Al otro lado de la montaña.
En mitad de la selva, se alzaban los restos de un edificio devorado por la vegetación, una estructura olvidada por el tiempo que aún conservaba un aura misteriosa. Aquel lugar era la base secreta de los altargates. En ese instante, Cassandra y Liubei volvían con paso firme para informar a sus compañeros de lo acontecido en su misión más reciente.
Al cruzar el umbral de la sala central, se encontraron con una escena solemne. Un hombre de porte imponente, envuelto en una capa con capucha blanca, les daba la espalda mientras concentraba su energía en una esfera luminosa que flotaba suspendida en un pedestal de piedra. El objeto parecía latir como si tuviese vida propia. Era el núcleo de Yggdrasil, que requería ser alimentado constantemente con energía mágica para mantenerse activo.
"Señor Almatora, hemos regresado." dijo la rockera con una reverencia respetuosa, con su voz teñida de cansancio.
"Bienvenidos, queridos camaradas." respondió el hombre girándose lentamente hacia ellos, mientras uno de sus brazos seguía canalizando magia hacia el núcleo. Su mirada era penetrante, pero serena. "¿Alguna noticia refrescante sobre el paradero del Nuevo Testamento?"
"Sentimos informarle que en la ciudad no hay rastro alguno de ello. He estado revisando los sitios de interés y los puntos turísticos que conforman el casco histórico de Phaintom, pero no hay nada de nada." explicó Liubei, con expresión sombría.
"Sin embargo, tenemos que contarle algo la mar de interesante que nos ha sucedido hoy." añadió Cassandra, alzando ligeramente una ceja.
"¿Eso que me quieres contar está relacionado con las heridas que tenéis?" preguntó Almatora, señalando los rasguños visibles en sus ropas.
"En efecto." respondió la rockera, cruzando los brazos.
"No sabemos muy bien el por qué, pero hay un grupo de unos seis veinteañeros que andan buscando a Juju." dijo Liubei, aún con la voz cargada de intriga.
"¿En serio? ¿Y eso por qué?" preguntó Almatora, interesado.
"Cuando los conocí, pensando que eran meros turistas, me dijeron que no podían darme esa información porque era confidencial, pero que estaba relacionado con alguna reliquia." explicó Cassandra con firmeza. "Por lo que no me cabe la menor duda de que también tienen el ojo echado hacia el Nuevo Testamento."
"Si tan solo ese viejo de mierda no se hubiera suicidado recibiendo nuestros ataques para ocultar esa información... ya tendríamos la reliquia en nuestras manos." murmuró Liubei, frustrado.
"No pasa nada, compañeros de corazón." dijo Almatora en tono apaciguador. "Sabemos de sobra que está en algún lugar de Phaintom y sus alrededores, es cuestión de tiempo que demos con ello."
"Muy bonito todo, jefe... Pero, ¿cómo pudisteis dejar que unos meros turistas como ellos huyeran?" comentó con desdén un joven de pelo rubio cuyo largo flequillo tapaba por completo su ojo derecho. Portaba una enorme guadaña cruzada en la espalda, y no parecía tener ni quince años.
"Tassim... Relájate." le dijo Almatora con paciencia, entendiendo que aún era un crío impulsivo con más lengua que experiencia.
"Tendrías que haber estado allí antes de hablar. Ellos no eran débiles en absoluto, y aprovecharon que desconocíamos sus números para lanzarnos volando por los aires." explicó Liubei, visiblemente molesto.
"¡Pero eso es por falta de AMOR!" irrumpió una joven de cabellos dorados y rizados, vestida con un rosado peplo, sandalias blancas, y una corona de laurel que coronaba su cabeza. Llevaba un arco decorado con filigranas y varias flechas con puntas en forma de corazón. "¡Si hubiera amor real en vuestros corazones ni el viento os hubiera levantado!"
"Milanova, cariño... Sabes que eso es muy difícil para que ellos lo entiendan. ¡No comprenden la magia del amor! ¡De un amor tan poderoso como el nuestro!" comentó con teatralidad un hombre barbudo de melena suelta, vestido también con túnica y una corona de laurel similar.
"Ay mi Taranel... Lo que te quiero yo a ti. ¡Te comía ese culito peludo que siempre te cargas!" dijo entre risas abrazando a su amado con efusividad.
"Y yo a ti te comería esas te-"
"¡SUFICIENTE!" exclamó Cassandra con voz firme, cortando el momento antes de que se volviera aún más inapropiado. Su ceño fruncido dejaba claro que no estaba para tonterías.
