Pese a que nuestros protagonistas habían unido sus fuerzas en un esfuerzo desesperado por desgastar a Averno, sus intentos resultaron en vano. Su enemigo acababa de liberarse del ataque combinado más poderoso que podían lanzar… como si no fuese nada.
Desde las alturas los observaba con una tranquilidad irritante, como si fueran meras hormigas a punto de ser aplastadas. Se mantenía en el aire con una elegante plataforma de hielo que flotaba bajo sus pies, sostenida por su magia.
"Este tío…" murmuró Ashley entre dientes, con rabia en los ojos y el cuerpo tenso.
"¿Eso era un dragón?" preguntó Averno con una sonrisa burlona. "O sea, en forma y aspecto, claro que lo era. Pero… en su fiereza estaba lejos de ser uno de verdad."
Mientras hablaba, unos peldaños de hielo descendentes comenzaron a formarse bajo sus pies como una elegante y gélida escalera, permitiéndole caminar tranquilamente hacia el suelo, sin apresurarse, sin preocuparse.
"¡Cuidado!" exclamó Ryan al ponerse de pie, adoptando una postura defensiva.
"¡ESTO ES UN DRAGÓN DE VERDAD!"
Averno sonrió con una expresión sádica y, con un gesto, materializó cuatro dragones de hielo. Las bestias rugieron al abrir sus fauces y se lanzaron contra cada uno de los paladines con una velocidad brutal.
Las enormes criaturas heladas ascendieron hacia el cielo con sus presas atrapadas en sus bocas, y luego descendieron con violencia, estrellándolos en distintos puntos de la ciudad.
El impacto fue devastador. Cecily quedó tendida sobre un puesto callejero de alimentación, inconsciente entre un mar de frutas destrozadas y escarcha. Ryan aterrizó con un golpe seco en la azotea de un edificio, sepultado bajo una capa de hielo, incapaz de moverse.
Ashley, por otro lado, fue brutalmente estampada contra la pared del castillo. Su espalda crujió por la presión, y aunque su visión se nubló por un momento, se obligó a mantenerse consciente.
"Buen intento, pero…" Averno terminó de descender las escaleras de hielo y apoyó los pies en el suelo con calma. "No sois nada para mí."
Frente a él, el dragón que había atrapado a Keipi se mantenía inmóvil. Pero entonces, Averno frunció el ceño al ver cómo el cuerpo del monje comenzaba a deshacerse… convirtiéndose en agua, evaporándose en el aire como si nunca hubiera estado allí.
"¡¿Un clon?!" Se giró de inmediato, alerta, pero ya era tarde.
Desde debajo de la nieve, Keipi emergió con un movimiento ágil y veloz. Su espada brilló en un arco perfecto antes de hundirse en el torso de Averno con un tajo diagonal. La herida no fue profunda, pero fue suficiente para hacerlo sangrar.
"Me cambié antes de que el dragón llegara a mí y me escondí bajo tu propia nieve." sonrió Keipi, despreocupado.
"¡Cabrón…!" gruñó Averno, fulminándolo con la mirada.
Pero antes de que pudiera contraatacar, un sonido interrumpió el momento. Era el crujido del hielo resquebrajándose.
Ambos giraron la cabeza justo a tiempo para ver cómo el dragón que había atrapado a Ashley se rompía en mil pedazos, desatando una neblina cristalina que cubrió la zona.
Y entonces, desde dentro de la niebla, una voz retumbó con rabia: "¡NO TE OLVIDES DE MÍ, PERRO!"
Nuestra protagonista irrumpió de la neblina como un proyectil. Se impulsó con fuerza de los escombros, saltando de trozo en trozo de edificio hasta acercarse lo suficiente. Su cuerpo entero ardía con energía mágica condensada en su pierna.
Con un grito feroz, le propinó una patada devastadora en el costado izquierdo.
