Ante la impactante revelación de aquella misteriosa semi-demonio, el grupo quedó completamente en silencio. Las miradas se cruzaban, atónitas, como si las palabras que acababan de escuchar no terminaran de asentarse en sus mentes.
"¿¿Juju es tu abuelo??" repitió Lily, dando vueltas en el aire, incrédula. "¿¡Pero cómo!?"
"Eso no tiene sentido…" murmuró Theo, frunciendo el ceño. "Según los registros históricos, Juju es humano y nunca contrajo matrimonio con nadie, vivió en soledad toda su vida."
Hansel se llevó una mano al mentón, pensativo. "Además… si la última guerra mágica terminó hace 98 años, y Juju ya tenía unos 32 por entonces, eso significa que ahora debería tener cerca de 130 años. Y tú… no pareces ni de lejos tener la edad suficiente para ser su nieta biológica."
Nathalie se rió con una naturalidad desconcertante. "Ah, eso. Bueno, yo tengo 110 años."
"¡¡¿¿CÓMO??!!" gritaron varios a la vez, con los ojos desorbitados.
"¿Pero cómo es posible…?" murmuró Cecily, visiblemente confundida.
"Es por mi naturaleza de semi-demonio," explicó Nathalie, encogiéndose de hombros con una sonrisa suave. "Nuestra esperanza de vida es mucho mayor que la de los humanos comunes. Y el envejecimiento… bueno, no sigue las mismas reglas. Me estanco en ciertas etapas durante décadas."
"Entonces…" Marco se adelantó, aún algo desconfiado. "¿Dices que Juju es tu abuelo, pero… no estáis relacionados por sangre?"
La sonrisa de Nathalie se tornó melancólica. Sus ojos brillaban con un destello de nostalgia mientras apoyaba la taza en la mesa.
"No… no tenemos lazos de sangre. Pero él fue lo más parecido que he tenido nunca a una familia." Su voz se volvió más baja, casi como un susurro. "Cuando terminó la guerra, hace ya casi un siglo, el mundo aún no estaba listo para aceptar criaturas como yo. Aquel entonces era un tiempo de cicatrices y prejuicios. Vivir con estos cuernos… era una condena. Me miraban como si fuera una amenaza constante. Nadie quería acogerme. Nadie… excepto él."
El silencio se apoderó de la cocina. Incluso los más habladores del grupo no sabían qué decir.
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Hace 98 años, sur de Namiphoria.
Aquel país, había quedado completamente destrozado por la guerra. Lo que alguna vez fue un bastión cultural lleno de historia, bibliotecas, templos y plazas rebosantes de vida, ahora no era más que una extensión interminable de escombros y ceniza. Las calles antes bulliciosas estaban arrasadas, repletas de restos humanos, miembros inertes, ropas quemadas… y sangre, mucha sangre, como si el mismo suelo llorase en silencio. Las casas estaban desplomadas, los edificios imperiales reducidos a ruinas y los árboles, ennegrecidos por el fuego, parecían esculturas calcinadas de un bosque muerto. No quedaba ni un solo rincón donde no se respirase muerte.
Juju, por entonces un hombre de 32 años, caminaba en solitario entre los restos del conflicto. Llevaba el uniforme del ejército imperial aún desgarrado por los combates, aunque su paso ya no era el de un soldado orgulloso, sino el de alguien cargado con el peso de sus decisiones. Su mirada estaba perdida, vacía… como si intentara encontrar, entre los cascotes, la chispa de humanidad que había dejado atrás.
Aquel hombre, conocido en todo el continente por su vasto conocimiento, no solo era un sabio. También fue general. Uno de los líderes más brillantes del ejército imperial durante la guerra, y uno de los principales responsables de arrasar naciones que se opusieron al dominio del anterior emperador —el predecesor de Baltasar.
Namiphoria fue la última en resistirse. El último bastión rebelde. Y por orden suya… fue destruido sin compasión.