Almatora chiscó los dedos, produciendo un leve eco mágico que recorrió las paredes de piedra, captando al instante la atención de sus aliados.
"Entiendo que ahora mismo todos estéis divagando en vuestros cerebros. Pero tenéis que recordar que estamos aquí con un objetivo." dijo, con voz grave pero serena, mientras bajaba lentamente la capucha que cubría su rostro.
La penumbra reveló entonces unos ojos plateados que brillaban como si contuvieran constelaciones, enmarcados por una larga melena turquesa que caía suavemente por su espalda. Un pequeño lazo negro recogía los cabellos de su flequillo, dando forma a una coleta que oscilaba ligeramente con cada palabra que pronunciaba.
"Jefe." dijeron los cinco al unísono, inclinándose con respeto, sintiendo el peso de su presencia como si el aire mismo se volviese más denso.
"Recordad nuestra historia. Recordad lo que tuvimos que pasar para llegar aquí." continuó, caminando despacio frente a ellos, como un general frente a su escuadrón.
Sus pasos resonaban con solemnidad. La atmósfera cambió, se volvió más íntima, más cargada de intención. Las antorchas que iluminaban tenuemente la sala parpadearon como si respondieran a sus palabras.
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Hace aproximadamente más de un siglo, durante la Gran Guerra Mágica.
Auguria, la tierra natal de los Altargates, se encontraba sumida en el mayor ataque que jamás había presenciado. Los cielos ardían con relámpagos mágicos, las montañas temblaban con cada estallido de energía, y el suelo mismo lloraba bajo la devastación. El Imperio, liderado por los magos más poderosos y despiadados bajo la orden directa de Juju, arrasaba sin piedad todo a su paso. No distinguían entre piedra, bosque o ser viviente. Todo era blanco de su destrucción.
En medio del caos, Almatora corría por las calles calcinadas de la ciudad, esquivando escombros, fuego y cuerpos inertes. Una herida surcaba su frente, manchando su rostro con una delgada línea de sangre. No era grave, pero le dolía más el alma que el cuerpo. Finalmente, encontró la entrada secreta a un refugio subterráneo oculto entre ruinas, un último rincón de esperanza.
Bajó las escaleras a toda prisa, tambaleándose, y al llegar al fondo se topó con seis figuras. Cinco de ellas eran sus actuales compañeros. La sexta era un desconocido. Un anciano de complexión robusta pese a su edad, con un bastón de madera negra tallado con runas y un denso bigote plateado que contrastaba con su cabeza completamente calva.
"Ay, estás sangrando. Deja que te cure las heridas." dijo Cassandra levantándose y buscando un pañuelo del botiquín anclado en la pared junto con una botella de alcohol.
"Siéntate por aquí, soldado." añadió Liubei, guiándolo con suavidad hacia un banco de piedra para que descansara.
"Mira cariño... Ese hombre parece estar bien." susurró Milanova mientras abrazaba el brazo de su esposo con dulzura.
"Sí... Menos mal que encontró un refugio." comentó Taranel asintiendo con alivio.
"Tsk." refunfuñó Tassim, que en ese momento apenas aparentaba once años. "¿Qué coño haces aquí?" preguntó con desdén.
"Oye, cálmate." le respondió el anciano con voz serena pero firme.
"Eso. No es momento de discutir entre nosotros." intervino Cassandra mientras comenzaba a limpiar la herida de Almatora.
"Pero, ¿es que no veis su uniforme?" soltó el pequeño señalando con el dedo acusador. "¡Ese hombre es del ejército de Auguria! ¡Ha huido de la guerra en vez de dar la cara por el país!"
"No hay nadie aquí que haya huido de la guerra." dijo el anciano, sin cambiar el tono.
"¡Pero...!" protestó Tassim, alterado.
"Lo siento..." susurró Almatora, y sus palabras se quebraron mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas sucias. "¡Ellos eran demasiado poderosos! ¡Esos humanos asesinaron a mis compañeros! ¡Y a mi esposo! Luchaba junto a mí... Me pidió que viviera por él y, por miedo... acabé huyendo..."
"Ay... No pasa nada." dijo Cassandra abrazándolo con ternura.
"Eso compañero... Todo estará bien, lo prometemos." comentó Liubei, con la voz entrecortada por la emoción.
"Tsk... No me das pena, ¿eh?" murmuró Tassim mirando a otro lado, limpiándose una lágrima que se le escapó sin querer.
