Unos minutos antes de que la iglesia ascendiera al cielo.
Los cuerpos de Marco y los demás yacían en el suelo de aquella sala subterránea, sus extremidades estaban envueltas en grilletes hechos de sangre palpitante. Aquella prisión orgánica no sólo les impedía moverse, sino que suprimía su capacidad mágica, drenándolos poco a poco como si la misma vida les fuera arrebatada.
En la distancia, un estruendo mágico sacudió la cúpula. Al mismo tiempo que Takashi era derrotado por Lovette en la dimensión, la máquina que rompía el sello del Nuevo Testamento liberó una última gota de energía. Esta descendió lentamente, como una lágrima ardiente, hasta caer sobre la barrera mágica del sello.
Un sonido como cristal crujiendo llenó el silencio, y la barrera se resquebrajó lentamente, como si estuviese llorando antes de morir. Cuando los fragmentos cayeron, dejaron al descubierto la figura sagrada que tanto habían buscado: un libro dorado, pulido, radiante, flotando en un débil campo de luz.
"¿Eso es el Nuevo Testamento?" susurró Nicole, con los ojos abiertos de par en par.
"No esperaba que fuera, literalmente... un libro," murmuró Marco, incapaz de apartar la vista.
Aspasia, con lágrimas brillando en sus mejillas marchitas, se abalanzó como una devota en trance. Apretó el libro contra su pecho, lo besó con devoción frenética y comenzó a reír, entrecortada por sollozos de júbilo. "¡Al fin...! ¡Al fin es nuestro, su santidad! ¡El Señor podrá regresar! ¡Castigará a todos los pecadores que se alejaron de sus palabras!"
"Se os acabó el juego," dijo Aima con una sonrisa tranquila, casi profética.
"¡Esa es nuestra señora!" exclamó Phoné, saltando de la emoción.
"¡Mierda! ¡Tenemos que pararlo!" gritó Nathalie, luchando contra las ataduras. "¡Hansel! ¡No dejes que tu hermano lo active!"
Hansel la miró en silencio, con los ojos vidriosos y culpables. Una súplica silenciosa parecía querer formarse en su rostro, pero sus labios no se atrevieron a pronunciarla. Su alma estaba dividida: obedecer a Aspasia, conservar a su hermano... o ayudar a sus nuevos amigos que le acompañaron durante todo este viaje.
"Gretel," llamó Aspasia suavemente, mientras colocaba el libro sobre un pedestal de piedra negra en el centro del santuario.
"¿Qué desea?" preguntó el gemelo, arrodillándose con la cabeza gacha.
"Activa la reliquia con tu magia dimensional. Es hora... de que este mundo llegue a su fin."
"Sí, señora," respondió, levantándose con lentitud, como si cada paso pesara más que el anterior.
"¡DETÉNLO, HANSEL!" gritó Nathalie, con el alma desgarrada. "¡Si de verdad no nos traicionaste, hazlo! ¡Aún confiamos en ti!"
"¡Por favor! ¡Será el fin del mundo! ¡Tú y tu hermano moriréis! ¡Lo sabes! ¡Mi maestra Morgana no vio futuro alguno!" exclamó Nicole, con lágrimas de impotencia brotando de sus ojos.
Hansel bajó la mirada. "Lo siento," murmuró, sin un atisbo de emoción.
Gretel llegó al pedestal, extendió la mano y la colocó suavemente sobre la cubierta del libro. Una descarga invisible sacudió el aire. Al instante, una luz dorada brotó del tomo, envolviéndolo con una aura incandescente. Las páginas comenzaron a pasar solas, con velocidad creciente, como si una fuerza ansiosa buscara desatar todo su poder contenido.
Una onda mágica estalló, expandiéndose en todas direcciones como una explosión silenciosa. El mundo pareció detenerse. Raíces doradas salieron del libro y se incrustaron en las paredes del santuario, desgarrando la piedra y fusionándose con ella. El libro ya no era un libro: se había convertido en un portal viviente, una herida abierta entre dimensiones.
Entonces, el suelo vibró con violencia. El mármol se agrietó bajo los pies. Desde los cimientos, un zumbido oscuro retumbó, como el latido de un corazón abismal. Con un rugido sordo, la iglesia entera se arrancó del suelo, ascendiendo lentamente hacia los cielos, arrastrada por cadenas negras que Aspasia había preparado con antelación. Eran gruesas como torres, firmemente ancladas a la tierra para impedir que la estructura se perdiera en la estratósfera junto a la reliquia.
Abajo, la ciudad santa de Accuasancta comenzaba a fracturarse. Grietas como relámpagos recorrían sus calles sagradas. Las casas temblaban. La gente huía presa del pánico, mientras un cielo ennegrecido comenzaba a cubrirlo todo. El día se volvió noche, y la esperanza, una sombra.
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Pasillos de la iglesia.
