El grupo de Marco llegó por fin al pie de Yggdrasil. Ante ellos, el coloso vegetal se alzaba como una muralla viviente, sus raíces serpenteaban por el suelo y su tronco atravesaba los cielos. A primera vista, parecía impenetrable... hasta que una grieta vertical se abrió ligeramente, como si el propio árbol les estuviera dando la bienvenida a su interior.
"Ahí." señaló Keipi, jadeando tras la carrera. "Es una entrada..."
Los tres se aproximaron con cautela. Al cruzar el umbral de madera viva, se encontraron con unas escaleras de corte antiguo, talladas directamente en la corteza interior del árbol. El ambiente era opresivo, cargado de energía mágica. Un leve temblor recorría las paredes con cada latido del núcleo.
"Tsk... ¿En serio? ¿Ahora unas escaleras?" se quejó Ashley, con una mezcla de rabia y agotamiento. "Como si no estuviésemos con el tiempo justo..."
Keipi se giró hacia el emperador, con el rostro empapado en sudor y los ojos ardiendo en decisión.
"¡Marco!" gritó. "Usa tu fuego para impulsarte y vuela hasta la copa. ¡Tú eres el único que puede llegar a tiempo!"
"Pero... ¿y vosotros?" dudó el emperador, con el ceño fruncido.
"¡No hay peros que valgan!" interrumpió Ashley con firmeza. "Kei tiene razón. ¡Nosotros te alcanzaremos como sea! Apenas quedan veinte minutos para el disparo... ¡Ve!"
"Está bien..." respondió Marco tras un segundo de duda. Miró a sus compañeros con su corazón latiendo con fuerza. "¡Confío en vosotros!"
Activó su magia sin pensarlo dos veces. Sus tobillos se envolvieron en llamas carmesí y, con un rugido ardiente, despegó a toda velocidad saliendo del interior del tronco. Un destello de fuego iluminó la corteza mientras se alejaba hacia la copa.
Keipi observó su figura desaparecer en la altura, respiró hondo y se giró hacia la escalera.
"¡Vamos!" gritó, echando a correr sin mirar atrás.
Ashley le siguió de inmediato, saltando por dos peldaños a la vez. El eco de sus pasos resonaba en el interior del árbol como un tambor de guerra.
"¡Tenemos que detener ese disparo, cueste lo que cueste!" gritó la joven, decidida.
Ambos se adentraron en el corazón de Yggdrasil, sabiendo que el tiempo se les escurría como arena entre los dedos… y que no habría una segunda oportunidad.
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En ese mismo instante, Marco alcanzó la copa de Yggdrasil a toda velocidad, envuelto en una estela de fuego que dejaba un rastro ardiente en el aire. Tardó menos de un minuto en llegar a la cima, donde las ruinas de una civilización perdida se extendían sobre las gigantescas ramas del árbol.
"Este es el lugar..." murmuró, deteniéndose en el aire mientras se mantenía suspendido gracias a sus llamas. Sus ojos escudriñaban la zona, buscando con urgencia los dos templos de piedra que Nathalie había mencionado.
Pero no tuvo tiempo de encontrarlos.
De pronto, una ráfaga de proyectiles de luz apareció de la nada y se dirigió hacia él con una velocidad letal. Marco intentó esquivarlos, pero una de las flechas le rozó el brazo izquierdo, abriéndole una herida profunda que le arrancó un quejido de dolor.
"Gh... Maldita sea..." masculló, sujetándose el brazo con fuerza. Sin perder tiempo, descendió a toda velocidad hacia el suelo rocoso de la copa. Aterrizó con fuerza sobre una losa de piedra agrietada, justo cuando una figura se aproximaba desde entre las sombras de las ruinas.
"Vaya, vaya..." dijo una voz calmada pero afilada. De entre los restos emergió Almatora, con el núcleo de Yggdrasil sujeto en su mano derecha, palpitando con energía como si respirara.
"Sabía que alguien subiría a intentar detenernos... Me alegra haberme preparado para la visita." añadió con tono despreocupado.
"Tsk..." refunfuñó Marco, apretando los dientes mientras presionaba la herida. "Déjame adivinar... ¿El líder de este grupito?"
"En efecto." respondió con elegancia. "Mi nombre es Almatora. Comandante y último líder de los Altargates. Sobreviviente de una raza masacrada. Protector del legado que nos queda."
"Marco." se presentó. "Y no entiendo por qué hacéis todo esto. ¿Realmente creéis que la destrucción y la venganza os traerán paz?"
"Es normal que no lo entiendas. Eres humano." dijo Almatora con una sonrisa ladeada. "Tu especie nunca ha sabido ponerse en el lugar de los demás. No tienes por qué comprender los motivos que nos impulsan. Pero lo que sí entiendo yo, es que no has venido hasta aquí para entregarme el Nuevo Testamento, ¿verdad?"