Ese día, Juju no buscaba enemigos. Ni siquiera redención.
Buscaba una forma de morir.
A cada paso, su mente recordaba los gritos, las explosiones, los llantos de madres y niños, los soldados que siguieron sus órdenes ciegamente… y las vidas inocentes que extinguió sin parpadear. Se detuvo al borde de un puente destruido, con el abismo de escombros y fuego debajo. Pensó en saltar. Acabar con todo. Liberarse del peso de sus decisiones.
Pero entonces… escuchó algo.
Un sollozo. Leve, tembloroso, pero persistente.
Se giró, como movido por un instinto que no comprendía del todo, y echó a correr entre los cascotes guiado por aquel sonido débil. Cuanto más se acercaba, más nítido se volvía. Y entonces la vio.
Una niña. No debía tener más de doce años. De rodillas, cubierta de polvo, con el cuerpo tembloroso y ensangrentado. Lloraba desconsoladamente, abrazando con un solo brazo un muñeco roto. El otro brazo... había sido arrancado por completo. Un corte limpio, brutal. Su rostro estaba cubierto de lágrimas y tierra.
"¿Qué te ha pasado...?" preguntó Juju, con voz baja y rota, acercándose con cautela.
"Mamá y papá..." sollozó la niña, alzando la mirada. "Murieron… ¡murieron!" gritó con el alma desgarrada.
Juju observó en silencio. A unos metros, los cuerpos de los progenitores: la madre aplastada bajo lo que quedaba del techo de su casa, y el padre partido por la mitad, víctima de una explosión.
Cuando el sabio dio un paso más, notó entonces lo que sobresalía de la frente de la niña: dos pequeños cuernos. No era humana. O al menos, no completamente.
Pero no reaccionó con temor. No se echó hacia atrás. No conjuró un hechizo de defensa. En lugar de eso… se arrodilló frente a ella y la abrazó.
La niña se quedó quieta, temblando. No entendía qué estaba pasando. ¿Por qué aquel hombre —un soldado imperial— no la golpeaba, no la alejaba como tantos otros?
"Oye… está bien," susurró Juju, con los ojos cerrados. "Ya estás a salvo."
Ella le miró, confusa. "¿No… no tienes miedo de mí? Todos huyen de mí. Por estos cuernos. Dicen que soy peligrosa."
Juju negó con la cabeza, acariciando su cabello manchado de polvo.
"No… Porque no hay nada que me dé más miedo que volver a ser el yo de antes."
Sin decir más, la tomó de la mano con cuidado. La sangre de la herida aún goteaba, pero la presión de sus dedos era cálida. La ayudó a levantarse, y paso a paso, la alejó de aquel infierno.
"Vale…" susurró la niña, aún llorando.
Mientras avanzaban entre los cadáveres, Juju pensó en silencio.
"Para que mis crímenes puedan ser perdonados… cuidaré de esta niña. Le daré un hogar, formación escolar, iniciación en la magia, y cuando esté lista… le contaré toda la verdad. Que fui yo quien destruyó Namiphoria. Que por mi culpa sus padres están muertos. Y entonces, cuando lo sepa todo… la venganza hará que me mate. Así... mis pecados serán pagados con el juicio más justo de todos: el de una hija sin familia."
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Los años pasaron.
Juntos, Juju y Nathalie cruzaron continentes, atravesaron desiertos, montañas y aldeas perdidas. Visitaron incontables países tomados de la mano, aprendiendo de culturas tan distintas como fascinantes. La joven, siempre con los ojos bien abiertos, absorbía todo como una esponja: desde danzas tradicionales hasta proverbios ancestrales, desde la caligrafía sagrada del norte hasta las supersticiones de los pueblos del sur.
Mientras tanto, Juju se encargaba de educarla con una paciencia admirable. Le enseñó a leer, a escribir, a sumar, a pensar críticamente. La entrenaba cada día con constancia, pulía sus habilidades mágicas y le mostraba cómo enfrentarse al mundo sin perder la bondad en el corazón.
