jueves, 2 de enero de 2025

Ch. 56 - Castigo

Mientras el plan tomaba forma en la mente de la princesa, Keipi se dedicaba a sus tareas diarias junto a Kevin. Aquella mañana, les habían asignado recoger la ropa sucia de las habitaciones y llevarla al cuarto de coladas.

El ambiente en el castillo estaba tranquilo, casi monótono, y los pasos de ambos resonaban en los pasillos. El sirviente, cargando un saco de ropa al hombro, rompió el silencio después de unos minutos.

"Por cierto, Keipi, ¿sabes algo de Ryan? No lo vi esta mañana."

El monje, que caminaba a su lado con otra carga de ropa, le respondió mientras ajustaba el saco. "Sí, se cogió un catarro. Nada grave, pero necesita descansar en casa. Con algo de suerte, mañana estará de vuelta."

Kevin asintió, dejando escapar un suspiro. "Me alegra saber que no es nada serio. Ya estaba pensando en cosas peores, como que podrían haberle lastimado por incumplir alguna tarea o algo así. A veces uno se preocupa de más, ¿sabes? Sobretodo en entornos tan hostiles como este castillo."

Keipi notó un tono de preocupación en las palabras de su compañero, algo que iba mucho más allá de la preocupación por Ryan. Decidió no presionarlo, al menos no todavía. "Es bueno preocuparse por los seres cercanos," respondió con calma. "Pero siempre hay que tener un límite en lo que podemos hacer y en lo que no, y en este caso es lo segundo. Por suerte, Ryan es fuerte y saldrá de esta."

El resto del trayecto hasta el cuarto de lavandería transcurrió en silencio, pero el monje no pudo evitar observar los movimientos de su compañero de trabajo: distraído, más lento de lo habitual, como si su mente estuviera en otro lugar. Cuando finalmente llegaron, comenzaron a vaciar los sacos y clasificar la ropa en las diferentes máquinas.

Fue entonces cuando nuestro protagonista decidió preguntar, directo pero con tacto. "Kevin, ¿te pasa algo? Hoy te noto algo apagado."

Kevin, que estaba doblando unas sábanas sin demasiado esmero, se detuvo en seco. Durante unos segundos, parecía debatirse entre responder o guardar silencio. Finalmente, dejó las sábanas a un lado y se sentó en un banco cercano, con los codos apoyados en las rodillas.

"Sí, la verdad es que sí. Supongo que ya no lo puedo seguir ocultando."

El monje se acercó, cruzando los brazos mientras le observaba con una expresión comprensiva. "¿Qué es lo que te preocupa?"

El sirviente suspiró profundamente, como si necesitara reunir valor para hablar. "Es este trabajo... No es que lo odie, pero no es lo que quiero hacer con mi vida. Me siento atrapado aquí, como si no hubiera salida."

Keipi se sentó a su lado, dejando que continuara.

"Yo... amo a mi familia más que nada," confesó, con un tono de voz que comenzaba a quebrarse. "Pero las cosas en casa han estado muy mal. Mi papá perdió su trabajo hace meses, y mi mamá apenas gana lo suficiente para mantenernos. Así que... tuve que abandonar mi sueño de ser cantante y empezar a trabajar en cualquier cosa que pudiera ayudarnos."

El silencio llenó el cuarto por unos instantes, roto únicamente por el suave zumbido de una de las máquinas en funcionamiento. Kevin tomó aire antes de seguir.

"Me cuesta aceptarlo, Keipi. Desde pequeño, cantar era lo único que quería hacer. Pero... la realidad es otra. No puedo priorizar mis sueños cuando mi familia necesita comer. Y sé que hice lo correcto, pero eso no hace que duela menos."

Finalmente, las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. El sirviente intentó ocultarlas, pero al final se dejó llevar, apoyando la frente en sus manos mientras sus hombros temblaban.

Keipi, sereno pero conmovido, colocó una mano firme sobre su espalda. Esperó a que el llanto se calmara un poco antes de hablar, dejando que su compañero se desahogara por completo.

"Entiendo cómo te sientes," comenzó nuestro protagonista con voz suave. "A veces la vida nos pone en situaciones en las que no hay una respuesta fácil. Pero quiero que sepas algo: el hecho de que hayas elegido ayudar a tu familia, incluso sacrificando algo tan importante para ti, dice mucho de la persona que eres. No todos tienen ese valor."

