lunes, 5 de mayo de 2025

Ch. 138 - Marco vs Keipi

Marco accedió a la prueba del Herrero Primigenio con el objetivo de restaurar a Priscilla y prolongar, aunque fuera unas horas más, la vida de su amigo y mano derecha. Pero nada lo preparó para la escena que tenía frente a sus ojos: el oponente al que debía vencer... era Keipi.

"¿Tengo que derrotar a Keipi...?" susurró, boquiabierto, al ver la figura de su compañero alzarse sobre el agua.

"No te alarmes," respondió Priscilla, su voz resonando como un eco suave por la cueva. "No es el verdadero. Es una recreación forjada a partir de los datos que recopilé mientras estuve en su posesión. Una simulación perfecta de este espacio dimensional. Es él... pero al mismo tiempo no lo es."

Marco tragó saliva, sintiendo un nudo en el estómago. "¿Contra Kei...?"

Antes de que pudiera procesarlo del todo, la copia del monje se movió con una velocidad vertiginosa. Soltó a Priscilla, que giró en el aire y se hundió en el agua. Un instante después, varias réplicas emergieron de la superficie, alzándose como sombras líquidas, armadas y sincronizadas.

Con un solo movimiento de su brazo, la versión de Keipi lanzó una orden silenciosa. Las copias se abalanzaron al unísono, deslizándose con elegancia por el agua como depredadores en plena caza.

Marco reaccionó al instante. Dio un salto hacia atrás y concentró su energía en los pies, envolviéndolos en fuego. El agua chisporroteó bajo su contacto mientras se impulsaba, ganando velocidad y maniobrabilidad en aquel entorno hostil. Se desplazó entre los clones con precisión, esquivando cortes por centímetros, aprovechando cada llama como impulso.

Pero no fue suficiente.

La figura principal apareció de repente justo frente a él. Keipi alzó su espada y, sin darle tiempo a reaccionar, disparó un dragón de agua a bocajarro. El impacto fue brutal. Marco salió despedido, estrellándose contra una de las paredes de la cueva. Tosió sangre y la visión le temblaba.

"¿Qué ocurre? ¿Acaso tienes miedo de golpearme?" preguntó el monje con frialdad, avanzando con paso firme sobre la superficie líquida.

"¿Tú qué sabes...?" escupió Marco, con rabia contenida en la mirada.

"Todo." respondió la copia de Keipi, sin titubeos. "He viajado contigo desde el principio. Y me duele profundamente verte así. Esa mirada encendida, esa chispa que inspiró a todos los que te seguimos... ahora está apagada."

"¡Cállate!" rugió Marco, alzándose con dificultad. "¡No digas esas cosas como si fueras él!"

Marco se cubrió de fuego y se lanzó hacia su contrincante. Propulsó un puñetazo ígneo que Keipi esquivó girando ágilmente hacia un lado. Ambos retrocedieron. El emperador alzó las manos y generó varias esferas de fuego que disparó sin control, buscando arrinconar al monje.

Keipi respondió con una elegancia letal. Colocó ambos pies sobre la superficie del agua y, como si patinara sobre la superficie acuática, se deslizó a toda velocidad entre las llamas. Con movimientos fluidos, esquivó cada proyectil mientras se acercaba con determinación hacia nuestro protagonista.

El joven, al ver que la distancia se acortaba, emprendió el vuelo. Desde el aire, lanzó una lluvia desordenada de bolas ígneas, desesperado por mantener la distancia. Sabía perfectamente que, en combate cuerpo a cuerpo, Keipi tenía todas las de ganar.

"¿Tienes miedo de herirme?" dijo el monje, danzando sobre el agua con gracia casi fantasmal. "¿Sigues cargando con una culpa que no es tuya... porque yo acabé herido de gravedad? ¿Porque tengo a la muerte respirándome en la nuca?"

"¡¿Por qué dices esas cosas?! ¡¿Cómo sabes cómo me siento si solo eres una copia?!" gritó Marco, incrementando el tamaño de las esferas de fuego con rabia.

Keipi no se inmutó. Revestido en calma, recubrió su espada de agua y, con un solo corte limpio, partió los proyectiles en dos.

"Porque aunque no sea el verdadero, soy el mismo Keipi que ha vivido todas esas aventuras contigo, idiota."

Y con esas palabras, se impulsó con violencia hacia él. Logró propinarle una potente patada en el estómago, estampándolo contra la superficie de la cueva, que explotó en una ola de agua espumosa.

Marco gimió, intentando levantarse. "Cállate..." murmuró con la voz temblorosa.

"¿Sabes?" continuó Keipi, caminando hacia él con la espada en mano. "Nunca fui completamente sincero cuando nos conocimos aquel día."

