Tras un combate tan feroz como conmovedor, Yumeki logra imponerse a su adversario, marcando la primera gran victoria para el grupo de Morgana. Sin embargo, la guerra contra los demonios y la amenaza del Nuevo Testamento distan mucho de haber terminado.
Mientras las batallas continúan desatándose por cada rincón de Accuasancta, en lo profundo de la iglesia, el destino de cierto paladín está a punto de dar un giro que cambiará su destino.
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Habitación de Gretel.
Hansel estaba de brazos cruzados, sentado junto a la cama donde reposaba su hermano. Aunque los estruendos de la batalla retumbaban en el exterior, su mirada seguía perdida, ajena al caos. Su mente estaba anclada en un solo pensamiento: su gemelo.
Entonces, sin previo aviso, los párpados de Gretel se alzaron lentamente.
Al principio, la confusión nublaba su expresión. No sabía dónde se encontraba ni por qué su visión era tan borrosa. Pero, a medida que se incorporaba con esfuerzo, los recuerdos comenzaron a agolparse en su mente… incluso aquellos vividos bajo el control mental de Sophia.
Hansel percibió el movimiento. Al girarse, vio a su hermano levantarse con torpeza, los ojos vacíos, llevándose una mano a la cabeza mientras soltaba un leve quejido de dolor.
"¡Gretel!" exclamó con una mezcla de alivio y alegría, lanzándose hacia él para abrazarlo después de tanto tiempo.
"¡No te acerques!" replicó, empujándolo con fuerza y haciéndolo caer al suelo.
"¿Gre-Gretel...?" murmuró Hansel, atónito.
"¡Lo recuerdo todo, hermano! ¡Todo!" gritó, con lágrimas de rabia deslizándose por sus mejillas. "¿Cómo pudiste dejarme hacer todo aquello? ¡¿Cómo fuiste capaz de quedarte a mi lado mientras provocaba el fin del mundo... y encima estar de acuerdo?!"
"Yo... Y-yo..." tartamudeó Hansel, buscando desesperadamente las palabras adecuadas. "Solo quería lo mejor para ti..."
"¿¡Lo mejor para mí!? ¡Si me has convertido en el peor villano de toda la historia al permitir que hiciera tal locura!" gritó Gretel. "¡Desataste una catástrofe por un capricho egoísta! ¡Incluso traicionaste a esas personas que intentaban detener a Aspasia y parecían ser tus amigos!"
"Yo..." murmuró, con la voz quebrada por el remordimiento.
"Tú... ya no eres el hermano que recordaba", dijo decepcionado, con una frialdad que caló hasta los huesos mientras se ponía de pie.
Aquellas palabras lo atravesaron como un cuchillo. Hansel recordó, con dolor, cada uno de sus errores: el ataque a Anaxandra, el frenar el ataque de sus aliados para destruir la maquinaria, y sobre todo… la forma en la que fue incapaz ver a los ojos a Marco y los demás. Todo, absolutamente todo, lo hizo por Gretel. Y sin embargo, el mismo hermano por quien lo arriesgó todo… lo miraba ahora con rabia, no con gratitud.
Y tenía razón. Porque él… lo único que deseaba era que existiera un mañana, aunque ese mañana no lo incluyera.
"Lo siento, Hansel…" dijo Gretel, agotado, mientras avanzaba con dificultad hacia la puerta. "Pero pienso detener esta locura... aunque sea lo último que haga."
"Gre...tel..." susurró el usuario de viento, completamente abatido, con las lágrimas cayendo sin freno mientras la puerta se cerraba tras su hermano. Gretel no miró atrás.
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Sala del Nuevo Testamento
Aspasia frunció ligeramente el ceño al notar una perturbación en su red telepática. Una presencia acababa de extinguirse. Cerró los ojos un instante y confirmó lo que temía: uno de los suyos había caído, pues el enlace mental con él había desaparecido por completo.
"Vaya…" murmuró mientras paseaba por la sala con las manos entrelazadas a la espalda. "De todos mis fieles, jamás habría imaginado que tú serías el primero en caer, querido Haruto..."
Hizo una pausa breve, dejando que la melancolía se deslizara apenas en su voz, para luego sonreír con cierta ironía.
"Aunque, pensándolo bien… tu adicción al alcohol y ese absoluto desdén por la higiene aumentaban notablemente el peso de tus pecados. La carga en tu alma era más grande de lo que pensabas."
Sin perder la compostura, Aspasia se acercó al hueco en la pared. A lo lejos, en el caos de la batalla, las llamas, el hielo y los destellos mágicos pintaban un lienzo de guerra. Pero entre todo ese torbellino, una imagen destacó con nitidez: un pequeño grupo de figuras ascendía con decisión por una de las enormes cadenas que mantenían la iglesia anclada al suelo.
"Tal como suponía tras su derrota…" murmuró con frialdad. En ese instante, reabrió su canal mental con los demás apóstoles.
"El grupo del chico de fuego se aproxima por la cuarta cadena de la izquierda. Quiero que uno de vosotros se encargue de detenerlos." ordenó sin levantar la voz, pero con la autoridad incuestionable de quien nunca ha sido desobedecida.
"¡Yo estoy más cerca! Déjame ocuparme de ellos." respondió uno de los apóstoles con determinación.
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Cuarta cadena de la izquierda
"¡Mirad!" exclamó Keipi, señalando hacia el cielo con una mezcla de emoción y tensión. A su alrededor flotaban enormes fragmentos de piedra suspendidos en el aire, girando lentamente como satélites descompuestos alrededor de la iglesia.
