sábado, 28 de diciembre de 2024

Ch. 53 - A través del miedo

La inesperada batalla había terminado, y ahora nuestros protagonistas continuaban su camino siguiendo la dirección en la que Lana había huido. La noche era densa y silenciosa, salvo por el ronroneo constante del motor de la moto.

Ashley rompió el silencio mientras observaba el camino. “¿Sabes, Kei? Me pregunto cómo demonios vamos a encontrarla si era la única que sabía cómo llegar a esos ladrones...”

Keipi frunció el ceño, pensativo. “Buena pregunta… Aunque si algo he aprendido de ella en estos días, es que no es del tipo de personas que se quedan sin plan. Ella siempre tiene algo guardado bajo la manga.”

Antes de que pudiera agregar algo más, Priscilla le dio un picotazo inesperado en la cabeza. “¡Ay! ¿A qué vino eso?” exclamó Keipi, deteniendo la moto de golpe.

Ashley soltó una carcajada. “¿Qué hiciste ahora para molestarla?”

Keipi negó con la cabeza, despreocupado como es habitual en él, pero su expresión cambió al alzar la mirada. Priscilla había abandonado su cabellera y volaba un poco más adelante, agitando sus alas con energía. Finalmente, se posó sobre una rama cercana y señaló con una de sus alas.

Keipi entrecerró los ojos, intentando descifrar qué le indicaba. “¿Qué…?” murmuró, hasta que notó la marca de un zarpazo profundo en el tronco de un árbol.

Ashley se inclinó para examinarlo también y chasqueó los dedos con una sonrisa. “No me cabe duda. Por el tamaño, eso debe ser obra de Lumiel.”

“Es una buena señal,” añadió Keipi, mientras una chispa de determinación se encendía en su mirada. “Lana nos dejó un rastro para poder seguirla.”

Priscilla volvió a su lugar habitual, acomodándose en la cabellera del monje con aire triunfal. Keipi sonrió. “Bien hecho, compañera. Ahora agarrémonos, Ash. Vamos a toda velocidad.”

Ashley asintió, ajustándose en el asiento de la moto. “¡Acelera!”

Keipi aceleró con decisión, dejando que la motocicleta rugiera mientras se adentraban en la oscuridad del bosque, siguiendo el rastro que su compañera había dejado con astucia.

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Campamento oculto en las afueras de Eumerastral.

Gracias a la magia de Gay, lograron invocar de un viejo libro un pequeño campamento: un refugio temporal donde pasar las noches mientras los ladrones terminaban de preparar su gran plan. Actualmente, se encontraban cenando algo de carne asada que habían cazado esa misma tarde, sentados en círculo alrededor de una hoguera cuya luz cálida iluminaba sus rostros.

“Tras reunir algo de información, conseguimos averiguar que Alphabeto ha sido nombrado como uno de los Arcanos del Abismo,” comentó Cecily, con su mirada fija en las llamas. “Ahora vive en el castillo real de la capital.”

Lesbiana, con los brazos cruzados, asintió con cierto orgullo. “Nos costó bastante dar con ese dato, pero por suerte encontramos a una anciana que recordó sus rasgos. Al parecer, ese maldito elfo oscuro dejó una impresión imborrable en la pobre.”

“Yo diría que no precisamente buena,” agregó Bisexual, inquieto, mientras jugueteaba con un trozo de carne entre sus manos. “Él es un monstruo, y todo lo que toca lo destruye.”

Gay permanecía en silencio, mordisqueando un hueso y mirando pensativo el fuego.

Cecily, ignorando el ambiente sombrío, enderezó los hombros y se aclaró la garganta. “Mi idea es sencilla. Entraremos al castillo una de estas noches. Robaremos todas las pertenencias de Alphabeto mientras duerme y, cuando hayamos terminado, lo despertaremos. Quiero verle la cara cuando vea que no le queda nada. Luego, escaparemos con los portales de Bisexual. Y esa será nuestra gran venganza.”

La idea arrancó algunos asentimientos. Lesbiana incluso soltó una carcajada. “Me gusta cómo piensas, jefa. Ese malnacido se merece cada segundo de humillación.”

