Phaintom.
"¿C-Cómo...?" balbuceó Theo, aún sosteniendo a Lily en sus manos.
"¿Es en serio...?" susurró la pequeña hada, completamente agotada, apenas logrando alzar la vista.
"Si ese cañón puede volver a disparar en cinco minutos... entonces sí, es posible." murmuró Nathalie, tendida de nuevo en el suelo, su voz teñida de preocupación.
"Joder..." gruñó Hansel, apretando los dientes mientras observaba a los ciudadanos aún intentando evacuar. "¿Qué vamos a hacer...? Es imposible sacar a toda esta gente en tan poco tiempo."
Una carcajada burlona retumbó en el aire.
"¡Jajajaja! ¡Es inútil, inútil, inútil!" chillaba Tassim, atado de pies y manos con pesadas cadenas antimagia que le impedían moverse. "Una vez que el cañón ha calentado sus motores... ¡Puede disparar cada cinco minutos sin esfuerzo! ¡No tenéis escapatoria! ¡La muerte ya os está abrazando!"
Todos guardaron silencio unos segundos, sintiendo el peso de esas palabras.
Hasta que una voz llena de convicción rompió el aire.
"Sí tenemos una salida." dijo Lily, con una sonrisa decidida, logrando que todas las miradas se posaran en ella.
"¿La hay...?" preguntó Theo, titubeando.
"¡Claro que sí!" exclamó el hada, sus pequeñas alas revoloteando débilmente. "¡Tenemos a nuestros amigos!"
Sus palabras, aunque simples, encendieron una chispa de fe en sus compañeros.
"Es cierto..." asintió Nathalie, forzando una débil sonrisa.
"Puede que antes, en media hora, no tuvieran tiempo suficiente..." añadió Hansel, apretando el puño. "Pero ahora, ahora que han ganado terreno, ¡estoy seguro de que podrán lograrlo!"
"¡Sí! ¡Marco, Keipi, Ashley, Cecily y Ryan no perderán! ¡Lo sé!" gritó Theo, aferrándose con fuerza a la esperanza que Lily les había devuelto.
Un nuevo brillo iluminó sus miradas.
La batalla aún no había terminado.
Y mientras en el cielo comenzaban a formarse nuevos relámpagos de energía alrededor de Yggdrasil, la voluntad de los héroes de Phaintom ardía más viva que nunca.
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Ciudad en ruinas de Yggdrasil.
"¿Cinco minutos...?" murmuró Marco, anonadado, sintiendo el peso de cada segundo que pasaba.
"¡Exacto!" exclamó Almatora, con una sonrisa triunfal. "¡Ya no tenéis oportunidad de salvaros! Si tus amigos no han logrado nada en este lapso de tiempo, es porque seguramente ya han sido derrotados por mis aliados. ¡Los motores siguen activos! ¡Es vuestro final!"
Pero, contra todo pronóstico, Marco soltó una carcajada breve y cargada de desafío.
El líder altargate frunció el ceño, irritado. "¿De qué te ríes...? ¿Acaso no te das cuenta de que en menos de cuatro minutos Phaintom será reducido a cenizas?" gruñó.
Marco se llevó una mano al abdomen, donde aún tenía heridas abiertas, y negó lentamente con la cabeza, como si su adversario no entendiera nada.
"Perdona..." dijo entre risas contenidas. "Es que algo que has dicho me ha hecho muchísima gracia."
Almatora apretó los dientes, ofendido. "¿Qué fue? ¿La parte donde hemos ganado? ¿La parte donde la ciudad morirá y nosotros reclamaremos el Nuevo Testamento? ¡A ver si sigues riendo cuando todo quede reducido a polvo!"
Marco elevó la mirada, su fuego interior se reflejaba en sus pupilas.
"No..." replicó en tono firme. "Fue cuando dijiste que mis amigos habían sido derrotados."
El altargate frunció el ceño aún más. "¿Acaso nos subestimas...? ¿Crees que esos templos están desprotegidos?"
"No los subestimo." replicó Marco. "Pero tú sí... Tú subestimas a Keipi y a Ashley."
La energía mágica empezó a brotar del emperador como un incendio desatado, rodeándolo en un halo de llamas.
"Ellos no son simplemente mis compañeros..." continuó, con su voz elevándose con fuerza. "¡Son mi mano derecha y mi mano izquierda en esta aventura! ¡Son los pilares que me sostienen y no perderán jamás! ¡Ellos son lo más poderosos!"
El fuego que lo rodeaba crepitó con un rugido ensordecedor.
"¡Y mientras ellos estén luchando... yo tampoco caeré!" gritó, alzando ambos puños envueltos en llamas.