El impacto fue monstruoso. Averno salió disparado como un muñeco de trapo, atravesando tres edificios seguidos antes de estrellarse con violencia contra las paredes del hospital de la ciudad, derrumbando la mitad del edificio consigo.
Ashley aterrizó pesadamente, tambaleándose. Su cuerpo estaba al límite, la cabeza le daba vueltas y apenas podía mantenerse en pie. "Chúpate esa… pelagatos…" jadeó, con una sonrisa triunfal.
"¡Ash!" Keipi corrió hacia ella, sujetándola por el brazo antes de que colapsara. Con suavidad, la ayudó a mantenerse erguida. "No hagas locuras."
"No las hago…" murmuró, mirándolo con una sonrisa cansada. "Solo hago lo que la mano izquierda del emperador haría. ¿No crees?"
Keipi la observó por un segundo y luego soltó una risa. "Sí… tienes razón, loquilla."
Pero el alivio duró poco. Desde los escombros, un aura oscura y opresiva comenzó a emanar. Un escalofrío recorrió el aire cuando la sed de sangre de Averno se hizo presente por unos míseros segundos.
Con la frente sangrando por el golpe, el arcano se levantó lentamente. Su expresión ya no era burlona. Ya no jugaba con ellos. Ahora estaba furioso.
"Ahora sí…" Su voz era un susurro venenoso. "Que me habéis cabreado."
_____________________
Cocina del castillo.
Marco dejó el plato vacío sobre la mesa y se puso de pie con determinación. Su piel había recuperado su color natural, y su expresión volvía a reflejar la energía y la fuerza que lo caracterizaban. Se sentía renovado, listo para regresar al combate.
"Justo a tiempo…" suspiró Lalami, aliviada.
"Sí… Sin embargo, me pidieron que te diera esto antes de que fueras." comentó Kevin mientras sacaba de su mochila un conjunto de ropa de tonos rojos y oscuros.
Sobre la mesa, desplegó unas prendas nuevas: unos pantalones largos negros, una camiseta roja con detalles oscuros, unos guantes para cubrir su marca de emperador para mantener el secreto a salvo y una larga capa escarlata que caía con elegancia.
"Gracias…" Marco sonrió al tomar la ropa entre sus manos. "Mi ropa está empapada y destrozada. Me vendrá bien tener una muda limpia."
Mientras hablaban, Ricardini observaba como la nieve caía en el exterior con calma, sin soltar el cigarro de su boca. La brisa helada golpeaba la ventana con una intensidad que parecía anómala.
"El frío no ha parado desde que ese hombre ha regresado…" murmuró, pensativo. "¿Seremos capaces de ponerle fin a esto en algún momento?"
Marco no dudó ni un segundo. "Sí… Lo haré."
El enano soltó una risa seca, sin apartar la mirada del paisaje. "Confío en tus capacidades, mocoso, pero… ya perdiste antes, ¿no?"
Sus palabras pesaron en el aire. Lalami y Kevin se miraron con incertidumbre. Era cierto. Marco ya había enfrentado a Averno antes… y había caído.
"¿Qué te hace pensar que ahora será distinto?"
El silencio se extendió por un segundo. Luego, Marco sonrió. "Porque el planeta me habló cuando estaba congelado…" Las palabras hicieron que todos giraran la cabeza hacia él, sorprendidos. "Y me ayudó a comprender cómo hacer funcionar mi magia al máximo."
"¿C-Cómo?" balbuceó Lalami, anonadada.
"¿Pythiria te habló?" preguntó Kevin con incredulidad.
"En efecto." Marco asintió, sujetando la ropa nueva mientras se dirigía detrás de un mueble para cambiarse.
"Resulta que…" comenzó a narrar mientras se despojaba de sus ropas empapadas, recordando lo que había vivido mientras estaba preso en el hielo de Averno.
Sus recuerdos eran vívidos, como si aún sintiera el frío quemándole la piel y la voz del planeta resonando en lo más profundo de su ser. Y los tres presentes que lo acompañaban en aquella cocina quedaron boquiabiertos ante sus palabras.
