Con un solo ataque, Keipi logró derrotar al líder de Steel Phantom, Terón: un guerrero legendario a quien todos daban por el indiscutible ganador del torneo. Tras aquella hazaña, los Emerald Paladins pasaron a convertirse en los favoritos indiscutibles.
El coliseo estalló en vítores. El público rugía con entusiasmo ante el giro inesperado. Nadie había visto pelear al monje en todo el torneo, y ahora lo apodaban, entre aplausos y gritos, el “as bajo la manga” de los Emerald Paladins.
Pero no todos estaban celebrando.
En una de las decenas de habitaciones del palacio real, dentro de una habitación ligeramente sombría, Thanatos dejó caer los informes que revisaba. La pantalla mágica flotante mostraba a Keipi alzando los dedos en señal de victoria, con esa sonrisa descarada que tanto detestaba.
"¿Cómo…?" murmuró, levantándose de golpe. "¿Cómo es posible que siga vivo?"
Los latidos se le aceleraron. Sintió un escalofrío en la espalda.
"Lo atravesé... Perforé su corazón... ¡Estoy seguro!" repitió en voz baja, incrédulo.
Contempló la imagen con el rostro desencajado, como si estuviera viendo a un fantasma. Sin embargo, no podía actuar. Cualquier movimiento apresurado pondría en peligro los planes de su maestra.
"Tsk..." masculló, dejándose caer otra vez en su silla, sin apartar los ojos de la pantalla. "No sé cómo lo hiciste… Pero la próxima vez me aseguraré personalmente de que estés muerto, Keipi."
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Cerca de la iglesia.
El grupo de Marco aterrizó con sigilo sobre el puente de piedra que conectaba la ciudad con la majestuosa iglesia. Una brisa húmeda acariciaba los muros antiguos, como si el viento mismo susurrara advertencias desde las alturas.
Anaxandra dio un paso al frente con firmeza. Sus ojos reflejaban determinación mientras tomaba la iniciativa y guiaba al equipo hacia el borde del puente.
"Por aquí", dijo en voz baja.
Con la ayuda de la magia de viento de Hansel, descendieron por el acantilado que rodeaba la iglesia. La corriente los sostuvo con suavidad, como si una mano invisible los meciera en el aire hasta depositarlos sin ruido en la orilla inferior, oculta por la niebla y la maleza.
Pegados a la pared de piedra húmeda, los cinco se agazaparon mientras Anaxandra se aproximaba a una sección erosionada y cubierta de musgo. Con decisión, retiró un bloque de roca ennegrecida por los años. Un crujido seco, casi ceremonial, rompió el silencio milenario y reveló una puerta secreta tallada con runas que apenas brillaban al contacto con la humedad.
"Es como en las películas", murmuró Nicole con una sonrisa.
"¿Qué es una película?", preguntó Marco, intrigado.
"¿Oh? ¿Nunca has visto una?", respondió la sanadora, divertida.
"Chicos… no es momento para eso", intervino Yumeki con tono frío, aunque en el fondo también le resultaba entrañable la curiosidad de Marco.
"¡Entrad primero! Yo la cerraré desde dentro", ordenó Anaxandra.
Uno a uno, sus compañeros se adentraron en el pasadizo. Una vez dentro, la mujer volvió a colocar la piedra en su lugar, dejando todo tal y como lo habían encontrado.
El interior estaba sumido en la más completa oscuridad. El aire era espeso, impregnado de humedad y olor a tierra antigua.
Marco encendió una llama en su mano, cuya luz danzante proyectó sombras irregulares sobre las paredes de piedra. Con ella prendió un par de antorchas colgadas a los lados, que luego Yumeki y Hansel tomaron para iluminar el camino.
Poco a poco, la tenue claridad reveló que se encontraban en una sala estrecha con dos puertas: una conducía a unas escaleras ascendentes, y la otra, a unas que descendían en espiral. Afortunadamente, ya lo tenían planeado desde la noche anterior.
Como era probable que el Nuevo Testamento se hallara en los niveles más profundos, Marco iría acompañado de Nicole con la misión de destruir el sistema que lo alimentaba de energía mágica. Por su parte, Hansel, Yumeki y Anaxandra subirían, pues sospechaban que Gretel se encontraría en la parte superior de la iglesia.
Por suerte, la magia de la hija de la suma sacerdotisa era la telepatía, lo que les permitía establecer un canal de comunicación mental usándola como intermediaria. Mientras ella permaneciera consciente, los cinco podrían hablarse mentalmente sin emitir palabra.
