miércoles, 5 de marzo de 2025

Ch. 90 - Melchor, el hijo del emperador

Al día siguiente.

Tras el funeral del rey Matheus, nuestros protagonistas acataron las órdenes médicas y se mantuvieron en reposo en las habitaciones del castillo. Aunque la batalla había quedado atrás, las heridas aún dolían, tanto en sus cuerpos como en sus corazones.

Mientras tanto, en el despacho real, Cynthia no dejaba de caminar de un lado a otro, como un animal atrapado en una jaula.

"¿Estás bien, hermana?" preguntó Theo, sentado en un sillón con el gato que habían adoptado en su regazo.

Cynthia se detuvo un instante, pero solo para girarse con el ceño fruncido. "Estoy nerviosa." Su tono era tenso, como si le costara admitirlo. "Es la primera vez que hablaré cara a cara con una figura política tan importante como el mismísimo hijo del emperador."

Theo ladeó la cabeza. "Pero eres muy lista y sabia. Seguro que todos estos años de aprendizaje te han preparado para este tipo de situaciones, así que no tienes por qué temer."

Las palabras de su hermano lograron calmarla, aunque fuera un poco. Cynthia dejó de caminar y miró por la ventana, observando el cielo grisáceo tras la tormenta de la noche anterior. "Tienes razón. Puedo con esto."

Justo en ese momento, alguien llamó a la puerta y uno de los sirvientes entró con una leve inclinación.

"El dirigible del hijo del emperador ha llegado."

Cynthia sintió que su estómago se encogía, pero mantuvo la compostura. "Entendido. Acompáñalo hasta mi despacho." Luego se giró hacia su hermano menor. "Y tú, Theo, ve con Marco y los demás a su habitación hasta que te avise."

Theo asintió, dándole una última mirada de ánimo antes de marcharse. "Claro. Mucha suerte."

En cuanto la puerta se cerró, Cynthia dejó escapar un suspiro largo y se sentó tras su escritorio. Inhaló y exhaló varias veces, tratando de calmar el temblor en sus manos.

"Solo es una reunión diplomática," se recordó a sí misma. "Nada más."

Pero, por alguna razón, sentía que esta reunión definiría el futuro de toda Longerville.

Pocos minutos después, las puertas del despacho se abrieron de par en par con la precisión y elegancia que solo los sirvientes bien entrenados podían ejecutar. Cynthia se puso de pie casi de inmediato.

La figura que cruzó el umbral tenía una presencia imponente.

Era un joven alto, de cabello negro azabache que caía con pulcritud sobre su frente. Sus ojos, de un rojo intenso como rubíes tallados, la observaron con una frialdad que contrastaba con la calidez de la luz de la estancia. Vestía un traje de alta gama, negro con detalles en dorado, que resaltaba su porte aristocrático. No tenía necesidad de palabras ni gestos exagerados para imponer respeto; su mera presencia era suficiente para llenar la habitación con una tensión palpable.

Sin mediar palabra, avanzó con pasos calculados y se detuvo frente a ella. Entonces, con una elegancia ensayada, hizo una leve reverencia.

"Es un placer conocerla." Su voz era firme y pausada, cargada de un matiz inconfundible de autoridad.

Cynthia, pese al escalofrío que recorrió su espalda, mantuvo la compostura y le devolvió la reverencia con igual solemnidad. "Igualmente, señor Melchor."

Tras ese primer intercambio de palabras, Cynthia extendió una mano hacia la silla situada frente a su escritorio, invitando a su visitante a tomar asiento. Sin embargo, Melchor ignoró por completo la invitación. En su lugar, se dejó caer con total desenfado en el sillón donde antes había estado Theo, cruzando una pierna sobre la otra con aire despreocupado.

"No hace falta ser tan formales. No soy ese tipo de figura política, la verdad." Suspiró con fingida pereza, recargando un codo en el reposabrazos.

Cynthia parpadeó, algo descolocada por su actitud. "Cla-Claro, como gustes."

