó con la muerte de ambos.
"Y por eso, a lo largo de los siglos, las Espadas Gemelas recibieron un segundo nombre: Las Espadas del Hermano de la Luz y del Hermano de la Oscuridad," concluyó Rin, con una mezcla de solemnidad y tristeza.
"Exactamente," afirmó Caléndula, su tono cargado de una malicia inesperada. "Sin embargo, esa versión de la historia que os ha llegado hasta hoy no cuenta toda la verdad…"
Rin alzó una ceja, desconcertada.
"Yo fui quien convirtió al hermano olvidado en ese saco de oscuridad, ¡jajajaja!" exclamó la espada, su voz resonando en la sala como un eco siniestro.
"¿Cómo?" preguntó, incapaz de disimular su asombro.
"¡Me alimento de las energías oscuras! ¡Me encanta hacer que las personas se salgan del camino del bien y busquen su propio consuelo a través de cometer crímenes y crueldades!" se burlaba.
"¡Eres horrible!" exclamó la hermana dando un paso para atrás.
De pronto Caléndula empezó a reírse a carcajada limpia.
"¿Horrible yo? ¿No sabes por qué te he llamado aquí después de tanto tiempo?" le preguntaba con tono burlón. "¡Es porque tú eres la persona más despreciable que habita en kilómetros! ¡Me interesé por ti al descubrir todos esos horribles pensamientos que guardas bajo llave en los recovecos de tu cerebro!"
La hermana cayó de rodillas temblorosa ante tales afirmaciones.
"N-No es así..."
"¡MIENTES!" gritó liberando una onda de viento oscuro.
Tras recibir aquella brisa, la joven se lleva lentamente las manos a su cabeza, debido a un intenso dolor que surge de su interior.
"¡DI TU VERDAD!" exclamó Caléndula.
"Yo... No... ¡Yo no soy así! N-No..." comentaba Rin mientras era cubierta con la oscuridad de la espada.
Entonces soltó un intenso alarido de dolor. Sus ojos se volvieron completamente oscuros. Había caído por completo ante las crueles tentaciones del arma mítica que flotaba ante ella, cediendo al odio que yacía en lo más profundo de su corazón.
"¿Qué deseas?" le preguntó.
"Quiero acabar con esta injusta familia." dijo.
"¿Por qué?"
"¡Porque los odio! ¡LOS ODIO! ¡Nunca se percataron de mis sentimientos! ¡Me relegaron a un papel secundario con el objetivo de hacer brillar a mi hermano pequeño! ¡No soy eso! ¡Soy mil veces más de lo que piensan, joder!" exclamó liberando sus sentimientos más sinceros.
"Di claramente lo que quieres hacer." ordenó.
"¡Matar a mi familia! ¡Quiero matarlos con mis propias manos! ¡Y convertirme en la espadachina del viento más poderosa!" dijo con la mirada más oscura y siniestra. "¡Porque así tendré el poder suficiente para matar a todos los habitantes de Akitazawa y establecer un nuevo orden!"
"¡Agárrame, y cumpliré tu deseo! ¡Seré tuya, Rin!" exclamó.
La joven se levanta lentamente y extiende su mano derecha hacia el mango de Caléndula, agarrándola con sumo cuidado.
Esta interacción genera una onda de energía mágica inmensa, la cual alerta vertiginosamente a todos los miembros de la familia Pikaria y a todos los seres vivos sensibles a la magia que se encontraban a unos veinte kilómetros alrededor del templo.
Los tres miembros de la familia salieron corriendo al patio, observando como su hija salía de la cascada sosteniendo la katana oscura en sus manos.
"¡Hi-Hija! ¡Tú!" comentó el padre boquiabierto.
"Sí... He sido elegida por la espada." respondió.
"He-Hermana..." murmuró Keipi.
