Tras finalizar el Battle Royale, Gretel activó el Nuevo Testamento. En cuestión de horas, las grietas dimensionales que conectaban Pythiria con el mundo demoníaco comenzarían a abrirse alrededor de la iglesia. El fin del mundo ya había comenzado.
Mientras tanto, Aspasia y sus apóstoles permanecían reunidos en la sala del núcleo del Nuevo Testamento.
"Las cadenas que llevábamos años fabricando... funcionaron a la perfección", comentó Phoné, observando a través de una grieta que se abría en lo que antes fue una cámara subterránea. Desde allí podía ver claramente toda Accuasancta resquebrajada.
"Fue un trabajo duro", suspiró Sophia desde su silla de ruedas. "Pero reunir a todos esos fieles usuarios de magia de acero y solidificación dio sus frutos. Gracias a ellos evitamos la ascensión de la reliquia y de nuestra querida iglesia a la estratosfera."
"Sí... Menos mal que pude investigar a fondo los efectos secundarios de la reliquia", murmuró Aspasia, contemplando con devoción la grieta formada por el Nuevo Testamento. Bajo ella, el libro brillaba con un fulgor dorado: ahora se había convertido en el núcleo de toda aquella catástrofe. "Saber que alteraría la gravedad del lugar donde se activara fue una gran ventaja. Nos evitó cometer un error estúpido que nos habría costado la vida."
"Y ahora... tenemos el poder en nuestras manos", dijo Thanatos, con los brazos cruzados y la mirada clavada en la grieta.
"¡Qué ganas de ver si Yumeith resucita con esto!" comentó Kinaidos, emocionado y dando saltos por la sala.
"¿Cuánto tardarán en abrirse del todo?" preguntó Pantera, sin apartar los ojos del cielo oscuro que se extendía más allá del hueco. "¿Cuánto falta para que los demonios crucen a nuestro mundo?"
Sophia entrecerró los ojos. "No lo sé con exactitud... pero diría que un par de horas."
"Qué rollo...", murmuró Aima, decepcionado. "Con las ganas que tenía de ver a gente ser devorada por esas bestias… y al final todos fueron teletransportados antes de que llegaran." Se dejó caer en una silla, resoplando.
Xiphos no dijo nada. Se limitó a beber un largo trago de su botella de alcohol antes de sentarse en el suelo. Mientras observaba a sus compañeros, se sacaba un moco con la misma tranquilidad con la que otros mirarían una puesta de sol.
"No sabemos qué clase de fuerza astral ha interferido con nuestros planes, pero tal y como sospecha Aspasia, es casi seguro que volverán a enfrentarnos", comentaba Panoplia, oculta bajo su imponente armadura. "Debemos prepararnos para una guerra inminente contra esos tres chicos."
"No son solo tres", corrigió Thanatos con voz seca.
"Tienes razón...", asintió Aspasia, recordando. "Uno de ellos participaba en el torneo... ese tal Marco."
"¡Sí! ¡Era ese grupito!" exclamó Kinaidos, mientras los recordaba.
"Exacto", añadió Thanatos, señalando a Hansel. "Y su grupito ya nos plantó cara en Phaintom. No estaban solos entonces, y no lo estarán ahora."
"Y si realmente han hecho desaparecer a los ciudadanos y a los guerreros del torneo, seguramente buscarán aliados entre ellos para detenernos... Malditos infelices", suspiró Sophia con desprecio.
"Tenéis razón", afirmó Aspasia, alzando la voz con determinación. "Yo me quedaré aquí, vigilando que todo marche como la seda. Vosotros... encargaos de proteger la iglesia y el Nuevo Testamento. ¡Tenéis mi permiso para eliminar a cualquiera que se interponga en nuestro camino!"
"¡Sí, señora!" respondieron los apóstoles al unísono, arrodillándose con respeto.
Tras la orden, comenzaron a retirarse uno por uno de la sala, dispersándose por la iglesia para custodiar los puntos clave mientras esperaban el inevitable regreso de los protagonistas. Solo quedaron junto a la suma sacerdotisa Sophia, Hansel y Gretel. Los hermanos aguardaban a que Aspasia cumpliera su parte del trato.
"Oye...", murmuró Hansel, acercándose a la anciana con un leve gesto de impaciencia.
"Ah, sí... Discúlpame, hijo", respondió Aspasia con una sonrisa apacible. "Con tanto ajetreo y tanta revolución por parte de los ateos, no tuve tiempo de ocuparme de nuestro acuerdo." Dio un paso hacia él, acompañada por Sophia. "Querido, libérale del control mental."