"Lo siento... Si tan solo mi magia de luz fuera más poderosa... quizá podría haber hecho algo." dijo Almatora.
En ese momento, el anciano dio un paso al frente con su bastón en la mano.
"¿Crees que si te haces fuerte podrás vengar nuestra sangre?" preguntó, con ojos que brillaban como si supieran demasiado.
"¡Pues claro! ¡Si fuera más poderoso, podría vengarme de los humanos! ¡Podría proteger lo que queda de los Altargates!" exclamó Almatora con fuerza renovada.
"Está bien." dijo el anciano, caminando hacia las escaleras que daban a la superficie.
"Una vez despertéis, entrenad. Y una vez seáis fuertes, buscad el Nuevo Testamento y cambiad nuestra historia... para que así, nuestra especie pueda persistir por los confines de la eternidad." dijo mientras subía el primer peldaño, girándose para mirarles una última vez.
"¿A qué se refiere?" preguntó Almatora.
"¿Qué nos vas a hacer?" dijo Milanova alarmada, aferrándose a Taranel.
"¡Cariño!" gritó Taranel abrazándola con fuerza.
"Señor..." murmuró Cassandra.
"¿Quién es usted?" preguntó Liubei, con el ceño fruncido.
"¡No quiero quedarme con estos viejos!" gritó Tassim corriendo hacia la salida.
"Me llamo Cronos. Y en mi nombre... el tiempo ha de PAUSARSE." respondió golpeando el suelo con su bastón.
Un estallido silencioso llenó la sala. En un abrir y cerrar de ojos, todo se detuvo. Los cuerpos quedaron suspendidos en el aire, los relojes callaron y la eternidad se congeló.
"Que despierten en cien años." dijo Cronos con voz solemne, y su figura siendo iluminada por un aura crepuscular.
Con paso lento, abandonó el refugio. Extendió su mano y, con un gesto sutil, hizo avanzar el tiempo de la entrada, derrumbándola y cubriéndola con arena, piedra y raíces. El escondite quedó sellado, imposible de encontrar.
"Os confío... la superioridad de los Altargates, mis queridos compañeros." susurró Cronos mientras se perdía en el horizonte, caminando hacia el campo de batalla y hacia su propio destino.
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Un siglo después.
El tiempo en la sala volvió a fluir con normalidad. Para ellos seis, lo ocurrido no había durado más que un breve segundo, como si todo hubiese sido un sueño... pero la realidad se impuso de inmediato.
"¿Q-Qué ha pasado?" dijo Milanova, mirando a su alrededor con los ojos muy abiertos.
"No he entendido nada." comentó Liubei, intentando procesar lo ocurrido.
"Ese señor... Dijo que era Cronos..." murmuraba Almatora, con el ceño fruncido.
"¡Chicos! ¡Escuchad!" exclamó Cassandra, alzando la mano.
"Pero... si no se oye nada." dijo Tassim, ladeando la cabeza.
"¡Es que es eso!" señaló la rockera, con una mezcla de asombro y preocupación. "¡No hay bullicio de guerra fuera! ¡No se oyen explosiones, ni gritos, ni nada!"
"Es verdad." afirmó Taranel, frunciendo el ceño.
Los seis se miraron unos a otros y, sin mediar palabra, subieron juntos por las escaleras de piedra. Al llegar a lo alto, se toparon con la entrada completamente sellada. Liubei cerró los ojos, juntó sus manos, y unas raíces brotaron desde las paredes, deshaciendo el muro natural que los mantenía atrapados.
Cuando por fin salieron al exterior, la imagen que encontraron les dejó sin aliento.
Auguria... ya no existía como la conocían. Todo a su alrededor eran ruinas, escombros y tierra seca. Las torres que una vez se alzaban orgullosas estaban reducidas a montones de piedra, y los valles fértiles eran ahora páramos sin vida. El cielo tenía un matiz extraño, como si el tiempo mismo hubiese dejado una huella invisible sobre la atmósfera.
"¿Q-Qué ha pasado?" susurró Tassim, con los ojos llenos de terror.
"Ese anciano... era Cronos..." repitió Almatora, aún aturdido.
"¿Cronos? Ese nombre me suena." dijo Cassandra, frotándose la frente.
"Es el altargate más poderoso que jamás haya existido. Se le atribuye la capacidad de controlar el tiempo mismo." explicó Almatora, con tono reverente. "Y si no me equivoco... lo que dijo antes de irse fue que sellaría el tiempo por un siglo entero."