"¿A qué te refieres?" preguntó nuestro protagonista, poniéndose en pie con dificultad.

"Siempre viví encerrado en una burbuja de sobreprotección. Usaba la excusa de proteger a Priscilla, cuando estaba sellada, para no salir de mi zona de confort." Su voz sonaba sincera, dolida. "Tenía sed de venganza por lo que mi hermana Rin le hizo a nuestra familia… pero también miedo. Miedo del mundo exterior. Estaba cómodo en aquella rutina… en lo cotidiano, en lo predecible. En el fondo quería salir… pero no me atrevía."

Con un rugido, se lanzó de nuevo hacia Marco, alzando su espada para cortarlo.

"Keipi..." susurró el emperador, agachándose con rapidez para esquivar el tajo.

"¡Pero tú lo cambiaste todo!" exclamó el monje. Con su otra mano, invocó un géiser de agua que explotó bajo nuestro protagonista, lanzándolo por los aires. "Tú rompiste mi burbuja. Me enseñaste que tenía valor. Que podía enfrentar mis miedos, que no estaba solo. Me diste la fuerza para seguir este camino... ¡a tu lado!"

"¡CALLATE, POR FAVOR!" rugió Marco con lágrimas en los ojos, invocando un fénix de fuego con ambas manos. La criatura incandescente aleteó con furia, surcando la cueva hacia su objetivo.

"Pero es que... te quiero muchísimo, Marco." dijo Keipi, con una sonrisa que destilaba ternura y dolor.

Desde su espada emergió una gigantesca hidra de agua, que se estrelló violentamente contra el fénix en pleno vuelo. El impacto generó una explosión colosal. Una onda de choque barrió la cueva. Vapor ardiente y ráfagas de viento hirviente se expandieron en todas direcciones, ocultándolo todo bajo una bruma abrasadora.

"¡Yo también te quiero! ¡Pero es precisamente porque os quiero tanto a ti y a los demás que mi corazón no deja de doler!" gritó Marco, disparando varios meteoritos de llamas ardientes que surcaron la humareda y se lanzaron con furia hacia el monje.

Keipi, una vez más deslizándose sobre la superficie del agua, esquivaba los proyectiles como podía, con movimientos fluidos y precisos.

"Desde que salimos de Longerville siento que mis habilidades como líder se fueron a la basura." exclamó Marco, con el alma rota. "Todo el tiempo creí estar tomando malas decisiones… y ahora llevo una mochila tan llena de errores que mi mente no deja de llenarse de mierda sobre mí mismo."

Aumentó la cantidad de meteoros, volviéndolos más caóticos, más erráticos.

"¡Por querer jugar al héroe invité a Hansel a la aventura! ¡Casi nos quedamos atrapados para siempre en un maldito laberinto! ¡Y en nuestra última misión nos arrebataron el Nuevo Testamento, se llevaron a nuestra nueva amiga, y para colmo todos salisteis gravemente heridos porque no supe cómo actuar! ¡Porque no estuve a la altura!"

"¡Pero eso...!" intentó replicar Keipi, buscando una apertura entre los proyectiles para contraatacar.

"¡¡Pero eso, nada!!" rugió Marco, la rabia a punto de desbordarse. "¡¿Sabes lo que es mirar a Hansel a los ojos sabiendo que, por mi culpa, perdimos la única pista hacia su hermano?! ¡¿Sabes cómo me siento cuando mis dudas se apoderan de mí?! ¡No soy apto para esto! ¡Todo me supera!"

Entonces, el clon de Keipi se detuvo en seco. Con un movimiento firme de su espada, invocó dos dragones acuáticos que giraron a su alrededor, bloqueando con sus cuerpos los proyectiles ígneos del emperador.

"¡Eres más que apto! ¡Y lo sabes!" gritó, impulsándose hacia el emperador con la espada envuelta en agua, flanqueado por sus bestias acuáticas.

"¡NO LO SOY!" bramó Marco, generando un segundo fénix de fuego.

"¡SÍ LO ERES! ¡Y ADEMÁS ERES UN IDIOTA!" rugió el monje, liberando un gigantesco dragón de agua que atravesó al fénix, disolviéndolo en vapor al instante, y luego se estrelló violentamente contra el cuerpo de nuestro protagonista, estampándolo contra la pared de la cueva con una fuerza brutal. El impacto abrió un boquete, y allí quedó el joven, quieto, sangrando por la nariz.

"Pero... soy... soy el emperador... Yo..." balbuceó Marco, con la voz quebrada.

