martes, 25 de marzo de 2025

Ch. 105 - Viaje al pasado, Takashi vs Verzabas

Afueras de Wisdom.

Cecily avanzaba con agilidad felina por los tejados de la ciudad, sus zancadas resonaban apenas como susurros en el viento. El aura de Fenrir la envolvía como un manto relampagueante, haciendo que su silueta chispeara con destellos eléctricos cada vez que aterrizaba sobre una nueva azotea. Saltaba de edificio en edificio sin cesar, deteniéndose brevemente en cada callejón sospechoso, afinando el oído, el olfato y hasta el más mínimo de sus instintos, en busca de cualquier rastro de energía mágica que pudiera delatar la ubicación de la reliquia Medusa.

Pero no había nada. Ni un atisbo.

Tras más de dos horas manteniendo activo el modo Fenrir sin cesar, el agotamiento finalmente comenzó a pasarle factura. Su respiración se volvió más pesada y sus movimientos perdieron algo de fluidez. Al llegar a una terraza alta en la zona exterior de la ciudad, decidió al fin detenerse. Con un suspiro extenuado, desactivó su aura eléctrica, que se disipó con un leve crujido en el aire, como si la propia magia agradeciera el descanso. Sin fuerzas, Cecily se dejó caer de espaldas al suelo con un plof suave.

Cecily se tumbó boca arriba, respirando con dificultad mientras el sudor le caía por la frente. El cielo era amplio y pálido sobre su cabeza, con nubes grises que parecían arrastrarse lentamente, pesadas como su propio cuerpo en ese instante.

"Pfff… Siento que algo que tendría que ser facilísimo… se está volviendo como encontrar una aguja en un pajar." murmuró, jadeante, sin apartar la vista del cielo. "¿Dónde narices esconderías una reliquia para que nadie pudiera encontrarla...?"

El silencio fue interrumpido de forma abrupta por un estallido lejano. Un rayo de color verde surcó el cielo con violencia, rasgando las nubes con una luz antinatural. La iluminación teñida de esmeralda se reflejó en sus ojos mientras observaba, sentada, como la onda lumínica se expandía brevemente por el horizonte.

"¿Eso… ha sido lo que creo que ha sido?" susurró, incorporándose con brusquedad.

Frunció el ceño, observando con atención la estela que poco a poco se desvanecía entre las nubes.

"Tsk… No tengo el poder para ver más allá de esa cobertura espesa, pero esa luz… no es normal. Ni por asomo." Se levantó con cierta dificultad, aún recuperándose. "Sea lo que sea… debería comentárselo a Lola en la próxima reunión. Quizá no sea coincidencia y la reliquia estaba mucho más cerca de lo que esperábamos."

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Sala subterránea del Laberinto.

Verzabas permanecía sentada en el suelo frío y agrietado de aquella lúgubre sala subterránea, acariciando con mimo su envejecida esfera de cristal. La sostenía entre sus dedos huesudos como si fuese un tesoro sagrado, mientras sus ojos, velados por los años, no se apartaban del joven monje que tenía delante.

Takashi estaba inmóvil. Sus pies firmes, su postura recta… pero sus ojos completamente en blanco revelaban que su conciencia ya no se encontraba allí.

"Mi magia no se basa en el combate físico," murmuró la anciana con una voz rasposa, casi maternal. "Pero me fue concedido un don más poderoso: el de ver el pasado y el futuro. Y, con él, la capacidad de enviar la mente de una persona a un momento concreto de su vida… justo donde más vulnerable fue." Sonrió, como si recordara decenas de víctimas anteriores. "Revivir traumas... despertar emociones dormidas... Eso basta para romper la voluntad del corazón más fuerte."

En apariencia, Takashi seguía ante ella. Pero en realidad, su alma se había sumergido en lo más profundo de sus recuerdos.

Ahora era un niño, en su tierra natal de Akitazawa.

