Hace un tiempo atrás.
La princesa Cynthia abandonó el salón del trono con pasos apresurados. Acababa de intentar, una vez más, hablar con su padre, pero la conversación había terminado como siempre: con indiferencia y rechazo. La frustración la consumía. Matheus, no solo había perdido toda sensibilidad hacia su pueblo, sino que sus políticas recientes parecían diseñadas para aplastar aún más a un reino ya de por sí empobrecido.
Las súplicas de la joven, apelando a su empatía y al bienestar de sus súbditos, fueron ignoradas. El rey estaba completamente cegado por Averno. Y las palabras que le dijo para finalizar la conversación aún resonaban en su mente: “No necesito que me cuestiones, Cynthia. Aprende tu lugar como princesa.”
Furiosa y sumida en pensamientos oscuros, la princesa se detuvo en uno de los pasillos menos transitados del castillo. Allí, sin querer, escuchó una conversación que heló su sangre: Angemika y Alphabeto, de los Arcanos del Abismo, discutían en voz baja sobre los planes de su líder. Entre susurros y risas arrogantes, revelaron que todo estaba en marcha para manipular al rey y, eventualmente, hacerse con la corona.
La impotencia que había sentido momentos antes se transformó en una chispa ardiente de determinación. No podía quedarse de brazos cruzados mientras su reino se hundía en el caos. Decidida, Cynthia pasó toda la noche planificando. Si su padre no quería escucharla, entonces tendría que enfrentarlo directamente, aunque eso significara poner en riesgo su vida.
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El día siguiente.
Cynthia irrumpió en el despacho real, acompañada de su hermano pequeño Theo, quien había accedido a apoyarla pese a sus reservas. Allí estaban el rey Matheus y los Arcanos del Abismo, reunidos en una atmósfera de conspiración.
“¡Padre, esto debe terminar!” exclamó Cynthia, sin importarle las miradas de asombro y desprecio que recibió. “Averno está manipulándote. Está destruyendo este reino desde dentro, y tú lo estás permitiendo.”
El rey se levantó de su asiento con una expresión severa. “Cynthia, cuidado con tus acusaciones. Estás cruzando una línea peligrosa.”
“No es una acusación, es la verdad. ¿Qué clase de rey traiciona a su pueblo para cumplir los caprichos de un consejero corrupto?” Cynthia señaló al líder de los arcanos, que permanecía impasible, con una sonrisa casi burlona en su rostro.
“Si tienes pruebas, preséntalas. Si no, esto no es más que una calumnia,” replicó el rey, aunque su voz temblaba ligeramente.
Theo intentó intervenir. “Padre, por favor, escucha a Cynthia. Solo queremos ayudarte antes de que sea demasiado tarde…”
“¡Suficiente!” rugió Matheus, golpeando el escritorio con un puño. “Esto no es más que un acto de traición. ¡Mis propios hijos cuestionan mi autoridad y mi juicio! ¡Eso no puedo tolerarlo!”
La sala se llenó de un tenso silencio. Entonces, con un gesto de Averno, los guardias irrumpieron en el despacho, listos para detener a los príncipes.
“Padre…” murmuró Theo, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.
Pero Cynthia ya lo había previsto. Con un grito ensayado, llamó a sus fieles guardaespaldas, Lana y Maurice, que esperaban al otro lado de la puerta. En cuestión de segundos, los dos entraron en la sala, esquivando a los guardias.
“¡Coged a Theo y marchaos en busca de ayuda!” ordenó Cynthia mientras se preparaba para enfrentarse a los guardias que se abalanzaban hacia ella.
Lana y Maurice no perdieron tiempo. Sujetaron al príncipe, que protestaba con lágrimas en los ojos, y lo sacaron de allí a toda prisa. La princesa, por su parte, fue golpeada y reducida al suelo.
Mientras los guardias la inmovilizaban y Averno sonreía satisfecho, Cynthia levantó la mirada. No había miedo ni desesperación en sus ojos, solo una fría determinación. Sabía que había plantado la semilla del cambio. Theo buscaría ayuda, y el tiempo estaría de su lado.
