Al día siguiente, Castillo de Eumerastral.
El sol se colaba por los ventalanes del castillo, iluminando los pasillos del primer piso con un brillo tenue y frío. La jornada laboral de nuestros protagonistas ya había comenzado, y como era costumbre, Keipi acompañaba a Kevin en las tareas asignadas.
Aquella mañana, su misión era limpiar los enormes ventanales del pasillo principal, cuyas superficies se llenaban de polvo debido a las corrientes de aire del exterior. Kevin, ajustaba su delantal mientras colocaba un cubo lleno de agua junto a una escalera. Con movimientos casi automáticos, comenzó a limpiar la parte superior del cristal con un trapo.
Por otra parte, nuestro monje parecía disfrutar del trabajo. Con un gesto de sus manos, invocaba pequeñas esferas de agua que giraban en el aire y se deslizaban suavemente por la superficie del cristal, eliminando el polvo y dejando todo impecable. Priscilla, en su forma de polluelo, se encontraba acomodada en su cabellera, observando la escena con tranquilidad.
Kevin se detuvo para mirar a su compañero, con un rostro que reflejaba admiración y un poco de envidia. "Esa magia que tienes... me parece una bendición, ¿Sabes?" comentó, con una sonrisa que no alcanzaba a esconder del todo su frustración.
Keipi giró la cabeza hacia él, sin dejar de limpiar los cristales con su magia. "Bueno, siempre intento hacer lo mejor que puedo. Esto no es nada tan especial."
El sirviente bufó, bajando la mirada hacia sus propias manos. "¿Nada especial? Vamos tío, no seas modesto. Con un poder como ese podrías especializarte en el combate y trabajar en algo mucho más prestigioso y mejor remunerado que esto. Yo, en cambio..." hizo una pausa, apretando el trapo en sus manos. "Mi magia es tan básica que ni siquiera puedo hacer algo tan útil como lo que estás haciendo. Solo puedo calentar cosas con mis manos, como si fuera una vieja estufa."
El monje notó el tono amargo en las palabras de su compañero y dejó caer las esferas de agua al cubo con un chasquido suave. Se acercó a Kevin y le dio una palmada amistosa en la espalda, provocando que el joven diera un pequeño salto. "Oye, no te pongas así. Todo poder tiene su momento y su utilidad. Quizá todavía no te has dado cuenta de lo valioso que puedes llegar a ser."
Kevin suspiró, dejando el trapo sobre el borde de las escaleras. "Gracias por los ánimos, pero llevo muchos años pensando en lo mismo y nunca cambia. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si hubiese nacido con una magia diferente. Tal vez me habría alistado al ejército para ganar mucho más, y así poder permitirme el ayudar económicamente a mi familia. Mi madre siempre soñó con que alguno de sus hijos saliera adelante, pero mírame, soy un mero sirviente."
Keipi guardó silencio por un momento, viendo el peso de las palabras de Kevin reflejado en su postura encorvada y su mirada perdida. Luego, sonrió con su habitual despreocupación y le volvió a dar un suave golpe en la espalda. "Pues que sepas que no pienso que tu magia sea mala. Es más, apuesto a que si consigues darle el enfoque correcto, podrías lograr cosas increíbles con ella. Lo único que necesitas es encontrar la determinación que has perdido y esa pequeña chispa que te haga ver las cosas de otra manera."
El sirviente levantó la mirada, sorprendido por las cálidas palabras del monje. "¿De verdad lo crees?"
"Claro que sí. Yo siempre he pensado que el destino tiene formas rarísimas de guiarnos en la vida. Hoy quizá puedas sentir que estás atrapado en una rutina, pero mañana podrías descubrir que ese poder que desprecias es justo lo que necesitas para cambiar tu vida. Así que no te rindas tan fácilmente, ¿Vale?"
Por primera vez en toda la mañana, Kevin sonrió de forma genuina. "Gracias, Keipi. De verdad. No sé por qué, pero hablar contigo siempre me hace sentir un poco mejor."
El monje se encogió de hombros, recogiendo las herramientas para dirigirse a la siguiente ventana. "Es porque tengo razón, jejeje. Ahora vamos, que todavía nos queda mucho por limpiar."
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Cocina.
Ryan estaba inclinado sobre una tabla de cortar, concentrado en picar una variedad de vegetales bajo la atenta mirada de Ricardini. El pequeño chef no toleraba errores, y cada vez que el hijo de la dragona cortaba algo con la precisión de un novato, recibía una colleja rápida y un bufido de frustración.
