Al día siguiente.
Después de celebrar durante gran parte de la noche la victoria frente a la segunda incursión de los ogros, nuestros protagonistas pasaron la noche en el templo de Akitazawa, alojados en una de las habitaciones para invitados.
A la mañana siguiente, desayunaron tranquilamente en compañía de Keipi y dedicaron varias horas a ayudar en la reconstrucción de los daños menores que habían sufrido las zonas públicas de Romevere.
Entre los desperfectos más evidentes había arañazos en los muros de las casas, algunos bancos destrozados y varios árboles arrancados de cuajo por la fuerza de los ogros.
Cuando llegó la hora de comer, regresaron al templo y, tras compartir la comida, comenzaron una conversación relajada.
"Debo confesar que el ambiente en esta ciudad es totalmente distinto al del pueblo del que vengo," comentó Marco.
"Normal," respondió Keipi. "Aunque la diferencia económica no sea gigantesca, se nota cómo afecta al comportamiento y la interacción de las personas."
"Totalmente de acuerdo," añadió nuestro protagonista. "Aunque en mi pueblo éramos felices con lo poco que teníamos y nos respetábamos mutuamente, nunca sentí esa calidez que transmiten los vecinos de Romevere."
"Yo también lo he notado," dijo Lily, ligeramente sorprendida. "No pensé que sería tan distinto."
Tras charlar un rato sobre las diferencias entre ambas localidades, terminaron de recoger los platos. Fue entonces cuando Lily y Marco quedaron absortos observando cómo el monje utilizaba su magia para manipular el agua y lavar los cacharros sin tocarlos.
"Increíble," comentó Marco, fascinado.
"No es para tanto," respondió Keipi con modestia.
"Para nosotros sí lo es," replicó Lily con entusiasmo. De inmediato, una idea cruzó su mente. "Oye, Keipi, ahora que se me ha ocurrido... ¿Por qué no entrenas un poco a Marco?"
El monje quedó sorprendido ante la sugerencia, dudando de su capacidad para enseñar. Sin embargo, al escuchar a Marco hablar sobre su interés en la magia desde que se convirtió en emperador, terminó accediendo.
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Decidieron salir al patio del templo para darle una pequeña lección. Aunque el monje había notado el excelente estado físico de Marco —fruto de su experiencia como minero— también era consciente de sus carencias en el control de la energía mágica.
"Entonces," dijo Marco, asegurándose de entender, "¿no nos centraremos en técnicas de combate, sino en aprender a controlar la energía mágica de mi cuerpo, verdad?"
"Exacto," confirmó Keipi con una sonrisa tranquila.
Mientras tanto, Lily se acomodó en un banco de piedra del jardín, con una pequeña taza de té negro que había improvisado usando un tapón de botella.
Antes de iniciar la práctica, el monje dedicó un tiempo a explicar los fundamentos de la energía mágica, aprovechando los conocimientos que había heredado de sus padres.
"La energía mágica," comenzó Keipi, "es como una segunda estamina que reside en el interior de los seres vivos. Mientras que la primera está relacionada con la fortaleza física y la resistencia, la energía mágica está vinculada a lo intangible: la magia. Una vez comprendes su existencia, puedes manipularla mentalmente."
"Oh, así que es así de simple," comentó Marco.
"Dicho así, parece fácil, pero ponerlo en práctica es otra historia," aclaró Keipi. "Mi objetivo hoy es ayudarte a sentir y conectar con tu energía mágica. Dominarla por completo llevará tiempo."
"Entendido," dijo el emperador, asintiendo. "Por cierto, ¿cómo influye este control en mis ataques, como las esferas de fuego?"
Keipi sonrió y explicó: "Sin control, tus ataques son grandes y potentes, pero derrochan energía. Una esfera sin control podría destruir una casa, pero una bien concentrada podría derribar un castillo entero con menos esfuerzo. Además, como usas magia para volar, desperdicias aún más energía al canalizarla constantemente en tus pies."
"Vaya... no tenía idea de todo esto," dijo Marco, impresionado.
Desde su banco, Lily observaba con interés. "Keipi es un excelente maestro..." pensó, aunque un repentino sentimiento de inquietud brotó en su pecho. "¿Qué es esta sensación? Es como si algo importante se me estuviera escapando..."
El monje decidió comenzar con un ejercicio sencillo pero efectivo: hacer que Marco generara pequeñas llamas en las puntas de sus dedos y las mantuviera del mismo tamaño. Aunque parecía fácil, el verdadero desafío era lograr la uniformidad y evitar que las llamas fluctuaran.
Durante dos largas horas de práctica, nuestro protagonista se esforzó al límite, enfrentándose al agotamiento físico y mental. Finalmente, logró mantener las llamas estables por más de cinco minutos.
"¡Lo he conseguido!" exclamó con orgullo, apagando el fuego antes de desplomarse de rodillas en el suelo, empapado en sudor y jadeando.
