miércoles, 29 de enero de 2025

Ch. 72 - Keipi vs Angemika

Mientras Keipi decidió quedarse atrás para enfrentarse a la arcana Angemika, Kevin y Lily lograron llegar al lugar de donde provenía la energía de Marco: la gran cocina del castillo. Para su sorpresa, el único presente era Ricardini, quien seguía cocinando como si nada estuviera ocurriendo.

El sirviente y el hada se detuvieron, atónitos.

"¿Qué haces aquí con todo el caos que hay afuera?" preguntó Kevin, incapaz de comprender su actitud.

"Puede ser peligroso que te quedes aquí." le advirtió el hada, con un tono cargado de preocupación por el señor.

Ricardini no dejó de remover la olla en la que trabajaba mientras respondía con calma:

"Soy leal a mi trabajo. Pase lo que pase ahí fuera, mi jornada sigue siendo la misma. Cuando termine mis horas en la cocina, me marcharé como si nada hubiera sucedido."

Kevin y Lily intercambiaron una mirada perpleja, pero no perdieron más tiempo y continuaron su camino hacia el enorme congelador. Al abrir la pesada puerta, se encontraron con unas escaleras que descendían a una sala helada. En el centro, rodeado por una neblina gélida, se alzaba un colosal bloque de hielo. Dentro de él, yacía nuestro protagonista.

"¡Marco!" murmuró Lily con angustia, intentando acercarse, pero el frío era insoportable para ella.

Kevin, en cambio, avanzó sin titubear y se arrodilló frente al hielo, apoyando ambas manos desnudas sobre su superficie helada.

"Ve afuera, Lily. Yo me encargo de esto."

La hada dudó por un momento, pero asintió con preocupación. "Confío en ti."

Con un último vistazo a Marco, se retiró lentamente del congelador, asegurándose de no exponer su frágil cuerpo al frío extremo. Kevin cerró los ojos y se concentró al máximo en su misión. Su objetivo era claro: derretir el hielo y liberarle.

Las palabras de Keipi resonaban en su mente, como un mantra: "Tu magia tiene más potencial del que crees."

Apretó los dientes, sintiendo la calidez de su energía fluir a través de sus manos.

"¡Lo haré! ¡Ya verás, Kei! Porque sé que la persona de la que me hablaste aquel día, ese buen amigo tuyo... tiene que ser él. No hay duda." exclamó, dejando que su convicción alimentara su magia mientras aumentaba su energía para acelerar el proceso.

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Salón de fiestas.

En aquel vasto salón, el único sonido que rompía el silencio era el estruendo de las espadas chocando con furia. Lo que alguna vez fue un espacio majestuoso ahora se había transformado en el escenario de una batalla feroz, donde dos espadachines intercambiaban golpes a una velocidad vertiginosa, desplazándose con destreza entre los restos del mobiliario destruido.

Ninguno cedía. Sus movimientos eran rápidos, precisos, perfectamente calculados, pero ninguno conseguía herir al otro. A pesar de la intensidad del combate, ambos empezaban a darse cuenta de que una lucha de resistencia no era la mejor estrategia. Si estaban al mismo nivel, debían encontrar una forma de romper el equilibrio.

Tras un último choque, ambos se impulsaron hacia atrás, tomando distancia. Keipi no perdió ni un segundo: soltó su espada, dejándola hundirse en el suelo de mármol. En cuestión de instantes, un torrente de agua brotó de la nada, expandiéndose con rapidez hasta cubrirles los tobillos. Luego, con una palmada, siete figuras emergieron del líquido, idénticas a él. Sin dar tregua, los clones se lanzaron al ataque.

Angemika reaccionó con precisión letal. Sin dudarlo, alzó su espada y la pateó por el mango, disparándola con fuerza hacia uno de los clones. El filo atravesó su cuerpo sin resistencia, haciéndolo desvanecerse en una lluvia de agua. En un movimiento fluido, la arcana saltó sobre su arma clavada en el suelo y, cruzando los dedos, invocó una red de hilos invisibles que se extendió en todas direcciones. Los hilos cortaron el aire con un sonido sibilante y, en cuestión de segundos, cuatro clones fueron destrozados antes de poder alcanzarla.

Sin embargo, dos de ellos emergieron de la superficie con una sincronización perfecta, lanzando estocadas desde ambos flancos. Pero Angemika, con una agilidad casi inhumana, se dejó caer de espaldas, apoyó las manos en el agua y, con un ágil movimiento de piernas, usó el mango de su mandoble como punto de apoyo para impulsarse de nuevo. Su cuerpo giró en el aire, y al aterrizar, atrapó el arma con una mano. Con un leve movimiento de muñeca, partió en dos a los clones restantes.

Nada más sus pies tocaron el suelo, alzó la vista y vio al espadachín preparando su próximo ataque.

Keipi sostenía su katana con ambas manos, concentrando su energía en un solo punto. Sin perder tiempo, desató un inmenso dragón de agua que avanzó con furia a través del salón, destrozando las columnas a su paso y reduciendo todo lo que encontraba a meros escombros.

Angemika reaccionó en un instante. Cubrió su espada con una red de hilos y, en lugar de esquivar el ataque, le plantó cara, descargando un golpe demoledor contra la bestia acuática. El impacto generó una explosión que esparció miles de gotas en todas direcciones, haciendo que pareciera que llovía dentro del salón.

