Torre más alta del castillo de Eumerastral.
El cristal del ventanal estalló en mil pedazos, reflejando la luz de la luna en cada esquirla mientras una figura irrumpía en la sala con un aterrizaje impecable. Cynthia había llegado.
"¡H-Hermana!" Theo apenas podía creer lo que veía.
"Vaya, vaya… si es la princesita tocacojones." Eureka sonrió con diversión, alzando su martillo y apoyándolo sobre su hombro. "¿Vienes a jugar o solo a molestar?"
La mirada de Cynthia ardía con determinación. "No tengo tiempo que perder. ¡Voy a rescatar a mi hermano! ¡Así que te quitas o te quito!"
Sin previo aviso, cuatro copias exactas de la princesa aparecieron a su alrededor. Como si compartieran una sola mente, las cinco Cynthia se lanzaron al ataque en perfecta sincronización, cerrando el cerco contra la monja desde todas las direcciones.
Eureka suspiró, su sonrisa torciéndose en burla. "Tsk. Qué estúpida eres." Giró su martillo con una facilidad insultante. "¿Nunca te enseñaron que la desesperación solo te hace más predecible?"
Con un único y brutal movimiento, golpeó el suelo con la cabeza de su arma.
La sala entera vibró con una onda sónica devastadora. La fuerza de la sacudida desintegró los clones en un instante, dispersando restos de energía mágica en el aire. Cynthia apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la onda expansiva la alcanzara de lleno, arrojándola sin piedad contra la pared.
"¡He-hermana!" Theo jadeó, su voz llena de angustia.
Cynthia, con el cuerpo adolorido, alzó la mirada y sus ojos se encontraron con los de su hermano.
"Theo…" murmuró, con la determinación aún ardiendo en su mirada.
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Hace unos años.
Desde que tenían memoria, Cynthia y Theo siempre habían estado juntos.
Sus padres, absorbidos por sus deberes reales, rara vez tenían tiempo para ellos. En su lugar, los hermanos crecieron bajo la atenta mirada de sirvientes y tutores, rodeados de normas y expectativas que pesaban sobre sus hombros como una capa invisible de responsabilidades.
Pero en los momentos en los que nadie los vigilaba demasiado de cerca, escapaban de esa rigidez y simplemente eran niños.
Cada tarde, tras terminar sus estudios, jugaban al escondite en los interminables pasillos del castillo. Theo, más pequeño pero astuto, encontraba escondites imposibles detrás de cortinas, bajo mesas o incluso dentro de armaduras decorativas. Cynthia lo buscaba con una mezcla de diversión y desesperación, hasta que una risita traicionera delataba su posición.
"¡Te atrapé!" exclamaba ella, sujetándolo con firmeza.
Theo se retorcía entre carcajadas. "¡Algún día seré yo quien te encuentre primero!"
"No lo creo," respondía Cynthia con una sonrisa confiada.
Cuando caía la tarde y el frío empezaba a filtrarse por los ventanales, ambos recogían su merienda—un vaso de zumo y un bocadillo recién hecho—y se acurrucaban frente a la gran chimenea del salón principal. Observaban el fuego danzar sobre los troncos, y sus rostros quedaban iluminados por el resplandor anaranjado de las llamas.
Esos eran los momentos más especiales para la princesa. No porque estuvieran jugando, sino porque en esas conversaciones Theo no era solo su compañero de travesuras, sino su hermano, su confidente.
"Sabes, hermana… te quiero un montón," dijo Theo de repente, con la mirada fija en el fuego.
Cynthia parpadeó, sorprendida por la confesión. "¿Y eso?" preguntó con una sonrisa curiosa.
Theo suspiró y apoyó la barbilla sobre sus rodillas. "Es que siento que eres mi persona favorita."
Cynthia sintió que su pecho se apretaba ligeramente.
"Todo el mundo aquí me trata raro," continuó Theo, su voz sonando más pequeña de lo habitual. "Bueno, salvo Maurice, Lana y tú… Como soy muy inteligente, la gente me teme. Y al mismo tiempo, como no tengo magia, tampoco les intereso. Es como si siempre estuviera atrapado entre dos mundos donde no encajo del todo."
"Theo…" murmuró Cynthia, sintiendo un nudo en la garganta.
"Pero…" el pequeño levantó la mirada y sonrió con dulzura. "Pese a todo eso, tú siempre estás aquí. Te mantienes firme y juegas conmigo. Haces que todas mis tardes tengan un valor especial porque las comparto contigo. Y mi corazón está más feliz que nunca sabiendo que siempre podré contar con alguien como tú."
Cynthia sintió un ardor en los ojos antes de darse cuenta de que estaba a punto de llorar.
"Idiota…" susurró con voz temblorosa antes de abrazarlo con fuerza.
Theo frunció el ceño, aunque no rechazó el abrazo. "No lo soy…" refunfuñó suavemente.
Se quedaron así un momento, sintiendo el calor del otro, el crepitar de la chimenea llenaba el silencio.
Finalmente, Theo volvió a hablar, su voz apenas era un susurro. "La gente me hace sentir raro, pero contigo… siento que soy uno más."
Cynthia cerró los ojos, sosteniéndolo con más fuerza. "No eres raro. Ni lo serás. Eres mi querido hermanito. Y siempre… siempre te protegeré. Lo prometo."
Theo sonrió, aferrándose a su ropa como si quisiera asegurarse de que esa promesa fuera real.
"Confío en ti."
Y Cynthia supo, en lo más profundo de su corazón, que jamás rompería esa promesa.
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Presente.
Cynthia se incorporaba lentamente, con el cuerpo adolorido por el impacto. La vibración del golpe aún resonaba en sus huesos, pero el dolor era lo de menos.