Sin embargo, Gay dejó el hueso a un lado y frunció el ceño. Algo en su expresión incomodó a los demás. La líder de los ladrones suspiró, apoyando las manos sobre sus rodillas. “¿Qué pasa ahora, Gay?”

El joven elfo alzó la mirada, con sus ojos llenos de dudas. “No siento que este plan sea… nuestro. Es demasiado simple. Tú siempre haces planes mucho mejores que estos. Algo no cuadra, Transexual. Esto no parece tuyo.”

El silencio cayó como un manto sobre el grupo. Lesbiana, tras unos segundos, rompió la tensión. “Para ser sincera, yo también lo he pensado. Si tienes tanto odio en el pecho, Cecily, ¿por qué no plantarle cara? ¿Por qué no derrotarlo delante de todos y humillarlo como realmente se merece?”

Los hombros de Cecily se tensaron. Su mirada se perdió en las llamas mientras sus manos se cerraban en puños temblorosos. “Porque no sé si tengo el valor… ni siquiera de mirarle a los ojos,” murmuró finalmente.

Lesbiana ladeó la cabeza, sorprendida por la confesión. “¿De verdad crees que no puedes enfrentarte a él?”

Cecily tragó saliva, intentando mantener la compostura. “Me hizo demasiado daño cuando era una niña. No puedo olvidar lo que me hizo. Y tampoco sé si podría soportar fallar delante de vosotros.”

El grupo quedó en silencio otra vez, pero esta vez la hoguera parecía quemar más fuerte. Todos sabían que ella tendría que enfrentar esos miedos tarde o temprano, pero por ahora, nadie quiso presionarla más.

En ese momento, Lumiel apareció de entre las sombras con Lana a su lomo, sobresaltando al grupo de ladrones y poniéndolos en alerta inmediata. Para ellos, solo era una extraña mujer con una máscara de zorro y una túnica marrón parada frente a ellos, emanando un aura enigmática.

“Os he estado buscando,” dijo Lana, mientras se quitaba la capucha y la máscara con un movimiento lento pero decidido.

Lesbiana entrecerró los ojos y frunció el ceño. “Es esa tía que iba con el gato de dos colas, ¿no?”

Cecily, aún desconfiada, dio un paso adelante. “¿Cómo nos habéis encontrado?” preguntó con firmeza.

Lana suspiró, bajando de Lumiel con una elegancia innata. “Es una historia larga,” respondió, sacudiéndose un poco la túnica antes de alzar la mirada hacia el grupo. “Pero ahora no hay tiempo para explicaciones detalladas. Tenemos prisa.”

Para sorpresa de todos, la mujer se arrodilló frente al grupo, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de súplica. “Por favor, uníos a nosotros para derrocar al régimen en la capital. Necesitamos vuestra ayuda.”

Los ladrones se miraron entre sí, claramente desconcertados. Cecily arqueó una ceja y cruzó los brazos. “¿Ahora queréis dar un golpe de estado? ¿En serio? ¿De qué estás hablando?”

Lana se puso de pie nuevamente y tomó aire, decidida a aclararlo todo. “Escuchad. Theo, el niño que estaba con nosotros, es el príncipe legítimo de Longerville. Su padre, el rey, está siendo manipulado por los Arcanos del Abismo. La princesa necesita escapar, y para que eso sea posible, necesitamos aliados para poder formar un plan perfecto. Y creeemos que no hay mejores personas para ese trabajo que vosotros.”

El silencio se hizo presente mientras las palabras de Lana calaban en los ladrones.

Cecily fue la primera en romperlo, aunque con un tono de incertidumbre. “Entiendo lo que dices, pero nosotros no somos soldados ni héroes. Somos un grupito de ladrones de tres al cuarto. Un golpe de estado no es algo que podamos manejar.”

Gay, sin embargo, alzó la voz con determinación. “Yo os ayudaré.” Su mirada estaba cargada de firmeza. “Es una oportunidad perfecta para vengarnos de Alphabeto. Cecily, esto puede ser perfecto para establecer un escenario adecuado para nuestra gran revancha.”