Las mangas de la arcana fueron desgarradas por la presión del choque, y sus brazos quedaron cubiertos de moretones y heridas superficiales. A pesar del daño, se mantenía firme.

"Nada mal, lo reconozco. Pero si eso es lo mejor que tienes, no estás a mi nivel." Una sonrisa confiada se dibujó en su rostro.

De repente, unos hilos emergieron del suelo y se enrollaron alrededor de la muñeca de Keipi. Antes de que pudiera reaccionar, estos lo arrastraron con una fuerza brutal hacia arriba. La sacudida fue tan violenta que se vio obligado a soltar a Priscilla, su katana, que cayó en el agua con un chapoteo. En un parpadeo, su cuerpo se estrelló contra el mármol del techo con un golpe seco.

Angemika no perdió el tiempo. Sujetó su mandoble con ambas manos y saltó con la intención de acabarlo de una vez. Su golpe descendió con tal fuerza que, de impactar, lo partiría en dos sin piedad.

Pero Keipi no estaba dispuesto a caer tan fácilmente. Usó el agua para humedecer los hilos que lo atrapaban, debilitándolos lo suficiente para liberarse en el último segundo. Cayó con agilidad al suelo justo antes de que el mandoble impactara, destrozando parte del techo y abriendo un enorme boquete que dejaba ver el cielo.

"Esta tía no es ninguna broma..." pensó Keipi, tomando nuevamente a Priscilla mientras tomaba distancia de su contrincante. "Es, de lejos, el oponente más difícil con el que me he encontrado hasta ahora."

"Tú cálmate." La voz de Priscilla resonó en su mente, tranquila pero firme. "Es poderosa, pero eso no significa que tú no lo seas."

"Lo sé..." respondió él, dejando escapar una sonrisa despreocupada, la misma de siempre. "Además... Soy la mano derecha del emperador. No voy a perder aquí."

Angemika aterrizó con firmeza, sin perder ni un ápice de su sed de combate. Con un rápido movimiento de sus dedos, tejió dos taladros de hilos afilados y los lanzó con precisión hacia el monje, mientras ella los seguía detrás con su mandoble preparada para atacar.

Aprovechando la capa de agua que aún cubría el suelo, Keipi apoyó sus pies sobre la superficie y comenzó a deslizarse a toda velocidad, como si navegara sobre una lancha a motor. Sin embargo, en lugar de esquivar los proyectiles rodeándolos, decidió encararlos de frente.

Con un rápido movimiento, se agachó para esquivar el primer taladro, sintiendo el viento cortante pasar por encima de su cabeza. El segundo lo desvió con un golpe preciso de su katana, enviando las afiladas hebras de hilo a estrellarse contra una de las columnas destrozadas. Justo después, con una mirada encendida, chocó su espada contra la de Angemika, reiniciando su feroz intercambio de golpes.

Los filos brillaban bajo la luz que entraba por el boquete del techo, y las chispas saltaban con cada choque. Sin embargo, la arcana no solo confiaba en su fuerza bruta. Esperó el momento justo, y cuando Keipi alzó ambos brazos para bloquear, lanzó hilos casi invisibles hacia él, atándolo de las muñecas al techo en un instante.

Sin perder un segundo, Angemika descargó su mandoble con toda su fuerza.

Keipi logró impulsarse ligeramente hacia atrás, esquivando el golpe letal por una fracción de segundo, pero no completamente. Un corte profundo y diagonal se abrió en su torso, arrancándole un gruñido de dolor mientras la sangre brotaba y teñía de rojo el agua a sus pies.

Con un movimiento sutil de sus dedos, usó a Priscilla para cortar los hilos que lo retenían y, apenas recuperó el control, retrocedió, llevándose una mano a la herida.

“No te preocupes, no puedes morir desangrado. Usa tu magia para controlar el agua en tu cuerpo y detener la hemorragia.” La voz de Priscilla resonó en su mente, serena pero firme.

“Sí.” Keipi cerró los ojos un segundo y canalizó su poder. El agua de su propia sangre respondió a su control, sellando la herida lo suficiente como para evitar que el sangrado se agravara. Sin embargo, hacerlo le costaría parte de su concentración en combate.

Angemika lo observó con una sonrisa torcida. Con un movimiento lento, pasó la lengua por el filo ensangrentado de su mandoble. “Eres bueno, lo reconozco.”

“Tú también.” Keipi se irguió, regulando su respiración.

“Pero...” La arcana se quitó la chaqueta, dejándola caer pesadamente al agua. “Veamos si eres lo suficientemente poderoso para aguantar esto.”

Hilos oscuros recorrieron sus brazos y cubrieron sus ojos como si tejieran una máscara siniestra. Luego, tomó su mandoble con ambas manos y, con un movimiento grotesco, lo partió en dos espadas largas y letales, una en cada mano. A su alrededor, decenas de hilos danzaban con vida propia, afilados como cuchillas.

“Soy Angemika… La asesina risueña.”

Keipi, lejos de intimidarse, sonrió con la misma despreocupación de siempre y tomó una postura ofensiva con Priscilla lista en sus manos. “Y yo, Keipi… Un joven monje retirado.”

Continuará…

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