El joven inclinó la cabeza con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

"Verás, señorita, somos conscientes de que ha habido ciertos… altercados en estos lares por culpa de miembros de nuestras tropas." Su tono era pulcro y calculado, como si estuviera leyendo un guión ensayado. "Sin embargo, me gustaría pedirle amablemente que libere a los cinco arcanos y nos los entregue."

El silencio que siguió fue tan denso como el aire antes de una tormenta.

"Les daremos una suspensión temporal de empleo y sueldo una vez lleguemos a la capital y cumplirán su castigo, pero deberá comprender que, aun con lo que hicieron, siguen siendo elementos clave para nuestras fuerzas. Son necesarios para el día a día."

Cynthia sintió cómo su estómago se encogía.

"Lo entiendo." Tragó saliva, consciente de que lo que debía decir a continuación podría sellar su destino.

Su mente la llevó de vuelta al funeral de su padre. La imagen del ataúd, la mirada vacía de los asistentes, el peso de la responsabilidad cayendo sobre sus hombros como una losa. Longerville estaba en ruinas. Su gente sufría. Y todo porque, una y otra vez, las malas decisiones y la sumisión a los grandes imperios los habían llevado al borde del abismo.

Si de verdad quería cambiar el futuro de su nación, no podía ceder.

"Lo entiendo, su majestad." Su voz era firme, aunque su corazón latía con fuerza. "Pero debo negarme ante tal petición."

Los ojos rojizos de Melchor brillaron con un destello de incredulidad.

"¿A qué te refieres?" preguntó, su tono más afilado que antes. "Si mal no recuerdo, ellos pidieron permiso al antiguo monarca y no se salieron en ningún momento del contrato que les fue dado, ¿no? Así que no entiendo qué crímenes podrían justificar una condena de esta magnitud."

Cynthia cerró los ojos un segundo, reuniendo aire en sus pulmones antes de hablar.

"En primer lugar, todo parte del impuesto que vuestro gobierno impuso hace cinco años. A partir de ahí, la salud mental de mi difunto padre comenzó a deteriorarse. Entre los conflictos bélicos con otros reinos y la presión económica, la situación lo superó por completo, hasta el punto de verse obligado a buscar ayuda en la única fuerza dispuesta a dársela."

Hizo una pausa y, con un movimiento decidido, se puso de pie. Apoyó ambas manos sobre la mesa y miró directamente a Melchor.

"Pero esos guerreros no vinieron solo a ayudar y cobrar su recompensa. Se instalaron aquí. Obligaron a mi padre a firmar un contrato en el que se les concedía libertad absoluta, siempre y cuando sus acciones fueran 'en nombre de la corona'."

Melchor entornó los ojos.

"¿En nombre de la corona?" repitió en un murmullo, llevándose una mano a la nariz. "Averno no mencionó nada parecido."

Mientras hablaba, Cynthia lo vio hacer un gesto descuidado y sacar un moco con absoluta impunidad. Su falta de etiqueta era casi insultante.

"Por supuesto que no te lo diría." replicó ella, conteniendo su indignación. "Porque no le convendría en absoluto. Al fin y al cabo, fui yo quien redactó el contrato para evitar que incluyeran cláusulas aberrantes que pudieran despojarnos de nuestros derechos dinásticos."

Sus ojos se afilaron al clavar la mirada en el joven noble.

"Por ende… Averno, quien asesinó a mi padre y congeló a ciudadanos de Eumerastral, hiriéndolos de gravedad y dejándolos al borde de la muerte… no solo desobedeció las normas del reino."

Dejó que sus palabras se asentaran un instante en la habitación antes de concluir, con voz firme:

"Él traicionó el pacto que le permitía estar aquí."

La tensión se hizo palpable. Melchor dejó caer el brazo sobre el reposabrazos y la observó con una media sonrisa.

"Tsk..." Melchor chasqueó la lengua con fastidio y se recargó más cómodamente en el sillón. "Pensé que esto iba a ser mucho más fácil, considerando que acabas de subir al trono. Creí que serías una novata del tres al cuarto, pero parece que estás más que preparada para un debate denso."

Esta vez, se sentó correctamente, con la postura de alguien que se dispone a hablar con seriedad.

