Tras ahogarse en lo más profundo de sus recuerdos, impulsado por el dolor y el alcohol, el apóstol conocido como Xiphos —antes llamado Haruto— recordó finalmente el nombre de su espada… y el de su kami. Fue entonces cuando ejecutó: la Manifestación del Kami.
"¡Kakeru y Velikaya... forma manifestada!" proclamó con solemnidad, mientras una presión sofocante se extendía como una tormenta sobre el campo de batalla.
"¡Mierda! ¡Lo logró!" exclamó Yumeki, con los ojos muy abiertos.
Xiphos desapareció de su vista. Un instante después, aterrizó frente a ella con brutal precisión y le propinó una patada en el abdomen tan poderosa que la lanzó por los aires, arrastrándola hasta una de las calles destruidas de Accuasancta.
Sin concederle un respiro, el apóstol se impulsó tras ella. Cuatro de sus espadas apuntaban hacia abajo, listo para atravesarla al caer, pero la espadachina reaccionó en el último segundo: se incorporó con un ágil kip-up y saltó hacia atrás, esquivando por un pelo los filos que se clavaron en el suelo con estruendo.
Xiphos recuperó las armas con un giro fluido y volvió a lanzarse sin vacilar. Yumeki interpuso a Frost entre ellos, intentando bloquear el poderoso ataque… pero ahora estaba usando sus ocho espadas. La fuerza del impacto fue descomunal. La empujó con tal violencia que su cuerpo voló por los aires y se estrelló contra una pared de piedra, resquebrajándola.
"¿Qué pasa? ¿Ya se te acabó la fuerza de la que tanto presumías, leyenda de nueva generación?" se burló el apóstol, saltando hacia ella una vez más con intenciones letales.
"Mierda... ni siquiera me da tiempo a respirar", pensó Yumeki, reincorporándose con un gruñido mientras saltaba hacia la fachada del edificio opuesto.
Lo que siguió fue una persecución frenética a través de los edificios en ruinas. Como dos sombras letales, ambos combatientes se desplazaban por los tejados y muros derruidos, con Xiphos pisándole los talones, lanzando tajos con precisión milimétrica. Yumeki esquivaba, rodaba, saltaba de cornisa en cornisa, sintiendo el filo del enemigo rozar su piel a cada paso.
Entonces, nuestra espadachina se cansó del juego del gato y el ratón.
Visualizó una farola frente a ella. Fingió saltar hacia el edificio opuesto, provocando a su perseguidor para que la imitara. Justo a medio camino, Yumeki desvió el trayecto: apoyó ambos pies sobre el cuerpo metálico de la lámpara urbana, se impulsó con fuerza y retrocedió con un giro en el aire.
En un parpadeo, los papeles se invirtieron. Yumeki se convirtió en la cazadora.
Aprovechando ese instante de oro, clavó su espada en el suelo con fuerza. Un rugido helado sacudió el ambiente cuando un inmenso tigre de hielo emergió de la tierra. Con ojos brillantes de furia, la criatura se lanzó directo hacia el apóstol.
"¡¿Eso es todo lo que tienes?!" rugió Xiphos, dejando caer una de sus espadas al suelo.
La hoja quedó clavada perfectamente en vertical. Con una agilidad bestial, el apóstol aterrizó sobre el mango y lo usó como trampolín para cambiar su dirección en pleno aire. Mientras volaba hacia el tigre, replicó una octava espada en su mano vacía y, con una serie de cortes veloces, desmembró a la criatura en varios pedazos de hielo que se deshicieron al tocar el suelo.
"¡Joder!" maldijo Yumeki al ver su técnica hecha trizas.
"¡AL IGUAL QUE TÚ, YO TAMBIÉN FUI UNA LEYENDA!" gritó Xiphos, con rabia ardiente en sus ojos."¡NO TE OLVIDES DE ELLO, NIÑATA!"
Juntó las ocho espadas en abanico, como si formaran un cañón. Desde las hojas, una carga eléctrica comenzó a zumbar hasta que un rayo de energía mágica pura estalló desde ellas.
