Nathalie había conseguido una segunda victoria para nuestros protagonistas, derrotando en una batalla frenética a Phoné, la apóstol de las vibraciones.
Sala del Nuevo Testamento.
Aspasia contemplaba el núcleo, que seguía resquebrajándose y generando más grietas dimensionales en el entorno de Accuasancta, cuando de pronto sintió en su conexión mental la desaparición de otra presencia aliada.
"Ya veo… Así que tú también has caído, querida Phoné." murmuró con tristeza, bajando la mirada. "Al final, tu necesidad de que todos te notaran fue tu perdición. Lo mejor para ti habría sido vivir en la sombra… sin llenarte de esos deseos egoístas que poco a poco corrompieron tu fe en nuestro Señor."
Tras un breve silencio, dio una palmada seca. Tres figuras aparecieron tras ella: Pantera, apóstol de las bestias; Panoplia, apóstol de la armadura; y Thanatos, apóstol de la muerte.
"¿Qué desea?" preguntó el hombre bestia, con su voz grave y cargada de tensión.
"Xiphos y Phoné han sido derrotados. Necesito que impidáis a cualquier precio que alguien ponga un pie en esta sala. ¿Entendido?" ordenó con severidad.
"¡Sí!" respondieron al unísono, marchándose ipso facto del lugar.
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Campo de batalla, zona sur.
Los guerreros seguían luchando contra los demonios, pero la llegada de los Sacerdotes del Génesis había inclinado la balanza. Las bajas entre nuestros aliados empezaban a acumularse de forma alarmante.
Entre el caos, Antonia desplegaba su peculiar poder, potenciando sus flatulencias para barrer a los guerreros como si fueran hojas secas.
"¡Lo siento, mis adorados varones musculados y relucientes de sudor!" gritó con tono dramático y lascivo. "¡En cualquier otro momento estaría encantada de recibir vuestro zumo perlado! Pero las órdenes de Su Santidad están por encima de esta lujuria que me hace arder la pepitilla, latiendo como si no hubiera un mañana."
Con esas palabras, liberó un nuevo y estruendoso pedo que se transformó en un tornado de hedor, lanzando por los aires a varios combatientes aliados.
Sin previo aviso, una flecha de hielo cayó frente a ella. En un instante, se transformó en un puño gélido que la golpeó de lleno, estampándola contra la pared derruida de una casa cercana.
"Me temo que yo me encargaré de ti… enana pedorra." dijo Kanu con frialdad, apuntándola con su arco.
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Campo de batalla, zona norte.
Augvag expandía sus extremidades por todos los rincones dentro de su campo de visión, como una plaga viva. Las hacía brotar desde paredes, suelos y escombros, atrapando y golpeando a los guerreros, retrasando su avance e incluso derribando a más de uno.
"Escoria." masculló con solemnidad, mientras una de sus manos monstruosas aplastaba el casco de un soldado.
De pronto, una figura se deslizó entre los edificios con un salto ágil, aterrizando frente a él. Sostenía con firmeza una lanza envuelta en llamas que crepitaban con un calor amenazante. Era Futao.
Sin pronunciar palabra, avanzó con una danza letal, moviéndose con gracia y velocidad. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, ejecutó un movimiento certero: de la punta ardiente de su arma brotó un fantasma de fuego que cruzó el aire y se estrelló contra Augvag, haciéndolo rodar por el suelo. Su camiseta se desintegró entre brasas, revelando un torso grotesco, plagado de ojos parpadeantes, bocas susurrantes y extremidades deformes que se retorcían como si fueran parásitos vivos.
"Vaya… otra molestia más." gruñó Augvag, levantándose con desdén.
"Me temo que un tipo tan raro como tú… debe ser erradicado del campo de batalla." replicó Futao, apuntándole con el filo incandescente de su lanza.
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Campo de batalla, zona este.
Pinoccio, convertido en un gigantesco titán de madera, barría el campo con sus enormes manos, golpeando y lanzando por los aires a todo guerrero que se acercaba demasiado.
"¡Jajajaja! ¡Sois mis juguetes! ¡Sois mis juguetes!" gritaba con una risa infantil que retumbaba como un eco hueco.
En medio de una de sus carcajadas, abrió la boca con exageración… y fue entonces cuando dos varas de acero se introdujeron en su interior. Un instante después, un agudo y potente zumbido resonó dentro de su cuerpo, provocando que estallara una onda destructiva desde su interior.
Pinoccio se llevó ambas manos a la mandíbula, soltando un alarido de dolor mientras una densa columna de humo salía de su boca.
"¡Duele! ¡Duele! ¡¿Qué ha sido eso?!" bramó, girando la cabeza en busca de su agresor.
Entonces, desde el cielo, descendió una figura de brazos cruzados. Sus labios estaban curvados en una sonrisa cargada de prepotencia y orgullo.
