miércoles, 12 de febrero de 2025

Ch. 78 - Princesa al rescate

Plaza de Eumerastral.

La batalla entre soldados seguía ardiendo con intensidad. La princesa acababa de abatir a un enemigo con un certero tajo de su espada cuando el mango telepático vibró con un mensaje urgente.

"Señora, tenemos un comunicado importante."

Cynthia apenas desvió la atención del combate. "¿Qué ocurre?" preguntó, esquivando un golpe antes de contraatacar.

"Keipi solicita hablar con usted en privado."

Sin perder el ritmo, derribó a otro oponente con una patada. "Entendido, pásamelo."

Mientras seguía abriéndose paso entre los enemigos, la voz del monje resonó en su mente con una revelación que la hizo detenerse en seco, aunque solo fue por un instante.

"¿Estás seguro de ello? ¿No podría ser algún tipo de trampa?" Su ceño se frunció con desconfianza mientras aguardaba la respuesta. Luego de escucharla, asintió con determinación. "Bien... confiaré en tu instinto, al fin y al cabo parece que hiciste un buen trabajo derrotando a uno de los arcanos. Gracias por ello."

Tras colgar la comunicación telepática, sus ojos se alzaron hacia la torre más alta del castillo.

"Si Keichiro tiene razón… debo ser yo quien vaya." murmuró, con su resolución tan afilada como su espada.

___________________________

Cámara frigorífica del castillo.

"¡VAMOS!" gritó Lalami, con el agotamiento reflejado en cada fibra de su cuerpo.

"¡DERRÍTETE DE UNA MALDITA VEZ!" exclamó Kevin, canalizando toda su energía en el último golpe de calor.

El hielo que cubría a Marco estaba al borde de su límite. Apenas unos segundos después, las grietas se extendieron como telarañas hasta que, con un crujido seco, la prisión helada se desmoronó. Su cuerpo cayó al suelo con un golpe sordo, completamente inerte.

"¡Marco!" exclamó el sirviente al ver que por fin lo habían liberado.

El joven comenzó a toser violentamente, escupiendo agua mientras su pecho se agitaba con dificultad. Su piel estaba pálida y su respiración errática, como si su cuerpo aún no recordara cómo funcionar por sí solo.

"¡Tenemos que curarlo! ¡Debe recuperar su forma cuánto antes!" exclamó Lalami, ignorando el ardor en sus músculos. Con manos temblorosas, buscó desesperadamente algo con lo que cubrirlo, arrancando manteles y telas del lugar para envolverlo en calor.

"¡Salgamos de aquí cuanto antes! ¡Eso será lo mejor! " dijo Kevin, levantando el cuerpo de Marco con todo su esfuerzo.

Un débil murmullo escapó de los labios del joven.

"¿Quié... quiénes sois?" susurró con la voz rasposa, entreabriendo los ojos sin lograr distinguir los rostros de quienes lo sostenían.

"Soy yo, Lalami. Y él es Kevin," respondió la sirvienta con dulzura, aunque la urgencia en su voz era evidente.

"¡Somos aliados! ¡Amigos de Keipi, Ashley y Ryan!" intervino el sirviente. "¡Estamos aquí para ayudaros a salvar este país!"

Marco pestañeó con esfuerzo, tratando de enfocar sus pensamientos. Un débil atisbo de sonrisa se dibujó en su rostro.

"Ya veo... Mis amigos han conocido gente genial," susurró antes de dejar caer la cabeza contra el pecho de Kevin, aún sin fuerzas para sostenerse.

Con el último aliento de energía que les quedaba, subieron las escaleras hasta la cocina y se desplomaron al llegar, jadeando por el esfuerzo.

"¡MARCO!"

Un grito ahogado rompió el momento cuando Lily se lanzó sobre él, abrazándolo con todas sus fuerzas a pesar de su diminuto tamaño.

"He... he vuelto," murmuró él, su voz temblaba como su cuerpo.

"Estás helado..." sollozó el hada, presionando su mejilla contra su pecho en un intento desesperado por darle calor. "Si sigues así... empeorarás mogollón."

Ricardini encendió un cigarro con un gesto pausado, su mirada estaba clavada en lo que sucedía en su querídisima cocina.