Lesbiana asintió, aunque sin perder su típica actitud sarcástica. “Por una vez, Gay tiene razón. Es ahora o nunca. Esa rata oscura tiene que pagar por lo que te hizo.”

Bisexual, más comedido, añadió con seriedad: “Es una oportunidad única, Cecily. Además… no podemos seguir huyendo para siempre.”

Cecily retrocedió lentamente, sintiendo el peso de la presión que caía sobre sus hombros. Las palabras de sus compañeros, aunque bienintencionadas, la llenaron de ansiedad. Sus manos temblaban mientras se apartaba cada vez más del grupo.

“No puedo… no puedo…” murmuró para sí misma, casi inaudible.

Los demás la observaron en silencio, sin saber cómo consolarla. Sabían que la decisión final recaía en ella, y también entendían que enfrentarse a Alphabeto significaba mucho más para Cecily que para ninguno de ellos.

La líder de los ladrones comenzó a revivir en su mente una sucesión de recuerdos que la atormentaban. La figura de Alphabeto, cuando ambos eran niños, se dibujaba con cruel nitidez: los golpes brutales que le propinaba hasta hacerla sangrar, las veces que le arrancaba la ropa para humillarla, los comentarios cargados de veneno y odio, tratándola en masculino, y la sensación de su escupitajo en su rostro. Todo eso la había perseguido durante años como un eco oscuro del pasado.

La ansiedad se apoderó de su cuerpo, dejándola casi sin aire. Estaba a punto de desplomarse cuando, de repente, una voz rompió el silencio de la noche. 

“¡Cecily!”

Alzó la mirada con esfuerzo y vio a Ashley bajando de una moto, acompañada de Keipi. La joven guerrera, con su fuerza característica, no dijo mucho. Simplemente extendió su puño hacia la ladrona con una sonrisa confiada, levantando después el pulgar en un gesto tranquilizador.

En ese instante, algo dentro de Cecily se iluminó. Recordó que esa chica que estaba frente a ella era la única persona que había visto más allá de su fachada, que la había tratado por quien era realmente, sin importar su pasado o el hecho de ser una ladrona. Una sensación de calidez y fuerza la envolvió. Por primera vez en mucho tiempo, supo que podía confiar en alguien fuera de su círculo de ladrones.

“¿Tú eres fuerte, no?” preguntó Ashley con sencillez.

Esa frase resonó en Cecily como un faro en la oscuridad, disipando los temblores de su cuerpo. Inspiró profundamente y, con un cambio notable en su actitud, se levantó, adoptando su típico tono sarcástico y decidido.

“Pues claro que lo soy, imbéciles.” Una sonrisa desafiante curvó sus labios. Miró a sus compañeros y continuó con un tono más firme. “Los ladrones LGBT no le tememos a nada, y mucho menos a fantasmas del pasado.”

Giró hacia Lana, sus ojos brillando con una nueva determinación. “¡Contad con nosotros en este golpe de estado!” exclamó con fuerza, alzando el puño al aire.

El grupo de ladrones soltó un grito de aprobación, y el ambiente se llenó de una renovada energía. Cecily, aunque aún cargaba con el peso de sus recuerdos, se sentía lista para enfrentarse al futuro.

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Eumerastral, edificio del placer dirigido por Madame Titties.

El lugar estaba bañado en luces suaves y tenues, como un amanecer artificial que nunca prometía esperanza. Las lámparas, colgando de cadenas de bronce, proyectaban sombras juguetonas que bailaban entre los rincones oscuros. El aire era denso, cargado de perfumes dulzones y humo de incienso. A lo largo de las salas, figuras de todos los géneros y especies se movían con la naturalidad de quienes habían hecho del espectáculo un arte. Algunos llevaban ropas mínimas, encajes y transparencias que dejaban poco a la imaginación, mientras otros preferían la desnudez envuelta en pieles exóticas o joyas brillantes.

Risas melódicas, conversaciones susurradas y suspiros llenaban el ambiente, acompañados por una música suave que parecía emanar desde las paredes mismas. Las cortinas de terciopelo carmesí separaban espacios privados donde las sombras de los ocupantes se proyectaban como un teatro de siluetas. Este era un lugar donde la lujuria y el control caminaban de la mano, un reino donde Madame Titties reinaba sin oposición.