"¡Son pedazos del suelo de Accuasancta!" añadió, con un atisbo de asombro en la voz.
"Eso significa que ya estamos cerca," comentó Marco con firmeza, sin detenerse un segundo.
"¿Y eso?" preguntó Ryan, mirando alrededor con la ceja alzada.
"Morgana nos explicó que el Nuevo Testamento distorsiona la gravedad en todo su entorno," respondió Cecily, con tono didáctico. "Todo lo material e inerte empieza a flotar a medida que uno entra en su campo gravitacional. Si ya hay fragmentos a esta altura… significa que estamos justo al borde."
"Ahhh, ahora me acuerdo," murmuró Ashley, frotándose la cabeza. "Aunque la verdad, solo retuve que esa cosa no hace flotar a los seres vivos. Jajajaja."
Keipi rió por lo bajo. "Nunca cambias, Ash."
Por un instante, el grupo compartió una tregua con la tensión, envueltos en risas suaves que rompían el silencio del cielo distorsionado. Pero entonces, sin previo aviso, todos lo sintieron.
Una presencia nueva, pesada como plomo, se descolgó del vacío. Las risas murieron. Sus pasos se detuvieron.
Una enorme roca, flotando como un islote condenado entre la atracción gravitacional del templo, se partió con un crujido siniestro. De entre la grieta emergió una figura andrógina, de pasos lentos y resonantes, como si el eco de sus tacones quisiera anunciar su llegada antes que su voz.
Kinaidos.
Se plantó con arrogancia sobre uno de los eslabones a unos cuantos metros del grupo, caminando con la cabeza en alto y una sonrisa torcida que no presagiaba nada bueno. Su ropa ondeaba sin viento, como si él mismo desafiara la física del mundo.
"Vaya, vaya…" dijo con voz aterciopelada, cada sílaba cargada de desprecio. "Pero si son las ratitas que intentaron jugar a héroes en Phaintom. ¿Habéis venido a por otra lección?"
Marco dio un paso al frente, cubriendo sus puños con fuego, y respondió sin titubear: "¡Para nada! Porque no somos los mismos de aquella vez."
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Plaza Mayor de Accuasancta
Sentada con una pierna cruzada sobre una farola retorcida, Phoné observaba con una calma casi antinatural cómo los demonios caían uno tras otro a manos del grupo liderado por Terón. A pesar del caos que consumía la plaza, sus auriculares retumbaban con música a todo volumen, aislándola de los gritos y las explosiones.
"Ya veo… así que tú eres la ‘leyenda indestructible’ de la que tanto hablaban en la iglesia," murmuró con media sonrisa, dejando que la música le acentuara el ritmo de los pensamientos. "Pero por muy resistente que seas por fuera… la verdadera debilidad siempre se esconde dentro."
Sin más aviso, la apóstol descendió con un salto elegante, cayendo justo frente a los pies del grupo de Terón. En un solo aplauso seco, todos los demonios de la plaza estallaron en una explosión de sangre y vísceras, desintegrados por completo.
"¡¿Q-Qué ha pasado?!" exclamó el líder de Steel Phantom, dando un paso atrás, desconcertado.
Phoné alzó la mirada, sus ojos se fijaron en él como agujas.
"Tu debilidad..." dijo con frialdad, colocando la palma de su mano abierta contra su abdomen. "Soy yo."
Una vibración casi inaudible se liberó desde su mano. El cuerpo de Terón fue lanzado violentamente por los aires, retorciéndose mientras cientos de cortes invisibles se abrían por todo su torso y extremidades. Su cuerpo impactó contra el suelo como un muñeco roto, sangrando.
"¡Jefe!" gritó una de sus compañeras, corriendo en su dirección.
"¡¿Le han derrotado?!" preguntó otro, paralizado por el miedo.
Phoné avanzó con lentitud hacia él, como si caminara por un salón de baile. Mientras lo hacía, sacó un chicle de menta de su bolsillo y lo introdujo en su boca, masticando con parsimonia.
"Mi magia altera las vibraciones de todo aquello que entra en contacto conmigo," explicó como si hablara de una receta. "Las defensas externas no sirven cuando el ataque surge desde lo más profundo de tu interior."
Levantó la mano sobre la cabeza de Terón, dispuesta a acabar con él. Su intención era clara: hacer vibrar su cráneo hasta hacerlo estallar como una fruta madura.
Pero antes de que su mano pudiera descender, una sombra afilada emergió del suelo como una cuchilla. Phoné retrocedió de un salto instintivamente, y por poco no perdió la mano.
"¿Oscuridad...?" murmuró con sorpresa, observando el hilo negro que se desvanecía frente a ella.
De repente, más manos sombrías brotaron del suelo, envolvieron el cuerpo de Terón y lo arrastraron fuera del alcance de la apóstol. Un segundo después, justo detrás de Phoné, apareció una figura femenina que no le dio tiempo a reaccionar.
Una esfera de oscuridad pura impactó a quemarropa contra la espalda de Phoné, lanzándola como un proyectil por toda la plaza hasta que su cuerpo colisionó violentamente contra la fachada del ayuntamiento.
La apostol escupió sangre y cayó de rodillas, atónita.
"¡T-Tú… tú eres esa demonio!" gritó entre jadeos, reconociendo la figura que la había atacado.
"Más bien semi-demonio," dijo con tono desenfadado. "Aunque prefiero que me recuerdes como Nathalie. Porque en nombre de mi querido Marco, y como la tía chulísima que soy…"
La oscuridad empezó a flotar como humo a su alrededor.
"Seré quien te derrote, payasa." dijo sacándole la lengua con descaro.
Continuará...
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