"Como ordene Su Santidad", respondió el apostol en silla de ruedas con un tono profesional, aunque ligeramente condescendiente. "Pero debo advertirle: una vez lo libere de mi magia, su mente colapsará y caerá inconsciente. No intente forzarlo a nada hasta que despierte por su cuenta."
"Entendido", asintió Hansel con firmeza.
Sophia levantó su delgada mano, cubriéndola con un leve resplandor violeta. Con un movimiento preciso, trazó un símbolo en el aire y lo dirigió hacia la frente de Gretel. El símbolo brilló brevemente antes de desvanecerse con un chasquido. Los ojos del joven se pusieron en blanco y, sin emitir un solo sonido, su cuerpo se desplomó.
Hansel reaccionó de inmediato, atrapándolo entre sus brazos antes de que golpeara el suelo. Apretó los dientes, conteniendo una mezcla de rabia y alivio, mientras su hermano yacía inconsciente, libre por fin del control mental.
"Con esto, he cumplido la parte del trato que me correspondía, jovencito", dijo Aspasia con tono solemne. "Ahora solo os queda resguardaros en la iglesia… si queréis evitar la muerte."
"S-Sí… Muchas gracias", respondió Hansel con voz apagada.
Con gesto tembloroso, cargó a su hermano inconsciente a la espalda y salió de la sala en busca de una habitación donde pudiera dejarlo descansar. A cada paso, el peso no solo era físico, sino también emocional.
Sophia y Aspasia permanecieron solos en el núcleo.
"¿Evitar la muerte?", preguntó la apóstol con una sonrisa curiosa.
"Sí", respondió Aspasia con una burla sutil en los labios. "Evidentemente, es prácticamente imposible que sobrevivan al fin del mundo que traerá esta invasión demoníaca… o a la reaparición de nuestro querido Yumeith. Pero tampoco mentí cuando dije que haría lo posible por mantenerlos con vida."
"Eres siempre tan astuta… por eso la adoro", dijo Sophia con una reverencia teatral.
"Es todo un halago, viniendo del apóstol del conocimiento", replicó la anciana, girándose lentamente hacia el Nuevo Testamento, cuya energía palpitaba en el centro de la sala como un corazón dorado. "Sin embargo... haré lo que sea necesario para traer de vuelta a mi señor. Incluso si eso significa mancharme las manos… matando a esos chavales."
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Fémina.
Todas las miradas se alzaron hacia el gran balcón del palacio. Allí estaba ella: Morgana.
Vestía un velo blanco que rozaba el suelo, un vestido color hueso con transparencias que dejaba entrever su piel, y una corona brillante que centelleaba con el reflejo del sol. Su expresión, sin embargo, era serena… y triste.
"Queridos seres vivos que os encontrabais en Accuasancta…" comenzó, con su voz envolviendo el aire como un susurro divino mientras apretaba el bastón dorado entre sus manos. "Os he traído aquí por una única razón: para salvaros... y para pediros algo."
Se detuvo un momento, observando la multitud con pesar.
"Os suplico… ¡ayudadme a impedir la destrucción del mundo!"
Los ciudadanos de Accuasancta miraban incrédulos, como si no comprendieran una sola palabra de lo que habían oído. Los guerreros, por su parte, se quedaron paralizados. Algunos con la boca entreabierta, otros intercambiando miradas de confusión y asombro. La tensión era tan espesa que se podía cortar con una espada.
Fue entonces cuando la guarda que había pedido silencio antes la miró fijamente, con un gesto tenso pero educado. Con voz más suave, intentó guiarla: "Se-Señorita... Quizá deberías empezar por presentarte."
"¡A-ah! ¡Tienes razón!" exclamó Morgana, ruborizada de golpe mientras se tocaba la nuca. La gente empezó a reír tímidamente ante la torpeza inesperada.
"Oh... Qué raro que se haya equivocado", murmuró Ashley, ligeramente confundida.
"No se ha equivocado", dijo Nicole con una amplia sonrisa. "Lo ha hecho a propósito. Ha querido romper la tensión… Mira, se están riendo."
"E-Es verdad..." murmuró Marco, fascinado.
"Se nota que esa tía es la portadora de la Deidad de la que me hablaba mi abuelo", comentó Nathalie con un brillo de admiración en los ojos.
"Cierto... Que tú no la conocías", añadió Ryan.
"En persona no... Pero es tal como la describía Juju: majestuosa, angelical e impoluta", añadió la semidemonio, con un leve temblor de emoción.
"Ojalá alguien me describa así algún día..." suspiró Cecily.
Morgana se aclaró la garganta y dio un paso al frente, con una sonrisa que transmitía calma.