"No queda otra. Dadle de comer todo lo que he preparado", ordenó con un tono seco, dándose la vuelta con el ceño fruncido. "Será suficiente para sanar sus heridas y recuperar su temperatura corporal".

"Gracias, Ricardini. Sabía que eras un amor", dijo Lily con una sonrisa.

"No lo soy", gruñó el enano cocinero mientras se acercaba a la ventana, dándoles la espalda.

Kevin, que se estaba incorporando con esfuerzo junto a Marco y Lalami, ladeó la cabeza con curiosidad. "¿A qué te refieres?"

"Eso... usted nos está salvando, señor. Claro que es una buena persona", añadió Lalami, dejando escapar un suspiro de alivio mientras se sentaba junto a sus compañeros en la mesa para empezar a degustar los platos que Ricardini había preparado.

El cocinero permaneció en silencio por un momento, observando el humo de su cigarro disiparse en el aire nocturno.

"Dejé morir a mi esposa cuando estaba embarazada", murmuró, dando una calada profunda. "En aquel entonces no era más que un soldado de combate cuerpo a cuerpo que odiaba la magia con la que había nacido".

Los sirvientes intercambiaron miradas antes de continuar comiendo, ayudando a Marco a llevarse pequeñas cucharadas a la boca.

"Nos crían con la idea de que nuestro valor como personas depende del poder de nuestra magia. Cuanto más fuerte eres, mejor puesto tienes, mejor sueldo, más reconocimiento... Y yo me lo creí".

El sonido de los cubiertos rozando el mantel fue lo único que se escuchó en la cocina.

"Estaba tan obsesionado con demostrar mi valía como soldado, con demostrar que merecía un lugar en este mundo, que acepté mudarme con mi familia a un lugar envuelto en las llamas de la depravación y la destrucción", exhaló un suspiro sin volverse hacia ellos.

"Ricardini...", murmuró Lily, su voz temblando apenas.

"Los enemigos bombardearon el pueblo donde vivían mi esposa y mi futuro hijo mientras yo estaba en una misión fuera. Técnicamente, fui yo quien los llevó a la muerte. Y eso es algo que me atormenta hasta el día de hoy", dijo con un tono seco antes de dar otra calada, sus ojos perdidos en el cielo. "Si tan solo hubiera ignorado a la sociedad... si hubiera elegido una vida tranquila, quizá hoy tendría a alguien con quien despertarme cada mañana. Y alguien que me llamara papá".

Lalami dejó de comer, incapaz de tragar otro bocado. "Eso es muy triste..."

"Lo es", admitió Ricardini sin titubear. "Pero fue mi culpa. Por eso dejé el ejército y decidí dedicarme por completo a mi trabajo. También desarrollé un asco terrible hacia la guerra, y por eso no quiero involucrarme en este golpe de Estado, por mucho que deteste al carapolla de Averno", chasqueó la lengua mientras apagaba su cigarro y encendía otro sin reparo. "Coman... y apaguen las llamas de esta guerra antes de que mueran más personas que no lo merecen".

Marco apretó los puños.

"N-No se preocupe... ¡Lo haré!", exclamó, reuniendo la poca energía que le quedaba antes de tomar su cuchara y comenzar a comer por sí mismo.

"¡Ese es mi Marco!", sonrió Lily con orgullo.

Ricardini soltó un resoplido, pero en su rostro se dibujó una sombra de algo parecido a la esperanza.

"Gracias, chaval... No sé qué tienen tus palabras, pero... me hacen creer en ti"

___________________________

Afueras del Burdel de Eumerastral.

Ryan abrió lentamente los ojos, sintiendo su cuerpo entumecido y pesado. Para su sorpresa, aún estaba con vida. Lo primero que divisó fue un cielo desdibujado por el cansancio y, en el centro de su campo de visión, el rostro de Keipi, quien lo observaba con su eterna sonrisa despreocupada. La calidez de su regazo contrastaba con el dolor punzante en su cuerpo.

"¿K-Kei...?" murmuró anonadado, su voz ronca por el esfuerzo.

"Menos mal, parece que llegué a tiempo", respondió el monje con una media sonrisa, como si salvarlo hubiera sido un asunto trivial.

