Castillo de Baba Yagá.
La anciana caminaba lentamente por los pasillos de su oscuro y opulento castillo, escoltada por sus dos homúnculos, Wolf y Fisher. El eco de sus pasos resonaba suavemente en la piedra mientras inspeccionaban sus decoraciones: lujosos cuadros recién limpiados que adornaban las paredes. Habían terminado su labor y se dirigían hacia el comedor, donde planeaban cenar algo antes de retirarse a la cama.
De repente, un portal brillante se abrió frente a ellos con un destello. Del vórtice emergieron Cecily, Bisexual y Lalami, cuyos rostros mostraban una mezcla de determinación y cautela.
La anciana frunció el ceño, sus ojos centelleaban con irritación. "¡¿Qué demonios hacéis aquí otra vez, ladronzuelos?!", murmuró con una voz grave y seca. Antes de que pudiera reaccionar del todo, sus dos homúnculos, siempre atentos, dieron un salto hacia adelante, preparándose para atacar a los intrusos.
Sin embargo, antes de que Wolf y Fisher pudieran siquiera acercarse, Cecily alzó ambas manos, sosteniendo una improvisada bandera blanca hecha con un trozo de tela atado a un palo. Los tres intrusos se arrodillaron de inmediato, bajando la cabeza en señal de rendición.
“¡Venimos en son de paz!” exclamó Cecily con voz firme, aunque ligeramente temblorosa.
Los homúnculos, confusos, frenaron su avance a pocos metros de los visitantes y miraron en silencio a su creadora, esperando sus órdenes. La anciana, con un gesto teatral, chasqueó los dedos. Un sillón majestuoso emergió del suelo como si la propia piedra lo hubiera moldeado. Se sentó con elegancia forzada, cruzando las piernas y los brazos, mientras los observaba con frialdad.
"¿Qué queréis ahora, ladronzuelos?" preguntó con una voz cargada de sarcasmo y desdén. Sus ojos brillaban con un destello peligroso, recordando claramente su último encuentro. "¿No os humillaron ya lo suficiente la última vez que estuvisteis por aquí?"
La tensión en el aire era palpable. Los homúnculos permanecieron quietos, aunque sus cuerpos aún parecían listos para el combate. Cecily, con un suspiro silencioso, alzó la vista hacia la anciana y, con su tono más humilde pero decidido, se preparó para negociar el destino de su misión.
"Yo... quería disculparme sinceramente por lo que sucedió aquí hace un par de meses. Fuimos unos miserables al intentar robarte y, peor aún, al faltarte al respeto de la manera en que lo hice. Por aquel entonces, solo éramos un grupo de ladrones rechazados por la sociedad, viviendo al margen, sin rumbo ni esperanza. Y, en cierto sentido, aún lo seguimos siendo. Pero desde que Marco y los demás aparecieron en nuestras vidas como unos molestos idiotas, todo empezó a cambiar.
En la Torre de Babel entendí algo importante a través de ellos: lo que significa crear y mantener lazos con los demás. Y, honestamente, me he dado cuenta de que robar ya no tiene sentido si no puedes compartir algo verdadero con las personas que te rodean. Porque la calidez de compartir sonrisas con las personas es mucho más sanadora.
Sé que es egoísta de mi parte venir aquí con las manos vacías, cargando todo el peso de lo que te hice, mi lengua afilada y mi descontrol emocional. Pero hay algo que debo resolver, algo que quedó pendiente con alguien de mi tribu. Y también... quiero ayudar a mis amigos a salvar este país. Porque creo que, si logramos salvarlo, tal vez personas como yo, personas que siempre han vivido en los márgenes, puedan empezar a tener una oportunidad real de vivir con dignidad."
Bisexual y Lalami rompieron a llorar ante lo emotivo del mensaje de Cecily, secándose las lágrimas mientras murmuraban cosas como: "¡Qué bonito, tía!" y "Es que eres una poetisa del alma."