En su mente, una imagen se hacía cada vez más nítida: Theo, su hermano pequeño, mirándola con esos ojos llenos de preocupación y lágrimas contenidas.
Recordó su promesa.
"Siempre… siempre te salvaré." Apretó los puños, sintiendo cómo la determinación ardía en su pecho, más fuerte que el dolor. "No… No pienso fallarle," murmuró con voz firme, plantando un pie en el suelo y obligando a su cuerpo a levantarse.
Cynthia tomó aire y fijó su mirada en Eureka, quien la observaba con una sonrisa burlona.
"Vaya, aún puedes ponerte de pie," comentó la monja, apoyando su martillo en el suelo. "Eres testaruda, lo admito, pero sigues siendo una niñata jugando a la guerra."
Cynthia no respondió. En su mente, repasó cada movimiento que hizo Eureka, repasando el ataque que había lanzado. La onda sónica de su martillo era devastadora, pero requería un golpe directo al suelo.
Si no puede tocar el suelo… no puede usar su habilidad.
Sin perder más tiempo, Cynthia creó tres clones a su alrededor. Eureka frunció el ceño y alzó su martillo, lista para otro golpe. "¿Otra vez con esto? No aprend—"
Antes de que pudiera terminar la frase, Cynthia y sus copias se movieron en diferentes direcciones, avanzando rápidamente hacia ella. Eureka levantó su arma y la estrelló contra el suelo, generando una nueva onda de choque.
Los clones se desvanecieron en una ráfaga de luz azulada, pero Cynthia ya no estaba ahí.
"¿Qué—?"
De repente, Eureka sintió una presión en la espalda. La princesa había utilizado la distracción de los clones para saltar sobre ella, impulsándose para alcanzar su punto ciego.
Sin dudarlo, la princesa giró su espada en el aire y lanzó una estocada directa a la espalda de la monja.
Pero Eureka reaccionó a tiempo. Con un ágil movimiento, dio un paso atrás, esquivando el ataque, y con un gruñido alzó su martillo en un arco amplio, golpeando de lleno a Cynthia en el torso.
El impacto fue brutal. La princesa salió despedida hacia el otro lado de la sala, estrellándose contra el suelo con un ruido seco.
O eso parecía.
Porque, en el mismo instante en que su cuerpo tocó el suelo, este se desvaneció en un destello de luz azulada. Era otro clon.
Eureka frunció el ceño, confundida. “¿Qué…?”
Fue entonces cuando lo entendió. El ambiente a su alrededor parpadeó por un segundo, como si la realidad misma se desmoronara. No solo había creado clones de sí misma… sino también del entorno.
En el momento en que Eureka destruyó a los primeros clones, Cynthia usó la confusión para ocultarse con una ilusión. Y ahora, que la monja había bajado la guardia… era el momento de atacar.
Desde el otro extremo de la habitación, Cynthia apareció con su espada envuelta en un resplandor cegador. Toda la energía acumulada en su hoja vibraba con un poder descomunal.
“¡Esto es por mi hermano!” Con un grito de batalla, lanzó una estocada y descargó toda la energía de su espada en un único golpe.
Un haz de luz dorada surcó la habitación y golpeó a Eureka de lleno en la espalda.
La monja no tuvo oportunidad de reaccionar. El impacto la lanzó hacia adelante con una fuerza imparable, rompiendo el ventanal detrás de ella. “¡Maldita sea—!”
Su grito quedó ahogado cuando su cuerpo salió disparado de la torre. El sonido del cristal roto se disipó, dejando la habitación en un silencio sepulcral. Cynthia bajó lentamente su espada, respirando con dificultad. Había ganado.
Batalla en la torre del castillo.
Cynthia vs Eureka.
Ganadora: Cynthia.
Sin perder un segundo, corrió hacia Theo, quien aún estaba encadenado. Con un solo corte limpio, rompió las ataduras que lo mantenían prisionero.
El niño, con lágrimas en los ojos, se lanzó sobre su hermana.
“¡Hermana…! Sabía que vendrías…” murmuró, aferrándose a ella con todas sus fuerzas.
Cynthia lo abrazó con ternura, acariciando su cabello.
“Siempre te salvaré, Theo… Siempre.”
El pequeño sollozó, escondiendo el rostro en su hombro. “Gracias… Gracias por no romper tu promesa.”
La princesa cerró los ojos por un momento, sintiendo el alivio recorrer su cuerpo. Pero en su interior, sabía que la batalla aún no había terminado.
No hasta que todo Longerville estuviera a salvo.
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Parque de Eumerastral.
Lana y Maurice observaban desde la distancia, atentos a cada movimiento.
Mientras tanto, Xerxes levantaba el suelo con su magia de rotación, haciendo que enormes fragmentos de tierra y piedra flotaran a su alrededor antes de lanzarlos violentamente contra Ashley.
La guerrera reaccionó de inmediato, saltando ágilmente entre los proyectiles, esquivándolos con una precisión sobrehumana. Cada roca que pasaba rozándola se estrellaba contra el suelo con un estruendo ensordecedor, levantando una nube de polvo y escombros.
"Juosdsodsdoo." gruñó Xerxes, su voz distorsionada e ininteligible.
Ashley aterrizó en una posición firme, entrecerrando los ojos con fastidio.
"No entiendo una mierda de lo que dices… Pero da igual." Se tronó los nudillos con una sonrisa feroz. "No tengo más tiempo que perder contigo. ¡Es hora de luchar de verdad, arcano rarito!"
Un relámpago de tensión recorrió el aire.
Ashley flexionó las piernas, lista para lanzarse al ataque. Xerxes giró sus manos con un movimiento brusco, haciendo que el suelo volviera a retorcerse bajo sus pies. El verdadero enfrentamiento estaba a punto de comenzar.
Continuará…
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