Dimensión del Battle Royale, Biblioteca.
Tres lobos dimensionales, invocados por Carter, saltaban entre las estanterías intentando morder con sus fauces letales a su estrambótica contrincante, Antonia.
"¡Oh, Dios mío! ¡No puedo permitir que una bestia muerda mi piel celestial!" exclamó ella, esquivando con gracia cada ataque mediante giros de ballet. "¡El primer mordisco que reciba en la vida debe ser de un hombre guapísimo y debe de ser en mi cuellito recién depilado!"
"¡Eres una rarita!" replicó Carter, haciendo desaparecer a sus invocaciones con un gesto seco. Al instante, apareció un nuevo lobo, esta vez con armadura y espada: un lobo samurái.
La sacerdotisa atrapó una estantería con los pies, la levantó como si fuera de cartón y la usó como escudo contra el filo de la katana y posteriormente golpeó a la invocación, apartándolo hacia un lado.
"¡Yo no soy rarita! ¡El rarito eres tú!" gritó ofendida. "¡No eres un hombre musculoso ni sudoriento, y mucho menos rezumas esencia masculina! ¡Pero ese rostro aniñado, esos músculos aún por pulir y ese aire melancólico... te dan la elegancia de un yogurín apetecible! ¡Y mis braguitas se empapan de felicidad solo de verte!" exclamó emocionada, lanzándole el mueble con furia.
"¡E-Eso es acoso sexual, señora!" chilló Carter, lanzándose hacia un lado para esquivar el proyectil estanteril.
El lobo samurái se reincorporó e intentó un nuevo ataque, pero Antonia giró en el aire, cayó justo sobre él y le estampó el trasero en la cara.
"¡Flatulencia potenciada!" gritó con júbilo.
Una detonación sónica emergió de su pandero, lanzando al lobo contra la pared con violencia. Las estanterías temblaron, y cientos de libros cayeron por el impacto.
"Joder..." masculló el invocador, ocultándose entre los restos del caos. Corría agachado, intentando escapar del ángulo de visión de su oponente. "Sus habilidades de potenciación están al nivel de Ashley cuando la vimos en Wisdom... No sé si puedo ganar esto... ¿Debería huir?"
Un pedo resonó como eco en la biblioteca.
Carter alzó la vista, alarmado. Justo a tiempo para ver cómo Antonia se abalanzaba sobre él con las piernas abiertas en un salto desquiciado, mostrando su ropa interior morada con orgullo bélico.
"¿¡Qué!?" alcanzó a decir antes de que su rostro quedara atrapado entre los muslos de la sacerdotisa.
"¡Eres demasiado guapo para no ser un hombre musculoso, sudoriento y con el miembro viril más colosal de Pythiria!" gritó ella, echando el cuerpo hacia atrás hasta apoyarse con las manos en el suelo. "¡POTENCIACIÓN MÁXIMA... PEDO HURACÁN!"
La explosión fue brutal.
Un tornado gaseoso emergió de sus entrañas con fuerza ciclónica, lanzando a Carter como un muñeco de trapo. Su cuerpo atravesó el techo de la biblioteca y aterrizó, completamente inconsciente, en el parque adyacente.
"Lo siento, Takashi..." fueron sus últimas palabras antes de ser teletransportado.
Desde el interior de la biblioteca, Antonia lo observaba por la ventana, mordiéndose el meñique con una pose que solo ella consideraba sexy.
"Ay... ¡Me mojé de la emoción, jiji!"
"¡La ganadora del encuentro es Antonia de los Love Guardians!" exclamó la presentadora emocionada.
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Aparcamientos subterráneos de la ciudad.
La líder del equipo Octavus, vencedores de la sección H, yacía entre dos coches, apuntando con un francotirador a Takashi. Ambos se enfrentaban en aquel sombrío nivel subterráneo.
Su magia era temible: permitía que cualquier cosa que lanzara impactara siempre en el objetivo. Sin vacilar, apretó el gatillo. La bala, una de las más potentes del mundo, cruzó el aire en dirección al hombro izquierdo del líder de Rituals.
"¡Ahí viene!", le advirtió Jasper mentalmente.
"Lo sé", respondió él con calma. "Puedo olerla."
Un leve movimiento de su espada bastó. Al instante, el lugar se cubrió de pétalos de cerezo, y la bala fue cercenada en cuatro fragmentos, desviados a diferentes direcciones.
"¡Mierda!", maldijo la francotiradora, levantándose del suelo con rapidez. Abandonó el rifle: ahora solo le estorbaría. "¡A ver si puedes parar esto!" gritó, sacando dos pistolas de su chaleco y disparando a quemarropa.
"Te vi luchar anteriormente", dijo Takashi mientras se acercaba. "Tu magia garantiza que el proyectil acierte... pero solo si se mantiene intacto en su trayecto."
Con una mirada tranquila y pasos firmes, comenzó a interceptar cada bala con su espada. Los pétalos flotaban a su alrededor, cortando las municiones con precisión quirúrgica.
