miércoles, 15 de enero de 2025

Ch. 65 - Un inesperado anuncio

Tras obtener el hechizo de teletransporte de manos de la mismísima Baba Yagá, Cecily regresó triunfante a la granja donde sus compañeros la esperaban con ansias. Apenas cruzó el portal, su sonrisa de oreja a oreja lo dijo todo. Levantó el pergamino como si fuera un trofeo, y los presentes estallaron en vítores y aplausos, celebrando aquella pequeña pero crucial victoria.

“¡Lo logramos, chicos! ¡Tenemos el hechizo!” exclamó Cecily, intentando contener la emoción en su voz. Lalami y Bisexual, que la acompañaban, también levantaron los puños al aire, orgullosos de su contribución.

El ambiente en la granja cambió de inmediato. La tensión acumulada se transformó en una mezcla de alivio y entusiasmo. Algunos rompieron en risas nerviosas, mientras otros daban palmadas en la espalda de Cecily y sus compañeros ladrones. El sonido del júbilo llenó cada rincón del lugar, insuflando nueva energía en el grupo.

Pero no hubo mucho tiempo para festejar. La princesa, consciente de la inminencia de los acontecimientos, pidió silencio con un gesto firme. Se aclaró la garganta y, con una calma aparente que ocultaba el peso de la responsabilidad, comenzó a hablar.

“Escuchad todos. Ahora que hemos conseguido los tres elementos clave, el plan puede comenzar. No hay margen para errores,” dijo mientras su mirada recorría los rostros de cada uno de los presentes. Cogió aire profundamente antes de continuar.

“Todo comenzará al mediodía, en cuestión de horas,” explicó con voz clara pero cargada de seriedad. “Mientras Cecily estaba fuera, me comuniqué con los líderes rebeldes que aún apoyan nuestra causa. Sus fuerzas están listas y se moverán al unísono cuando demos la señal. El golpe de estado comenzará a la una de la tarde.”

Un silencio pesado se apoderó de la sala mientras sus palabras se asentaban en la mente de los oyentes. Algunos asintieron automáticamente, otros fruncieron el ceño, dejando ver la gravedad de lo que estaba por suceder. No había marcha atrás.

A pesar de la aparente aceptación, cada uno de los presentes se encontraba sumido en sus propios pensamientos, enfrentándose a sus miedos, esperanzas y objetivos personales. Keipi, con los puños cerrados, pensaba en Marco, su amigo y líder, aún prisionero. Sabía que cada paso del plan debía salir a la perfección si quería tener una oportunidad de salvarlo.

Ashley, con los brazos cruzados, miraba al suelo, su rostro reflejaba determinación. No podía permitirse fallar. Su fuerza y habilidad serían fundamentales, y temía decepcionar a los demás si no lograba estar a la altura.

Ryan, en cambio, tenía la mirada perdida. En su mente resonaba un solo nombre: la mujer que lo había envenenado y casi lo mata. Su único deseo era enfrentarse a ella, no solo para vengarse, sino también para demostrar que podía superar sus propios límites.

Cecily y sus compañeros ladrones estaban más inquietos que nunca. Habían aceptado enfrentarse a Alphabeto, un enemigo que conocían de sobra y que representaba no solo un gran peligro, también el rememorar viejos recuerdos del pasado la mar de dolorosos. Sin embargo, más allá del miedo, los impulsaba una convicción: esta vez no huirían. Esta vez, lo enfrentarían de frente.

Por otro lado, Maurice y Lana permanecían juntos, compartiendo una mirada de mutuo entendimiento. Para ellos, el objetivo era claro: rescatar a Theo, a quien habían jurado proteger. Su preocupación por él era un faro que guiaba su determinación.

Finalmente, la princesa, quien había reunido a aquel grupo tan diverso, respiró hondo mientras observaba a todos. En el fondo de su corazón, albergaba la esperanza de que este fuera el comienzo de un cambio verdadero, un paso hacia la libertad que tanto habían soñado. Sin embargo, no podía evitar preguntarse si había sido justo arrastrar a tantas personas hacia un camino tan peligroso. Aún así, confiaba en ellos, en sus habilidades, en su voluntad. Confiaba en que juntos podrían empezar a ver la luz al final del túnel.

El tiempo apremiaba, y las horas se escurrían rápidamente como arena entre los dedos. Todos sabían que no habría una segunda oportunidad. Con el amanecer marcando el inicio de lo que podría ser el día más importante de sus vidas, comenzaron los últimos preparativos, cargados de una mezcla de esperanza, miedo y determinación.

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A la mañana siguiente.

Aunque el descanso fue breve, nuestros protagonistas aprovecharon cada minuto para recuperar fuerzas y estar al cien por cien en un momento tan crucial. Apenas el sol comenzaba a asomar, Cynthia fue la primera en levantarse. Con movimientos rápidos pero calculados, tomó el comunicador mágico que Gay sacó de un libro la noche anterior para mantener contacto con los líderes del ejército rebelde y se puso a organizar los últimos detalles mientras el resto aún despertaba y se preparaba.