Ryan parpadeó varias veces, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo. Mientras su conciencia volvía poco a poco, escuchó ruidos a su alrededor: gritos de soldados, el sonido metálico de esposas cerrándose con un chasquido, murmullos apresurados del equipo médico que se movilizaba.

Volteó levemente la cabeza y vio cómo el equipo de captura se llevaba a la inconsciente Madame Titties. Su voluptuoso cuerpo estaba cubierto de heridas, y las gruesas esposas mágicas que rodeaban sus muñecas brillaban con un resplandor azulado, asegurándose de que no intentara ninguna de sus artimañas.

"¿Q-Qué coño ha pasado...?" logró articular, su mente aún nublada por el dolor. "Debería estar muerto..."

Keipi dejó escapar una leve risa antes de revolverle el cabello con gentileza.

"Tuviste mucha suerte", dijo con un tono ligero, pero en su mirada había algo más profundo.

Ryan lo miró con el ceño fruncido, esperando respuestas.

"Verás...", comenzó Keipi, preparándose para explicarle cómo había logrado evitar lo inevitable.

___________________________

Unos minutos atrás. Sala de fiestas del castillo.

Keipi recogió del suelo un pequeño frasco con un líquido ámbar que había caído del bolsillo de Angemika. Lo giró entre sus dedos, inspeccionándolo con curiosidad.

"¿Q-Qué es esto?" preguntó el monje, arqueando una ceja.

Angemika, quien apenas comenzaba a recuperar la conciencia, dejó escapar un quejido antes de responder con voz débil. "E-Es un antídoto..." murmuró, intentando incorporarse sin éxito.

Keipi frunció el ceño y, por instinto, dio un paso atrás, adoptando una postura defensiva.

Angemika soltó una risa suave, aunque cada movimiento le provocaba una punzada de dolor.

"No te alarmes tanto", dijo con un deje burlón. "Me has dejado hecha trizas, colega. Apenas puedo mover un músculo." Sus ojos se entrecerraron con cierta resignación. "Lo que quiero decir es que me derrotaste de manera justa y honrada."

Keipi observó su expresión y, tras unos segundos de duda, bajó la guardia ligeramente. "¿Entonces serás sincera conmigo?" preguntó, aún sin soltar el frasco.

"Claro", respondió con una leve sonrisa torcida. "Escucha, cuando los arcanos decidimos unirnos a Madame Titties, pusimos una condición. Como es una mujer bestia y su locura es incontrolable, exigimos que cada uno de nosotros llevara un antídoto en caso de que nos envenenara por error en el campo de batalla. Desde entonces, todos llevamos uno encima."

Keipi la miró con incredulidad. "¿En serio?" murmuró, reflexionando por unos instantes. Luego apretó los labios y suspiró. "Entonces... debería encontrar a Ryan primero, y luego buscar a Theo y los demás."

Angemika soltó un resoplido. "Hablas del príncipe, ¿verdad? Si es así, te ahorraré tiempo: está en la torre más alta del castillo."

Keipi la observó fijamente. "¿Es en serio?"

"Sí, pero lo protege un guardia de élite del escuadrón de Xerxes", continuó Angemika con seriedad. "Alguien al nivel de Terapon. En tu estado actual, dudo mucho que puedas derrotarlo."

El monje apretó los dientes y la observó con suspicacia. "¿Por qué me estás diciendo todo esto?" preguntó, desconfiado.

Angemika se encogió de hombros con dificultad. "Puedes creerme o no. Eso ya depende de ti", dijo con tono casual. Luego, su expresión se tornó más seria. "Pero hay algo curioso en ti... Eres la segunda persona que nunca mencionó nada sobre mi inquietante y perturbadora sonrisa."

Keipi parpadeó, sorprendido.

"Oh, ¿por qué habría de hacerlo?" respondió con total naturalidad. "Si tu sonrisa es preciosa."

Los ojos de Angemika se abrieron de par en par. Durante un instante, sus labios temblaron, y sin que pudiera evitarlo, un par de lágrimas rodaron por sus mejillas.

"Gracias..." susurró, apenas audiblemente. Luego, forzó una risa débil. "Pero deberías darte prisa con tu amigo. Ese antídoto dura veinticuatro horas. Seguro que le servirá para derrotar a la tetona sin morir en el proceso."