"¿Qué se supone que estás haciendo? ¡No tienes permitido entrar a esa sala sin la supervisión de tus progenitores!" le regañaba su madre. "¡Te pasas la vida de capa caída sin intentar mejorar tus habilidades! ¡Hemos tenido que cederle el título de siguiente cabeza de familia a tu hermano, porque de repente te volviste una inútil! ¡¿Y encima ahora te saltas todas las normas que deberías conocer de principio a fin?!"
Rin reacciona violentamente ante esas palabras, poniendo una mala cara y lanzando sin previo aviso un torbellino de aire desde su espada. Provocando que los miembros de su familia salieran disparados por los aires, hasta estamparse contra las paredes del templo.
"¡Nunca os habéis molestado en entenderme... ¡NUNCA!" gritó Rin, sus palabras desgarradoras iban acompañadas por lágrimas de rabia que brotaban de sus ojos oscuros.
"Y por eso desperté," añadió Caléndula, con una voz que mezcla la burla y la satisfacción. "La maldad que has acumulado durante todos estos años... ¡Era un manjar irresistible que no podía desaprovechar!"
Los padres se miraron brevemente, con dolor reflejado en sus rostros. Ambos sabían lo que debían hacer, aunque el precio fuera enfrentarse a su propia hija. Con un silencioso asentimiento, aceptaron el amargo deber que tenían por delante.
Ellos conocían la verdadera historia de Caléndula, de cómo sus palabras llenas de oscuridad podían envenenar incluso al corazón más puro. Sabían que la espada no era solo un arma, sino una fuerza corruptora. Para salvar a Rin, tendrían que desafiarla y arrebatarle el arma antes de que fuera demasiado tarde.
La hermana, consciente de sus intenciones, apretó con fuerza el mango de la espada. Una sonrisa amarga cruzó su rostro mientras alzaba el arma. Con un movimiento rápido, desató un poderoso tornado bajo los pies de sus familiares, que los lanzó por los aires como hojas arrastradas por el viento.
El padre y la madre, gracias a su entrenamiento y reflejos, lograron aterrizar sin problemas, aunque la fuerza del impacto los obligó a retroceder unos pasos. Sin embargo, Keipi no tuvo la misma suerte. El joven fue impulsado hacia el tejado del templo, golpeándose la cabeza con fuerza antes de caer rodando al suelo, quedando completamente inconsciente.
"¡Keipi!" gritó su madre al ver cómo su hijo caía como un muñeco de trapo.
"Rin, ¡detente!" exclamó su padre, tratando de razonar con ella mientras se preparaba para el siguiente ataque.
"¡¿Detenerme?!" gritó Rin con una risa amarga, apuntando a sus padres con Caléndula. "¿Por qué iba a detenerme ahora, cuando por fin estoy dejando de ser la sombra de esta familia? ¿Ahora me queréis escuchar? ¡Hipócritas!"
La oscuridad que irradiaba de la espada parecía intensificarse, envolviendo a Rin como un manto. La situación se volvía cada vez más desesperada, y sus padres sabían que no tenían mucho tiempo antes de que Rin se perdiera completamente en el abismo de la espada.
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Cuando el joven monje recuperó la consciencia y abrió los ojos lentamente, la escena que presenció le dejó completamente atónito.
El cuerpo de su madre yacía en el suelo, inmóvil, empapado en un charco de sangre de un rojo carmesí que teñía la tierra bajo ella. Su padre, mientras tanto, luchaba con desesperación, cruzando su espada contra la de su propia hija.
Rin esquivó con agilidad el ataque de su progenitor y, en un movimiento rápido y letal, hundió su espada directamente en su pecho, perforando sin duda alguna su corazón.
"Kei...pi... Huye..." fueron las últimas palabras del hombre antes de desplomarse al suelo, dejando escapar su último aliento.
"¡Padre! ¡Madre!" gritó Keipi, levantándose apresuradamente, con sus ojos llenos de lágrimas y horror.