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Presente.
Ragnor llegó con una botella de agua de plástico en la mano, algo nervioso pero decidido. Se la entregó a nuestra protagonista mientras miraba con curiosidad hacia la celda.
“¿De qué hablaban?” preguntó con tono despreocupado.
Ashley alzó una ceja, disimulando con un toque divertido para no levantar sospechas. “Cosas de higiene femenina que ni te van ni te vienen, colega.”
El rostro de Ragnor se encendió al instante, y con un murmullo apenas audible, se echó a un lado, claramente incómodo al escuchar esas palabras.
Ashley, sin perder el tiempo, tomó la botella y entró en la celda, acercándose a la princesa, cuyas manos seguían encadenadas. Con movimientos rápidos y discretos, destapó la botella y la ayudó a beber, asegurándose de no derramar ni una gota.
Aprovechando que Ragnor estaba distraído mirando a otro lado, Ashley se inclinó hacia la princesa y le susurró al oído: “¿Necesitas algo más de información?”
La princesa negó con la cabeza, manteniendo su voz baja. “No. En este tiempo me has dado lo suficiente para desarrollar un plan. Pero si queremos que todo funcione, necesitamos encontrar aliados más fuertes, personas dispuestas a ayudarnos de verdad.”
Ashley asintió ligeramente, entendiendo la gravedad de la situación. “De acuerdo. Ultimaré los detalles esta noche. Mañana a esta misma hora volveré con agua y novedades. Mientras tanto, buscaré aliados.”
La princesa le dedicó una mirada firme, agradecida, y Ashley se retiró con la misma naturalidad con la que había entrado.
Al salir, cerró la celda y se dirigió hacia Ragnor, quien la esperaba en silencio. Ambos se marcharon sin dirigir ni una palabra más a la princesa, aunque el peso de sus pensamientos era evidente.
Mientras caminaban por los oscuros pasillos de la prisión, Ashley apretó los labios, llena de determinación. “Te salvaremos,” pensó para sí misma, convencida de que la segunda fase del rescate no solo sería crucial, sino que marcaría el inicio de un cambio inevitable.
"Padre... Hermano... Mi querido país... Pronto os sacaré de esta miseria." pensaba la princesa con una mirada melancólica a la par que decidida.
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Más tarde.
La jornada laboral de nuestros protagonistas estaba a punto de terminar. Ashley seguía en el subterráneo acompañada del grandote, mientras que Keipi continuaba limpiando los cristales junto a Kevin. Ryan, por su parte, ya había terminado de preparar la comida y decidió aprovechar los últimos treinta minutos de trabajo para dar una vuelta por el castillo.
Había algo que no podía quitarse de la cabeza: las heridas que había visto en Lalami hacía unas horas. Necesitaba respuestas, quería confrontarla hasta que le dijera la verdad. Por suerte, recordó que parecía estar trabajando bajo las órdenes de Madame Titties, así que se dirigió a los lugares que la arcana frecuentaba, con la esperanza de encontrarla.
Tras una larga búsqueda, finalmente la vio. Estaba de pie junto a la puerta de la habitación de la arcana, con una postura temblorosa y una mirada perdida, estaba muerta de miedo.
Ryan se acercó con cautela, sosteniendo una botella de agua. “Hola,” dijo con suavidad, entregándosela.
Lalami le devolvió el saludo en voz baja, aceptando el agua con manos temblorosas. Ryan se apoyó en la pared cercana y, con sinceridad, preguntó: “¿Alguien te hizo esas heridas, verdad? ¿Acaso fue... ella?”
La botella cayó de sus manos al suelo, derramando su contenido. Lalami comenzó a temblar, sus ojos se llenaron de lágrimas. “S-sí... fue... ella...” murmuró con un hilo de voz.
Antes de que Ryan pudiera reaccionar, la puerta se abrió de golpe. Madame Titties apareció enfurecida, vestida únicamente con un camisón y su largo cabello violeta suelto. Sin dudarlo, lanzó un puñetazo que derribó a su sirvienta al suelo.