"¡Qué arrogancia!" se burló Almatora, generando nuevos proyectiles de luz alrededor suyo. "¡Entonces ven a mí! ¡El tiempo sigue corriendo! ¡Quedan apenas tres minutos!"
"¡No pienso perder un solo segundo más!" rugió Marco, cargando hacia adelante.
"¡Te derrotaré aquí y ahora, Almatora! ¡¡Y pondré fin a tu absurda venganza!!"
El choque de ambos poderes se hizo inminente, mientras el destino de toda una ciudad pendía de un hilo.
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Templo donde se encuentra Ashley.
Cassandra mantenía la mirada perdida en el suelo. No sabía qué estaba ocurriendo en el exterior, solo que había terminado con la vida de su enemiga. Su primer asesinato. El peso de aquella acción comenzaba a morderle en lo más profundo del alma, generándole una sensación amarga difícil de ignorar.
Frente a ella, la escena era macabra: su contrincante seguía empalada por uno de sus tentáculos, inmóvil. Cassandra deshizo la transformación, dejando que el apéndice desapareciera y, de esa forma, abandonando el cuerpo de su rival atravesado.
"Quizá... debería ir a ver cómo está Almatora." murmuró, comenzando a caminar con pasos pesados. Pero entonces, un sonido seco y perturbador la detuvo: el crujido de huesos rompiéndose resonó en la sala silenciosa.
La altargate se giró de inmediato, sus ojos recorriendo cada rincón en alerta. "¿Una rama rota?" intentó convencerse a sí misma.
Entonces, una voz familiar, ronca pero viva, quebró el silencio:
"Ya veo..." dijo Ashley, levantando lentamente la cabeza, con un gran agujero en el pecho. "No era más que una simple ilusión, ¿verdad?" sonrió con una mueca desafiante.
De golpe, todo el entorno se deshizo como un espejismo: el templo, lejos de estar devastado, permanecía casi intacto, y el motor mágico seguía suspendido en su lugar original, jamás había desaparecido.
"Mierda..." susurró Cassandra, su rostro perdía color. "¿Descubriste mi magia...?"
Ashley, con expresión imperturbable, se llevó una mano al pecho. Al hacerlo, el agujero ilusorio desapareció, dejando únicamente unas pocas heridas superficiales repartidas por su cuerpo.
"Sí." confirmó con calma. "Tus ilusiones son poderosas. Cualquiera que crea en ellas sufre heridas reales provocadas por la reacción del propio cerebro. Es un truco inteligente..." dijo entrecerrando los ojos.
"Tsk... ¿Cómo te diste cuenta?" gruñó Cassandra, incrédula. "¡Mi magia es perfecta!"
Ashley sonrió con una chispa peligrosa en su mirada.
"Ah... Porque en este mundo no existe ni una remota posibilidad de que yo pierda contra alguien como tú." Su voz resonaba cargada de soberbia. "¡Y muchísimo menos ser asesinada de una forma tan ridícula!" rugió, liberando de repente una oleada brutal de energía mágica.
De sus piernas comenzaron a emerger extrañas marcas de color naranja, surcándole la piel como tatuajes vivientes que latían al ritmo de su furia.
Cassandra retrocedió un paso, abrumada por aquella manifestación de poder.
"Aun así... Tuviste que hacer algo para salir de mis ilusiones, ¿verdad?" preguntó, buscando entender la derrota que se avecinaba.
Ashley alzó la mano izquierda. Todos sus dedos estaban torcidos en ángulos antinaturales, hinchados y fracturados.
"Estampé mi propia mano contra el suelo con toda mi fuerza." explicó, su voz cargada de rabia. "El dolor fue tan real... que rompió tu mundo lleno de mentiras."
Cassandra apretó los dientes, temblando de frustración. "¡Mierda, mierda! ¡Cae en mis ilusiones de nuevo! ¡Déjanos en paz!" gritó desesperada, retrocediendo mientras trataba de reactivar su magia.
Pero ya era tarde.
Ashley flexionó las piernas. Las marcas naranjas brillaron como ascuas vivas y la energía que emanaba de ella estremeció el templo entero.
"Lo siento, pero..." susurró con una voz más oscura, sus ojos encendidos como brasas. "Me has matado, cabrona."
La energía naranja estalló a su alrededor como un huracán.
"¡Y no pienso irme de aquí sin partirte la cara, por muy inocente que quieras parecer!" rugió, su figura convirtiéndose en un destello de pura furia, mientras el verdadero combate apenas comenzaba.
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Templo donde se encuentra Keipi.
