Minutos antes de que el cañón de Yggdrasil disparara hacia Phaintom, la batalla en el otro templo alcanzaba un punto álgido.
Keipi había invocado, como era costumbre, a sus clones de agua. Coordinados en su ataque, las copias cargaban sin descanso contra el altargate de la naginata. Pero con un movimiento fluido de su lanza, Liubei hizo brotar una maraña de raíces del suelo que se alzaron como serpientes dispuestas a devorarlos.
El monje empuñó nuevamente a Priscilla y se lanzó de lleno al combate, corriendo en línea recta hacia su adversario. A su alrededor, los clones esquivaban y cortaban las raíces con maniobras precisas, aunque varios eran atravesados sin piedad, estallando en salpicaduras que empapaban el suelo de mármol.
"Es ágil... pero sigo estando por encima de él," pensó Liubei mientras observaba cómo Keipi se abría paso entre el caos con movimientos calculados, aprovechando los huecos que dejaban las raíces y los clones acuáticos.
Para bloquear su avance, el altargate hizo crecer de la nada un árbol imponente justo frente a él. Sin detenerse, nuestro protagonista blandió a Priscilla en un tajo horizontal, cortando el tronco como si fuera papel y atravesando la cortina de hojas para plantarse cara a cara con su contrincante. Sus armas chocaron con un estruendo metálico mientras sus miradas se encendían con la furia del combate.
Liubei tiró con fuerza de su naginata, obligando a Keipi a retroceder unos pasos, pero el joven se reincorporó de inmediato y contraatacó con un salto certero. Sus armas comenzaron a encontrarse en una lluvia de choques sucesivos, entre chispas y ecos metálicos que retumbaban por todo el templo.
El sudor de ambos guerreros resbalaba por sus frentes, cayendo al mármol agrietado mientras las últimas raíces acababan con los clones restantes. Keipi giraba, esquivaba, respondía; Liubei resistía, presionaba, contrarrestaba. Era un duelo feroz y elegante, como un baile sangriento entre dos filosofías opuestas.
En un instante decisivo, el altargate asestó un golpe seco con su naginata al filo de Priscilla, desequilibrando a nuestro protagonista y obligándolo a retroceder. Luego, con un pisotón firme, hizo brotar nuevas raíces bajo los pies del joven, que lo alzaron en el aire como látigos vivientes dispuestos a estamparlo contra el techo.
Pero Keipi reaccionó a tiempo. Giró con destreza en el aire y, desde el filo de su espada, invocó un dragón de agua que se lanzó rugiendo hacia su enemigo.
Liubei no se inmutó. Juntó las palmas con serenidad y alzó dos árboles que emergieron a ambos lados de la bestia. Con un crujido, los troncos golpearon de lleno a la criatura acuática, deshaciéndola en una cascada de gotas que llovieron por toda la sala.
Keipi aterrizó con fuerza, resbalando ligeramente hacia atrás, su pecho subiendo y bajando con rapidez mientras recuperaba el aliento. Su respiración era pesada, su cuerpo estaba empapado en sudor, pero su mirada seguía ardiendo con resolución.
"Oye, Kei..." La voz de Priscilla resonó en su mente con un tono inusualmente serio.
"¿Qué ocurre?" preguntó él, captando de inmediato su preocupación.
"Pase lo que pase... no uses a Kaito esta vez."
Keipi frunció el ceño, intrigado. "No tenía pensado hacerlo, pero... ¿es por algún motivo específico?"
"Aún no estás listo para soportar una cantidad de poder tan abrumadora. Y por suerte..." añadió con cierta pesadez, "la última vez solo perdiste el conocimiento. Pero si vuelves a invocarlo… podría devorar toda tu energía mágica. Y si eso ocurre... morirás."
El monje sonrió con suavidad, sin miedo. "No te preocupes. No cometeré tal locura, lo prometo. Además..." Sus ojos se entrecerraron, decididos. "No creo que necesite el poder de un Kami para derrotar a este tipo."
"Eso es..." respondió ella, con algo más de alivio. "¡Vamos a por él juntos! ¡Como siempre!"
"¡Claro!" exclamó él, adoptando de nuevo una posición ofensiva.
Liubei observó cómo Keipi se preparaba nuevamente para el combate. Con una mirada fría, hundió su naginata en el suelo, haciendo brotar una nueva oleada de raíces que se abalanzaron con ferocidad hacia su enemigo.
Nuestro protagonista, lejos de retroceder, cubrió el filo de Priscilla con una capa ondulante de agua. Luego, se lanzó hacia adelante sin dudarlo un solo instante. Dio un gran salto para esquivar la primera raíz y comenzó a correr por su superficie como si fuera una pasarela viva. Con un tajo elegante, zarandeó a Priscilla para cortar la siguiente que surgía por su flanco izquierdo.
Pero justo cuando parecía que había dominado la ofensiva, dos raíces lo emboscaron desde el techo, cruzándose como fauces dispuestas a aplastarlo.
Sin embargo, el monje las cortó al instante con una danza precisa de tajos. Se agachó, aprovechando la inercia, y volvió a impulsarse con fuerza, saltando directo hacia su oponente.