"No." dijo Marco con firmeza. "No pienso darle esa reliquia a alguien tan cegado por la ira como tú. Y menos aún si eso implica poner en peligro la vida de inocentes."
Almatora entrecerró los ojos.
"Qué curioso... Si los sacrificados fueran de otra raza, ¿te importaría igual? ¿O es solo cuando los humanos están en peligro que os preocupáis tanto?" replicó mientras generaba a su alrededor una nueva oleada de flechas de luz, suspendidas como estrellas listas para caer.
"No me importa de qué raza sean las víctimas." replicó Marco con dureza. "Ninguna merece ser arrastrada por vuestra sed de venganza. Y si tú y yo estamos hablando ahora mismo, es porque tenemos más en común de lo que crees."
"Ya veo..." murmuró Almatora, bajando la mirada un instante antes de alzarla con furia contenida. "Eres de esos hipócritas que predican paz sin haber perdido nada. Tú no sabes lo que es ver morir a tu pueblo entero... a tu pareja... a tu familia. ¡No tienes derecho a sermonearme!"
"Tienes razón." respondió Marco, encendiendo sus puños con fuego. "No lo he vivido. Pero eso no significa que lo que estás haciendo sea lo correcto. Vengarte del mundo no traerá de vuelta a los que perdiste. Solo te destruirá a ti también."
"Los traerá, es por eso que estamos haciendo esto. Sin embargo, ya he tenido suficiente. Se acabaron las palabras." dijo Almatora con frialdad. "¡Desaparece!"
Con un grito, las flechas de luz cayeron como una lluvia celestial. Marco reaccionó al instante: lanzó una enorme esfera de fuego para bloquear la primera oleada y, al mismo tiempo, encendió sus pies, retrocediendo a toda velocidad con movimientos de esquiva calculados.
La explosión iluminó las ruinas mientras nuestro protagonista danzaba entre la muerte, girando, rodando y saltando hasta esquivar la última de las flechas.
Con un impulso brutal, cargó hacia delante envuelto en llamas, convirtiendo su cuerpo en un proyectil ígneo. Con un rugido que hizo temblar las losas bajo sus pies, impactó directamente en el abdomen de Almatora.
El líder altargate salió volando como un muñeco, atravesando dos paredes en ruinas antes de chocar violentamente contra una columna de piedra que lo detuvo en seco. El núcleo de Yggdrasil se mantuvo sujeto a su mano, como si hubiera sido pegado a ella para evitar que se desplazara.
Marco aterrizó con fuerza, las llamas aún bailaban sobre su piel. "Levántate." dijo con voz firme. "Te enseñaré a golpes que estás equivocado."
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En otro lugar de la ciudad en ruinas.
Un rugido acuático rompió la quietud del aire.
De la nada, un gigantesco dragón de agua emergió desde el horizonte, destrozando parte del suelo a su paso con su cuerpo serpenteante. El torrente giraba sobre sí mismo con violencia, dejando un reguero de humedad y cráteres a su paso.
En su interior, dos figuras brillaban entre el torbellino líquido.
Ashley y Keipi, aferrados a Priscilla, surcaban el cielo con los rostros decididos, envueltos por la energía mística del dragón.
"¡Parece que tu idea funcionó!" gritó Ashley con una sonrisa.
"Menos mal que recordé lo de la Torre de Babel..." respondió Keipi, con el pelo agitado por el agua y el viento. "Cuando lo lanzamos juntos aquella vez, el dragón nos arrastró a su paso. No pensé que pudiera salir tan bien otra vez."
"¡Es porque somos increíbles!" replicó Ashley, soltando la espada brevemente para girar en el aire con una agilidad felina.
"¡Sí! ¡Y ahora toca seguir siéndolo deteniendo esta masacre!" rugió Keipi, girando junto a ella como si el cielo fuera su campo de entrenamiento.
En ese instante, aún suspendidos por el impulso del dragón, ambos se colocaron espalda contra espalda y juntaron las plantas de los pies. Se impulsaron mutuamente con una patada sincronizada, lanzándose en direcciones opuestas como dos flechas elementales.
Mientras surcaban el aire a toda velocidad, sus ojos se fijaron al mismo tiempo en dos estructuras antiguas: los templos que albergaban los motores mágicos de Yggdrasil.
Keipi, con su mirada afilada, apuntó directamente al suyo. Con un grito de concentración, canalizó su energía y lanzó un nuevo dragón de agua desde su espada, el cual se precipitó hacia el tejado del templo y lo destrozó por completo, dejando un boquete humeante.
"¡Llegué!" exclamó al caer en el interior del edificio.
El sonido de sus pies contra el mármol húmedo resonó entre las columnas. Miró rápidamente a su alrededor, hasta que sus ojos dieron con un cubo flotante, resplandeciente, en el centro del santuario. La magia que emitía era tan densa que se podía oler en el aire.
"No me cabe duda de que eso es el motor..." murmuró, avanzando con cautela.