Keipi sonrió y aplaudió suavemente. "Buen trabajo."
En el banco, Lily había caído dormida con la taza aún en las manos, ajena a los progresos de Marco.
"Ahora que estás al límite, es hora de continuar," dijo con una sonrisa traviesa.
"Oh, tío... Eres malvado," suspiró Marco, tratando de recuperar el aliento.
Ahora, el nivel había subido. Nuestro protagonista no solo tenía que mantener las llamas del mismo tamaño, sino también darles diferentes formas. Para facilitarle la tarea, Keipi le encomendó que con su fuego formara los números del uno al diez, pero con una particularidad: cada uno debía mantenerse en un dedo distinto.
Marco lo consideró sencillo al imaginarlo, pero al intentar llevarlo a la práctica fue un completo desastre. Cada vez que lograba convertir la primera llama en un "uno", el resto se apagaba o cambiaban de tamaño. Y cuando se concentraba demasiado en mantenerlas todas iguales, no conseguía darles la forma numérica.
"Esto es... horrible..." comentó jadeando.
"Tengo que hacer unos recados esta tarde, así que te dejaré aquí", respondió el monje antes de marcharse.
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Más tarde.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Keipi regresó tras terminar sus tareas y escuchó un grito de alegría proveniente del patio. No pudo evitar acercarse a toda velocidad, movido por la curiosidad.
Al llegar, observó a Marco con los números del uno al cuatro en perfecto equilibrio en las llamas de sus dedos.
"Cua...tro... No está... mal... pero... no... es... sufi...ciente...", murmuraba el joven, intentando forzar la aparición del quinto número.
Sin embargo, llegó a su límite. Sus ojos se cerraron de golpe, y su cuerpo cayó al suelo, inconsciente por el agotamiento. Las llamas en sus dedos se desvanecieron por completo.
"Marco", dijo Keipi, preocupado.
"No te preocupes, Kei. Estuvo toda la tarde tomando pequeños descansos cada vez que lograba un número", comentó el hada, que había despertado de su siesta. "Además, cuenta con la gracia de Pythiria, así que recupera su energía mágica mucho más rápido que cualquier humano promedio".
"Me alegra oír eso...", respondió el monje mientras cargaba el cuerpo de Marco y lo llevaba al interior del templo.
Mientras caminaba con el joven a cuestas, no podía dejar de asombrarse.
"Este tipo... empezó hoy y ya puede formar cuatro números...", pensó. "No me extraña que el planeta lo haya elegido. Si sigue así, puede convertirse en el más fuerte de todo Pythiria".
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A la noche.
El aroma de la cena se filtró hasta la habitación donde descansaba nuestro protagonista. Al percibirlo, abrió los ojos de par en par mientras su estómago rugía con fuerza.
"¡Qué hambre!" exclamó, levantándose apresuradamente.
Sus compañeros sonrieron al verlo despierto tras tantas horas de descanso, aunque lo que realmente los alegró fue observar cómo comía con tanta felicidad y energía.
"Nunca había sentido el estómago tan vacío", dijo, atiborrándose con todo lo que podía sostener en sus manos.
"Jajaja, es normal", respondió el monje. "Estos entrenamientos drenan tanto tu estamina como una gran parte de tu energía mágica. Y si además te pasas toda la tarde sin hidratarte ni comer algo, el gasto de calorías es enorme".
Lo que comenzó como una risa ligera del monje pronto se transformó en un regaño amable.
"Tienes que entender que, aunque seas el emperador, no eres inmortal. Es esencial que cuides tu cuerpo y prestes atención a tus límites. Sobre todo, debes hidratarte y comer cuando tu cuerpo lo necesite", le advirtió con firmeza.
"S-Sí...", respondió Marco, sorprendido ante esa faceta seria de su nuevo amigo.
Fue entonces cuando ocurrió. La campana resonó nuevamente esa misma noche.
"¿Eso no es...?" murmuró Lily, levantándose del hombro de su compañero.
"¡No me fastidies! ¡Pero si ya vinieron anoche! ¡¿Por qué demonios volverían hoy?!" exclamó el monje, claramente frustrado.
De pronto, los tres sintieron una poderosa presencia mágica acercándose a toda velocidad. Antes de que pudieran reaccionar, ya era demasiado tarde: la pared de la cocina del templo explotó tras un violento impacto.
Una densa humareda llenó el lugar. Entre el polvo y los escombros, dos figuras humanas comenzaron a emerger. No eran otros que los ogros evolucionados.
"¡Vosotros!" gritó Keipi, con el ceño fruncido.
"Hemos venido por Priscilla. ¿Nos la entregan por las buenas o preferirían que los matemos?", amenazó el ogro Secretario, desenfundando su espada mientras el Maestro chocaba sus puños con fuerza.
Continuará...