"Mucha suerte, chicos. ¡No hagáis locuras!", dijo Marco mientras comenzaba a bajar las escaleras junto a Nicole.
"¡Nos vemos!", respondió la sanadora, agitándoles la mano con una sonrisa.
"¡Destruid esa maquinaria antes de que sea tarde!", exclamó Yumeki, ascendiendo con paso firme junto a los otros dos.
"Tardaremos unos diez minutos en llegar a la planta cero", calculó Anaxandra en voz baja mientras subían.
"Joder… sí que hicieron escaleritas", murmuró Hansel, resoplando.
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Dimensión del Battle Royale.
El tiempo corría, y la gigantesca ciudad que componía el campo de batalla ya comenzaba a rugir con los ecos de los enfrentamientos. Explosiones, rayos mágicos y choques de acero resonaban entre los rascacielos, como si los edificios mismos fueran espectadores mudos de aquel torneo sin tregua.
Sobre una azotea metálica, Lola —miembro de Rituals y compañera de Takashi— giraba su cuerpo con elegancia marcial. Flotando a su espalda, ocho varas de acero vibraban con energía. Las lanzó con precisión quirúrgica contra su adversario: un hombre-bestia de tipo lagarto, de piel cuarteada y ojos salvajes, que ya se tambaleaba por el daño acumulado.
Las varas surcaron el aire dejando estelas incandescentes, y al reunirse alrededor del enemigo, Lola las hizo resonar con un poderoso gesto. La onda explosiva fue brutal, expandiéndose en forma de domo y barriendo todo a su paso. El lagarto fue lanzado hacia atrás como un muñeco, para caer inconsciente entre escombros retorcidos.
“¡Eso es uno menos!” gritó Lola con una sonrisa triunfante, alzando el puño con orgullo.
Su victoria fue anunciada al instante. El cuerpo del derrotado desapareció entre haces de luz, señal de que había sido eliminado del combate.
Pero Lola no era la única peleando. Por toda la ciudad, combates individuales estallaban como fuegos artificiales en pleno apogeo. Cada rincón se transformaba en un campo de duelo improvisado: azoteas, callejones, túneles subterráneos… Sin embargo, no todos los participantes habían encontrado aún a su rival.
Ese era el caso de Cecily.
La ladrona caminaba sin prisa por una avenida comercial abandonada, tarareando para sí misma mientras observaba los escaparates polvorientos de las tiendas cerradas. El eco lejano de explosiones sacudía el aire, pero ella parecía indiferente, como si estuviera de paseo.
“Anda”, murmuró al detenerse frente a una boutique de moda. “¡Qué vestido más mono! Ojalá tener más pecho para poder probármelo sin complejos…”
Suspiró con pesar y se apartó del escaparate, reprimiendo las ganas de entrar y probarse el vestido como si no estuviera en mitad de un Battle Royale.
Lo que Cecily no sabía era que alguien la observaba desde la sombra de una marquesina.
Era Antonia, de Love Guardians.
Sus ojos temblaban de emoción, su cuerpo se estremecía. Se llevó la mano al pecho, y luego, como en una tragedia exagerada, cayó de rodillas al suelo, sacando un delicado pañuelo del bolsillo. Se lo llevó a la boca y lo mordió, temblando como si la escena perteneciera a un telenovela de la tarde.
“No…” susurró, trémula. “No puedo enfrentarme a ella…”
Las lágrimas comenzaron a brotar a borbotones.
“¡Es demasiado bonita para mi gusto! ¡Si le hago daño, los hombres me odiarán!”
Y entonces alzó los brazos al cielo con un clamor teatral, como si invocara a los dioses del romance.
“¡Yo necesito que un hombre me empotre y haga que mi húmedo y juvenil campo se llene de semillas que traigan al mundo nueva vida!”
Su voz rebotó entre los cristales rotos de los escaparates, provocando que hasta las palomas salieran volando despavoridas.
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Miles de pétalos de sakura danzaban con gracia en el aire, arrastrados por el viento etéreo de la dimensión. El joven ya estaba enfundando su katana cuando su adversario —un elfo de cabello azulado y mirada arrogante— cayó de rodillas con un corte en forma de “X” grabado en su abdomen. Sin emitir un solo quejido, el cuerpo del elfo fue desintegrado en partículas de luz y teletransportado fuera del Battle Royale.
"Estos tipos no son rivales para mí..." pensó el espadachín, sin detener el paso. "Lo que yo verdaderamente necesito... es un reto de verdad. Un reto como Keipi."