Yumeki y Xiphos interrumpieron su combate en seco cuando un temblor sacudió el suelo. La estructura entera crujió, y una fuerza invisible comenzó a elevar la iglesia hacia el cielo, como si el mismo firmamento la reclamara.
"¿Q-Qué está pasando?" exclamó la espadachina, mirando en todas direcciones. "¿Acaso no consiguieron detener la maquinaria?"
"Eso parece." le respondió Frost, mentalmente.
Xiphos alzó la vista con calma y dio un largo trago a su botella de alcohol, mientras los brazos extra que brotaban de su espalda se deshacían en vapor oscuro.
"Parece que Su Santidad ha conseguido activar el Nuevo Testamento", murmuró con una mezcla de resignación y respeto.
La espadachina volvió a tomar su postura de combate. "¿Te retiras?"
"No por mí", respondió él, sin perderle la mirada. "Ella me está llamando. Pero espero tener la fortuna de enfrentarme de nuevo a una leyenda de esta nueva década como tú."
Y sin dar oportunidad a réplica, el apóstol desapareció en un parpadeo, tragado por la sombra de un portal.
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Sala de la maquinaria, ahora núcleo del Nuevo Testamento.
Aspasia chasqueó los dedos con firmeza, repitiendo el mismo conjuro que una vez usó para convocar a sus fieles. Un fulgor pálido recorrió la sala, y en un abrir y cerrar de ojos, los apóstoles ausentes comenzaron a materializarse uno a uno.
Thanatos, Kinaidos, Panoplia, Sophia, Pantera, Aima, Phoné y Xiphos aparecieron rodeados de halos etéreos, ocupando sus posiciones en semicírculo frente al altar. En el centro, el Nuevo Testamento en su forma de grieta dimensional, vibraba con una luz dorada que se intensificaba por momentos, mientras grietas rasgaban el cielo sobre la catedral como relámpagos suspendidos.
"En breves, los demonios cruzarán la puerta", anunció Aspasia con solemnidad, mientras se colocaba una corona dorada sobre su cabeza temblorosa. Su voz, cargada de emoción y fervor, se alzó sobre el estruendo del ascenso. "Vuestra misión es clara: proteged esta iglesia y al Nuevo Testamento... hasta que Yumeith renazca. ¡POR ESO, MATAD A LOS INTRUSOS!"
Sin vacilar, los apóstoles dieron un paso al frente. Sus ojos ardían con determinación, y en un instante se lanzaron al unísono hacia nuestros protagonistas.
Pero justo antes de que sus ataques impactaran, Marco, Nicole y Nathalie desaparecieron en un destello silencioso, como si hubieran sido arrancados del plano de existencia por una fuerza superior.
No fueron los únicos.
Una oleada de vacío se extendió por toda Accuasancta: los ciudadanos, los concursantes del torneo, incluso Yumeki y Anaxandra... todos se desvanecieron, dejando tras de sí una ciudad suspendida en la nada, como si el mundo se hubiera detenido un segundo antes de su colapso.
"¿Qué fue eso?" preguntó Thanatos, girándose con una mezcla de confusión y tensión.
Aspasia frunció el ceño, soltando un largo suspiro mientras su mirada se perdía entre las grietas del techo. "Tch... alguien más está moviendo los hilos."
"¿Alguien más?" repitió Pantera, con el ceño fruncido.
"Sí. Alguien que ha decidido intervenir... que contrató a esos críos para entorpecer mi maquinaria." El tono de la anciana se volvió agrio, casi venenoso. "Sea quien sea, volverán. Harán lo posible por detenernos. Así que estad preparados. Cada uno de vosotros debe estar listo para cualquier contratiempo... o traición."
"¡Sí, señora!" respondieron los apóstoles al unísono, arrodillándose con devoción frente a ella.
En un rincón de la sala, Hansel tomó con cuidado la mano de su hermano, aún envuelto en el velo mental impuesto por Sophia. Su mirada se suavizó por un instante.
"En breves... serás libre", susurró con voz apagada.
Pero no todos aguardaban con calma.
Muy por encima de ellos, entre las cadenas colosales que sujetaban la iglesia al cielo, una figura corría impulsada por la rabia. Lovette, con su ropa hecha jirones y el rostro lleno de furia, ascendía a toda velocidad.
"¡ASPASIA! ¡MENTIROSA!" bramó con voz desgarrada, como un trueno que anticipa la tormenta.
Fémina.
Todos los habitantes de Accuasancta, junto con los guerreros del torneo, comenzaron a materializarse uno a uno a lo largo de aquella dimensión suspendida. El suelo parecía de mármol dorado, y un enorme palacio flotante se alzaba majestuoso bajo un cielo solar, eterno y sin noche. Era como despertar de una pesadilla y caer en un sueño extraño, pero brillante.