"Mierda, mierda, mierda..." murmuraba ella, apretando los dientes mientras vaciaba los cargadores.
Finalmente, se quedó sin balas. En un último acto de rabia, arrojó las propias pistolas hacia Takashi. Él tuvo que partirlas también, ya que para su magia, cualquier objeto lanzado era un proyectil.
"¡¿Sabes?!", gritó escondiéndose tras un coche. "¡No solo las armas de fuego pueden considerarse proyectiles! ¡Todo lo que yo lance cuenta!"
Con una patada brutal, impulsó el vehículo aparcado directamente contra su enemigo.
"Lo sé", respondió Takashi. "Estaba preparado para esa posibilidad."
Se agachó. Los pétalos se arremolinaron en torno a su cuerpo. Con un solo movimiento, se lanzó hacia el coche y lo partió en dos. Avanzó entre ambas mitades, atravesando los restos humeantes, hasta alcanzar a su oponente y asestarle un corte en forma de X en el abdomen.
La líder de Octavus cayó al suelo, inconsciente.
Takashi enfundó su espada. "Lo siento... pensé que, siendo líder, me darías más trabajo."
La voz de la presentadora resonó por todo el campo de batalla:
"¡Y Takashi de Rituals resulta vencedor en esta confrontación entre líderes! ¡Lo que significa que los dos miembros restantes de Octavus también quedan eliminados del Battle Royale!"
El monje alzó la mirada hacia el techo del aparcamiento.
"Chicos... espero que estéis bien."
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En otra zona de la ciudad.
Lola seguía escondida tras un contenedor, mientras Pinoccio la buscaba con paso lento y metódico por la calle silenciosa. La joven, temblorosa, bajó la vista: la sangre que brotaba de su brazo comenzaba a formar un charco escarlata junto a ella.
"Joder... solo por ser una descuidada..." pensó con un quejido de dolor.
Entonces, en el reflejo de aquella sangre, vio algo más: el rostro de su yo más joven.
Había sido una muchacha refinada, educada en las altas cumbres de uno de los países más ricos de Pythiria. Criada entre salones de mármol, té a media tarde y vestidos perfectamente planchados. Pero con los años, comprendió que esa vida solemne no le pertenecía. Esa forma de hablar elegante, esos modales de porcelana... no era lo que realmente quería ser.
A escondidas, por las noches, veía películas de acción donde mujeres fuertes, poderosas y descaradas tomaban el rol principal. Les pegaban a los malos, decían groserías y no pedían permiso para ser quienes eran. La pequeña Lola se maravillaba. Soñaba con ser así.
Un día, estando sola en casa, se atrevió a ponerse ropa como la de sus heroínas y comenzó a imitar su forma de hablar. Y entonces lo sintió: felicidad auténtica. Por primera vez en su vida, estaba siendo ella misma. No la muñeca de porcelana que su familia esperaba.
Aunque al principio logró reprimir a esa nueva Lola, hubo un punto de quiebre. Sabía que sus padres y hermanos jamás la aceptarían así. Así que dejó una nota de despedida y se marchó sin mirar atrás.
Los primeros días fueron dolorosos. Había compartido toda su vida con aquella familia, aunque no pudiera mostrarse tal como era. La separación la llenó de culpa y soledad. Pero esa soledad también era libertad.
Un año después, sedienta en medio de una ciudad desértica, conoció a Takashi. El joven le ofreció una botella de agua fresca. Comenzaron a hablar, y él no solo no se escandalizó por su forma de hablar… se rió con ella, la escuchó. Y en ese gesto, simple pero sincero, Lola encontró algo que jamás había sentido: aceptación. Desde entonces, se convirtió en su mayor aliada.
"Takashi... ¿Estaría mal si me rindo?", susurró entre lágrimas, mirando su reflejo ensangrentado.
Fue entonces cuando Pinoccio perdió la paciencia.
Desde su pecho comenzó a disparar misiles a los edificios cercanos, destruyendo balcones, ventanas y muros con una violencia mecánica y descontrolada.
"¡Sal de donde estés!", rugió enfurecido. "¡O te haré salir por las malas!"
De pronto, dos varas metálicas se clavaron en el suelo a ambos lados de la marioneta. Un instante después, estallaron con una onda expansiva que lo lanzó rodando varios metros por el asfalto.
Volando sobre una de sus varas, Lola emergió de su escondite como un relámpago.
"No… no puedo rendirme. Takashi ha hecho tanto por mí, y yo quiero lo mejor para él...", pensó, con el corazón acelerado. "Y si tengo que vencer a esta marioneta siniestra para que él tenga su vida amorosa perfecta junto a Keipi, ¡entonces lo haré!"
"Vaya, vaya..." murmuró Pinoccio, levantándose poco a poco. "Parece que te cansaste de huir."
"Sí. No huiré más… no al menos hasta derrotarte puto narizotas", exclamó Lola con firmeza.
Continuará...
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