Keipi asintió con determinación. "Tienes razón. Gracias, Angemika."

Sin mirar atrás, el monje desapareció en dirección a su próximo destino justo cuando el equipo médico llegó a la zona.

Angemika bajó la vista, permitiendo que la atraparan sin resistencia. Mientras las frías esposas se cerraban alrededor de sus muñecas, su mente se sumió en pensamientos que llevaba años enterrando.

"Idiota...", murmuró, cerrando los ojos con amargura. "Siempre me rechazaban por mi sonrisa... Les inquietaba que jamás dejara de sonreír, que ni siquiera supiera cómo reaccionar ante las cosas." Su voz se quebró. "Incluso cuando mi madre murió... yo seguía sonriendo..."

Las lágrimas cayeron silenciosas por sus mejillas.

"Pero tú...", susurró, recordando la mirada sincera de Keipi. "Tú, al igual que Averno... no juzgaste mi sonrisa... Gracias, espadachín del agua."

___________________________

Presente.

"Y eso fue lo que pasó", explicó Keipi con su habitual tono despreocupado.

Ryan escuchó atentamente, pero cuando procesó toda la información, su ceño se frunció y su expresión se tornó de pura frustración.

"¡Serás imbécil!" explotó, incorporándose de golpe a pesar del dolor en su cuerpo. "¿Por qué me priorizaste a mí? ¡Tenías que rescatar a Theo primero, bobo!"

Keipi soltó una risa ligera y se encogió de hombros.

"En principio fui por ti porque estabas en problemas y sabía que tarde o temprano podrías quedarte sin los antídotos de Maurice", dijo con tranquilidad, observando cómo su compañero seguía enfadado. "Pero al final... terminé salvándote la vida. Así que hice bien en priorizar a mi compañero. Al fin y al cabo, no quiero que mueras."

Ryan sintió cómo su rostro se calentaba de golpe ante la sinceridad inesperada de Keipi.

"Serás idiota...", murmuró, desviando la mirada con el rostro levemente enrojecido. "Eso no quita que Theo siga en peligro."

Keipi negó con la cabeza, aún con una leve sonrisa en los labios. "No... No lo está", dijo con confianza.

Ryan lo miró con confusión. "¿Cómo que no?"

El monje entrecerró los ojos con picardía antes de responder. "Porque le envié esa información a la persona más adecuada para rescatarlo."

___________________________

Torre más alta del castillo.

Theo estaba encadenado a la fría pared de piedra, sus muñecas estaban ardiendo por la fricción de los grilletes. Frente a él, una mujer de unos treinta años, vestida con un austero hábito de monja, lo vigilaba con expresión de fastidio. Sobre sus hombros descansaba un enorme martillo de guerra, su peso era insignificante en sus manos entrenadas.

"Qué pesadilla...", suspiró la mujer, caminando de un lado a otro con irritación. "Siempre supe que el Señor tenía un papel importante para mí cuando esta ciudad ardiera en guerra, pero jamás imaginé que sería tan... insignificante." Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio. "En lugar de luchar gloriosamente en el campo de batalla, estoy atrapada aquí, custodiando a un enano inútil que ni siquiera nació con el don de Dios."

Theo alzó la mirada, fulminándola con los ojos.

"Qué pesada...", pensó con exasperación, observando cómo Eureka —la guardia especial de Xerxes— se paseaba por la habitación como una fiera enjaulada.

Apretó los puños, sintiendo la impotencia quemarle el pecho.

"Ojalá... alguien me rescatara de una vez", se dijo, cerrando los ojos con frustración. "No quiero ser un lastre... Quiero ser útil... ¡Marco! ¡Hermana!"

Y entonces, como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, el estruendo de vidrios rotos llenó la habitación. El ventanal estalló en pedazos cuando una figura irrumpió con una patada feroz, aterrizando con elegancia en el centro de la sala.

Su silueta se recortó contra la luz del sol, su cabello rojizo ondeaba con el viento. Con la espada en alto, apuntó directamente a Eureka con una mirada desafiante.

"¡Suelta a mi hermano!", exclamó Cynthia con voz firme, lista para la batalla.

Continuará...



No hay comentarios:

Publicar un comentario