"Pero no soy el tipo de persona a la que le gusta perder el tiempo, así que seré franco. Vamos directo a las negociaciones y veamos qué podemos sacar de aquí."

Cynthia sostuvo su mirada sin titubear. "Por supuesto. Pero me temo que mi postura sobre la liberación de los arcanos es inamovible. Han hecho demasiado daño, no solo a mi gente, sino también a mi familia y a mis amigos."

Melchor sonrió con frialdad.

"Ah, lo entiendo. Es normal que te aferres a esa postura." Se acomodó los puños de su chaqueta con despreocupación. "Pero la verdad es que no me interesa salvar a todos. Solo lo mencioné al inicio por si eras lo suficientemente ingenua como para dejarme llevármeles sin más."

Cynthia apretó los dientes, sintiendo un escalofrío de rabia recorrerle la espalda.

"La verdad," continuó Melchor, ignorando la molestia en su rostro, "el único que quiero que regrese conmigo hoy es Averno. Y espero que seas consciente de que no pienso retirarme de este salón sin él."

El ambiente se volvió denso.

Cynthia sintió que un peso caía sobre sus hombros. Sabía lo peligrosa que era la idea de liberar a Averno, especialmente después de la derrota humillante que sufrió contra Marco. Su odio y rencor podrían convertirlo en una amenaza aún peor si lo dejaban marcharse. Pero también sabía que esta era una oportunidad de oro para el futuro de Longerville.

Respiró hondo, controlando sus emociones. "Lo entregaré." Su voz fue serena, firme.

Los ojos de Melchor se entrecerraron con interés.

"Pero a cambio, tengo dos condiciones."

Melchor sonrió de lado, como si encontrara divertido que ella intentara negociar. "Adelante. Te escucho."

Cynthia enderezó la espalda y sostuvo la mirada de su interlocutor.

"Primero: liberaremos a Averno, pero ningún miembro oficial del gobierno imperial ni de sus tropas podrá entrar a Longerville sin un permiso firmado por mí. Y eso incluye al arcano recién mencionado."

La sonrisa de Melchor no se desvaneció, pero sus ojos reflejaron un ligero destello de sorpresa.

"¿Y el segundo?" preguntó con calma.

Cynthia tragó saliva, pero no desvió la mirada. "Exijo la supresión estatal del aumento de impuestos que lleva cinco años asfixiando a mi pueblo."

El silencio que siguió fue abrumador.

Melchor no respondió de inmediato. En su lugar, cerró los ojos y apoyó un dedo en su sien, meditando en lo que acababa de escuchar. Pasaron treinta largos segundos antes de que finalmente hablara.

"Está bien." dijo sin más.

Cynthia parpadeó, atónita. "¿E-Está bien?" preguntó, casi sin poder creérselo.

Melchor abrió los ojos y la miró con una expresión burlona. "Sí... ¿O qué? ¿Esperabas que me pusiera a patalear o a suplicar? Sois un país pobre y mugroso, Cynthia. ¿De verdad crees que necesitamos vuestras míseras limosnas para subsistir?"

Se recostó en el sillón con absoluta desfachatez.

"No. Somos más que autosuficientes. Además…" esbozó una sonrisa ladina "Averno es mucho más importante para nuestro grupo que ese impuesto absurdo. Así que… ¿firmamos? Me quiero ir al zepelín a echar una siesta."

Cynthia sintió que su corazón latía con fuerza. Parte de ella aún dudaba de la facilidad con la que Melchor aceptó las condiciones, pero si realmente estaba siendo sincero… entonces Longerville podría, al fin, respirar.

"Cla-Claro…" murmuró, tomando la pluma con manos temblorosas.

Melchor la observó con una sonrisa, como si disfrutara viendo el peso de la responsabilidad caer sobre ella.

El acuerdo estaba hecho. Pero la sensación de que algo más estaba en juego no desaparecía.

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Un rato después, en la habitación dónde estaban Marco y los demás.