Lalami, vestida con su uniforme de sirvienta, caminaba temblorosa por el pasillo central. Su cabello caía sobre sus hombros como un velo oscuro que intentaba ocultar su expresión de terror. Iba hacia su destino, el castigo que Madame Titties imponía a todos aquellos que osaban irritarla. Aquí, las horas extra no consistían en limpiar el suelo o servir copas, sino en convertirse en una "compañía especial" para los clientes que estuvieran dispuestos a pagar.

La joven no quería hacerlo. Cada paso le costaba más que el anterior, pero sabía que si se negaba, su vida sería la moneda de cambio.

Finalmente, se encontró frente al imponente guarda personal de la arcana. Era un hombre bestia de tipo erizo, con un chaleco de motorista que dejaba ver sus brazos musculosos, tatuados con símbolos que parecían marcas de advertencia. Su nombre era Elipso, y su sola presencia exudaba amenaza.

"Vamos, no tengo toda la noche," gruñó él, girando sobre sus botas pesadas.

Lalami lo siguió con pasos vacilantes, sintiendo las miradas de los demás sobre ella mientras cruzaban la sala llena de decadencia. A cada lado, cuerpos que parecían esculturas se movían al ritmo de la música, interactuando con clientes cuya presencia se perdía en el brillo del entorno.

De pronto, Lalami se detuvo. El miedo la paralizó, y por un breve instante, la idea de escapar cruzó por su mente. Dio un paso atrás, pero antes de que pudiera decidirse, sintió un tirón brutal en su cabello.

Elipso la estampó contra el suelo con un movimiento rápido. “¿Qué crees que estás haciendo, eh?” rugió, sus ojos brillando con una furia contenida.

Lalami sollozó, estaba demasiado aterrorizada para responder.

“Si dudas aunque sea un segundo más, tendré que drogarte. ¿Es eso lo que quieres? Puedo hacerlo, pero te advierto: bajarás de categoría, y entonces trabajarás más noches para compensar la diferencia. ¡No tengo tiempo para tus niñerías!”

La joven gimió de dolor, su voz era apenas un susurro que pedía ayuda.

De repente, un estruendo rompió la monotonía del lugar. Los fragmentos del techo de cristal cayeron como estrellas rotas, dispersándose por el suelo, mientras una figura descendía desde las alturas. Su cuerpo estaba cubierto por una armadura metálica, y una máscara de zorro ocultaba su rostro. En cuestión de segundos, invocó unas cadenas que se lanzaron hacia Lalami, envolviéndola con precisión para arrancarla de las manos del enemigo.

Elipso retrocedió, sorprendido. “¿Quién demonios eres?” rugió, levantando el puño de manera amenazante.

La figura aterrizó con gracia, con las cadenas girando a su alrededor como serpientes de acero viviente. “Soy el Ninja de las Cadenas, y he venido a salvar a quien lo necesite,” respondió con una voz disfrazada, aunque no del todo convincente.

Lalami, aún colgada de las cadenas, levantó la mirada hacia su salvador. No le cabía duda: era Ryan. Él tampoco podía engañarse a sí mismo. No podía dormir en paz sabiendo que, en parte, todo lo que le iba a ocurrir a su compañera de trabajo era culpa suya.

El ruido atrajo a Madame Titties, quien salió de su habitación ataviada únicamente con un conjunto de lencería elaborado, sujetando un abanico decorado con plumas. Observó la escena con una expresión indiferente y, tras un momento de reflexión, se dirigió a Elipso.

“Mátalo,” ordenó con un tono seco, como si pidiera que se deshicieran de un insecto molesto.

Ryan, mientras tanto, bajó a Lalami suavemente al suelo. “Tranquila, Lalami,” le susurró con una voz cargada de determinación. “Voy a sacarte de aquí. Te lo prometo.”

Elipso gruñó, avanzando hacia él mientras las cadenas del Ninja comenzaban a girar de nuevo, listas para el enfrentamiento.

Continuará...

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