Gracias al inesperado encuentro con Keipi durante la prueba del modo reparación, Marco logró superar su estancamiento mental y, por fin, restaurar la forma de Priscilla. Con ello, consiguió que su mejor amigo ganara unas horas más de vida. Pero aún le quedaba una última tarea: encontrar a Nicole y lograr que accediera a curarlo.
El sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el blanco palacio con un cálido resplandor anaranjado. Ashley y los demás seguían entrenando en sus respectivas dimensiones, mientras Morgana, Theo y Lily habían empezado a traducir el grimorio poco a poco, concentrados en el complejo lefgesérico.
Nicole, en cambio, reposaba sola en una de las terrazas del palacio, con los codos apoyados sobre la barandilla de mármol. El viento agitaba su larga cabellera azulada mientras sus ojos contemplaban el horizonte. A medida que el cielo se tornaba escarlata, los recuerdos del pasado empezaron a resurgir. Dolorosos. Ineludibles.
Nicole Van Astrea. Aquel apellido, cargado de nobleza y carisma, no era más que una fachada. Una máscara que ocultaba su verdadera procedencia. Porque Nicole no nació entre algodones ni privilegios. Nació en el barro. En una de las ciudades más miserables de uno de los países más olvidados de Pythiria.
Desde niña, fue testigo de un infierno cotidiano. Sus padres consumían drogas frente a ella como si fuera algo tan común como desayunar. Pastillas, polvos, jeringas... cualquier cosa que les ayudara a evadir la miseria en la que estaban sumidos. Incluso, en más de una ocasión, se lo ofrecieron a ella. Pero ella siempre se negó. No por miedo, sino por una férrea convicción: quería mantenerse limpia.
No hacía mucho que había despertado su magia curativa, y eso le dio una pequeña esperanza. Si lograba estudiar con ahínco y superar las pruebas del gobierno, podría alcanzar un puesto digno. Los sanadores eran escasos, y sabía que esa habilidad la convertía en alguien valioso. Pero su origen no le ponía las cosas fáciles. Ser pobre significaba empezar diez pasos por detrás de los demás. Y, para colmo, su casa no era un refugio. Era una trampa llena de gritos, desesperación y humo tóxico.
El golpe más duro llegó cuando entró al instituto. Su padre, ya deteriorado por los años de abuso, comenzó a sufrir convulsiones frente a ella. Nicole usó su magia como pudo, con desesperación, lágrimas y temblores. Pero no fue suficiente. Él murió allí mismo, con los ojos en blanco y la boca llena de espuma.
Sin dinero para un entierro, su madre la obligó a arrastrar el cadáver hasta el río. Lo lanzaron al agua como si fuera basura. Porque si lo descubrían en casa, la multa sería altísima, y no podían permitirse soltar ni una moneda más. Cada ingreso era devorado por las facturas, las deudas... y las drogas.
Desde entonces, todo se volvió aún más difícil. Su madre, desesperada, empezó a prostituirse. Al principio, lograban sobrevivir. Pero poco a poco, el dinero volvió a desvanecerse. Ella priorizaba sus vicios sobre cualquier otra cosa. La deuda con el Estado crecía, pero también la que tenían con los camellos.
Nicole rogaba. Le suplicaba a su madre que dejaran todo atrás, que huyeran juntas a otro país, que comenzaran de cero. Ella podía sanarla, ayudarla a dejar la adicción. Tenía fe. Pero cada vez que parecía que su madre cedía, bastaba una noche para volver a recaer.
Y entonces llegó su decimosexto cumpleaños.
Los exámenes para acceder al gobierno se habían pospuesto por un año entero. La deuda era asfixiante. La desesperación de su madre alcanzó su punto máximo. Una tarde, mientras Nicole estudiaba en su habitación, su madre llamó a la puerta con un cigarrillo en la mano y una mirada hundida. Se disculpó en voz baja... y se marchó.
Poco después, seis hombres desconocidos cruzaron la puerta.