"Cogiste el título de emperador y lo moldeaste a tu imagen... creyendo que, si no eras perfecto, no eras digno de él." dijo Keipi, con rabia y tristeza a partes iguales. "Te pusiste barreras, te diste responsabilidades imposibles. Confiaste en nosotros en el campo de batalla, sí... ¡pero nunca confiaste lo suficiente como para dejar que compartiéramos tus cargas!"

El monje apretó los puños. "¡Esa mochila llena de dolor y remordimientos no tienes por qué cargarla tú solo! ¡Déjanos ayudarte!"

"P-Pero..." murmuró Marco, con los ojos llenos de lágrimas. Su cuerpo comenzaba a arder lentamente, cubriéndose de fuego una vez más.

"¡Ni peros ni excusas! ¡Da igual si eres el emperador o no!" exclamó Keipi. "Tú, ante todo eso... eres MARCO. Y eres mi amigo. No... eres, sin lugar a dudas, mi mejor amigo. Así que confía en mí. En todos nosotros. No cargues con presiones que nadie te ha puesto. Y deja ya de culparte por lo que no puedes controlar."

"¡Keipi...!" gritó, lanzándose envuelto en llamas.

En ese instante, como una ola cálida, regresaron a su mente decenas de recuerdos: el día en que despertó en aquel templo, y vio por primera vez al monje de greñas largas que le cubrían la cara… ese chico que desde el primer momento les trató como amigos, y con quien, con el tiempo, vivieron aventuras increíbles. Esa persona… fue la primera a la que realmente pudo llamar amigo.

Las llamas desaparecieron y Keipi soltó su espada.

Y entonces, lo que en un principio parecía un feroz intercambio de golpes, terminó fundiéndose en un cálido abrazo.

"¡Lo siento! ¡Lo siento tanto!" sollozó Marco, apretando con fuerza. "¡Yo… empezaré a confiar más en vosotros! ¡De verdad! ¡Voy a dejar de presionarme tanto y a soltar mis cargas mentales!"

"En eso… confío." respondió Keipi, sonriendo con ternura mientras su cuerpo empezaba a desvanecerse lentamente.

"¿Q-Qué te pasa...?" preguntó Marco, temblando.

"Bueno… Ya sabes que no soy el verdadero." respondió el monje con una sonrisa suave. "Y tú ya has superado esta prueba, al abrir tu corazón de una vez por todas. Así que, como enviado del Herrero Primigenio, te otorgo el poder necesario para restaurar a Priscilla."

En ese instante, el entorno comenzó a difuminarse como un sueño disipándose al amanecer. Keipi se desvaneció sin dejar rastro, y antes de que Marco pudiera reaccionar, todo a su alrededor se tornó blanco.

En un abrir y cerrar de ojos, estaba de vuelta.

Cayó de rodillas sobre el suelo metálico de la enfermería de la aeronave, jadeando como si hubiera corrido una maratón en otra vida. El eco del vapor y el abrazo aún danzaba en su piel.

"¿Keipi...?" murmuró, incorporándose poco a poco. Sus ojos se dirigieron de inmediato a la camilla donde yacía su amigo, aún en coma. El silencio era el mismo de siempre… pero algo había cambiado.

Giró la cabeza hacia la mesilla.

Allí, con una tenue luz rodeándola, Priscilla había recuperado su forma original.

"Gracias, Marco." dijo la arma, tomando su forma de ave y volando con suavidad hasta posarse sobre el estómago de Keipi.

"No, Priscilla… Gracias a ti." respondió él, con la voz aún temblorosa. "Gracias a esta prueba comprendí lo que me faltaba. Sin ella… habría seguido cargando con todo hasta romperme."

Su mirada, ahora firme, volvía a brillar con la determinación de antes, pero sin la sombra de culpa que la ensombrecía.

"Me alegra oírlo…" respondió ella mentalmente. "Pero aún así, tienes que saber una cosa. A partir de ahora le suministraré mi propia energía mágica para mantenerlo con vida… pero como mucho, resistiré un día más."

Marco asintió con firmeza.

"Lo entiendo." dijo, poniéndose en pie. "Encontraré a Nicole Van Astrea y haré que lo cure. Te lo prometo."

"Gracias…" respondió Priscilla, en su forma de polluelo con una cálida sonrisa mental. "Sé que ahora sí podrás conseguirlo."

Con el corazón encendido y la carga aligerada, Marco se giró hacia la puerta.

Su resolución era clara. Haría lo imposible. Haría lo que fuera necesario.

Porque ahora ya no caminaba solo. Porque ahora entendía que, para ser un verdadero líder… hay que saber dejarse ayudar.

Y así, con paso decidido, partió en busca de la sanadora de Morgana. ¿Logrará convencerla tras todo lo que ha ocurrido?

Continuará…

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