El columpio crujía bajo su cuerpo mientras se impulsaba con fuerza, y a su lado, un pequeño Keipi reía, retándole a ver quién llegaba más alto. Las carcajadas infantiles llenaban el aire con una inocencia pura, casi brillante. Era uno de aquellos días eternos, donde el tiempo no dolía y el futuro no importaba.

Sumido en aquella escena, Takashi se dejó llevar. Ya no recordaba la lucha, ni el presente, ni su misión. Solo existía esa felicidad intacta al lado del niño del que se había enamorado.

El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un naranja cálido. El toque de queda se acercaba, y ambos sabían que era hora de regresar a casa. Se bajaron del columpio, y antes de separarse, se abrazaron con fuerza. Un gesto sincero, cargado de un cariño que no necesitaba explicarse.

Y entonces, al soltar a Keipi, Takashi lo recordó.

Recordó exactamente qué día era ese.

Aquella misma noche, sus padres le anunciarían que habían sido escogidos para proteger el templo de Acquermacus, y que partirían a la mañana siguiente. No habría oportunidad de volver al parque. No habría despedida. Esa tarde había sido la última… y no lo supo hasta que ya era tarde.

La imagen del pequeño Keipi alejándose por el sendero se volvía más lejana, más difusa… y entonces Takashi lo entendió.

Ahora tenía una segunda oportunidad. Ya no era un niño sin poder. Ya no estaba atrapado en las decisiones de otros.

"¿Por qué quedarme quieto… si esta vez puedo hacer algo?" pensó, mientras una llama de determinación ardía en su pecho.

Entonces, rompió a correr. Las lágrimas caían de sus ojos como ríos sin freno, pero no le importaba. Solo quería alcanzarlo.

"¡Espera! ¡Keichi, espera!" gritó con la voz temblorosa. "¡Este es nuestro último día juntos!"

Pero por más que corría, la distancia no se acortaba. Keipi seguía avanzando, su figura se alejaba como un recuerdo que se desvanece. El paisaje empezaba a tornarse extraño, como si el propio tiempo se resistiera a dejarle interferir con el pasado.

"¡Keichiro! ¡Escúchame!" gritó con fuerza, la desesperación desbordándole el alma. "¡Yo… te esperaré toda la vida! ¡Porque te amo con todo mi corazón! ¡Te buscaré, lo juro! ¡Lo prometo, Kei!"

Su conciencia no era lo único que lloraba. Su cuerpo, aún de pie en aquella sala subterránea, también derramaba lágrimas silenciosas que caían por sus mejillas, resbalando hasta el suelo polvoriento.

Verzabas observaba con una sonrisa amarga, acariciando con ternura su esfera de cristal.

"Vaya… Parece que mi magia ha alcanzado su cúspide." murmuró mientras se incorporaba lentamente. "Ya no es necesario seguir aquí. Has perdido toda tu voluntad."

Pero justo entonces, sin previo aviso, Takashi cerró los ojos… y desapareció.

Un segundo después, se encontraba tras ella, la hoja de su espada ya estaba siendo enfundada.

"¿C-Cómo…? ¿Cómo te has movido?" balbuceó la anciana, incrédula.

Pétalos rosados comenzaron a flotar por la sala, como si la presencia del monje hubiera invocado una brisa primaveral. En ese mismo instante, una herida en forma de equis se abrió sobre el abdomen de Verzabas. La sangre brotó lentamente, teñida de un tono violáceo por la magia que había canalizado.

Takashi no dijo nada en ese momento, solo caminó con paso firme y sin dignarse a mirar atrás.

"Yo ya acepté todos los errores que cometí en el pasado." murmuró con una serenidad indomable. "Y repetirlos no quebrará mi voluntad, aunque me hagan llorar por la impotencia."

Su voz era como una oración que cortaba más profundo que su espada.

Verzabas cayó de rodillas, las fuerzas abandonaban su cuerpo poco a poco.

"Ya veo…" susurró con una sonrisa débil. "También existen oponentes así de dignos..."

Sus párpados temblaban, su cuerpo ya se inclinaba hacia el final… y entonces, frente a ella, se manifestó una figura. Una niña pequeña, de cabellos dorados y sonrisa inocente. Su difunta nieta.

