domingo, 18 de mayo de 2025

Ch. 142 - Entrenando en Cassmin

La reliquia Cassmin había decidido que el mejor entrenador para Marco no era otro que su antecesor como emperador de Pythiria: Baltasar.

"¿Tú eres... mi entrenador?" preguntó nuestro protagonista, aún sorprendido.

"En efecto", respondió con serenidad. "Aunque nunca nos hemos conocido, gracias a los registros del tiempo que Morgana introdujo en Cassmin, sé perfectamente quién eres, qué necesitas... y por qué estoy aquí."

"Es todo un honor para mí... ser entrenado por usted, majestad", dijo Marco con respeto. "Pero, ¿cómo puede ayudarme con mi magia de fuego?"

Baltasar soltó una risa profunda. "Jajajaja... Es porque tú y yo tenemos algo en común, jovencito." Entonces alzó las manos, cubriéndolas con flamas doradas. "El fuego también nos une."

"¿Un mago de fuego dorado?" murmuró Marco, atónito.

"Para nada", negó con una sonrisa tranquila. "Solo era un mago de fuego normal. El color dorado llegó con los años, al pulir y perfeccionar mis llamas, dotándolas de un poder superior." Se cruzó de brazos. "Y para eso estoy aquí. Tal vez no consiga que tus flamas se vuelvan doradas en solo un par de semanas... pero sí puedo ayudarte a llevarlas al siguiente nivel."

"Entiendo... ¡Empecemos, entonces! ¡No hay tiempo que perder!" exclamó nuestro protagonista con entusiasmo.

"Claro."

Baltasar chasqueó los dedos, y de inmediato, una esfera de fuego dorado rodeó a Marco, atrapándolo en una prisión ardiente.

"¿Y esto...?" preguntó el joven, observando cómo las llamas giraban a su alrededor, dejándole algo de espacio para no abrasarse.

"Tu primer objetivo es escapar de mi fuego. Deberás encontrar la forma de salir de esa esfera", explicó con una sonrisa enigmática.

"¡Fácil! ¡Solo tengo que ser más rápido!" respondió Marco, confiado.

Cubrió sus talones con fuego y se impulsó hacia arriba a toda velocidad, pero las llamas lo siguieron con una precisión implacable, cerrándose de nuevo a su alrededor sin dejarle vía de escape.

"No es tan sencillo como crees, querido sucesor", dijo Baltasar con voz firme. "Y no tengo intención de ponértelo fácil. Eres el único que puede plantarle cara al imbécil de mi hermano... y no voy a permitir que pierdas esa oportunidad."

Marco apretó los dientes dentro de la esfera ardiente.

"¡Tsk!"

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Dimensión de Keipi.

El monje se incorporó rápidamente tras ser lanzado por su entrenadora. Sin perder un segundo, tomó a Priscilla y la transformó en su forma de katana. Estaba preparado para la acción.

Pero en cuanto Yumeki puso un pie en la dimensión, hizo un simple gesto con la mano derecha. Al instante, un grueso hielo envolvió los brazos del monje, congelándolos por completo. La katana se le resbaló de las manos y cayó al suelo con un sonido seco.

"¡M-Mis brazos...!" murmuró, sintiendo el agudo dolor provocado por el frío extremo.

"No he venido a jugar, Keichiro. Esto va en serio", dijo Yumeki con frialdad. "Si quieres controlar al Kami que llevas dentro, necesitas llevar tu control mágico al límite."

"¡Pero si ya tengo buen control! ¡He entrenado eso toda mi vida!" replicó, visiblemente nervioso.

"Y aún así, no llegas ni a un cuarto del nivel que tengo yo", respondió mientras acariciaba a Frost, el enorme oso polar que la acompañaba. En un instante, lo transformó en una hermosa katana de filo blanco y resplandeciente. "Y para que te esfuerces, te atacaré sin parar mientras el hielo siga sellando tus brazos."

En un abrir y cerrar de ojos, Yumeki apareció frente a nuestro protagonista. Su espada se movió con una velocidad vertiginosa. Por suerte, él logró agacharse justo a tiempo: detrás de él, las rocas fueron cortadas en limpio por la potencia del tajo.

"¡¿Pero qué le pasa a esta tía?! ¡Ha ido directa a matarme!" pensó Keichiro, con el corazón desbocado.