“¡Te dije que te quedaras callada!” gritó. “¡Eres una puta inútil! ¡¿Ni siquiera sabes mantener esa maldita boca de golfa cerradita?!"
Cuando estaba a punto de golpearla de nuevo, Ryan intervino, sujetando su brazo con firmeza. La mirada de Madame se clavó en él, llena de desdén, pero el hijo de la dragona se esforzó por contener su ira. Sabía que no podía dejarse llevar o podría levantar sospechas.
“¿Qué crees que estás haciendo?” preguntó la mujer con un tono gélido y una mirada ardiente en ira.
Ryan respiró hondo. “La verdad es que no estoy cómodo viendo este tipo de violencia hacia mis compañeros,” respondió. “Todo lo que ha pasado, fue culpa mía. Déjelo pasar, por favor. Y no le haga nada a Lalami.”
Madame Titties lo observó durante un largo momento, luego, con un movimiento casi imperceptible, lanzó un líquido viscoso desde las yemas de sus dedos. La sustancia rosada cayó sobre la ropa de Ryan, que comenzó a deshacerse al instante, dejándolo completamente desnudo.
Avergonzado, Ryan intentó cubrirse como pudo, preguntando indignado: “¿Qué...? ¿A qué ha venido eso?”
“Un castigo por interrumpir la paliza que le iba a dar a esta perra. Y si no quieres que las cosas se pongan peor para ti, márchate ahora mismo. No te metas en mis asuntos ni en los de mis sirvientes,” respondió Madame con frialdad.
Ryan apretó los dientes, obligado a tragarse su orgullo. Asintió con la cabeza. “Sí, señora,” murmuró antes de retirarse. Mientras se alejaba, improvisó unos pantalones de acero para cubrirse y apaciguar su humillación.
Mientras caminaba, escuchó a la arcana gritarle a Lalami: “¡Y no creas que te has librado! Por idiota y ruidosa, esta noche trabajarás en mi club.”
Ryan se detuvo en seco. “¿Su club?” musitó, confundido.
“Un prostíbulo,” respondió Ricardini, quien apareció repentinamente desde el otro extremo del pasillo, fumando su habitual cigarro. Parece que había estado observando todo.
Ryan frunció el ceño. “¿Cómo que un prostíbulo?”
“Un club para adultos que Madame Titties abrió hace unas semanas. Allí usa a sus sirvientes como esclavos sexuales para satisfacer las fantasías más oscuras de sus clientes. Es su castigo para quienes desobedecen sus órdenes,” explicó Ricardini, exhalando una bocanada de humo. “Esa chica... probablemente no será la misma cuando regrese mañana. Toda su inocencia y cordura, serán llevadas a la deriva más oscura de su mente.”
Con esas palabras, Ricardini se marchó, dejando a Ryan sumido en sus pensamientos. Una única idea resonaba en su mente: “Tengo que salvarla.”
Pero junto a esa determinación, el peso de la culpa comenzó a invadirlo. “Mierda...” pensó, apretando los puños. “Si no me hubiera acercado, si no la hubiera hecho hablar, esa mujer no habría salido de la habitación. Ahora ella tendrá que pagar el precio de mi imprudencia.”
Ryan se detuvo a mitad del pasillo, incapaz de seguir caminando. Las palabras de Lalami, temblorosas y llenas de miedo, seguían resonando en su cabeza. Su mirada aterrorizada, la botella cayendo de sus manos... y luego el golpe, el puño de Madame estampándola contra el suelo como si fuera un objeto desechable.
“Si tan solo hubiera manejado mejor la situación, si me hubiera quedado callado... maldita sea.” Se llevó una mano al rostro, sintiendo una mezcla de rabia y desesperación. No podía sacarse de la mente la imagen de Lalami siendo enviada al club, enfrentándose a un castigo que nadie merecía.
Se apoyó contra una pared, respirando profundamente para calmarse. Pero la culpa no desaparecía, clavándose en su pecho como una espina. “Ella no debería estar sufriendo por mi estupidez. Esto no puede quedarse así. Madre, prometo que desharé mis errores.”
Continuará...
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