Desde el fondo de la granja, la voz de Ashley rompió la calma matutina. “¿De verdad tenemos que llevar estas ropas?” preguntó, con un deje de incomodidad en su tono.

Cynthia respondió con firmeza: “Por supuesto. Esto no es solo un ataque, es una declaración. Somos un ejército, y nuestra apariencia debe reflejar eso. Una formación ordenada genera confianza, en nosotros mismos y en quienes nos seguirán.”

Keipi fue el siguiente en aparecer, saliendo de la habitación con un atuendo que destacaba de inmediato.

Llevaba unos pantalones rojos, combinados con una camiseta de tirantes blanca de cuello bajo que dejaba a la vista la marca de la pluma en su pecho. Sobre esta, llevaba una chaqueta roja completamente abierta, que parecía ondear ligeramente con cada paso. Para completar el look, ató una bandana roja alrededor de su cabeza, dándole un aire de líder rebelde. 

Priscilla, en su forma de polluelo, descansaba cómodamente en su cabeza, pero incluso ella parecía haberse vestido para la ocasión: llevaba una diminuta cazadora roja y unas gafas de sol tan pequeñas como peculiares.

El monje se detuvo frente a la princesa, alzando una ceja con curiosidad. “Vale, lo entiendo, somos un ejército y todo eso… pero, ¿por qué los uniformes de todos son negros y los nuestros son rojos?”

Cynthia finalmente se giró hacia él, acomodándose el broche dorado de su capa. Su expresión era seria, pero en sus ojos brillaba un dejo de orgullo. “Es simple. En cualquier formación militar, los líderes deben ser fácilmente identificables. Vosotros cinco son piezas clave en este movimiento: Keipi, Ashley, Ryan, Cecily y, por supuesto, Marco. Los uniformes rojos representan ese liderazgo. Además…” hizo una pausa, dirigiendo su mirada a una mochila que descansaba junto a la puerta, “el uniforme de Marco está aquí. Kevin se encargará de dárselo cuando lo rescatemos.”

Ashley salió del cuarto en ese momento, interrumpiendo la conversación. Su uniforme encajaba perfectamente con su estilo práctico: llevaba unos pantalones largos de color rojo intenso, combinados con una chupa blanca sin mangas que dejaba a la vista sus musculosos brazos, y debajo una camiseta de manga corta de un tono rojizo apagado. Su cabello estaba recogido en dos coletas bajas que le daban un aire juvenil pero decidido. “Bueno, al menos no me tocó una faldita,” comentó con un tono de alivio.

Cecily apareció poco después, luciendo su propio uniforme con confianza. Llevaba una minifalda roja sobre unos shorts blancos que llegaban hasta sus rodillas, combinados con un top corto blanco que dejaba al descubierto su cintura y una chaqueta con cremallera de color rojo brillante. Como toque personal, había recogido su cabello en sus habituales dos coletas altas, pero esta vez añadió una sombra de ojos carmesí que resaltaba aún más su mirada decidida.

Detrás de ella, sus compañeros Lesbiana, Gay y Bisexual seguían quejándose en voz baja sobre lo poco que el negro les favorecía, pero ella les ignoraba con una sonrisa tranquila.

“Nosotros ya estamos listos,” dijo con firmeza, cruzando los brazos mientras sus ojos recorrían a los demás.

Kevin y Lalami salieron al salón con sus uniformes negros, ajustándose las chaquetas mientras intercambiaban miradas cómplices. Aunque la tensión del momento era palpable, ambos no podían evitar sentirse ligeramente emocionados. Por primera vez, formarían parte de algo grande, algo que podía cambiar el rumbo del país. La sirvienta se detuvo un momento para colocarse mejor la capucha, mientras él apretaba los puños, listo para demostrar que podía estar a la altura.

Tras ellos, Maurice y Lana hicieron su aparición. Aunque sus uniformes eran del mismo tono negro que los de los demás, cada uno tenía pequeños detalles que los diferenciaban y reflejaban su personalidad. Maurice llevaba un gorrito con agujeros para sus orejas felinas, mientras que Lana tenía costuras doradas en sus guantes, una señal de su destreza y elegancia. Ambos compartían una mirada decidida: no solo estaban allí por Theo, sino para salvar el país.

El último en salir fue Ryan, con un atuendo que destacaba tanto como su actitud. Llevaba pantalones cortos rojos y, bajo ellos, unos leggins blancos que se ajustaban perfectamente hasta los tobillos, lo que le daba un toque ágil y moderno. En la parte superior, optó por una camiseta de tirantes blanca que dejaba al descubierto sus músculos tonificados. Para complementar su estilo, vendó cuidadosamente la parte superior de sus brazos, mientras que la inferior estaba cubierta con unos guantes rojos sin dedos que llegaban hasta los codos, dándole un aire de boxeador callejero. Como toque final, se colocó una tirita blanca sobre la nariz, un detalle que acentuaba su imagen de tipo duro.

Con una sonrisa torcida, Ryan rompió el silencio. “Es hora de patear culos.”