"¡Eso no es un corte juliana, idiota! ¿Qué clase de campesino usa un cuchillo como si estuviera talando un árbol?" gruñó Ricardini, llevándose un cigarrillo apagado a la boca mientras inspeccionaba las zanahorias.
"¡Lo estoy intentando, jefe!" replicó Ryan con una mezcla de irritación y vergüenza.
"Pues no intentes, hazlo bien. Ahora, corta las malditas cebollas antes de que tenga que hacerlo yo mismo."
A pesar de las reprimendas, había algo casi paternal en la forma en que Ricardini lo supervisaba, como si quisiera enseñarle a nuestro protagonista el valor de un trabajo bien hecho, aunque fuera a base de golpes. Entre collejas y bromas, discutían sobre los ingredientes y la cantidad exacta que debía prepararse para la comida del día.
Todo marchaba con relativa normalidad hasta que la puerta de la cocina se abrió, revelando la figura de Lalami, una de las sirvientas del castillo. Su andar era vacilante, y sus ojos evitaban mirar directamente a nadie mientras se acercaba al centro de la estancia.
"¿Qué quiere ahora la tetona esa?" preguntó Ricardini, sin levantar la vista de la olla que estaba removiendo.
La joven, de rostro pálido y gesto nervioso, titubeó antes de hablar. "La Arcana del Abismo… Madame Titties, ha pedido un piscolabis. Quiere que se lo lleve a su habitación en media hora… como muy tarde."
Ryan, que estaba limpiándose las manos con un paño, se giró hacia ella y notó algo extraño en su comportamiento. Había algo en la forma en que sus ojos parecían evitar cualquier contacto visual, como si temiera que alguien descubriera un secreto que llevaba oculto.
"¿Un piscolabis? ¿A estas horas de la mañana? ¡Madame Titties y sus caprichos de tetona!" Ricardini masculló, apagando su cigarrillo en el borde de la mesa de madera. Luego señaló a Ryan con un cuchillo. "Tú, deja las verduras y ayúdame con esto. Vamos a preparar algo rápido y práctico."
En cuestión de minutos, ambos trabajaron juntos en la elaboración de un desayuno sencillo pero digno de una dama de alta posición. Prepararon un croissant recién horneado, relleno de jamón y queso fundido, acompañado de una ensalada de frutas frescas y un vaso de yogur cremoso con trozos de mango.
Mientras Ryan colocaba con cuidado los alimentos en una bandeja de plata, sus ojos volvieron a posarse en Lalami, quien estaba de pie junto a la puerta, abrazándose los brazos como si intentara protegerse de un frío invisible. Fue entonces cuando notó los moretones oscuros que asomaban por debajo de las mangas de su uniforme.
"Lalami…" dijo Ryan con tono cauteloso, mientras recogía la bandeja. "¿Cómo te has hecho eso?"
La joven dio un respingo y bajó la mirada de inmediato. "Nada… Me caí por las escaleras. Ya sabes, soy muy torpe."
Nuestro protagonista frunció el ceño, pero antes de que pudiera hacer más preguntas, Lalami extendió las manos para tomar la bandeja. "Gracias. Debo irme ya, o llegaré tarde."
"Lalami, espera—"
Sin darle tiempo a insistir, la sirvienta agarró la bandeja con tanta fuerza que casi derrama el yogur y salió corriendo de la cocina, dejando tras de sí un aire de incomodidad palpable.
El usuario de acero se quedó mirando la puerta abierta durante unos segundos, mientras su mente procesaba lo que acababa de ver. Aquellos moretones no parecían el resultado de una simple caída. Había algo más. Algo que no cuadraba.
"Olvídate de eso, chaval." La voz ronca de Ricardini rompió su silencio. Encendiendo un cigarrillo con calma, se sentó sobre una banqueta y soltó una bocanada de humo. "No metas las narices donde no te llaman. Este castillo está lleno de cosas que es mejor no saber. Créeme, te ahorrarás problemas innecesarios."
Ryan fingió escuchar, asintiendo con la cabeza mientras recogía los utensilios de cocina, pero su mente estaba muy lejos de allí. La imagen de Lalami y sus heridas seguía grabada en su mente, acompañada de una sensación de inquietud que no podía ignorar.
“Problemas innecesarios…” murmuró para sí mismo, apretando los dientes. “Tal vez. Pero alguien tiene que hacer algo.”