"Ey, Rin, ya solo te queda uno," dijo Caléndula con un tono burlón y cruel.
Rin se giró hacia su hermano pequeño, su mirada reflejaba ira. Sin dudarlo, corrió hacia él con la espada empuñada.
"¡Todo es tu maldita culpa! ¡Si tan solo no hubieras nacido, este desenlace nunca habría ocurrido!" gritó, su voz quebrada por la rabia, mientras lanzaba un golpe preciso con intención de decapitarlo.
Keipi retrocedió instintivamente, y la hoja solo logró hacerle un corte superficial que cruzó horizontalmente sobre su nariz y mejillas. El dolor lo hizo caer de espaldas al suelo, sus ojos estaban empapados en lágrimas de terror mientras observaba a su hermana con incredulidad.
Al ver aquella expresión en el rostro de su hermano, algo dentro de Rin se quebró. Por un instante, su verdadera personalidad emergió, pero la lucha interna entre su voluntad y la influencia oscura de Caléndula le provocó un dolor insoportable.
"¡AAAAAAAAAAAAAH!" gritó, llevándose las manos a la cabeza.
Keipi no sentía pena, solo miedo. Pero lentamente, ese miedo comenzó a transformarse en algo más oscuro: odio.
"¿Q-Qué estoy haciendo? ¿Qué se supone que estoy haciendo? ¡AAAAAAAAAAH!" gritaba Rin, golpeando su cabeza contra el suelo en un intento desesperado por calmar el conflicto en su mente.
La bondad de Rin logró tomar el control momentáneamente. Miró a su hermano, aterrorizada por lo que acababa de hacer, y retrocedió tambaleándose. La confusión la envolvía, y el dolor en su cabeza era insoportable. Finalmente, huyó.
Creó una corriente ascendente de viento y se subió a ella, alejándose del templo, de su hogar, de su hermano... dejando al monje solo frente a los cadáveres de sus padres.
"Rin... yo..." susurró el joven, con lágrimas deslizándose por sus mejillas. Finalmente, apretó los puños con fuerza y dejó escapar un grito lleno de rabia: "¡Yo... pienso matarte! ¡Aunque sea lo último que haga!"
Rin había dejado atrás su pasado, emprendiendo un nuevo camino junto a Caléndula. Pero en el pecho de su hermano pequeño, había sembrado una llama de venganza que ardía con intensidad.
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"Y ese es el motivo por el que vivo solo en el templo," concluyó Keipi, su voz cargada de melancolía.
Lily lloraba desconsoladamente, incapaz de contener las lágrimas tras escuchar la desgarradora historia. Marco, en cambio, permanecía en silencio, sumido en sus pensamientos.
Aunque era consciente de que la maldad podía corromper incluso a las almas más puras, jamás había presenciado algo tan extremo. No podía comprender cómo alguien podría ser capaz de asesinar a sus propios padres ni cómo las palabras de un tercero podían influir tanto en una persona.
Sin embargo, el emperador no dudaba de la veracidad de la historia. El tono sereno pero lleno de tristeza con el que Keipi narraba su pasado era suficiente para convencerle.
"No soy muy fan de la venganza," comentó Marco, rompiendo el silencio, "pero... ¿por qué decidiste quedarte aquí todos estos años en lugar de perseguirla por el mundo hasta encontrarla?"
"Porque aunque mi mayor objetivo en la vida es castigar a mi hermana por lo que hizo, descubrí que hay cosas más importantes que la venganza," explicó Keipi con calma. "Como cabeza de familia de los Pikaria y guardián del templo, tengo una responsabilidad. Priscilla sigue dormida en la sala, esperando a su legítimo portador. No puedo abandonar este lugar hasta que llegue mi sustituto o hasta que la espada despierte."
"Entiendo," respondió Marco, asintiendo lentamente.
"Pero es muy triste que estés solo..." comentó Lily, todavía secándose las lágrimas.