Kevin levantó la mirada, con los ojos enrojecidos pero atentos a las palabras del monje.

"Yo también he estado en una situación similar," continuó Keipi, con una ligera sonrisa melancólica. "Durante mucho tiempo, viví en una prisión que me construí yo mismo. Todo giraba en torno al deber y la responsabilidad. Pensé que eso era lo que debía hacer, que no tenía derecho a soñar con otra cosa."

Kevin frunció el ceño, intrigado. "¿Y qué cambió?"

Keipi bajó la mirada por un momento, como si estuviera recordando algo muy personal. "Un amigo. Alguien que apareció de la nada y me mostró que podía ser más que mis miedos y limitaciones. Me enseñó a confiar en mí mismo y a buscar un nuevo propósito. Gracias a esa persona, encontré la fuerza para empezar de nuevo y salir de esa prisión."

Kevin parpadeó, sorprendido por la honestidad del monje. "¿Ese amigo todavía está contigo?"

Keipi sonrió, esta vez con más calidez. "Sí, aunque tal vez no lo sepa, le tengo un aprecio profundo. Porque me mostró que, aunque las cosas no siempre salen como esperamos, siempre hay formas de encontrar sentido a lo que hacemos."

El joven asintió lentamente, procesando las palabras de su compañero. "No sé si puedo ser tan fuerte como tú... pero creo que quiero intentarlo. No quiero rendirme por completo, aunque sea difícil."

"Eso ya es un gran comienzo," respondió el monje, poniéndose de pie y ofreciéndole una mano. "Recuerda esto, Kevin: tus sueños siguen siendo tuyos, aunque ahora estén en pausa. Y algún día, si no te rindes, encontrarás la manera de hacerlos realidad."

Kevin tomó la mano del monje, poniéndose de pie con un suspiro más ligero. "Gracias. De verdad. Creo que necesitaba escuchar eso más de lo que pensaba."

Ambos volvieron a sus tareas, pero la atmósfera en el cuarto de lavandería había cambiado. Kevin se sentía un poco más aliviado, como si el peso que había estado cargando no fuera tan abrumador. Y Keipi, mientras trabajaba, no pudo evitar pensar en Marco y en cómo aquel joven también le había dado un propósito renovado.

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Corte del castillo.

A media mañana, Averno convocó a una reunión. Los arcanos del abismo y los soldados de las filas del gobierno se reunieron en perfecto orden, formando un círculo en torno al centro de la estancia. La atmósfera era densa, cargada de tensión y temor.

En el centro, arrodillados y vestidos solo con ropa interior, se encontraban Xiao Fu, Xiao Mi y Elipso, los tres guardas derrotados la noche anterior. Sus manos estaban encadenadas, y la vergüenza se reflejaba en sus rostros. Xiao Mi mantenía la mirada baja, mientras Xiao Fu cerraba los ojos, resignado. Elipso, en cambio, no podía contener las lágrimas, que surcaban sus mejillas con desesperación.

Averno, de pie en un pedestal de hielo que hacía brillar su imponente figura, levantó una mano para silenciar cualquier murmullo. Su voz resonó en la sala, profunda y elocuente, como si cada palabra estuviera tallada en mármol.

"Es un día oscuro para mí, mis queridos aliados," comenzó, con un tono cargado de una calma gélida que erizaba la piel de todos los presentes. "Oscuro no porque hayamos enfrentado una derrota, sino porque estos tres… nuestros propios subordinados y camaradas… han manchado el honor de nuestras filas con su incompetencia."

Los murmullos reaparecieron entre los soldados, pero se detuvieron en cuanto Averno chasqueó los dedos, una señal clara de que no toleraba interrupciones.

"Derrotados por desconocidos, incapaces de siquiera descubrir sus identidades… Y aún tienen el descaro de presentarse aquí con excusas."

Elipso, sollozando, levantó la cabeza de repente. "¡Señor Averno! Por favor, escuche. ¡El veneno en mis púas! Estoy seguro de que al que me enfrenté debe haber sucumbido. ¡El veneno de mi ama no falla nunca!"

Desde un lateral, la voz cortante y burlona de Angemika rompió el aire. "Sin un cadáver que lo confirme, tus palabras son tan inútiles como tus púas," comentó, con una sonrisa malévola mientras jugueteaba con uno de sus mechones.