"Vaya, parece que a ti tampoco te gustan los ataques sorpresa." dijo Lola, flotando erguida sobre una de sus varas mientras avanzaba con calma hacia él.
"Tsk… cómo odio repetir el mismo plato dos veces en la misma semana…" gruñó la marioneta, clavando en ella su mirada vacía.
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Campo de batalla, zona centro.
Sin lanzar ni un solo ataque contra los guerreros aliados de Morgana, Lovette paseaba con calma entre las filas enemigas. Sus ojos recorrían cada rostro, como si buscara a alguien en concreto.
Buscaba, en realidad, a la persona que la había derrotado en el torneo. Pero por más que avanzaba, no lograba localizarlo.
"¿Buscas a alguien?" preguntó una voz grave. Takashi apareció frente a ella, cortándole el paso.
"Sí." respondió sin titubear. "Al tipo que me venció jugando con mi mente durante el Battle Royale. ¿Lo has visto?"
"No lo sé." replicó el monje con serenidad.
"En ese caso, si no tienes la menor idea… es mejor que te apartes." dijo, empujándole a un lado con gesto impaciente.
"Me temo que… no puedo apartarme." murmuró Takashi mientras desenfundaba su espada. El sonido metálico rasgó el aire.
Lovette se detuvo al instante, girando levemente la cabeza.
"Vaya…" suspiró con una sonrisa burlona. "¿Acaso quieres que te derrote otra vez?"
"Bueno… inténtalo si puedes. Esta vez, tú y yo solos." respondió Takashi, alzando su arma, Jasper, y apuntando directamente a su oponente.
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Iglesia.
Por los pasillos silenciosos, Gretel avanzaba con paso lento, cada paso resonaba en las paredes de piedra. El aire olía a humedad y óxido. Ya podía ver, al final del corredor, la puerta que buscaba: el acceso a las escaleras hacia el subterráneo.
Sus ojos se iluminaron… pero entonces, un líquido rojizo comenzó a filtrarse por las grietas del suelo. En cuestión de segundos, el fluido se alzó en forma de afilados pinchos que lo atravesaron de refilón, dejándole cortes por todo el cuerpo.
"¡Agh!" soltó, cayendo de espaldas.
Del fondo del pasillo, entre las sombras, sonaron unas palmadas lentas y burlonas.
Aima, el apóstol de la sangre, avanzó con calma, con su sonrisa teñida de arrogancia.
"Vaya, vaya… Si es nuestro amigo el de las dimensiones. ¿A dónde crees que vas sin nuestro permiso?"
"¿Cómo?" Aima arqueó una ceja, fingiendo sorpresa. "¿Por qué cometer semejante tontería?"
"¿Tontería?" gruñó Gretel. "¡Vais a destruir el mundo!"
"Claro. Pero nuestra señora tiene sus razones." replicó con voz suave. "Además… ¿no quieres a tu hermano? Él se sacrificó para que os perdonaran la vida. ¿Y así es como le pagas?"
"¡Me da igual! ¡No le pedí que hiciera eso!" gritó Gretel. "¡Pienso detener todo esto cueste lo que cueste!"
Nuestro protagonista dio un paso hacia adelante, decidido. Aima sonrió, y sin previo aviso, agitó su mano. Un torrente de sangre emergió de las grietas, arremetiendo contra él como una serpiente carmesí.
"En ese caso…" su voz goteaba crueldad, "descansa en paz."
La sangre estuvo a punto de alcanzarlo, pero una corriente de aire violenta la desvió, esparciéndola por toda la sala. Gretel levantó la vista… y lo vio. Hansel estaba frente a él.
"Vaya, vaya…" dijo Aima, ladeando la cabeza. "¿No te bastaba con traicionar a tus amigos que ahora también nos traicionas a nosotros?"
Hansel no dudó. "Lo siento… pero siempre estaré del lado que escoja Gretel."
"Hansel…" murmuró su gemelo, con el pecho apretado.
"Lo sé… He sido un idiota. Nos metí en esto y te obligué a cometer un crimen por mis irresponsabilidades." Su voz tembló un instante, pero se afirmó. "Quiero pedirte perdón. Y que sepas que siempre te protegeré… porque eres mi hermano."
Aima rió por lo bajo. "Entonces, tendré que encargar un par de tumbas más para este fin del mundo." Se clavó una cuchilla en el antebrazo, rajando la carne. La sangre brotó y, en un instante, se moldeó en un filo oscuro y afilado, como si fuese una guadaña.
"Hansel… Yo…" empezó Gretel.
"Déjalo para después." Hansel sonrió de lado. "Ahora… ¡acabaré con este vampiro fracasado!" El viento estalló a su alrededor.
Continuará…
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