Nicole se levantó de un salto. Les gritó que se fueran. Pero ellos no obedecieron. La agarraron con brutalidad y la empujaron contra el suelo. Forcejeó, mordió, pataleó con todas sus fuerzas mientras intentaban arrancarle la ropa. Lloró. Suplicó. El pánico le perforaba el pecho como una lanza candente.
"¡Que alguien me ayude!", gritó con la voz rota.
Y entonces, en medio de ese infierno... el tiempo se detuvo.
Morgana apareció ante ella.
La mujer flotaba en medio de aquella escena congelada en el tiempo, envuelta en una bruma azulada que parecía ajena al mundo. Observó a Nicole con tristeza... y con decisión.
"Esta vida no es la que te corresponde", murmuró con voz suave, casi maternal. "Tú, que conservas un corazón puro en medio de esta podredumbre... No mereces este destino."
Nicole, aún con las mejillas empapadas, no podía moverse. El cuerpo le temblaba, la mente apenas procesaba. Pero la presencia de la portadora de la Biblioteca de Horacio le dio un extraño respiro.
"Te ofrezco algo más", continuó. "Un lugar seguro. Mi hogar. Serás mi sanadora en la mansión, y allí no habrá hombres, ni miedo, ni tu madre, ni drogas."
Nicole bajó la mirada, sus labios temblaron. "Pero... mi madre..."
Morgana dio un paso hacia ella. Su expresión se volvió algo más severa, pero no llegó a ser cruel.
"¿Tu madre?" repitió. "¿La misma que trajo a estos hombres al único lugar de esta casa que consideras un espacio seguro? ¿La que te vendió por un puñado de billetes y un montón de drogas? ¿La que prefirió adormecer su conciencia antes que protegerte?"
Nicole cerró los ojos. Las palabras le dolieron como cuchillas, porque eran verdad.
"Sí...", susurró, mientras las lágrimas le corrían por las mejillas. "Ella lo hizo... Ella me vendió..."
Morgana le extendió la mano. "Entonces dime, Nicole Van Astrea... ¿Quieres ser salvada?"
La joven tembló. Se aferró al sonido de esa promesa. A la posibilidad de una vida distinta. De respirar sin miedo. "Sí..." sollozó. "Por favor... ¡Sálvame!"
Morgana chascó los dedos.
Y en el instante en que el tiempo volvió a fluir, Nicole ya no estaba allí.
Los hombres se quedaron paralizados. Buscaron por todos los rincones, atónitos. Había desaparecido. Se había desvanecido como niebla al amanecer.
Ese día, Nicole encontró su salvación de la mano de Morgana. Y con el corazón aún herido, pero latiendo con fuerza, le juró lealtad eterna.
Desde entonces, vivió como sanadora en el palacio de la hechicera, donde por fin pudo respirar sin cadenas. Sin gritos. Sin miedo.
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Presente.
La joven terminó de recordar aquellos momentos de su pasado, y con un leve gesto, apartó un mechón de cabello que la brisa insistía en agitarle sobre el rostro. Sus dedos lo colocaron tras la oreja con delicadeza, y dejó escapar un suspiro apagado.
"¿Qué quieres ahora?" preguntó.
A unos metros detrás de ella, Marco permanecía quieto.
"Perdona que me presente así, sin avisar", dijo con voz tranquila. "Le pregunté a unas chicas dónde estabas y me lo dijeron de buena gana."
Hizo una pausa, luego alzó las manos en gesto de paz. "No te preocupes... no me acercaré más. No quiero parecerte una amenaza."
Nicole se giró despacio. Su mirada era serena, pero afilada. "¿Qué quieres?" repitió.
Entonces, Marco se arrodilló.
"Lo sé... antes te negaste a ayudarme. Y lo entiendo. Mi aspecto, mi forma de hablar... no eran los adecuados. Pero estaba al límite. Me había dejado consumir por la desesperación. Por el miedo. Ya no pensaba con claridad."
Respiró hondo, bajando la cabeza.
"Pero logré reencontrarme con mi amigo. No de la forma que hubiera querido, pero... verlo de nuevo me devolvió algo. Mi corazón. Mi juicio. Me hizo recordar quién era. Sé que no soy perfecto, pero... te lo suplico. Necesito que salves a Keipi."
Nicole no dijo nada.