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Prisión subterránea.
Ashley avanzaba por los interminables pasillos subterráneos, acompañada por Ragnor, el hombre al que había derrotado en la prueba de ayer. Durante todo el trayecto, el hombre no dejaba de parlotear sobre su derrota, intentando justificarla de todas las maneras posibles.
"Fue un mal día, ¿sabes? Además, hubo algo en la comida que me sentó fatal y no me permitió rendir al cien por cien. Si no hubiera sido por eso, tú no habrías tenido ninguna oportunidad," gruñía mientras gesticulaba con exageración.
Ashley, con una expresión impasible, lo ignoraba completamente mientras metía el meñique en su nariz, concentrada en sacar un molesto moco. Su actitud, despreocupada hasta lo absurdo, lograba irritar aún más a su compañero, pero ella estaba disfrutando en silencio de su pequeña venganza.
El recorrido parecía monótono hasta que, al doblar una esquina, se toparon con una celda que destacaba en medio del lúgubre pasillo. Tras los barrotes, una mujer de cabello rojizo descansaba encorvada contra la pared. Llevaba un vestido blanco que alguna vez debió haber sido elegante, pero ahora estaba manchado y deslucido. Sus muñecas estaban sujetas con pesadas esposas, y las cadenas que las unían estaban ancladas a los muros de la prisión.
Ashley se detuvo en seco y frunció el ceño. Había algo en la mujer que le resultaba extrañamente familiar.
"¿Quién es ella?" preguntó sin rodeos, sin apartar la mirada de la prisionera.
Ragnor, inflando el pecho como si supiera algo importante, respondió con una voz casi reverencial: "Es la princesa. La heredera del trono."
En ese instante, las piezas encajaron en la mente de Ashley. Observó más de cerca el rostro de la mujer y notó un parecido inconfundible con Theo. Se mordió el labio inferior, tratando de no delatar su creciente interés.
"Quédate aquí," dijo con calma, fingiendo estudiar la situación. "Voy a echar un vistazo. Hay algo raro en ella."
Ragnor, aunque fastidiado por recibir órdenes, asintió con desgana y se cruzó de brazos, manteniéndose a unos pasos de distancia. Nuestra protagonista aprovechó la oportunidad para acercarse lentamente a la celda. Se inclinó lo suficiente para que sus palabras no pudieran ser escuchadas por su compañero y susurró unas palabras clave que Theo le había encomendado:
"La biblioteca está cerrada, vuelva mañana."
La mujer alzó la cabeza de inmediato, y por un momento sus ojos, cargados de cansancio y desconfianza, brillaron con una chispa de reconocimiento.
"¿Cómo sabes eso?" preguntó con voz suave, pero firme.
Antes de que pudiera responder, Ragnor dio un paso hacia ellas, sospechando que algo ocurría.
"¿Qué haces tan cerca?" gruñó.
Ashley, rápida como un rayo, improvisó una excusa. "La prisionera necesita agua. Ve a buscar algo antes de que cause problemas. Yo la vigilaré."
El tono autoritario de nuestra protagonista no le sentó bien a Ragnor, quien apretó los puños y soltó un bufido. "Tch, órdenes de una mujer… Esto es ridículo." Sin embargo, se dio la vuelta y comenzó a alejarse refunfuñando, decidido a cumplir la tarea.
Aprovechando su ausencia, Ashley se giró hacia la mujer y susurró: "Sí, Theo nos encontró. Estamos aquí para echarte un cable."
La expresión de la princesa se suavizó, y sus ojos, antes llenos de dudas, mostraron un atisbo de esperanza. "Lana, Maurice y mi hermano, ¿Están bien?"
Ashley asintió. "Están a salvo. No te preocupes por ellos."
Tras escuchar esas palabras, la tensión en los hombros de la princesa desapareció. Su postura cambió, y una sonrisa decidida apareció en su rostro. Era como si la promesa de apoyo hubiera encendido un fuego dentro de ella.
"Llevo demasiado tiempo aquí, planeando en silencio, esperando el momento adecuado para escapar. Ahora que estáis aquí, puedo pensar con claridad," declaró, con una voz llena de determinación. "Si queréis mi ayuda, contadme cuántos sois y qué recursos tenéis. Mi mente estratega hará el resto."
¡¡Contacto con la princesa!! ¡La segunda fase del plan está por dar comienzo!
Continuará…
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