El impacto dio de lleno a Yumeki. Su cuerpo fue arrastrado por el suelo como una muñeca rota, dejando un surco a su paso. Su ropa estaba hecha jirones, y la sangre marcaba un mapa irregular sobre su piel.
Tendida, respirando con dificultad, aún sostenía a Frost entre los dedos.
"Mierda... ese anciano sabe lo que hace..." gruñó.
Dominaba a la perfección la magia de multiplicación. Pero además… aún recordaba las antiguas técnicas bélicas de Akitazawa. Técnicas olvidadas por el tiempo: Las ataduras de sombra, la canalización de energía mágica en forma de rayos, etc.
En efecto, algunos guerreros de gran talento podían replicar habilidades sin necesidad de una magia secundaria. Con suficiente control, podían utilizar su energía interna para crear efectos devastadores. La atadura de sombras consistía en imbuir un objeto con energía propia para anclar la del enemigo al suelo. Y los rayos no eran más que una concentración masiva de esa energía, disparada a través de un catalizador como las espadas.
Yumeki apretó los dientes. El enemigo que tenía delante no era solo un apóstol... era un arma viviente forjada en las llamas de la guerra.
"¡Desaparece de una vez, en nombre de Yumeith!" rugió el apóstol.
Desde el cielo comenzó a caer una lluvia interminable de réplicas de sus espadas, como una tormenta de acero que buscaba borrar del mapa a la usuaria de hielo.
Nuestra espadachina se levantó al instante, congeló el suelo bajo sus pies y comenzó a deslizarse a toda velocidad, patinando con precisión sobre la superficie helada mientras las cuchillas caían tras ella como lanzas divinas.
"¡Es inútil!" gritó Xiphos, lanzando las espadas que sostenía en sus manos como si fueran dardos letales, una tras otra, sin descanso.
Yumeki no solo debía esquivar la lluvia de hojas que descendía sin piedad desde el cielo, sino también bloquear los proyectiles que su contrincante disparaba con brutalidad. Todo mientras seguía patinando sobre el hielo.
Y como si eso no fuera suficiente… su enemigo no se detenía. Usando las espadas que habían quedado clavadas en el hielo como plataformas improvisadas, Xiphos iba saltando de una a otra con agilidad imposible. Las recogía con sus ocho brazos, las duplicaba en pleno aire y las arrojaba de nuevo con una precisión escalofriante.
"¡Yumeki!" gritó Frost desde su interior, preocupado. "¡Tienes que encontrar la forma de detenerte un segundo!"
"¡Lo intento!" respondió ella con desesperación, desviando dos espadas con movimientos rápidos. "¡Pero no me da ni un respiro!"
Xiphos dejó de crear nuevas espadas en el cielo. Dio una voltereta hacia el frente, cayó sobre el hielo y se impulsó directamente hacia ella con una velocidad descomunal. Cuando la tuvo al alcance, saltó, forjó dos espadas más en sus manos y las lanzó sin previo aviso.
Ambas se incrustaron con violencia en los hombros de Yumeki.
El impacto fue tan brutal que su cuerpo salió volando, estampándose contra una pared. Ni siquiera tuvo tiempo de gritar por el dolor: el apóstol ya estaba frente a ella.
Sin dejarla respirar, formó ocho nuevas espadas en sus manos y, con ellas, disparó un nuevo rayo de energía mágica concentrada. El estallido arrojó el cuerpo de la espadachina por los aires, atravesando la pared hasta introducirla en el interior de la biblioteca de Accuasancta.
Su cuerpo demolió varias estanterías antes de caer al suelo entre montones de libros. Desde su posición, con la vista nublada por el dolor, veía las páginas sueltas caer lentamente a su alrededor, como copos de papel.
"¡Yumeki!" gritó Frost desesperado.
"Joder…" pensó ella con un hilo de aliento. "Si tan solo… tuviera unos quince segundos…"
Xiphos entró en escena con un salto ágil, atravesando el boquete que ella misma había abierto.