Nuestros protagonistas conversaban tranquilamente en la habitación, disfrutando de un raro momento de calma después de todo lo ocurrido. Theo acariciaba distraídamente a su nueva mascota, mientras los demás discutían sobre la próxima fiesta de coronación de Cynthia.

Pero entonces, Ryan frunció el ceño y se inclinó hacia la ventana, con su expresión tornándose seria.

"Tíos, tenéis que ver esto."

Su tono captó la atención del grupo al instante. Intrigados, todos se acercaron a la ventana y lo que vieron les dejó sin aliento.

Averno caminaba libremente por los jardines del castillo, acompañado del hijo del emperador. Se dirigían hacia un enorme zepelín que flotaba en el aire con un leve zumbido mecánico, anclado justo en medio del jardín principal.

"¿Qué demonios hace ese tío fuera de prisión?" exclamó Ashley, con el ceño fruncido.

"¿Y quién es el chico que lo acompaña?" preguntó Lily, notando la figura elegante que caminaba junto a Averno.

Theo tragó saliva. "Debe ser el hijo del emperador. Vino a hablar con mi hermana sobre asuntos políticos y, por lo que parece…" hizo una pausa, aún asimilando la escena. "Han llegado a un acuerdo que ha llevado a la liberación de Averno."

Marco no apartaba la vista de la figura de Averno, sus manos se cerraron en puños.

Entonces, un nuevo movimiento en la escena captó la atención de todos.

Desde el interior del zepelín, una figura femenina descendió lentamente por las escaleras. Su porte era refinado y elegante, y un ave de plumaje negro descansaba sobre su cabellera oscura. Al llegar al suelo, hizo una reverencia ante Melchor con una gracia calculada.

En ese instante, un estallido de energía mágica sacudió la habitación. El aire chisporroteó y una fuerza invisible hizo vibrar las paredes y los muebles. Todos se giraron de inmediato hacia el origen de ello, que para su sorpresa no era otro que el monje.

"¿Kei?" Cecily lo miró con preocupación.

Keipi tenía los ojos fijos en la chica, pero su expresión había cambiado por completo. Por primera vez, no mostraba su característica sonrisa despreocupada. Sus pupilas ardían con rabia.

"¿Qué pasa?" preguntó Ryan, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.

El monje apretó los dientes. Su voz, que siempre tenía un tono ligero y bromista, ahora sonó densa y contenida. "Esa chica..." susurró.

Marco lo miró de reojo, comprendiendo al instante lo que ocurría.

"Keipi…" murmuró.

El joven inspiró hondo, tratando de calmar la furia en su interior, pero su energía seguía emanando con una violencia inusual. "Es mi hermana mayor."

La revelación cayó como un balde de agua helada sobre el grupo.

"¿¡Qué!? ¿Ella es la que nos contaste?" exclamó Lily, incrédula.

"¿Está trabajando para el gobierno imperial?" preguntó Ashley, observando cómo la chica acompañaba a Melchor y a Averno al interior del dirigible.

"Eso parece..." Cecily frunció el ceño.

Desde la ventana, vieron cómo las puertas del zepelín se cerraban lentamente y, poco después, la enorme nave comenzó a elevarse con un rugido metálico, alejándose de la ciudad.

Keipi no despegó los ojos de la figura de su hermana hasta que desapareció en el horizonte.

"Así que ahí estás, eh..." murmuró con un tono de profundo malestar.

El ambiente en la habitación se había vuelto denso, cargado de emociones. Pero entonces, Theo dio una palmada fuerte, llamando la atención de todos.

"¡Oye! En unas horas es la fiesta de coronación de mi hermana. ¿No deberíamos mejorar esos humos?"

Su sonrisa despreocupada rompió un poco la tensión.

Marco cerró los ojos un momento, dejando escapar un suspiro. "Sí… Tienes razón."

Keipi parpadeó un par de veces y sonrió, aunque en sus ojos aún ardía una determinación diferente a la habitual. "Es cierto, jajaja. Hay que vestirse elegantes."

Pero, aunque volviera a actuar como el mismo de siempre, una nueva llama se había encendido en su interior. Ahora tenía un nuevo objetivo.

Continuará…

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