La frase provocó algunas sonrisas nerviosas entre el grupo, pero también sirvió para aliviar un poco la tensión que había comenzado a acumularse.

La princesa fue la última en prepararse. Salió con la elegancia que solo alguien de su linaje podía transmitir, vestida como una verdadera caballera. Llevaba una armadura dorada que brillaba con la luz del sol, sus placas perfectamente pulidas y ajustadas sobre un ropaje blanco impecable. Su corona, más radiante que nunca, descansaba con orgullo sobre su cabeza, reforzando su autoridad y determinación. Con una mirada llena de seguridad, se plantó frente a ellos, con la misma firmeza con la que había liderado la planificación de toda la operación.

“Es hora de comenzar,” declaró, su voz resonaba con una mezcla de solemnidad y fuerza. “Hoy, a la una de la tarde, habrá un discurso en la plaza principal. Nos infiltraremos entre la multitud, cubiertos con capas para no llamar la atención. Cada uno estará en la posición que os asigné. Y cuando dé el grito de guerra… iniciaremos la operación tal y como lo hablamos anoche.”

El grupo asintió al unísono, compartiendo una breve mirada de complicidad. Las palabras de la princesa no solo transmitían un plan, sino también una promesa: el inicio de algo que marcaría el destino de todos ellos y, posiblemente, el del país entero.

Todos se reunieron en un círculo, colocando sus manos en el centro como símbolo de unión. Sus miradas estaban llenas de determinación y esperanza, un reflejo de la fuerza que compartían. Al unísono, gritaron con convicción. ¡Salvaremos Longerville!”

Sus voces resonaron con una energía poderosa, como si el mismo destino estuviera respondiendo a su llamado. En ese momento, no había dudas ni temores, solo la certeza de que juntos podían enfrentar cualquier desafío.

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Una de la tarde, plaza frente al castillo de Eumerastral.

El día anterior se había levantado un escenario de madera en la plaza central, diseñado para transmitir un importante anuncio de parte de Averno, el secretario actual del rey Matheus. La multitud comenzó a llenar el lugar poco a poco, creando un murmullo constante de expectativa. Mientras tanto, nuestros protagonistas, ocultos bajo sus capas, se mezclaban cuidadosamente entre las personas, atentos a sus posiciones designadas.

La atmósfera se tensó cuando los cinco arcanos comenzaron a aparecer, uno por uno, subiendo a la plataforma central con aire solemne y autoritario. Finalmente, el último en salir fue su líder, Averno, quien cargaba un saco oscuro sobre su espalda. El contenido del saco parecía gotear un líquido rojizo que solo podía ser una cosa.

Averno se posicionó al frente, adoptando una expresión de falsa tristeza que se acompañaba de gestos dramáticos. Con ayuda de un hechizo de amplificación de sonido proporcionado por uno de los soldados, su voz resonó en toda la plaza:

"¡Ay, mi gente! Esto es una catástrofe inesperada…" dijo, deteniéndose por un momento para suspirar, como si de verdad cargara con un pesar. Su tono melodramático llenó el aire. "Me apena profundamente tener que deciros esto, ya que todos lo amábamos con locura. Pero no es un misterio que anoche hubo una gran revuelta en el castillo, provocada por las fuerzas rebeldes que se oponen a los ideales perfectos de nuestro glorioso emperador Gaspar."

La multitud murmuró inquieta. Averno levantó las manos, simulando pedir calma.

"Estos rebeldes no solo sembraron el caos… ¡sino que han cometido el acto más atroz imaginable! Me duele anunciar que han asesinado a nuestro querido rey, Matheus."

Un silencio sepulcral cayó sobre la plaza. El tiempo pareció detenerse para Cynthia, quien, aún oculta bajo su capa, quedó paralizada al escuchar esas palabras. Su mente se nubló, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

"¡Y para que veáis con vuestros propios ojos lo que estos traidores han hecho!" Averno alzó el saco, desatando su abertura con teatralidad. Lentamente, sacó la cabeza cercenada de Matheus, mostrándola a la multitud.

El impacto fue inmediato. Los gritos, jadeos y murmullos se mezclaron en el aire, generando un caos emocional en todos los presentes.

"Hijo de la gran…" murmuró Ashley con furia contenida al ver la grotesca escena.

"No me jodas…" susurró Ryan desde su posición, apretando los puños.

"Esto… esto es demasiado," comentó Lesbiana, con el rostro pálido, mientras Gay asentía a su lado, incapaz de decir nada.

"¡Majestad…!" susurró Lana, llevándose las manos a la boca en un intento de ahogar un sollozo.

Keipi, que observaba todo con frialdad estratégica, giró rápidamente su mirada hacia la posición de la princesa. Tal y como temía, Cynthia estaba completamente paralizada. Sus ojos estaban fijos en la cabeza de su padre, y su rostro, aunque oculto parcialmente por la capa, reflejaba el terror y el dolor que sentía.

"Pa…dre…" balbuceó, su voz apenas un susurro quebrado.

Continuará...

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