"¡¿Cómo?!" exclamó Liubei, retrocediendo un paso.
"¿Han pasado cien años en solo unos segundos para nosotros?" preguntó Cassandra, con voz temblorosa.
"Oye, no tiene ni puta gracia. ¿Y mi familia? Mi padre era soldado..." murmuró Tassim, con el rostro rojo por la impotencia.
"¿No lo veis?" dijo Almatora, visiblemente afectado. "Nosotros... somos los únicos supervivientes de la raza altargate."
El silencio que siguió fue sepulcral. Nadie respondió. Porque en el fondo... todos sabían que era cierto. La devastación no era reciente. Era el paso del tiempo sin su presencia. Ellos eran los últimos altargates en todo Pythiria.
"¿Y-Y qué hacemos?" preguntó Cassandra, abrazándose a sí misma, con la mirada perdida.
"¡Papá! ¡Mamá!" lloraba Tassim, cayendo de rodillas.
"Cariño..." murmuró Milanova, bajando la vista.
"Vengarnos." dijo Almatora tras tragar saliva con esfuerzo.
"¿Cómo?" preguntó Liubei, aún sin comprender del todo.
"Cronos nos lo dijo antes de detener el tiempo... Que restauráramos la humanidad con el Nuevo Testamento. Esa reliquia... es la clave. Podemos recuperar nuestra especie si la encontramos. Pero antes..." se giró hacia ellos con mirada firme. "Antes debemos hacernos fuertes. Los seis."
"No sé yo..." dijo Cassandra, insegura.
"¿Acaso no quieres vengar a tus amigos y familiares?" saltó Tassim con rabia. "Porque yo sí. ¡Así que más te vale hacerme superpoderoso, soldado!"
"Yo creo que también me uniré." dijo Liubei, con la mirada perdida en las ruinas. "Mi hija y mi esposa fueron brutalmente asesinadas por esos humanos. Si no tengo un hogar al que volver... no tengo nada que perder en el camino de la venganza."
La parejita se miró en silencio, y finalmente asintieron.
"Nosotros también nos uniremos. No podemos permitir que nuestra especie, llena de AMOR, se extinga para siempre." declaró Milanova con firmeza.
"Salvaremos a nuestros aliados caídos y acabaremos con esos egoístas humanos." añadió Taranel, apretando el puño.
"Tenéis razón..." dijo Cassandra. "Mis amigas no van a volver. Mi madre tampoco... Yo..." alzó la vista y su voz se volvió más fuerte. "¡Lucharé!"
Almatora sonrió con amargura, pero también con esperanza. Dio un paso al frente, con la mirada fija en el horizonte.
"Entonces... ¡Es hora de empezar el entrenamiento para nuestra venganza!"
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Presente.
"Entrenamos durante años, sin descanso. Aprendimos a dominar cada fibra de nuestra magia, a superar nuestras limitaciones y a confiar plenamente los unos en los otros." relataba Almatora con voz firme, mientras sus ojos recorrían a sus compañeros. "Encontramos la reliquia Yggdrasil en unas ruinas. Su poder nos está permitiendo trazar el plan definitivo para hallar el Nuevo Testamento."
"Qué recuerdos." sonreía Milanova, entrelazando su mano con la de Taranel.
"Ya te digo, cariño." añadió él, con una mirada llena de orgullo.
"Y entonces..." continuó Almatora, su expresión tornándose más seria. "Durante nuestro viaje descubrimos algo que jamás imaginamos. Juju... seguía con vida, y no solo eso, sino que también era el guardián de dicha reliquia."
Un silencio se extendió entre ellos durante unos segundos, pesado y cargado de historia.
"Pero ahora..." dijo Almatora alzando la mirada hacia el cielo estrellado. "Ahora estamos cerca de completar nuestro plan. Encontraremos el Nuevo Testamento y lo usaremos para abrir un portal que nos lleve al pasado y así... ¡cambiar la historia de nuestra raza para siempre!"
"¡SÍ!" gritaron sus compañeros al unísono, alzando los brazos, con los corazones encendidos por la esperanza.
"Por eso..." exclamó Almatora, con el rostro iluminado por una determinación inquebrantable. "¡Luchemos! ¡Por nuestros caídos, por nuestro honor, por los Altargates!"
Todos asintieron con firmeza. La era de la oscuridad estaba cerca de acabar. La historia, por fin, estaba a punto de reescribirse.
Continuará...
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