"¡Ya te vi venir!" gritó Liubei, y con un movimiento veloz, cortó a Keipi en dos con su naginata.
Pero la figura se disolvió en un estallido líquido.
"¿Un clon?" exclamó el altargate, sorprendido.
En ese mismo instante, el verdadero cayó como un rayo desde lo alto, con su espada cubierta de agua. Asestó un tajo diagonal que cruzó el pecho del altargate, y antes de que pudiera reaccionar, lanzó una tromba de agua a quemarropa desde el filo de Priscilla.
La presión del ataque fue tal que Liubei salió despedido por los aires, estrellándose violentamente contra una de las estatuas del templo. El impacto hizo temblar el suelo, levantando una nube de polvo y fragmentos de piedra.
Keipi aterrizó con elegancia, con la respiración agitada y los músculos tensos, mientras el agua goteaba del filo de su espada como si aún respirara la rabia del ataque.
"Ya veo..." murmuró Liubei, arrancándose la camiseta hecha jirones tras la tromba de agua, mientras se incorporaba lentamente. "Cuando las raíces del techo te emboscaron, aprovechaste para crear un clon con el agua que cubría tu espada... y luego te ocultaste unos metros detrás de él, fingiendo que la copia era tu verdadero cuerpo."
"En efecto," respondió Keipi con serenidad.
"Nada mal," admitió Liubei, liberando energía mágica mientras su tercer ojo brillaba con un resplandor etéreo. "¡Pero eso no es suficiente para acabar conmigo!" exclamó, manchando su mano con la sangre que brotaba del tajo en su abdomen.
De pronto, apoyó la palma ensangrentada contra el suelo, y una oleada de plantas carnívoras brotó de las grietas, lanzándose con dientes afilados contra nuestro protagonista. Keipi retrocedió de un salto, cortando la cabeza de una de ellas con su espada, pero nuevas criaturas comenzaron a surgir por toda la sala como si el templo entero hubiera cobrado vida.
Desde detrás, una de ellas lo mordió en el brazo, pero él reaccionó al instante y la cercenó con precisión. "Mierda... cada vez hay más." pensaba, observando cómo estaba siendo rodeado.
"No te preocupes," le dijo Priscilla mentalmente con confianza. "¿Acaso no sabes qué hacer cuando hay enemigos en todas las direcciones?"
"Por supuesto," sonrió Keipi. "¡Un ataque que los alcance a todos!"
El monje aferró su espada con ambas manos y, con un movimiento firme, liberó un anillo de agua afilada a su alrededor, cortando de raíz todas las plantas carnívoras que lo cercaban. El filo líquido giró en torno a él como una danza letal, mientras Liubei lograba esquivarlo con un salto ágil.
"No será fácil luchar contra él..." pensó el altargate, cayendo a un lado con una expresión seria. "Lo subestimé... pero aún me queda eso."
De nuevo, el enemigo incrustó la cuchilla de su naginata en el suelo. Acto seguido, una luz verdosa iluminó las baldosas, y de la vara del arma comenzaron a brotar raíces que se enterraron con violencia en su propio cuerpo.
El altargate soltó un gruñido gutural, mientras de sus ojos comenzaban a brotar lágrimas de sangre.
"¿Qué está haciendo?" murmuró Keipi, tensando los músculos.
"No tengo ni idea… pero tengo un muy mal presentimiento," le respondió Priscilla mentalmente, con tono grave.
"¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!" gritó el hombre con todas sus fuerzas, mientras su cuerpo se tornaba completamente de madera y la naginata se reducía lentamente a cenizas.
"¿Se ha convertido en un árbol?" se sorprendió nuestro protagonista, dando un paso atrás.
De pronto, el altargate apareció frente a él en un parpadeo. Le colocó su mano de madera sobre el estómago y, en menos de un milisegundo, un tronco brotó violentamente desde la palma, impactando brutalmente en el torso de Keipi. El golpe lo lanzó contra la pared con tal fuerza que Priscilla salió despedida de su mano, quedando tirada a unos metros.
"¡Mierda!" gruñó el monje, intentando reincorporarse.
"Lo siento… pero en este estado, puedo absorber el agua de cualquier cosa a través de mis plantas… y eso incluye a las personas," explicó Liubei con voz distorsionada por el dolor y el poder.
De repente, el tronco se dividió en múltiples raíces que se enredaron con precisión en torno al cuerpo de Keipi, encerrándolo en una esfera vegetal como una prisión viviente.
"¡Joder!" exclamó el monje, forcejeando sin éxito. Las raíces se cerraron por completo sobre él, dejando solo su brazo derecho expuesto al exterior.
"¡Absorbed su agua… hasta matarlo!" ordenó Liubei, con los ojos encendidos de furia.
Un quejido ahogado escapó de los labios de Keipi mientras su brazo visible comenzaba a marchitarse poco a poco, volviéndose cada vez más delgado, más pálido… hasta que dejó de moverse por completo.
"Este es… un réquiem para ti," murmuró el altargate con solemnidad.
"¡KEIPI!" pensó Priscilla, aún tendida en el suelo.
Batalla en el templo.
Keipi vs Liubei.
Ganador: Liubei.
Continuará...
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