Habían pasado dos días desde que nuestros protagonistas cerraron su aventura en Wisdom. Ahora, el rugido suave del motor marcaba su viaje hacia un nuevo destino: Wolfgang, donde esperaban encontrar a Juju, uno de los pocos seres humanos capaces de descifrar el idioma perdido conocido como Lefgesérico.
Aún a bordo de la aeronave, surcando el cielo entre nubes dispersas, todos se encontraban atentos a través de los ventanales, buscando un lugar adecuado para aterrizar sin causar molestias a los habitantes de la región.
En la cabina de pilotaje, Marco, Lily, Ryan y Theo observaban con expectación.
"¡Mira, Marco! ¡Lo que decía la guía era cierto!" exclamó Lily, señalando con entusiasmo a través del cristal frontal. "¡Phaintom está construida alrededor de una montaña!"
"¡Vaya… nunca había visto algo así!" respondió él, con los ojos brillando de curiosidad.
En efecto, la capital de Wolfgang se erguía majestuosa, esculpida en las faldas de una montaña mediana. Las casas de piedra estaban perfectamente integradas en la pendiente, como si la naturaleza y la arquitectura hubieran hecho las paces. Las calles, empedradas y ligeramente curvas, descendían como un espiral desde la cima hasta la base. Desde el cielo, la ciudad parecía una concha antigua incrustada en un paraje de jungla salvaje.
"Vale, pero... si está todo montado sobre cuestas... ¿dónde demonios vamos a aparcar esto?" preguntó Ryan, hojeando aún su manual de pilotaje con el ceño fruncido.
"No os preocupéis por eso," respondió Theo con tono tranquilo. "Wolfgang es muy visitada por comerciantes, investigadores y turistas. A unos cinco kilómetros del pie de la montaña hay un aparcamiento preparado para aeronaves. Es bastante común en ciudades de este estilo."
"¿Cinco kilómetros?" protestó Lily, cruzándose de brazos. "¡¿Y encima tenemos que cruzar toda esa selva?! ¡Seguro que hay ogros del tipo león, moscas vampiro o vete tú a saber qué!"
Marco rio suavemente. "No temas, Lily. Seguro que hay una ruta marcada para llegar a salvo, y además, estás con nosotros. Ninguna bestia te pondrá una zarpa encima mientras estemos contigo."
"Eso espero. No quiero acabar convertida en una cena exótica para las bestias del bosque..." murmuró la hada, algo nerviosa.
"¡Eh, lo veo!" gritó Ryan, pegando la frente al ventanal. "¡Ahí está el aparcamiento! Tiene buena pinta… aunque sí, está rodeado de selva por los cuatro costados."
"La última vez que vine por aquí era muy pequeño," añadió Theo, con una leve sonrisa nostálgica. "No recuerdo que nos pasara nada a mi familia y a mí, así que supongo que es seguro…"
"Bueno, si me come un león, pensad que fue bonito mientras duró," bromeó Lily con dramatismo, llevándose una mano al pecho como si se despidiera del mundo.
"Te haremos un entierro digno," dijo Ryan con tono solemne, aunque no pudo evitar una carcajada.
La aeronave comenzó a descender suavemente, deslizándose entre los árboles como un ave mística. Debajo, el verde espeso de la selva se agitaba con la brisa, y más allá, la ciudad montañosa brillaba bajo la luz del mediodía.
Una vez aterrizaron con total seguridad, los miembros del grupo descendieron uno a uno por la escalinata de la aeronave, hasta que todos pisaron tierra firme. Al llegar al nivel del suelo, no pudieron evitar quedarse boquiabiertos por el entorno que los rodeaba. La vegetación que se extendía alrededor del área de aparcamientos era exuberante, espesa y vibrante, con una intensidad de verde que casi dolía a los ojos. El aire estaba cargado de humedad y el sonido de animales salvajes resonaba a lo lejos.
“Es como estar dentro de uno de esos libros de aventuras,” murmuró Keipi, maravillado, girando sobre sí mismo para observar los árboles gigantescos y los arbustos cargados de flores de colores vivos.
“Ya te digo... En Longerville no hay este tipo de naturaleza ni por asomo,” añadió Cecily, apartando una rama con expresión de asombro.
“Sea como sea, lo importante ahora es llegar a la ciudad y buscar a Juju,” intervino Theo, ya mentalizado en la misión.
“En efecto,” corroboró Ryan, asintiendo con seriedad.
“¿Cogiste el duplicado del grimorio, Hansel?” preguntó Ashley, girándose hacia su compañero con cierta tensión en la voz.
“¡Por supuesto que sí!” respondió él con seguridad, sacando el tomo de su mochila y enseñándolo como si fuese un tesoro. Sonrió con orgullo.
“Genial. ¡Entonces pongámonos en marcha! No quiero que me devore ningún bicho raro de la selva,” exclamó Lily, aún con algo de paranoia mientras miraba de reojo a cada arbusto que se movía.