"Si no eres capaz de sobrevivir a esto... no mereces ser mi alumno", dijo Yumeki con una mirada desafiante. Apoyó la espada en su hombro mientras se sacaba la piruleta de la boca con la otra mano. "¡Vamos, Keichiro! ¡Dame todo lo que tengas! ¡Vamos a sacar a ese Kami a la fuerza!"

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Dimensión de Ryan.

El hijo de la dragona se encontraba en una zona plagada de afilados picos rocosos. Sobre una estrecha placa de acero encima de una de las agujas, mantenía el equilibrio con una sola pierna, haciendo todo lo posible por no caer hacia los pinchos que lo esperaban al fondo.

"Mierda...", murmuró con el rostro cubierto de sudor. Cada músculo de su cuerpo temblaba por el esfuerzo.

Frente a él, sentada con total calma sobre otra placa metálica, Zafira lo observaba en postura de meditación, con las piernas cruzadas y los ojos serenos.

"Cuanto más peso pongas en tu mente, más difícil te será mantener el equilibrio", dijo con suavidad.

"Pero... es que no entiendo qué sentido tiene todo esto..." se quejó Ryan, tambaleándose para evitar caer.

Zafira no respondió directamente. En lugar de eso, desvió ligeramente el tema con una pregunta.

"¿Por qué crees que, en el fondo, sigues viéndote como el más débil del grupo?"

"N-no lo sé..." respondió él, bajando la mirada.

"Es porque tus experiencias pasadas te han hecho vivir siempre a la sombra de los demás. Pero la realidad es que tu mayor debilidad no está en tu magia, ni en tu fuerza. Está en tu falta de paciencia... y en tu escaso control corporal."

Hizo una breve pausa y luego continuó, su tono más firme:

"Si logras templar tu mente y dominar tu equilibrio, tus puntos débiles se convertirán en fortalezas. Y cuando llegue ese momento, recuperaremos el control de tu hierro. Forjaremos una nueva armadura para ti. Una digna de un verdadero guerrero del emperador."

Ryan tragó saliva, dudoso. "¿Y si consigo superar esto...? ¿Seré más fuerte de verdad?"

Zafira sonrió. Una sonrisa tranquila, confiada, casi maternal.

"¿Acaso dudas de tu madre?" respondió. "Saldrás de aquí convertido en un guerrero al que Marco no dudará en confiarle la espalda. Eso te lo prometo."

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Dimensión de Cecily.

Nuestra protagonista acababa de enfrentarse a su maestro y anterior rival, Alphabeto. Cansada, cayó de rodillas al suelo, jadeando, mientras dejaba escapar un suspiro.

"Aún sigues cometiendo los mismos errores", comentó el elfo con frialdad.

"¿Y qué quieres que le haga?", refunfuñó ella, limpiándose el sudor con el dorso de la mano. "Eres mucho más poderoso que la versión con la que luché en Longerville. No es justo que intente derrotarte cuando Morgana te llena de información para estar siempre un paso por delante."

"Precisamente eso es lo que debes pulir", le respondió Alphabeto.

"¿A qué te refieres?" preguntó, alzando la vista, aún agitada.

"Siempre combates de la misma forma: confías ciegamente en el poder del Fenrir y en el aumento de potencia que te proporciona. Te has vuelto predecible. Es hora de que empieces a crear nuevas habilidades, técnicas que no aparezcan en los registros de Morgana", explicó con firmeza. "Esa será tu única opción para superarme."

"¿Crear... nuevas técnicas?" pensó ella, agotada. Su cuerpo temblaba, pero su mente ya estaba intentando dar sentido a lo que acababa de escuchar. "¿Pero... cómo se supone que voy a hacer eso?"

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Dimensión de Hansel.

En esos momentos, el gemelo seguía librando una encarnizada batalla contra sí mismo, envuelto en un torbellino de vientos salvajes que desgarraban el aire y hacían temblar el terreno.

"Debo superarme... Si quiero avanzar, tengo que encontrar mi propio viento", pensaba, con el corazón latiendo a toda velocidad mientras esquivaba por centímetros un tornado de aire afilado lanzado por su doble.

Sin perder un segundo, giró sobre sí mismo y contraatacó con una ráfaga de viento nacida de su determinación, cruzando el cielo con un silbido feroz.

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Dimensión de Marco.

Nuestro protagonista seguía intentando escapar de la prisión de llamas doradas en la que el emperador Baltasar le había encerrado. Aunque parecía estar lejos de lograrlo, su mente cada vez estaba más cerca de la respuesta.