Baba Yaga, sin embargo, no mostró ni un atisbo de emoción. Su expresión se torció en una mezcla de ira y desdén mientras chasqueaba la lengua.
"Así que ahora, porque te sientes iluminada y crees que eres una señorita de buenas intenciones, vienes a mi casa como si nada, ¡a pedirme un favor! ¿Quién narices te crees que eres?" gruñó, levantándose del sillón de un salto, con el rostro enfurecido.
Cecily, manteniendo la compostura, respondió con voz firme: "Sé que no tengo ningún derecho a pedirte esto. Lo sé perfectamente. Pero no estaría aquí de no ser porque no me queda otra opción. Te juro que lo hago porque realmente necesitamos tu ayuda para salvar el país."
La anciana permaneció en silencio unos segundos, observándola con dureza. Finalmente, dejó escapar un suspiro cansado antes de dar una orden clara: "¡Homúnculos, atacadla!"
Wolf y Fisher intercambiaron una mirada de complicidad antes de lanzarse al ataque sin dudar. Fisher invocó una nube de peces explosivos de otra dimensión con su caña renovada, mientras Wolf disparaba un chorro de ácido corrosivo desde su boca.
Cecily no se movió ni un centímetro.
Los peces detonaron a su alrededor, cubriendo su cuerpo de quemaduras, y el ácido, al entrar en contacto con su piel, le provocó heridas profundas y visibles. Cecily cayó de rodillas, jadeando por el dolor, pero no mostró signos de resistencia.
Baba Yaga, sorprendida, frunció el ceño mientras miraba a la joven con desconfianza. "¿Por qué no te has movido? Podrías haberlo esquivado fácilmente."
Cecily alzó la mirada, su rostro reflejaba tanto sufrimiento como determinación. "Porque me lo merezco," respondió con voz ronca pero decidida.
"Esto es solo una pequeña parte del castigo que debería recibir por todo el daño que he causado. No solo te lastimé a ti; hay muchas más víctimas que han sufrido por mis robos y mi actitud. He sido egoísta, hiriente y cobarde. Si este es el precio que debo pagar para intentar arreglar un poco el caos que he dejado atrás... entonces lo aceptaré sin dudar."
Sus palabras resonaron en la sala, incluso en los homúnculos, que miraban a Baba Yaga esperando su próxima orden. La anciana permaneció inmóvil, sus ojos fijos en la ladrona, mientras el silencio se extendía como una pesada manta sobre todos.
Los homúnculos estaban listos para atacar de nuevo, pero la anciana alzó una mano, deteniéndolos en seco. "Basta," ordenó con voz firme. Luego se hundió de nuevo en su sillón, dejando escapar un leve suspiro mientras observaba a Cecily con atención.
"No entiendo del todo el porqué," comenzó, con un tono más pausado, "pero has cambiado mucho desde la última vez que estuviste aquí. Eso puedo verlo en tus ojos."
Cecily esbozó una ligera sonrisa al escuchar esas palabras, esperanzada. Sin embargo, la anciana continuó con severidad: "No te equivoques. Soy incapaz de perdonar el daño que me hiciste. Ni tengo la intención de perder mi tiempo con un grupito de ladrones arrepentidos."
El corazón de Cecily se hundió momentáneamente, pero antes de que pudiera responder, Baba Yaga añadió con un deje de ironía: "Sin embargo, hay algo en tus palabras que me parece sincero. Y parece que de verdad necesitais mi ayuda para salvar este país."
Los rostros de Cecily, Bisexual y Lalami se iluminaron al instante, reflejando su alivio y emoción. Pero la anciana no había terminado.
"Eso sí, no creas que lo hago por bondad. La idea de que sigan subiéndome los impuestos ya me está sacando canas verdes. Si este país se va al garete, voy a tener que mudarme... y, francamente, las mudanzas son un auténtico coñazo."