"Bueno, en el fondo no estoy del todo solo," respondió Keipi con un tono algo más animado. "La gente de Romevere también es una parte importante de mi vida. Ellos son otro de los motivos por los que decidí quedarme. No puedo abandonarles, especialmente ahora, con esta revolución de los ogros. Podrían atacar en cualquier momento."
Marco esbozó una ligera sonrisa, sintiendo una extraña admiración hacia el joven monje. Aunque apenas le conocía, no podía evitar sentirse orgulloso de que hubiese encontrado la fuerza para mantenerse firme, sin dejarse consumir por el odio.
"Me alegra que seas así, Keipi. Eres un tío increíble," dijo nuestro protagonista, felicitándole sinceramente.
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Argenaton, la aldea de los ogros del noreste.
Tras el fracaso en el segundo asalto a Romevere, los supervivientes regresaron a sus tierras para llevar las malas noticias a las dos figuras de mayor rango que los lideraban: el Ogro Secretario y el Ogro Maestro.
El Ogro Secretario tenía un aspecto más refinado y humanoide, con dos pequeños cuernos que sobresalían de los laterales de su frente. Su porte elegante era remarcado por un impecable esmoquin azul marino, que combinaba a la perfección con su actitud seria y calculadora.
En cambio, el Ogro Maestro era todo lo opuesto. Su apariencia era más desaliñada y descuidada. También contaba con una forma humana, pero con un único cuerno prominente que brotaba del lado derecho de su frente. Su cabello rubio siempre estaba desordenado, y su vestimenta era digna de un turista despreocupado: una camisa hawaiana desabotonada, shorts azules y unas horrorosas sandalias de velcro que rechinaban con cada paso.
Uno de los supervivientes del segundo asalto fue designado para entregar el informe oral de lo sucedido. Reuniendo todo el valor que tenía, se dirigió al lugar donde ambos líderes se encontraban: el Ayuntamiento.
Aunque llamaban a aquel edificio "Ayuntamiento", tenía poco en común con uno real. Simplemente tomaron el nombre de un libro y lo utilizaron para designar un pequeño castillo de piedra que se erigía en el centro de su aldea. Una estructura simple, pero lo suficientemente imponente para reflejar el poder que tenían frente al resto de sus habitantes.
Al cruzar la inmensa puerta de madera que daba acceso al edificio, el comunicador entró en un amplio recibidor donde sus dos superiores lo esperaban. Y allí laa escena era peculiar.
El Ogro Maestro estaba tirado en un puff morado, entretenido haciendo un cubo de Rubik con los dedos de los pies, mientras que el Ogro Secretario practicaba esgrima con destreza, enfrentándose a una fila de maniquíes de madera que terminaban en astillas tras cada golpe preciso.
Con algo de tos y nerviosismo, el mensajero interrumpió sus actividades para llamar su atención. Se aclaró la garganta y, con evidente temor, comenzó a relatar lo sucedido.
"¿Así que esos simples humanos fueron capaces de mantener a raya a nuestros compañeros de nivel base?" comentó el Secretario, dejando caer su espada de práctica con un aire de desdén.
"Sí... pero bueno, ya estaba hasta los huevos de estar de brazos cruzados contando los mocos que me saco de la nariz," añadió el Maestro con tono burlón, levantándose del puff de un salto ágil, sin usar las manos. "Es hora de mover ficha."
"Entonces, ¿qué propones?" preguntó el ogro trajeado, cruzando los brazos y observándole con interés.
"La próxima noche..." anunció el ogro desaliñado con una sonrisa torcida, "¡será nuestro turno!"
El Secretario esbozó una sonrisa igualmente siniestra. "Sí... cuando el sol se oculte, Romevere desaparecerá del mapa."
"¡Jajaja! ¡Y Priscilla será de los ogros!" remató el Maestro, dejando escapar una carcajada que resonó en las paredes del improvisado castillo.
Continuará...