"Da igual la velocidad a la que vaya, estas flamas me seguirán e igualarán en ese aspecto. Pero... ¿Qué es lo que quiere probar y enseñarme como emperador con esto? ¿De qué me sirve para mejorar el escapar de esta prisión?" comenzó a analizar.

Desde un principio, las respuestas que había tenido Marco eran más activas que reflexivas, lanzándose casi inmediatamente a la acción sin tener en cuenta su entorno ni cualquier impedimento que pudiera emerger.

"Es cierto... Soy un emperador, no puedo tomar las decisiones a la ligera y actuar tan rápidamente sin valorar lo que me rodea. Una vez fui encerrado en esta prisión, mi primera idea fue acelerar sin siquiera estudiar las posibilidades... Si me centrase más, podría tomar respuestas más lógicas."

Esa era la lección que Baltasar quería enseñarle. Una vez te conviertes en un líder, muchas de tus acciones afectan a los demás, por lo que se necesita templanza y calma para tomar decisiones coherentes y menos impulsivas.

"Y aunque las flamas sean doradas... el fuego, es fuego..." pensó. "Y yo danzo con el fuego."

Marco cerró los ojos y estiró los brazos. Entonces se relajó y comenzó a girar sobre sí mismo con llamas encendidas en los talones, mientras el flujo de su energía mágica se incrustaba en las llamas doradas que lo rodeaban. Poco a poco, estas comenzaron a acercarse a él, siendo absorbidas por completo.

En menos de un minuto, la prisión ígnea desapareció, liberando a nuestro protagonista.

"Nada mal" sonrió Baltasar.

"¡Soy mucho más de lo que esperas, majestad!" sonrió Marco. "Muchas gracias, por enseñarme esta lección."

"No ha sido nada, pero... no es la única que aprenderás." respondió con una sonrisa.

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Dimensión de Keipi.

Yumeki cortó un árbol de cuajo con un simple movimiento de espada, mientras el usuario del agua esquivaba el ataque dando una voltereta ágil hacia adelante.

"Maldición..." pensaba el monje. "Concéntrate. Deja que el flujo de magia recorra tus brazos... llévalo al máximo."

La espadachina de Akitazawa adoptó una nueva postura ofensiva y se lanzó de nuevo hacia él. Keipi, aún con los brazos aparentemente sellados por el hielo, parecía indefenso. Sin embargo, justo cuando la estocada iba a alcanzarlo, rompió la capa helada que lo apresaba, generó a Priscilla en sus manos y bloqueó el ataque con firmeza.

"¡Te tengo!" exclamó con una sonrisa despreocupada.

"Nada mal" sonrió Yumeki, dando un ágil salto hacia atrás para tomar distancia.

Con calma, soltó su espada y la clavó en el suelo. En un instante, esta volvió a transformarse en su fiel oso polar.

"Gracias al miedo y a la necesidad de sobrevivir, has forzado a tu energía mágica a ir más allá de sus límites actuales... lo suficiente como para romper mi hechizo" explicó mientras sacaba una piruleta del bolsillo, le quitaba el envoltorio y se la metía en la boca. "Ahora, en la segunda fase... vamos a pulir aún más ese control, con un enfrentamiento directo."

"¿Un enfrentamiento...?" murmuró Keipi, visiblemente agotado, pero con los ojos encendidos por la determinación.

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Accuasancta, iglesia principal del culto a Yumeith.

Aspasia, la anciana líder del culto, se encontraba como de costumbre arrodillada frente a la imponente estatua del Mesías que protegía el lugar. Su voz se perdía entre susurros de plegarias, envuelta por el incienso sagrado y el silencio solemne de la nave principal.

Fue entonces cuando uno de los ocho apóstoles cruzó el umbral con paso firme. Su cuerpo era el de una pantera negra antropomorfa, elegante y letal, cubierto por una deslumbrante armadura dorada que evocaba a los guerreros de la antigüedad. Se acercó sin dudar hasta su señora.

"Señoría... Kinaidos y Thanatos han regresado. Y traen la reliquia con ellos" anunció, su voz grave resonaba en el templo.

"Excelente, mi querido Pantera" sonrió Aspasia con los ojos entrecerrados, alzando levemente el rostro hacia la estatua. "Por fin... con el Nuevo Testamento en nuestras manos, podremos dar inicio a una nueva era."

Continuará...


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