_____________________
Afueras de Eumerastral.
Los dos príncipes no habían dejado de correr desde que sus compañeros les dieron la señal de huida. Sus corazones latían con fuerza, y sus pulmones ardían con cada respiro. Pero entonces, Cynthia tropezó. Su cuerpo se desplomó contra la nieve, rodando varios metros antes de detenerse, con Theo cayendo justo a su lado.
"The-Theo… Perdón…" se disculpó con la voz entrecortada, intentando incorporarse. Pero su cuerpo se negaba a seguir. Sus piernas temblaban y sus pies estaban en carne viva de tanto correr.
"N-No te preocupes." respondió el pequeño, limpiándose con la manga la sangre que goteaba de su nariz.
Cynthia apretó los puños, golpeando el suelo con impotencia. "¡Joder…! Se supone que soy una figura importante para el pueblo… ¡¿Por qué tengo que huir mientras mis aliados se manchan de sangre por mí?!"
Su voz se quebró al final de la frase.
Theo la miró con preocupación antes de rodearla con los brazos y abrazarla por la espalda, tratando de darle consuelo. "Ya está… Todo ha pasado, hermana."
"¡Es que odio ser tan débil…!" gritó Cynthia, su voz ahogada por el nudo en su garganta. "Mataron a papá delante de mis ojos… ¡Y no pude hacer nada!"
Su confesión cayó como un trueno.
Theo quedó boquiabierto. Su cuerpo se tensó y, por un momento, sus ojos se llenaron de lágrimas. Su padre… había muerto. Se sintió mareado, como si el suelo bajo sus pies se desmoronara.
Pero no era el momento. Si se permitía caer en el dolor, no podría ayudar a su hermana. Así que apretó los dientes, se mordió el labio y la abrazó aún más fuerte.
"No eres más débil por depender de los demás, hermana." susurró, con la voz firme. "Eres valiente por priorizar al reino."
Cynthia tembló ligeramente al escucharlo.
"Piensa en lo que Ashley y los demás nos dijeron." continuó Theo, apoyando su frente contra la de su hermana. "Tenemos que sobrevivir para que el reino tenga un futuro. Esa es nuestra parte en esta batalla… mantenernos con vida, pase lo que pase."
Cynthia lo miró con los ojos brillantes por las lágrimas. "Theo…" murmuró.
"Si… si los dos caemos aquí… ¿Quién levantará el país?" El pequeño hizo una pausa antes de responderse a sí mismo. "Nadie."
Sus palabras cortaron el aire como una cuchilla.
"Nadie tiene la capacidad que tenemos nosotros. Somos los únicos que podemos tomar las riendas de Longerville y sacarlo de la pobreza en la que está sumergida." Theo tragó saliva, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza contra su pecho. "¡Marco y mis amigos necesitan un país hermoso al que volver cuando acaben sus aventuras! ¡Y…!"
Hizo una pausa, con su voz temblando con algo más que miedo. "¡Y yo quiero tenerlo también… porque quiero irme de viaje con ellos!" Una lágrima solitaria resbaló por su mejilla.
Cynthia lo observó con sorpresa. Theo siempre había sido el más pasivo, el que se mantenía en segundo plano para no entorpecer a los demás. Siempre había estado a su lado, pero rara vez hablaba de sus propios deseos.
Era la primera vez que él la animaba a ella.
Era la primera vez que expresaba un sueño propio.
Cynthia se secó las lágrimas con la manga y se puso de pie de un salto, con una energía renovada.
"¡Pues claro que viajarás con ellos!" exclamó, tirando de él para seguir avanzando. "¡Marco derrotará a Averno, lo sé!"
"¡Eso es, hermanita!" sonrió Theo, corriendo a su lado con renovada determinación.
_____________________
Plaza de Eumerastral.