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A unos metros de distancia, cerca de la plaza principal de la ciudad, otra batalla rugía con intensidad. Una mujer de cabello negro corto alzó los brazos, generando desde sus manos un gigantesco ancla etérea, que disparó hacia su oponente con un chasquido ensordecedor. Su rival, una centauro de porte majestuoso, clavó su bastón en el suelo y alzó una muralla de roca sólida justo a tiempo, deteniendo el proyectil con un estruendo de tierra partida.
El impacto levantó una nube de polvo, y ambas guerreras aprovecharon la ocasión para impulsarse y lanzarse la una contra la otra en un choque frontal.
Pero antes de que colisionaran… un destello descendió desde lo alto.
Ashley cayó como un meteorito desde la azotea de un edificio cercano. Con una precisión brutal, lanzó una doble patada descendente que impactó en la cabeza de ambas combatientes al mismo tiempo, estrellándolas contra el asfalto con una violencia sobrecogedora. El suelo se quebró bajo sus cuerpos, y un instante después, ambas fueron expulsadas de la dimensión.
"Deberíais estar más pendientes de vuestro entorno", comentó la joven, rascándose la cabeza con una media sonrisa. "No solo de lo que tenéis frente a vosotras."
"Eso fue bueno", dijo una voz masculina, grave y viscosa, que resonó como un eco podrido.
De pronto, cientos de manos deformes comenzaron a brotar del suelo como raíces de pesadilla, arrastrándose con dedos nerviosos hacia ella. Ashley lo notó al instante. Dio un potente salto hacia atrás, apoyándose en la copa de un árbol cercano. Desde esa posición elevada, escaneó la zona, alerta, buscando el origen de la energía mágica.
Una figura se aproximaba, aplaudiendo lentamente.
"Tú", dijo Ashley con el ceño fruncido.
Augvag se detuvo a unos pasos, su silueta deformada por las sombras. Sonrió con una mueca torcida.
"Debo reconocerlo... Desde el primer día del torneo, cuando te vi derrotar a todos tus oponentes sola, exactamente como hice yo, sentí algo de envidia." Su voz sonaba grave, impregnada de rencor. "Pero mientras a ti te aclamaban con vítores y aplausos, a mí me dedicaban miradas de asco... por mi querida y preciosa magia."
Hizo una pausa, dejando que su desprecio flotara en el aire como veneno.
"Así que si alguna vez se daba la ocasión de enfrentarme a tu equipo... supe al instante que tú serías mi objetivo. Solo tú."
"¿Ah sí? ¿Crees que puedes conmigo?" Ashley bajó del árbol de un salto ágil y adoptó una pose ofensiva, con los puños cerrados y los ojos ardiendo.
"Por supuesto que puedo." el hombre se quitó la camiseta, revelando un torso grotesco. Bocas, ojos, brazos y dedos emergían y se deshacían sobre su piel, como si su cuerpo fuera una amalgama viva de carne inquieta. "Soy... el duplicador de extremidades. Augvag."
Una enorme mano emergió del suelo con violencia, sujetando a Ashley por la cintura. Sin darle tiempo a reaccionar, la estrelló contra la fachada de un edificio cercano. Vigas metálicas se partieron, cristales llovieron como cuchillas y la estructura tembló por el impacto.
Pero eso no fue suficiente para detenerla.
Nuestra protagonista apareció un segundo después frente a su enemigo, furiosa, con los ojos encendidos de determinación.
"Si eso es todo lo que tienes... ¡pelear contigo será como robarle el caramelo a un niño!" gritó. Su puño potenciado se hundió en el estómago mutante de Augvag, enviándolo volando por toda la plaza hasta que su cuerpo se estampó contra la fuente del centro, agrietando la piedra de la estatua con un estruendo seco.
El guerrero de Love Guardians escupió sangre por tres de las bocas abiertas en su torso y hombros. Uno de los ojos, ubicado grotescamente en su plexo solar, se abrió y la miró con fijeza.
"Qué yuyu..." murmuró Ashley con asco. "Es igual que aquel día. Su magia... es terriblemente grotesca."
"No es grotesca... es hermosa..." respondió Augvag, incorporándose con una risa sádica. "¡Y con ella... te derrotaré!" Las bocas de su cuerpo sacaron lenguas al unísono, relamiéndose los labios con gula monstruosa.
"No. No lo harás." sonrió Ashley, confiada, dando un paso al frente. "¡Porque este torneo lo ganaremos nosotros!"
Continuará…
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