“Esta tía…” murmuró Marco por lo bajo al verla tan alterada, aunque no pudo evitar esbozar una sonrisa ante su reacción.
Guiados por Theo, que conocía el recorrido seguro hacia la ciudad, comenzaron a avanzar por un sendero bien marcado entre la espesura. Aunque rodeados de una jungla espesa, la ruta parecía mantenida con cierta regularidad, lo cual aliviaba en parte sus preocupaciones.
Durante el trayecto, el grupo no dejaba de sorprenderse por el espectáculo natural a su alrededor. Árboles de troncos enormes y raíces alzadas como esculturas naturales se alzaban sobre ellos. Pájaros exóticos cruzaban el cielo entre cantos coloridos, y no tardaron en ver animales que ninguno de ellos había visto en su vida: tucanes posados en las ramas, monos que saltaban entre los árboles y hasta guepardos tumbados tranquilamente sobre enormes raíces como si fueran gatos domésticos.
“Qué sitio más bonito…” suspiró Cecily, sin poder apartar la vista del paisaje.
“Ya ves…” dijo Lily, con la mirada fija en un grupo de aves brillantes. “No parecen tan terribles como decían las guías… pero aun así voy a seguir en alerta máxima. ¡No me fío ni un pelo!”
“Jajaja, a mí me parecen súper amables,” comentó Keipi mientras un tigre juguetón tenía su brazo completamente metido en la boca. “Mira qué majo es este peludín.”
“Ya te digo, tío. Son súper monos,” añadió Ashley mientras un pequeño pájaro se posaba sobre su cabeza y comenzaba a picotearle la frente con insistencia, dejando un hilillo de sangre.
“¡NO PARECEN AMABLES EN ABSOLUTO!” gritaron al unísono Lily y Cecily al ver el panorama, llevándose las manos a la cabeza.
Marco solo pudo reírse mientras el grupo seguía avanzando entre risas, sobresaltos y la belleza salvaje de la selva de Wolfgang.
“No esperaba que hiciese tanto calor…” comentó Hansel, soltando un largo suspiro mientras se quitaba la chaqueta de manga larga y se la ataba a la cintura. Su camiseta ya estaba ligeramente empapada por el sudor.
“Ya te digo… El cambio de clima de Acquermacus a esto es brutal,” añadió Ryan, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. “¡Si llego a saberlo, me habría puesto unos pantalones cortos!"
“Eso es debido a la naturaleza del país en el que estamos,” intervino Theo con su tono habitual de pequeño sabio. “Según los registros históricos, desde los inicios de Pythiria, se otorgaron climas distintos a cada región del continente, alineados con las cuatro estaciones del año. Longerville, por ejemplo, posee un clima primaveral casi constante. Acquermacus, en cambio, tiene un ambiente otoñal.”
“Ah… entonces tanto Fest Island como Wolfgang tienen clima veraniego, ¿no?” preguntó Lily, que iba flotando a poca altura, intentando evitar rozar la vegetación.
“En efecto,” confirmó Theo, asintiendo con tranquilidad. “Aunque las temperaturas pueden variar, lo que predomina en cada territorio es el patrón estacional con el que nació ese país. Es casi como si el clima fuese parte de su identidad.”
“Qué curioso…” comentó Ashley, mientras se recogía el pelo en una coleta alta para sobrellevar mejor el calor. “Nunca pensé que el clima de un país tuviese tanto significado.”
En ese momento, Keipi, que marchaba algo por delante del grupo, se detuvo y alzó la voz.
“Chicos…”
“¿Qué ocurre?” preguntó Marco, alzando la vista.
“Mirad…” señaló el monje, apuntando con el dedo hacia el camino que se extendía ante ellos. A lo lejos, la ruta comenzaba a inclinarse visiblemente, subiendo por la ladera de la montaña en suaves curvas ascendentes. “Parece que ya nos queda menos.”
“¿Cuesta arriba?” se quejó Cecily, soltando un resoplido de puro agotamiento. “No es que me quiera quejar, pero... me quejo.”
“E-Eso sí que no lo esperaba…” murmuró Hansel con expresión derrotada. “Con este calor y ahora cuestas… ¿Este país nos quiere muertos de agotamiento o qué?”
“Venga, venga, no seáis flojos,” dijo Ashley con una sonrisa burlona, dándoles una palmada en la espalda a ambos. “¡A ver si al final Lily va a ser la más resistente del grupo!”
“¡Oye! ¡Que ella va volando!” protestaron Hansel y Cecily al mismo tiempo, mientras el resto reía.
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Accuasancta, capital del país primaveral Leafsylpheria.
En el corazón de la ciudad se erguía una iglesia de estilo gótico cuya sola presencia imponía respeto. Sus altas torres remataban en pináculos afilados, y sus muros de piedra oscura contrastaban con la luz que emanaba de sus inmensos vitrales. Cada uno de ellos, compuesto por centenares de fragmentos de vidrio de colores, contaba escenas simbólicas de fe y sacrificio de la vida de Yumeith.