Ashley fue brutalmente golpeada por un gigantesco puño de hielo que emergió del suelo y la estampó contra la pared de un edificio. El estruendo resonó por toda la zona. Su cuerpo quedó inerte entre los escombros, su aliento apenas visible en la helada atmósfera. Había llegado a su límite.
"Una menos." murmuró Averno con frialdad.
Keipi no tuvo tiempo de reaccionar. Se lanzó de inmediato con la espada en alto, trazando un arco con su hoja y liberando un látigo de agua cortante. Pero el arcano ni siquiera se inmutó. Con un simple movimiento de su mano, la ráfaga de agua se congeló en pleno vuelo y se hizo añicos al chocar contra el suelo.
"Ya no puedes hacer nada más." dijo el arcano, con una sonrisa burlona.
Keipi lo supo en ese instante. Su cuerpo pesaba como el plomo. Las heridas quemaban su piel. Sus músculos estaban entumecidos por el frío, y su energía mágica estaba al borde del colapso.
Averno alzó su brazo lentamente, alargando el momento. "Ríndete."
Keipi bajó la espada y por un instante, pensó en soltarla. Pero entonces, la imagen de Marco apareció en su mente. Recordó la calidez de sus llamas, la mirada decidida con la que le rompió las cadenas de su pasado y la promesa que le hizo: Ser su mano derecha hasta el fin de los tiempos.
Una sonrisa despreocupada cruzó su rostro mientras volvía a levantar la espada. "Paso de rendirme." dijo, dando un paso adelante.
Averno arqueó una ceja.
"Voy a dar todo lo que tenga para retenerte el tiempo que sea necesario." Con cada paso, el mango de Priscilla se teñía de rojo. Las ampollas en sus manos habían reventado, pero Keipi no soltó la espada pese al dolor.
"Si mis manos no pueden sujetarla, la sostendré con mis pies." Avanzó otro paso.
"Si mis piernas caen, la sujetaré con mi boca." Su sonrisa no desapareció, incluso cuando un hilo de sangre bajó por su mentón. "Y si todo mi cuerpo deja de responder..."
Sus ojos brillaron con determinación. "Haré todo lo posible hasta que la llama de mi vida se extinga."
Averno suspiró, casi con lástima. "Entiendo." Su brazo comenzó a transformarse en una afilada cuchilla de hielo. "Entonces, simplemente te mataré de un golpe."
Pero antes de que pudiera moverse, un estruendo sacudió el aire. Un torbellino de fuego descendió desde el cielo como un meteorito, impactando brutalmente contra la cabeza de Averno.
El suelo se resquebrajó bajo la fuerza del impacto. La explosión de llamas ardió con un calor tan intenso que la nieve alrededor se evaporó en segundos. Y el cielo, que hasta ese momento había estado cubierto de nubes grises, se abrió.
Y por primera vez, desde que el líder de los arcanos regresó… el sol volvió a brillar.
Keipi, con las fuerzas agotadas, sintió su cuerpo inclinarse hacia atrás. Pero antes de que pudiera caer, unos brazos firmes lo sujetaron. "Te tengo."
Keipi abrió los ojos apenas, esbozando una sonrisa cansada. "Marco…" murmuró, con el cuerpo hecho trizas.
"Disculpa el retraso." dijo el emperador con una sonrisa confiada. "Pero… lo habéis hecho genial."
Keipi soltó una risa suave. "Pues claro…" Sus ojos se entrecerraron, y su expresión se tornó más suave. "No quería decepcionar al emperador… No…" Hizo una pausa, con una mirada más sincera. "No quería decepcionar a mi amigo."
Marco lo apoyó con cuidado contra una pared y le revolvió el cabello. "Y no lo has hecho."
Se levantó lentamente con su capa ondeando con la brisa cálida que aún flotaba en el aire y se giró hacia Averno con sus puños envueltos en fuego.
"Ahora… Me toca a mí." Sus ojos brillaron con determinación inquebrantable.
Continuará…
No hay comentarios:
Publicar un comentario