"Bien. Permitid que empecemos esto como es debido. Soy Morgana, la portadora de la Deidad conocida como La Biblioteca de Horacio. He visto en todos los futuros posibles una catástrofe inminente. Si no actuamos ahora... el mundo será destruido, y con él, nuestras vidas."
Un murmullo generalizado recorrió la plaza.
"¿El mundo será destruido...?" murmuró Kanu.
"¿Eso es siquiera posible?" preguntó Futao, mirando a su alrededor, esperando una negación que no llegó.
"Sí", dijo Shouri con rostro serio. "Por eso ella permitió que los hombres entrasen aquí… incluso los entrenó. No me cabe duda. No está mintiendo."
Morgana continuó:
"La reliquia conocida como el Nuevo Testamento ha sido activada bajo el control de la Iglesia de Yumeith. Su poder abrirá portales dimensionales por donde cruzarán legiones de demonios. Arrasarán con todo. No dejarán piedra sobre piedra."
"¿Pero por qué harían algo así?" preguntó Takashi.
"Porque creen que el mundo está corrompido… y que solo la resurrección del mesías puede purificarlo", explicó. "Según ellos, si provocan el apocalipsis, Yumeith despertará para restaurar el orden."
"¿Y qué tienen que ver los demonios en eso? ¿Cómo pueden revivir a alguien así?" preguntó Terón, perplejo.
"Los textos sagrados hablan del regreso del mesías cuando el mundo esté al borde del colapso. Aspasia cree que si fuerza el fin, él volverá por su cuenta. Cree que el dolor extremo… atraerá a su salvador."
"¡Eso es una locura!" gritó Lola, incapaz de contenerse.
"Lo es. Y por eso necesito vuestra ayuda." La voz de Morgana se alzó, resonando con fuerza. "¡Por favor! ¡Luchemos juntos para detenerlos! ¡Sois guerreros excepcionales! ¡Habéis venido a este torneo porque sois los mejores de vuestras tierras! ¡Juntos podemos vencer a los apóstoles y destruir el Nuevo Testamento! ¡Solo necesitamos estar unidos! ¡¿Me ayudaréis?!"
Un silencio denso cayó de nuevo.
Las miradas se cruzaban. Dudas. Temor. Inseguridad.
"Yo no quiero luchar..." murmuró Melodía, la líder de los Symphoniacs. "¡No quiero morir por una guerra sin garantías!"
"¡Es verdad!" gritó otro combatiente. "¡No quiero sacrificarme por nada!"
Y como una chispa en un campo seco, el miedo se propagó rápidamente. Muchos comenzaron a retroceder. Algunos bajaron la mirada. Otros se abrazaron en silencio.
"No... mierda...", pensó Morgana con angustia. "Este era el futuro que quería evitar. Por eso hice esa actuación al principio... Para romper el hielo. Para ganar su confianza..."
De pronto, una llamarada estalló en el cielo. Una explosión de chispas naranjas iluminó la plaza y todas las cabezas se giraron. En medio de ellas, estaba nuestro protagonista.
"Lo siento por todos", dijo Marco. "Sé que pensáis que esta guerra es inútil. Pero... ¿qué clase de guerreros seríamos si huyésemos como cobardes… cuando tenemos la oportunidad de salvar el mundo? ¡Seríamos escoria!"
Dio un paso al frente, y su voz retumbó como un trueno.
"¡Yo lucharé! ¡LUCHARÉ A TU LADO, MORGANA!"
"Y no solo él", dijo Keipi, colocándose a su lado. Detrás de él, los Paladines lo siguieron. "Nosotros también vamos a luchar!
"¡Eso, eso!" sonrió Ashley, chocando sus nudillos.
"Ya que he llegado hasta el fondo de todo esto, no voy a quedarme de brazos cruzados", dijo Yumeki, sumándose con gesto firme.
"Eso es… ¡No dejaré que nadie muera en esta guerra!" sonrió Nicole, uniéndose al grupo.
La plaza comenzó a vibrar con una nueva energía. La gente empezaba a mirar con esperanza.
"Nosotros tres también ayudaremos", dijo Shouri con decisión. "Después de todo, somos viejas amigas, ¿no?"
"Y nosotros también", añadió Takashi mientras sus compañeros alzaban las armas.
"¡Yo igual!" gritó Terón, lleno de emoción.
Y uno a uno… todos los que antes se negaron, acabaron aceptando. La multitud se alzó como una sola.
"Gracias…" pensó Morgana, conteniendo las lágrimas. "Gracias, Marco…"
Continuará...
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