Con un gesto perezoso de la mano, añadió: "Así que está bien, os ayudaré. Decidme qué es lo que necesitáis."
Cecily, casi sin poder contener su gratitud, respondió: "Necesitamos un hechizo de teletransporte. Es esencial para que el plan de la princesa se lleve a cabo sin problemas."
Baba Yaga chasqueó los dedos, y el sillón en el que estaba sentada comenzó a moverse por su cuenta, deslizándose suavemente sobre el suelo. "Venid, seguidme," dijo mientras el grupo la observaba con asombro.
Caminaron detrás de ella hasta un ala oscura y misteriosa del castillo. Allí se encontraba el laboratorio de la bruja, lleno de frascos brillantes, calderos burbujeantes y runas centelleantes que decoraban las paredes. El aire estaba cargado de una magia densa y palpable.
"Os advierto, más os vale que este plan funcione. No me gusta desperdiciar mis recursos en tonterías," gruñó la anciana mientras empezaba a preparar los ingredientes para el hechizo.
Mientras la anciana preparaba los ingredientes, Cecily rompió el silencio: "Sabe... detrás de todo ese aspecto malvado, creo que hay una persona con un corazón brillante. Gracias por todo lo que está haciendo por nosotros."
Baba Yaga, sin levantar la mirada de su trabajo mientras anotaba cuidadosamente las fórmulas en un trozo de pergamino hecho de Arbolansa, respondió con un gruñido: "No te confundas, niña. No lo hago por vosotros, lo hago por mí misma. Ahora cierra el hocico antes de que te dé con la escoba en la cabeza."
Unos minutos después, terminó de escribir y les entregó el pergamino con un movimiento brusco. "Aquí está. Solo tiene un uso, así que más vale que no lo desperdiciéis."
Les explicó con calma pero firmeza: "Para activarlo, debéis pegar este papel en la persona u objeto que queráis teletransportar. Luego recitáis la palabra 'Tipotto' mientras pensáis con claridad en el lugar al que deseáis que el objetivo sea transportado."
Bisexual inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, mientras Cecily tomó el pergamino con ambas manos, mirándola con determinación. "Gracias por todo, de verdad. Prometo que salvaremos Longerville del caos."
Lalami puso sus manos sobre los hombros de Bisexual, potenciando al ladrón quien estaba concentrándose para abrir de nuevo el portal. Cuando este se materializó, los tres estaban a punto de cruzarlo, pero Baba Yagá los detuvo con unas palabras que parecieron brotar de lo más profundo de su ser.
"No le temas a lo que llevas dentro," dijo con un tono inusualmente sincero. "Permite que tus amigos abran las cerraduras que tienes. Porque si no... la muerte será tu único destino."
Cecily sonrió con valentía al escuchar esas palabras, asintiendo antes de atravesar el portal sin dudarlo. Sin embargo, Bisexual se quedó un momento pensativo, mirando hacia atrás antes de seguirla.
El portal se cerró, dejando a Baba Yaga sola con sus homúnculos.
Poco después, Fisher rompió el silencio. "Maestra... ¿por qué les ayudó al final? Todo eso de los impuestos era mentira, ¿verdad? Sabemos que está tan forrada que no hay impuesto que la haga tambalear."
La anciana suspiró, observando el espacio vacío donde había estado el portal. "No puedo mentiros, chicos. Me vi reflejada en esa ladrona... en su arrepentimiento y en su desesperación. Yo también cometí muchos errores estúpidos en mi juventud."
Se levantó del sillón, mirando a sus homúnculos con una leve sonrisa melancólica. "A veces, para encontrar la paz, una tiene que aprender a perdonar. Es importante... si quieres construir lazos que valgan la pena."
Fisher y Wolf se miraron, asintiendo en silencio, mientras Baba Yaga se giraba para continuar con su trabajo, esta vez con un brillo diferente en sus ojos.
Continuará...
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