Vivieron aventuras increíbles. A veces peligrosas, a veces cómicas, pero siempre inolvidables. Y fue en esas vivencias compartidas donde el vínculo entre ambos se forjó con fuerza. Ya no eran maestro y alumna, ni tutor y protegida. Eran familia.
Sin embargo… Juju sabía que aquello no sería eterno. Que el momento que había temido y preparado durante años… se acercaba.
Y cuando Nathalie alcanzó por fin el nivel de poder mínimo que, en teoría, le permitiría enfrentarse a él… sonrió en silencio. Porque al fin, el ciclo estaba por cerrarse.
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Aquella noche, bajo el cielo estrellado, ambos abandonaron el hostal donde se hospedaban. Caminaban sin rumbo aparente, por senderos silenciosos. Nathalie bostezaba con frecuencia, aunque su curiosidad superaba al sueño.
"¿A dónde me llevas, abuelo? Quiero dormir ya...", murmuró con un tono perezoso.
"Ya te he dicho que no soy tu abuelo", respondió él sin mirarla. "Solo soy tu tutor legal."
"Naaa, siempre serás mi abuelo", replicó con una sonrisa que parecía brillar incluso en la penumbra.
"...Sí", respondió él con voz baja. "Supongo que me ha tocado cargar con ese título."
Siguieron caminando hasta llegar al borde de un acantilado. El mar golpeaba con fuerza las rocas bajo ellos, y el viento soplaba con la solemnidad de una despedida.
"¿Y esto? ¿Para qué hemos venido aquí?" preguntó la joven, frunciendo el ceño.
Juju respiró hondo. Cerró los ojos por un segundo, como si se estuviera despidiendo de su propia alma.
"Para contarte la verdad", dijo finalmente.
El aire pareció tensarse a su alrededor.
"Escucha, Nathalie. Yo… fui el que ordenó destruir Namiphoria. Por mi voz, por mi mando… tu país fue reducido a escombros. Y muy probablemente, tus padres murieron por mi culpa."
Nathalie se quedó en blanco. Su mente no supo cómo procesarlo al instante. Era como si alguien le hubiese arrancado el suelo bajo los pies.
"Tal vez ahora estés decepcionada", continuó él, sin atreverse a mirarla. "Y probablemente te preguntes por qué guardé este secreto durante décadas. Pero es que… cuando la guerra terminó, me di cuenta de todo el mal que había hecho. Y entonces me pregunté… ¿qué diferencia había entre los civiles que masacramos y yo? Ninguna. Salvo que ahora, yo era un monstruo más."
Calló por unos segundos, recordando aquella versión de sí mismo que había intentado enterrar.
"Quise morir. De verdad. Estuve a punto de hacerlo. Pero entonces… escuché tu llanto."
"Abuelo..." susurró ella, con la voz rota.
"Cuando te vi… pensé que aún podía hacer algo con valor. Que si dedicaba mis años restantes a cuidar de ti, a enseñarte, a protegerte… tal vez redimiría algo. Y cuando fueras lo bastante fuerte, te daría la verdad. Y entonces… si lo considerabas justo, podrías matarme con tus propias manos. Y así mis crímenes serían al fin castigados."
Guardó silencio un instante más, antes de añadir con voz temblorosa:
"Te he cogido mucho cariño. Te quiero, Nathalie. Como si realmente fueras mi nieta. Pero ahora… usa esa rabia. Acaba conmigo. Te doy permiso. Lo merezco."
Nathalie se mordió el labio con fuerza. Un torbellino de emociones la envolvía. Dio unos pasos hacia él… y de pronto, lo abrazó con toda su fuerza, sin contener las lágrimas.
"¿Q-Qué haces…? ¿Por qué no me matas?" preguntó él, desorientado. "¿Por qué no… simplemente me empujas por el acantilado?"