"Te lo juro. Todo esto es verdad", insistió Marco.
"Lo sé", respondió al fin la sanadora, con un suspiro. "Ya no tienes esa sombra oscura cubriéndote como cuando te vi en el despacho de mi jefa. Pero aun así... no tengo motivos para ayudarte. No creo que podáis cambiar el final de Pythiria que Su Majestad ha visto en las distintas ramificaciones del futuro."
"¡Lo cambiaré!" exclamó Marco sin dudar.
"¿Cómo?" preguntó ella, frunciendo el ceño. "Es prácticamente imposible. Morgana ha visto todas las líneas posibles. Todas acaban en el mismo punto. Es un muro inexpugnable. Un callejón sin salida."
"No me importa lo que digan las probabilidades. ¡Haré lo que haga falta! ¡No permitiré que el mundo se acabe sin luchar hasta el último segundo!"
Nicole lo observó, sin apartar la mirada.
"Las promesas... son palabras vacías", dijo con amargura. "He escuchado muchas. Juramentos que desaparecieron cuando la realidad golpeó. ¿Qué te hace diferente?"
Marco entonces se quitó el guante y mostró la marca.
"Porque soy el verdadero emperador de Pythiria", proclamó con firmeza. "Y porque soy el único que puede cambiar ese destino oscuro que Morgana ha visto. Por eso... ¡LO JURO!"
Los ojos de Nicole se agrandaron. "¿E-El emperador...? ¿Eso cómo es posible?"
"No importa si es creíble o no. Es la verdad", respondió Marco. "El que ocupa el trono ahora es un impostor. Yo... al principio ni siquiera quería estar en esta aventura. Dudaba de todo. Pero sabía que, si me quedaba quieto, moriría en esa mina como un esclavo, sin dejar huella."
Nicole ya no tenía dureza en la mirada. Por primera vez, sentía paz al escuchar a alguien más que a Morgana.
"Lily fue la primera en guiarme. Me presentó este mundo. He conocido gente increíble, y también he cometido errores. Pero si hay alguien que me enseñó el valor de la amistad, ese fue Keipi. Él fue mi primer amigo. El primero que me llamó por mi nombre sin miedo ni interés."
Marco sonrió débilmente al recordarlo.
"Él me enseñó a confiar. A reír. A ver el mundo con otra mirada. Quiero seguir oyendo sus bromas estúpidas, sus sonrisas despreocupadas fuera de lugar... Y como mi mano derecha, quiero que esté a mi lado cuando recupere el trono que me pertenece."
Nicole lo miraba con un nudo en el pecho. Por instinto, se llevó una mano al corazón.
"Él no miente...", pensó conmovida. "Y su aura... dice que es la primera vez que se abre así de verdad..."
Marco volvió a arrodillarse con decisión. "Por favor. Hazme este favor. No por mí... por él."
Nicole bajó la mirada, confundida. "¿Por qué me hablas así... con tanta sinceridad? Ni siquiera te he dado razones para confiar en mí. ¿Por qué abrirte... justo conmigo?"
"Porque ya no me quiero callar más", dijo Marco, firme. "Pasé toda mi vida encerrado en mis propios pensamientos, sin atreverme a compartirlos. Y eso solo me hundía más. Ya no quiero ser esa versión rota de mí mismo."
Hizo una pausa. Luego sonrió suavemente.
"Y, aunque no lo sepas, transmites mucha paz solo con tu presencia. Eres como un faro en medio de la tormenta que ilumina el camino para los perdidos."
Nicole sintió un calor inesperado subirle por el cuello. Se sonrojó de golpe, y su mano volvió a posarse sobre el pecho.
"¿Q-Qué ha sido eso...?" murmuró, tragando saliva.
Marco levantó la vista, esperanzado. "¿Salvarás a mi amigo?"
Nicole parpadeó. Su voz salió temblorosa, pero clara. "E-Está bien... L-Lo haré..."
"¿De verdad...?" preguntó él, con los ojos brillando.
Ella asintió, esbozando una pequeña sonrisa. "Claro. Yo... yo curaré a tu querido amigo."
Continuará...
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