"¿Q-Qué... dónde estamos?" preguntó Kanu, girando sobre sí mismo, desorientado.
"Este lugar..." murmuró Shouri con los ojos abiertos de par en par. "Lo reconozco..."
Pero antes de que pudiera continuar, el pánico estalló entre la multitud. Algunos gritaban los nombres de sus seres queridos, otros sollozaban aún temblando por el terror vivido momentos antes. Habían visto cómo el mundo se quebraba, y de pronto… estaban allí, en un lugar que parecía celestial.
"¡¿Qué demonios es este sitio?!" gritó Viktor, abriéndose paso entre la gente.
"No tengo ni idea", respondió Takashi, aún con el rostro vendado. "Pero sea lo que sea… nos sacó justo a tiempo de lo que pudo pasar en la capital."
A unos metros, el grupo de nuestros protagonistas que había participado en el Battle Royale se iba reuniendo poco a poco. Las miradas se cruzaban, llenas de confusión, alivio… y miedo.
"¿Esto no es Fémina?" preguntó Cecily, frunciendo el ceño.
"Sí, pero... ¿Por qué estamos aquí?" añadió Lily, sin apartar la vista del cielo estático.
"Seguramente… eso que vimos era el inicio del despertar del Nuevo Testamento", murmuró Theo, ligeramente tenso.
"No me cabe duda," añadió Keipi. "Esa energía… esa aura siniestra… nada de eso era natural. Parecía el comienzo del fin del mundo."
Priscilla, ya en forma de ave, descendió con suavidad sobre el cabello del monje, acicalándose las plumas con inquietud.
"Algo muy grande está por pasar," dijo Ryan, apretando los puños.
"¿Y Marco?" preguntó Ashley, con el corazón encogido. "¿Dónde está?"
"Espero que estén bien… aunque parece que no lograron impedirlo." dijo Keipi con voz apagada.
"Estamos…" respondió Marco, apareciendo cojeando, apoyado en Nicole.
"¡Marco!" exclamó Theo al verlos. "¡Estáis vivos!"
"¿Qué os ha pasado?" preguntó Lily, corriendo hacia ellos.
"Tuvimos muchas dificultades..." respondió la sanadora, con la mirada baja.
"No llegamos a tiempo..." dijo Marco con la voz ronca. "Hansel... nos traicionó."
"¿Cómo? ¿¡Qué dices!?" soltó Ryan, incrédulo. "¡Será cabrón!"
"Imagino que lo hizo por su hermano gemelo, ¿no?" intervino Cecily con los labios apretados.
"Así es..." respondió Nathalie, saliendo entre la gente.
"¡NATHALIE!" gritaron Keipi y Ashley al unísono, corriendo hacia ella y abrazándola con fuerza.
"¡A-Ay...!" se sonrojó Nathalie. "N-No sabía que me habíais echado tanto de menos…"
"¡Pues claro, tía! ¡Eres nuestra amiga!" respondió el monje con una sonrisa sincera.
"¿Para mí no hay abrazo?" preguntó Yumeki con media sonrisa, apareciendo entre la multitud con Anaxandra inconsciente a la espalda.
"¿A ti te gustan los abrazos ahora?" bromeó Keipi alzando una ceja.
"Nunca se sabe," dijo ella, sacando una piruleta del bolsillo.
Cecily entonces desvió la conversación a algo más serio. "Marco… ¿qué ocurrió exactamente allí?"
Marco suspiró, dolorido, pero firme. "Veréis..."
Con voz pausada, empezó a relatar todo lo sucedido dentro de la iglesia: la separación del grupo en dos partes, su enfrentamiento con Nathalie, la traición de Hansel, el despertar del Nuevo Testamento, y la ascensión del templo. Sus compañeros lo escuchaban en silencio, horrorizados, intentando procesar la magnitud de lo que acababa de ocurrir.
Pero antes de que nadie pudiera responder o reaccionar, un sonido seco, metálico, rompió el murmullo general: el eco de un bastón dorado golpeando el mármol.
"¡SILENCIO!" gritó una voz femenina, autoritaria y clara. Era una de las sirvientas de la portadora de la deidad.
Todas las miradas se alzaron hacia el gran balcón del palacio. Allí estaba ella: Morgana.
Vestía un velo blanco que rozaba el suelo, un vestido color hueso con transparencias que dejaba entrever su piel, y una corona brillante que centelleaba con el reflejo del sol. Su expresión, sin embargo, era serena… y triste.
"Queridos seres vivos que os encontrabais en Accuasancta…" comenzó, con su voz envolviendo el aire como un susurro divino mientras apretaba el bastón dorado entre sus manos. "Os he traído aquí por una única razón: para salvaros... y para pediros algo."
Se detuvo un momento, observando la multitud con pesar.
"Os suplico… ¡ayudadme a impedir la destrucción del mundo!"
Continuará...
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