"¡Porque me da igual tu pasado!", gritó ella entre lágrimas. "¡Me da igual que seas el responsable! El abuelo que yo conozco es el que me ha dado un hogar, el que me ha enseñado magia, el que me ha hecho reír y llorar. ¡Ese eres tú! ¡Y no pienso borrar estos años por una historia de guerra! ¿¡Es que acaso no quieres seguir viviendo conmigo!?"
"Claro que quiero…" murmuró Juju, con la voz hecha pedazos. "Pero mis manos… están manchadas de sangre. No merecen abrazar a nadie."
"¡Sí que lo merecen!" replicó ella con fuerza. "¡Ahora mismo me estás abrazando, abuelo!"
Él se quebró.
"Nathalie… Lo siento… Lo siento tanto…"
"No pasa nada, abuelo…", susurró ella, enterrando su rostro en su pecho. "Tú… me salvaste."
Y por primera vez en décadas, Juju lloró de verdad. Ya no como soldado, ni como sabio, ni como tutor… sino como un hombre roto, al que el amor le dio permiso para seguir viviendo.
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Presente.
"¡Qué bonito!" sollozaban Cecily y Hansel, abrazados, con lágrimas en los ojos por la ternura que les causó la historia recién contada.
"Eso… eso explica tantas cosas," dijo Lily, limpiándose discretamente los ojos.
"Sí… Es una historia preciosa," añadió Theo con una voz suave, contemplando a Nathalie con respeto.
"Y dice mucho de ti," comentó Marco con una cálida sonrisa. "Del corazón que tienes… para poder perdonar el pasado de Juju y quedarte con su presente."
"Hago lo que puedo," respondió Nathalie con una leve sonrisa melancólica. "Pero… al final, él también me salvó a mí."
Hubo un silencio breve, cargado de admiración, hasta que Ryan rompió la calma con una pregunta que todos querían formular.
"Sin embargo… Marco nos contó algo de unas raíces que atacan a quien menciona el nombre de Juju. ¿Por qué a ti no te afectan?"
"A mí me pica más la curiosidad saber dónde está ahora tu abuelo," dijo Ashley, directa como siempre.
"Y yo no me olvido de esos dos con ojos en la frente. ¿Quiénes eran exactamente?" añadió Keipi, aún intrigado.
"Jajajaja, tranquilos, chicos. No os preocupéis, os responderé a todo," dijo Nathalie mientras se servía otra taza de café, como si se estuviera preparando para soltar algo importante.
"Bueno, no te fuerces si no quieres, ¿eh?" dijo Marco con delicadeza.
Nathalie dejó la taza sobre la mesa y los miró a todos con seriedad.
"Decidme una cosa… ¿Habéis oído hablar de una reliquia llamada Nuevo Testamento?"
Todos abrieron los ojos de par en par. El ambiente se volvió denso en cuestión de segundos.
"¿Cómo?" murmuró Cecily, incapaz de ocultar su sorpresa.
"¿Acabas de decir… lo que creo que acabas de decir?" añadió Hansel, con un leve destello de emoción en la mirada.
"Claro. Mi abuelo era el encargado de proteger la reliquia y su sello. De hecho, vengo de localizar el lugar donde la enterró, con la intención de seguir cumpliendo su misión," explicó Nathalie con serenidad, aunque en su voz se notaba una sombra de dolor.
"Entiendo… esto es bastante sorprendente," dijo Marco, llevándose una mano al mentón, procesando la información.
"Pero… hay algo que me está empezando a dar malas vibraciones," murmuró Keipi, frunciendo el ceño. "Has dicho era… y que seguirás cumpliendo su misión… Acaso... ¿Juju está…?"
"Sí," respondió ella, tajante y sin rodeos. "Mi abuelo fue asesinado la semana pasada. Lo mataron esos seres de tres ojos."
Un silencio denso cayó sobre todos. Las miradas se cruzaron entre sí, reflejando la sorpresa, la tristeza… y una nueva determinación.
Continuará…
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