"¿Quince segundos?" murmuró Frost con determinación. "¡Yo me encargo!"
"¡¿Qué estás diciendo, idiota?!" protestó ella, tratando de moverse.
De pronto, la espada en sus manos se iluminó. Frost recuperó su forma animal. El oso polar emergió del filo y se abalanzó sin dudarlo sobre Xiphos, con tal de poder ganar esos segundos necesarios para que su compañera pudiera contraatacar.
"¿¡Ganar tiempo!? ¡Es inútil!" gritó el apóstol, haciendo caer ocho espadas sobre el lomo de la bestia.
Frost gruñó con fuerza mientras su pelaje blanco se teñía de rojo. Pero no retrocedió. Se lanzó con todo su cuerpo contra el enemigo, empujándolo con fiereza, rugiendo con todo lo que le quedaba.
"¡HAZLO, YUMEKI! ¡HAZLO AHORA!" gritó con todas sus fuerzas, clavando sus garras en el pecho del apóstol.
"Siempre me han llamado leyenda... Una figura imbatible. Un símbolo de poder al que había que temer", pensaba Yumeki mientras, a duras penas, se ponía en pie. "Y yo... sin oponer resistencia, acepté ese papel."
Apretó los dientes mientras reunía la energía mágica a su alrededor, respirando con dificultad. Observando con impotencia como su compañero estaba siendo herido para poder ganarle unos pocos segundos.
"La verdad es que siempre he estado siendo salvada... una y otra vez."
Fue entonces cuando la imagen de Keipi, de niño, apareció en su mente: su sonrisa torpe, sus ojos brillantes, la promesa silenciosa que un día le hizo sin palabras.
"Gracias a él... decidí abrazar este destino. Para volverme lo bastante fuerte... como para proteger esa sonrisa para siempre."
"¡Yumeki, date prisa!" rugió Frost, mientras una espada se clavaba brutalmente en su abdomen, haciéndolo sangrar con violencia.
"¿Te mueres ya?" se burló Xiphos, sin piedad.
Entonces, el ambiente cambió.
La energía mágica de la sala se tornó en una nevada suave. Copos de hielo comenzaron a descender con lentitud, como si el tiempo se hubiera ralentizado. Y entre el susurro de la ventisca, la voz de Yumeki resonó con poder:
"¡Miyuki!"
Una grieta se abrió en el cielo. Telas blancas, como vendas sagradas, descendieron desde lo alto y comenzaron a envolver su cuerpo.
"¡Frost!"
El oso polar, cubierto de heridas, rugió antes de deshacerse en partículas de luz, transformándose de nuevo en su forma de katana, volando directamente a su mano.
"¡¿Mierda?! ¡¿Tú también vas a hacerlo?!" exclamó Xiphos, sorprendido al notar cómo el viento helado comenzaba a empujarlo hacia atrás.
"¡MANIFESTACIÓN DEL KAMI, CINCUENTA POR CIENTO!" gritó Yumeki con furia contenida.
La explosión de magia congeló el aire. Cuando la luz cesó, la espadachina apareció envuelta en su nueva forma: el pecho vendado, un kimono blanco suelto ondeando al viento, shorts negros ceñidos, botas altas que le llegaban hasta las rodillas. Su largo cabello rosado ahora recogido en dos coletas bajas, danzando al compás de la ventisca.
Una figura tan serena como letal.
"N-no puede ser..." balbuceó Xiphos, retrocediendo. "¡¿Tú también... al cincuenta por ciento?! ¡¿Siendo tan joven?!"
Yumeki, con la sangre aún resbalando por su frente, alzó la espada que brillaba como un diamante helado. Sus ojos se cruzaron con los del apóstol.
"Frost y Miyuki..." dijo con voz firme, "Forma manifestada."
Tomó aire, apuntó su filo directamente al corazón de su rival y, con una media sonrisa, añadió:
"¿Me concedes un último baile?"
Continuará...
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