Al anochecer, en la granja de las afueras.
Tras una larga jornada laboral en el castillo, Keipi, Ashley y Ryan regresaron mientras el sol iba desapareciendo en el horizonte, tiñendo el cielo con un tono anaranjado que lentamente daba paso al azul oscuro de la noche. Exhaustos pero satisfechos, comunicaron a los demás los resultados del primer día: Habían logrado pasar desapercibidos y, hasta ahora, no parecían haber levantado ninguna sospecha entre sus compañeros.
Maurice, con su habitual pragmatismo, comenzó a preparar la cena ahora que todos se habían reunido, moviéndose con agilidad entre las ollas y sartenes de la cocina que disponía el edificio. Lana, mientras tanto, avisó que la bañera improvisada de agua caliente ya estaba lista para ser usada, lo que arrancó más de un murmurllo de alivio entre los presentes.
"Chicos, id vosotros primero. El agua está recién calentada." dijo Lana con una sonrisa de oreja a oreja, señalando la rústica estructura de cortinas que habían armado al aire libre cerca del establo.
Ryan y Keipi no dudaron ni un segundo. Al llegar, ambos se quitaron las ropas con cierto cuidado de no mancharlas, cada uno concentrado en sus propios pensamientos, y se metieron en la gigantesca lata rellena de agua. Priscilla, en su forma de polluelo, flotaba alegremente sobre la superficie, chapoteando con pequeñas salpicaduras mientras en su cara se dibujaba un rostro de gozo.
"Después de tantos días usando el agua fría de los ríos para limpiarnos y acceder a esa mierda de trabajo, esto es... vida." suspiró Ryan, sumergiéndose hasta los hombros. Cerró los ojos por un momento, dejando que el calor relajara la tensión de sus músculos.
Keipi, con su actitud despreocupada, dejó caer unas gotas de agua sobre la cabeza de Priscilla con los dedos, arrancándole un suave "pío" de placer. "Mira, hasta la reina aquí presente se está dando un respiro. Deberías evitar estresarte tanto."
Ryan bufó, cruzando los brazos. "Es fácil para ti decirlo, hermano. Te tocó limpieza, un trabajo simple y sin riesgo alguno. En cambio a mí me tocó sobrevivir en la cocina todo el día, bajó la supervisión del enano narizón... Cada vez que cometía un error, el cabrón me lanzaba un cuchillo."
Keipi levantó una ceja y soltó una leve carcajada al imaginarse ese escenario. "Seguro que no es tan grave hombre. Además, por lo que he visto de ti en este viaje se nota que eres un tío duro de roer, así que podrás con esto sin duda alguna."
Aquellas palabras de ánimo hicieron recordar al usuario de acero, la imagen de su difunta madre Zafira.
Ryan le dio la espalda a su compañero, apoyando los brazos en el borde de la enorme lata mientras alzaba la mirada hacia el cielo. La luna brillaba con fuerza, rodeada por un manto de estrellas que parecía infinito. "No sé qué diría mi madre de todo esto que ando haciendo, " comentó en voz baja, casi como si hablara consigo mismo.
Keipi lo observó de reojo, dejando que el silencio flotara por un momento antes de responder. "Seguro que está orgullosa de ti. Al fin y al cabo, te has mantenido fuerte y protector desde que salimos de la torre."
El hijo de la dragona soltó un leve resoplido, con una sonrisa amarga. "Pero... es porque me hago el fuerte, " murmuró, bajando su mirada.
El monje se inclinó hacia atrás, con la misma despreocupación que siempre lo caracterizaba, y dijo: "Pues no te lo hagas, tonto. No necesitas aparentar ser fuerte siempre. Hay ocasiones en las que solo tienes que dejar que las emociones fluyan. Estoy segurísimo, de que Zafira también te diría eso."
Ryan se giró de nuevo hacia él, y aunque su rostro estaba bañado en lágrimas de tristeza, una expresión divertida y desbordante de emociones lo acompañaba. Sin pensárselo dos veces, se lanzó a abrazar a Keipi rodeándolo con fuerza. "Kei, eres un tío cojonudo... Siempre he pensado que llorar era perder el tiempo, y me sentía culpable cuando las lágrimas salían de mis ojos... Pero, es que no puedo evitar echar de menos a mi madre."
El monje soltó una carcajada. "Jajajaja. Estoy notando como tu cosita roza mi rodilla."
El usuario de acero se separó, con el rostro encendido como un tomate. "¡Perdona!" exclamó, llevándose una mano a la cara para secarse las lágrimas. Se giró de nuevo hacia el borde de la lata, tratando de recuperar la compostura. "Yo... nunca voy a superar esto, ¿Verdad?" dijo con la voz quebrada.
Keipi lo miró con seriedad, cosa rara en él, y negó despacio. "No... El dolor se va con el tiempo, pero la tristeza... Esa se queda contigo toda la vida." Sus palabras se tiñeron de una sombra oscura. "Mis padres fueron asesinados por mi hermana. Y aunque siempre intento mostrarme despreocupado, hay noches en las que no puedo pegar ojo. O bien la tristeza o bien la rabia, me devoran por dentro."
Ryan lo miró sorprendido por la confesión. "Dios... no tenía ni idea de eso, tío. Qué fuerte..."
El monje suspiró, volviendo a su tono despreocupado habitual. "Es normal que no lo supieras, tampoco habíamos tenido muchas oportunidades para conocernos más a fondo. Pero quiero que sepas algo. Desde el momento en el que esa pluma fue dibujada en tu espalda, te considero un amigo más. Llora cuando quieras, y si lo necesitas, llora conmigo."