Madame Titties, claramente molesta, frunció el ceño mientras daba un paso adelante. "¿Dudas de la eficacia de mi veneno?" preguntó con una frialdad peligrosa, apuntando con un dedo a su compañera arcana.

La espadachina respondió con una carcajada burlona. "No es que lo dude, querida, pero no sería descabellado pensar que nuestros enemigos puedan contar con un mago sanador que neutralizara tus… talentos."

Antes de que la discusión fuera a mucho más, Xerxes intervino con un gruñido grave y gutural: "¡Juosodsdosdsoodd, sumsjdsds!"

Todos se giraron hacia él, en completo silencio. La mayoría no entendió nada, pero Angemika tradujo con un suspiro teatral. "Dice que no nos peleemos. Qué tierno que es a veces el jodio."

Averno levantó la mano, su paciencia claramente agotada. Su voz retumbó como un trueno. "¡Silencio!"

La sala quedó en un silencio sepulcral. Sus ojos, fríos como el hielo, se fijaron en los tres prisioneros. "No me interesan sus excusas. No me interesan sus llantos. El destino ya está sellado."

Xiao Mi y Xiao Fu cerraron los ojos, aceptando su final con una serenidad inquietante. Xiao Fu murmuró algo apenas audible: "Fallé, y pagaré por ello…"

Elipso, en cambio, luchaba por no romperse por completo. "¡Por favor, señor! ¡Deme una oportunidad más! ¡Prometo—!"

No terminó la frase. Averno avanzó hacia ellos, y con un gesto elegante pero letal, su brazo se cubrió de un hielo cristalino que se transformó en una hoja afilada.

"Vuestro castigo," declaró Averno, "es la muerte."

En un movimiento limpio y preciso, la hoja cortó el aire y las cabezas de Xiao Fu, Xiao Mi y Elipso cayeron al suelo. Sus cuerpos se desplomaron de inmediato, y la sangre comenzó a teñir el frío suelo de la sala.

Hubo un instante de silencio absoluto. Luego, risas. Risas que rompieron el aire con una mezcla de crueldad y regocijo. Los soldados y arcanos presentes celebraban la ejecución con una euforia perturbadora.

Sin embargo, no todos compartían la misma alegría. Alphabeto, situado al fondo de la sala, permanecía en silencio, apretando los puños con fuerza. Aunque no lo demostraba, sentía un ligero aprecio por sus dos guardas. Había trabajado con ellos en el pasado y conocía sus lealtades, incluso si habían fallado.

Averno dio media vuelta, dirigiéndose hacia su pedestal mientras el hielo en su brazo se deshacía en finos cristales que flotaban en el aire antes de desaparecer. Antes de marcharse, pronunció una última advertencia con un tono frío y despiadado.

"Que esto sea una lección para todos. No tolero el fracaso. No importa quién seas o cuánto hayas hecho por mí en el pasado. Si fallas… pagarás el precio."

Con esas palabras, la reunión terminó. Los soldados y arcanos comenzaron a dispersarse, algunos todavía riendo y otros con expresiones sombrías. Alphabeto se quedó un momento más, mirando los cuerpos antes de dar un paso al frente y cubrirlos con una manta que encontró cerca. Susurró en voz baja: "Lo siento… Merecían algo mejor."

Después, salió de la sala sin mirar atrás, mientras Averno se retiraba, satisfecho con el ejemplo que había dado.

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Más tarde, Prisión subterránea.

Ashley se aseguró de que el pasillo estuviera completamente vacío antes de abrir la celda. Era el final de su jornada, y aquel era el único momento en que podía acercarse sin levantar sospechas. Con una rapidez casi felina, cerró la puerta tras de sí y caminó hacia la princesa, quien la esperaba.

"Aproveché que estoy sola," susurró Ashley, inclinándose hacia Cynthia. "¿Cómo va todo? ¿Tienes algo en mente?"

La princesa levantó la mirada, y aunque estaba bajo las sombras del lúgubre calabozo, sus ojos brillaban con una mezcla de determinación y astucia. Una sonrisa serena, casi confiada, se dibujó en su rostro.

"El plan está listo," dijo sin titubear, con un tono que rezumaba seguridad. "Esta noche, todo comenzará. Así que prepárate. Tu mente y tus oídos tendrán que estar preparados para toda esta información."

Nuestra protagonista, tragó saliva y asintió, sintiendo una mezcla de nervios y responsabilidad. "Entendido," respondió en un susurro firme. "No te fallaré."

Continuará...

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