Liubei se encontraba sentado tranquilamente, fumando un cigarro, cuando de pronto notó algo extraño. La raíz sobre la que reposaba comenzó a marchitarse rápidamente, secándose hasta quebrarse como papel viejo.
"¿Qué demonios...?" murmuró, incorporándose de un salto y agarrando su naginata. Sus ojos se dirigieron de inmediato hacia la esfera de raíces donde mantenía atrapado al monje.
Para su sorpresa, el brazo seco de su prisionero comenzaba a recuperar su forma original, humedeciéndose de nuevo.
En un abrir y cerrar de ojos, un destello cortó la esfera por completo, haciendo que las raíces se desplomaran en pedazos. Keipi emergió del interior, sonriendo despreocupadamente de oreja a oreja, como si nada hubiera pasado.
"¡Jajajaja! ¡Ese truco fue buenísimo!" exclamó. "¡Por poco me mandas al otro barrio!"
Liubei frunció el ceño, con evidente irritación.
"¿Qué coño has hecho?" gruñó, apretando con fuerza el mango de su naginata.
"Ah, pues simplemente aprendí de ti." respondió encogiéndose de hombros, como si fuera la cosa más natural del mundo. "Si tus plantas podían drenarme el agua debido a sus propiedades... Yo, que soy un mago de agua, también podía hacer lo mismo con ellas. ¡Así que invertí el flujo y las sequé!"
Liubei abrió los ojos como platos.
"¡Eso es imposible!" protestó, furioso. "¡Dominar ese tipo de técnica requiere años de entrenamiento! ¡Necesitarías perfeccionar tu control mágico a un nivel ridículo!"
Keipi sonrió con serenidad, mientras adoptaba una pose de combate.
"En efecto." asintió. "Pasé demasiado tiempo en mi vida perfeccionando el control de mi energía mágica... Ya sabes, cosas de pasar varios años en soledad." dijo, dejando entrever una sombra de su pasado.
De pronto, el cuerpo de Priscilla, su fiel compañera, comenzó a disolverse en agua pura que se arremolinó rápidamente alrededor de su brazo derecho.
En cuestión de segundos, esa masa líquida se transformó en un gigantesco taladro acuático, que giraba a una velocidad vertiginosa, emanando una presión tan intensa que hacía vibrar el aire a su alrededor.
Liubei dio un paso atrás instintivamente, una gota de sudor resbalándole por la frente.
"Mierda..." murmuró, sabiendo que aquello era peligroso.
"¡Prepárate, perro!" sonrió Keipi, con su mirada resplandeciendo de determinación mientras el rugido del taladro de agua resonaba como una promesa inquebrantable de derrota.
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Quedaban menos de treinta segundos para que el cañón volviera a disparar.
"¡Ya no queda nada!" exclamó Almatora, su rostro iluminado de emoción desbordada. "¿Dónde están ahora tus ridículas confianzas en tus amigos? ¡Dime!" gritó mientras lanzaba proyectiles de luz sin cesar.
Marco, sin retroceder ni un paso, desvió los ataques con su puño cubierto en fuego, cada golpe sonando como un trueno.
"¡AQUÍ!" rugió, golpeándose el pecho con el puño cerrado en un gesto cargado de fe. "¡ELLOS LO PARARÁN! ¡PORQUE, REPITO, ELLOS SON LOS MÁS PODEROSOS!"
Y en ese preciso instante...
Ashley, envuelta en su aura de energía desbordante, asestó una brutal patada a Cassandra, enviándola como un muñeco roto contra el motor mágico. El impacto destrozó el núcleo en mil pedazos, y la altargate salió volando del templo, completamente inconsciente.
Simultáneamente, en el otro extremo, Keipi disparó su taladro acuático giratorio. El ataque, feroz como un huracán, devoró a Liubei y lo lanzó violentamente contra la muralla de madera que protegía el segundo motor. El impacto derribó al defensor y dejó expuesto el corazón del sistema.
Sin perder un segundo, el monje blandió su katana, concentró su energía en un corte preciso y veloz, y partió en dos el motor como si fuera mantequilla.
En el mismo instante en que ambos núcleos fueron destruidos, el cañón de Yggdrasil, que estaba a solo cinco segundos de disparar, colapsó sobre sí mismo en una explosión de energía mágica, liberando un estruendo ensordecedor y apagándose para siempre.
"¿C-Cómo...?" balbuceó Almatora, su mente negándose a aceptar lo que veía.
Marco sonrió con una tranquilidad absoluta, la confianza brillando en sus ojos.
"Te lo dije." replicó, avanzando un paso hacia su enemigo. "¡Ellos lo iban a lograr!"
Continuará...
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