Pero en cuanto dio un paso más, el suelo crujió bajo sus pies.
"¡Cuidado, Kei!" gritó la voz telepática de Priscilla en su mente.
Justo a tiempo. El monje retrocedió con un salto instintivo, evitando ser empalado por raíces afiladas que surgieron como lanzas desde las grietas del suelo.
Una figura se salió de entre las sombras del templo, mientras una naginata giraba con elegancia en sus manos.
"Lo siento, muchacho..." dijo Liubei, con tono tranquilo pero severo. "Pero no pienso dejar que te acerques al núcleo."
Mientras hablaba, raíces, troncos y enredaderas brotaban del suelo, envolviendo lentamente el motor como una fortaleza viva. No iba a dejar que nada ni nadie lo tocase.
"No tienes que disculparte." dijo Keipi, exhalando con calma mientras tomaba una postura marcial, el agua flotando a su alrededor. "Ya sabía que esto no iba a ser fácil."
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Por otra parte, cuando Ashley avistó su templo, rebotó en una estructura en ruinas y, sin pensarlo dos veces, irrumpió rompiendo la pared del edificio con una potente patada.
"Así que este es el lugar..." murmuró mientras avanzaba por el interior de la sala, sus pasos resonaban con decisión. Su mirada se centró enseguida en el cubo flotante que brillaba al fondo del templo. "Y eso... es el motor que tengo que destruir."
Sin embargo, en el instante siguiente, el suelo bajo sus pies comenzó a deshacerse, convirtiéndose en arenas movedizas. De ella emergió con elegancia la figura de Cassandra, quien la observaba con su habitual altanería.
"Lo siento, pero no..." dijo con una media sonrisa, levantando ligeramente la mano. "¡No vas a tocar algo que no existe!"
Al chasquear los dedos, el cubo desapareció al instante ante los ojos de nuestra protagonista.
"¿Qué? ¿Otra vez tu magia rara?" gruñó Ashley, retrocediendo un paso mientras tomaba una posición ofensiva.
"Llámala rara, o llámala útil. Me la pela." respondió Cassandra con frialdad, acomodándose mientras la arena bajo sus pies giraba lentamente. "Lo que está claro es que... no vas a conseguir derrotarme."
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A varios kilómetros de Phaintom. En lo alto de una montaña.
Dos figuras masculinas descansaban cerca del borde, contemplando una brújula antigua que vibraba suavemente con energía mágica, indicando el camino hacia la capital del Reino de Wolfgang.
Uno de ellos era un hombre de pelo castaño con corte bob. Su mirada parecía apagada, con ojeras marcadas y un gesto perpetuamente ausente. Llevaba un traje de una sola pieza en tonos morados y negros, decorado con hombreras hechas de hueso, y un cinturón de cuero oscuro del que colgaba una espada envainada.
A su lado, el contraste era total. Un hombre rubio de labios pintados en rojo carmesí, uñas perfectamente esmaltadas y pendientes dorados que centelleaban con la luz del atardecer. Vestía unos shorts ajustados que realzaban sus musculosas piernas, rematadas en unas botas de tacón alto. Su camiseta verde llevaba inscrita una frase en un idioma antiguo, y su sombrero, con estampado de vaca y pequeñas orejitas, le daba un aire casi cómico… aunque su energía era de todo menos graciosa.
"Cada vez estamos más cerca de nuestro objetivo" comentó el de corte bob con tono monótono. "Seguramente, para la noche hayamos llegado a Phaintom."
"Menos mal, tío" respondió el rubio con un suspiro exagerado. "Estoy cansadísimo de tanto viaje. Me apetece volver a casa, ver a mi esposa e hija. Llevo semanas soñando con ese momento."
"Me parece estupendo, Kinaidos" dijo el espadachín mientras cerraba la brújula. "Pero si no conseguimos el Nuevo Testamento para nuestra señora Aspasia debido a tus pensamientos innecesarios sobre tu familia feliz, ten por seguro que apagaré la llama de tu vida con mis propias manos."
"Jajajaja, ay Thanatos, tú siempre tan divertido con tus amenazas" se rió Kinaidos, arreglándose el flequillo con una sonrisa burlona. "Si tú y yo luchásemos de verdad, siendo los más fuertes entre los Apóstoles del Génesis, acabaríamos matándonos mutuamente… y Aspasia estaría destrozada. ¿Quieres verla llorar?"
"E-Es verdad..." refunfuñó Thanatos, bajando un poco la mirada.
"Así que, deja las tonterías y continuemos con nuestro camino" dijo Kinaidos, sacando de su bolsillo un pequeño espejo con el que se ayudó a repasarse el pintalabios. "Esta noche, la reliquia al fin será nuestra."
"Y el mundo que nuestra señora Aspasia y nuestro señor Yumeith siempre han querido... estará más cerca que nunca" añadió Thanatos con una mirada firme hacia el horizonte.
Continuará...
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