Keipi alzó su puño hacia él, con una sonrisa sincera dibujada en los labios.
Ryan, esbozando una sonrisa entre las lágrimas, chocó el puño con el suyo. "Eso haré."
Priscilla, desde el agua, soltó un suave "pio" como si aprobara la escena, y los dos chicos no pudieron evitar reír juntos.
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Tras el baño, todos se reunieron alrededor de la mesa para cenar. Maurice había preparado una comida sencilla pero reconfortante, y la calidez del ambiente parecía borrar momentáneamente la tensión de la gran misión que tenían entre manos.
Entre bocados y risas, compartieron anécdotas del día, aunque siempre con la cautela de no hablar demasiado sobre sus verdaderos objetivos. La velada se extendió hasta que el cansancio comenzó a apoderarse de ellos.
Finalmente, decidieron que era hora de dormir; al fin y al cabo, tres de ellos debían levantarse temprano para trabajar y empezar a mover ficha en su búsqueda de información sobre la princesa.
La granja quedó en completo silencio a medianoche. Las estrellas titilaban sobre el tejado, y solo el ocasional crujido de la madera rompía la tranquilidad. Pero Marco, tumbado en su colchón improvisado, no lograba conciliar el sueño. Con un suspiro resignado, se levantó.
Cruzó la habitación con cuidado, tratando de no despertar a nadie, pero no pudo evitar detenerse al observar las extrañas posturas en las que dormían sus compañeros. Ashley se había caído de la cama y yacía con las piernas aún sobre el colchón mientras el resto de su cuerpo descansaba en el suelo. Ryan, en una muestra de flexibilidad y excentricidad, dormía boca abajo, colgado de una de las vigas del techo como si fuera un murciélago. Keipi, por otro lado, dormía sorprendentemente normal, con Priscilla descansando cómodamente sobre su pecho, acurrucada en un pequeño trozo de algodón que parecía hecho a medida para ella. Y por último, Lily babeaba sin preocupación alguna sobre la almohada de nuestro protagonista.
Marco sacudió la cabeza con una sonrisa. "Vaya grupo he reunido," murmuró para sí mismo antes de continuar su camino.
Salió al baño, cuidando de no hacer el más mínimo ruido. La noche era fresca, y el aire tenía un aroma limpio que le recordó brevemente a las noches en su aldea. Hizo sus necesidades, tiró de la cadena y se dispuso a regresar, pero al entrar de nuevo en la granja, notó algo extraño: Theo no estaba en el sofá pequeño donde solía dormir.
Lana descansaba en el sofá grande, abrazada a una manta, mientras Maurice dormía sobre la mesa en una postura tan curiosa que lo hacía parecer un gato. La ausencia de Theo encendió una chispa de preocupación en nuestro protagonista. Sin pensarlo dos veces, salió de la granja, invocando una pequeña llama en su mano para iluminar su camino.
No tuvo que buscar mucho. El príncipe estaba sentado en el tejado, absorto mirando el inmenso cielo estrellado. Su silueta se recortaba contra la luna, inmóvil, como si el peso de sus pensamientos lo anclara allí.
Marco trepó con cuidado, evitando hacer ruido, y se sentó a su lado.
"No puedes dormir, ¿eh?" preguntó en voz baja, sin querer romper la calma de la noche.
Theo no apartó la vista del cielo. "No... Estoy muy nervioso por todo esto."
Nuestro protagonista asintió, mirando las estrellas junto a él. "Es normal... En cuestión de días vamos a armar una revolución civil en contra de la monarquía de tu propio padre. No es algo por lo que podrías descansar tranquilamente."
El príncipe dejó escapar un suspiro largo, rodeando sus rodillas con los brazos y bajando la mirada hacia sus pies. "Es mucha presión la que siento en el pecho," admitió. "Mis padres siempre me quisieron, a pesar de que nunca tuve magia en mi cuerpo. Mi hermana... siempre dio la cara por mí, siempre luchó con el corazón para que yo estuviera bien."
Se quedó en silencio un momento, como si las palabras le costaran salir. "Quiero salvar a mi hermanita... Quiero sacar a mi padre de esta pesadilla." Su voz temblaba, y Marco pudo sentir el dolor en cada palabra.
Sin dudarlo, el emperador le pasó un brazo por los hombros y lo atrajo hacia él. "Lo haremos," prometió, con una firmeza que no admitía dudas.
Theo no pudo contener más las lágrimas. Se hundió en el abrazo de Marco, llorando con una intensidad que parecía haber estado conteniéndose durante días. "Cynthia... Matheus..." gimió, repitiendo los nombres de su hermana y su padre entre sollozos.
Marco no dijo nada más. Sabía que, a veces, lo único que podía hacerse era estar ahí, en silencio, compartiendo el peso de la carga. El príncipe gritó, desahogando toda la impotencia que había estado acumulando, mientras las estrellas seguían brillando sobre ellos, indiferentes al drama humano que se desarrollaba bajo su luz.
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Al amanecer, Theo parecía más tranquilo, aunque sus ojos estaban enrojecidos por el llanto. Bajaron juntos del tejado y entraron a la granja justo cuando los demás comenzaban a despertarse.
Ese día, todos se prepararon con determinación para avanzar en su misión. El objetivo era claro: encontrar una forma de entablar conversación con la princesa, costara lo que costara.
Continuará...
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