"Ay, querida mía…" dijo la anciana, con un hilo de voz que se quebraba a cada palabra. "Si tan solo… hubiera aprendido a usar mi magia antes… tal vez habría podido ver ese futuro en el que sufriste aquel accidente."

Las lágrimas comenzaron a brotarle de los ojos. No por la herida. Sino por el alma rota que arrastraba desde hace años.

"Quizá… pude haberlo evitado. Quizá habría cambiado todo…"

La pequeña alzó la mano como si quisiera tocarla. Verzabas también extendió sus brazos, temblorosa.

"Ojalá… ojalá mi fe en el Mesías me hubiera dado el poder para traerte de vuelta..."

Y con esa última plegaria, la mujer se desplomó lentamente, abrazando un recuerdo que ya no podía tocar.

Su esfera de cristal cayó al suelo con un leve tintineo, y se apagó.

Batalla en la sala abandona recreativa del Laberinto.

Takashi vs Verzabas.

Ganador: Takashi.

"Con esto..." murmuró el monje, guardando su espada mientras contemplaba el cuerpo inconsciente de Verzabas. "Solo quedan cuatro."

Alzó la vista, su mirada cargada de determinación.

"Ahora... os toca a vosotros."

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Parte superior del Laberinto.

Ashley corría a toda velocidad por un interminable pasillo, mientras el suelo se desmoronaba tras ella. Losas se rompían en cascada, revelando un abismo lleno de lanzas afiladas que brillaban con una luz siniestra al fondo.

"Maldición..." gruñó entre dientes, sin detenerse. "No tenía ni idea de que este lugar estaba lleno de trampas mortales."

Apenas recuperó el aliento, algo captó su atención.

Una esfera dorada, luminosa y etérea, atravesó el pasillo frente a ella. Tenía delicadas alas de ángel, y su luz era cálida, hipnótica… inconfundible.

"¡El hada!" exclamó con los ojos abiertos de par en par. "¡Ahí estás, pequeña! ¡Si te atrapo, esto se acaba!" gritó sin dudar, olvidando por completo las señales mágicas de las flores rastreadoras de Takashi.

Ashley giró por un pasillo lateral, siguiendo a la criatura a toda velocidad. El hada zigzagueaba como una estrella fugaz, guiándola hasta lo que parecía ser una aldea samurái abandonada: casas de madera en ruinas, un pozo seco en el centro y espadas oxidadas clavadas por todas partes como lápidas olvidadas.

“Vamos allá…” murmuró Ashley, concentrando fuerza en sus piernas.

Saltó con decisión para interceptar al hada… pero, de pronto, una silueta veloz apareció como un destello desde el lateral.

¡BOOM!

Perfume emergió desde la sombra y le propinó una brutal patada giratoria en el abdomen, estampándola contra una de las casas, que se hizo trizas con el impacto. Las astillas volaron en todas direcciones.

El hada, alarmada por el estruendo, se estremeció en el aire y desapareció a toda velocidad entre los tejados rotos de la aldea.

Perfume aterrizó elegantemente sobre el suelo polvoriento, con su vestido agitado por la ráfaga de viento que había dejado el hada. Se miró las uñas con despreocupación y chasqueó la lengua.

"Vaya, ¿eso es todo lo que tiene la heroína de turno?" preguntó con tono burlón, sin siquiera mirar los escombros.

Pero entonces, un trozo de madera astillado salió disparado hacia ella. Perfume dio un paso atrás, esquivándolo en una fracción de segundo gracias a su magia de velocidad.

Sus ojos se entrecerraron al ver cómo, entre la nube de polvo, Ashley emergía. Sangraba por la frente, con una brecha sobre la ceja, pero su mirada ardía con una furia indomable.

"No..." murmuró con una sonrisa torcida. "No es todo."

Crujió los nudillos con fuerza, dando un paso al frente. "Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a que las cobardes ataquen por la espalda."

Continuará…

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