Es un lugar activo a día de hoy, concurrido por fieles de todas las edades, donde los cantos suaves y las plegarias susurradas llenaban el ambiente con una calma casi hipnótica.
En el altar mayor, presidiendo todo el espacio, se encontraba la estatua dorada de Yumeith, el mesías sin rostro. La figura, tallada en oro puro, estaba desprovista de rasgos. Su rostro liso, completamente pulido, era símbolo de lo inmutable, lo eterno y lo desconocido. Aquellos que creían en él veían en su falta de rostro la imagen perfecta de la divinidad: una que trasciende toda forma, género o emoción.
Ante esa imagen, de rodillas y en profundo recogimiento, se hallaba una anciana de baja estatura. Su túnica era sencilla, de un blanco impoluto, pero el aura que la rodeaba resultaba inquietante. Con los ojos cerrados y las manos cruzadas sobre el pecho, recitaba oraciones en Lefgesérico, mientras su voz áspera resonaba débilmente en la nave central.
Aquella mujer no era una devota cualquiera. Era Aspasia, la actual líder suprema del Credo de Yumeith en todo Pythiria. Bajo su manto caía el peso de la fe de millones, y cada rincón de la vasta red de templos respondía únicamente ante ella. Su autoridad era absoluta. Su palabra, incuestionable. Y a su sombra caminaban los Ocho Apóstoles del Génesis, los guardias más poderosos y fieles de la iglesia, verdaderas armas al servicio del mesías sin rostro.
Tras concluir su plegaria frente a la estatua dorada de Yumeith, los ecos de los rezos aún vibraban entre los vitrales. Entonces, un sonido metálico rompió el silencio sacro: un paso firme, pesado, solemne. Avanzando desde las sombras del pasillo central, apareció una figura completamente envuelta en una armadura plateada que brillaba como el acero recién forjado. De la cúspide de su yelmo salía un mechón rojo como la sangre, agitándose levemente con el paso.
Se arrodilló a unos metros de la anciana, sin atreverse a cruzar el límite invisible de su espacio sagrado.
“Maestra Aspasia, le traigo noticias”, dijo con voz femenina y grave, amortiguada por el casco. Su nombre era Panoplia, una de los Ocho Apóstoles. Su sola presencia era sinónimo de disciplina y brutalidad justa.
“¿Qué ocurre, Panoplia?” preguntó la anciana sin moverse, sin mirarla siquiera, manteniendo su vista clavada en el rostro sin rasgos de su mesías.
“Thánatos y Kinaidos nos han informado de que han localizado la posible ubicación del Nuevo Testamento. Al parecer, ha sido gracias a un mago vinculado a un miembro del credo del país vecino. Todos los indicios apuntan a que la reliquia se encuentra en algún lugar de Wolfgang, concretamente en las inmediaciones de su capital. Preguntan que cuál sería su siguiente orden, Maestra.”
Aspasia guardó silencio unos segundos, como si escuchase algo más allá de lo audible. Finalmente, se incorporó con una lentitud ceremoniosa.
“Entonces mándalos allá. Ellos son los dos apóstoles más fuertes… y sé que no me fallarán. Quiero esa reliquia en mis manos. Y la quiero pronto.”
“Sí, Maestra. Contactaré con la maga telepática de inmediato para enviarles el mensaje.” Panoplia se inclinó en reverencia, y tras una breve pausa, desapareció entre los pasillos como un espectro de acero.
Aspasia se quedó frente al altar, con una expresión entre devota y extasiada. Sus ojos brillaban de fervor mientras alzaba una mano arrugada hacia la figura dorada.
“Mi adorado señor… cada día estamos más cerca. Cuando esa reliquia caiga en nuestras manos, el mundo nacerá de nuevo bajo vuestra luz sagrada. Oh, Yumeith… todo esto es posible gracias a ese joven de habilidades dimensionales que llegó a mí por designio divino. Su llegada fue la primera señal…”
En las últimas filas de la iglesia, sentado en uno de los bancos más alejados, un joven monje con mirada ausente observaba en silencio. Su túnica blanca cubría su figura delgada, pero era imposible no notar su rostro inconfundible. Era Gretel. El mismo joven que tiempo atrás había desaparecido misteriosamente. Ahora, vestía los hábitos de la iglesia.
“Pronto, mi señor Yumeith…” murmuró con una sonrisa casi melancólica. “Pronto el mundo renacerá en su forma perfecta y podré volver a ver a mi hermano gemelo.”
A su lado, una joven de cabello rojo oscuro, cortado justo por los hombros, lo observaba de reojo. Era Anaxandra, la hija de Aspasia. Sus ojos, aunque iguales a los de su madre, estaban llenos de duda y pesar. Su cuerpo permanecía inmóvil, pero su alma gritaba en silencio.
“Esto… esto no está bien, mamá…” pensó, con la mirada clavada en la silueta de la anciana frente al altar. “¿De verdad este es el camino que tú… quieres hacernos seguir…?”
Continuará…
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