Tras una intensa batalla contra el apóstol de la sangre, Hansel logra derrotarlo haciendo uso de una de sus nuevas habilidades. Sin embargo, la batalla está lejos de terminar.
En una de las cadenas de la izquierda, que mantienen a flote la iglesia, nuestros protagonistas se enfrentan a la vez contra Kinaidos, uno de los apóstoles más poderosos. Su fuerza bruta y velocidad están logrando mantenerlos completamente a raya.
Cecily, envuelta en electricidad, se lanza contra él sin pensarlo, atravesando el aire como un proyectil. Kinaidos apenas se inmuta y, con un simple movimiento, le propina una patada directa al estómago. El impacto la saca del eslabón donde se encontraban, enviándola en caída libre hacia el vacío.
Ryan reacciona de inmediato. Con un chasquido, materializa una de sus cadenas de acero que se estira como un látigo metálico, atrapando a Cecily de la cintura antes de fuera demasiado tarde, devolviéndola de un tirón hacia la batalla.
Keipi aprovecha para lanzar una embestida acuática, pero Kinaidos se desplaza con una agilidad imposible, evitando hasta la última gota. Marco, sin perder tiempo, asciende al cielo envuelto en fuego y dispara una ráfaga de esferas llameantes. Sin embargo, el apóstol las esquiva con una precisión milimétrica, como si pudiera prever cada ataque.
El tiempo se iba agotando lentamente y Ashley lo sabía a la perfección. Decidida, aprieta los puños, toma un acto de fe y se lanza contra él. Su primer golpe es esquivado, pero estaba dentro de sus planes ya que era una finta: giró sobre sí misma, lo agarra con ambos brazos en un movimiento demoledor y lo inmovilizó al momento.
“¡Chicos, no tenemos tiempo que perder! ¡Confío en vosotros! ¡Acabad con el Nuevo Testamento!” gritó con voz firme.
Sin soltarlo ni un instante, Ashley apretó a Kinaidos con toda la fuerza que sus músculos potenciados podían ofrecer. Un rugido cargado de pura determinación brotó de su garganta mientras, con un último impulso, se lanzó hacia el borde de la cadena y saltó al vacío junto al apóstol.
"¡Ashley!" gritó Cecily con el corazón encogido.
"¡Ash!" añadió Ryan, asomándose al borde y mirando hacia abajo con una mezcla de tensión y fe.
La caída era vertiginosa: cientos de metros separaban a su compañera del suelo, y la preocupación en sus rostros era inevitable. Sin embargo, hubo dos personas que no se dejaron arrastrar por el miedo. No porque fueran insensibles… sino porque confiaban en ella al cien por cien.
"Continuemos. No podemos desaprovechar esta oportunidad", dijo Marco con voz firme.
"Exacto… si alguien puede sobrevivir a una caída de más de cien metros, es Ashley", añadió Keipi, con una media sonrisa orgullosa.
Ryan y Cecily intercambiaron una mirada rápida. Esa chispa de seguridad en los ojos de sus amigos bastó para disipar parte de su angustia.
"Tenéis razón… Ash puede sola con ese tío", sonrió Cecily, aunque sus manos aún temblaban ligeramente.
"No por algo es la mano izquierda de nuestro emperador", replicó Ryan, con un tono de respeto absoluto.
Mientras tanto, la escena en el vacío alcanzaba su clímax. A escasos metros del suelo, Kinaidos abrió los ojos con un destello frío y burlón. Su cuerpo se movió con una agilidad inhumana: giró sobre sí mismo, se zafó de los brazos de Ashley y, aprovechando el impulso, descargó una patada brutal contra su estómago.
El golpe fue seco, devastador. El aire escapó de los pulmones de nuestra protagonista en un jadeo ahogado, y su cuerpo salió disparado como un proyectil, atravesando metros de aire hasta estrellarse contra las gradas del coliseo donde, horas antes, se había disputado el torneo. Las piedras se fracturaron con un estallido sordo, levantando una nube de polvo que cubrió su silueta.
El apóstol, en cambio, descendió como si la gravedad fuera su aliada. Cayó de pie sobre las gradas opuestas, erguido, sereno, y con una mirada tan gélida como la hoja de un cuchillo. Su sola presencia parecía pesar sobre el campo de batalla, como una amenaza silenciosa que se cernía sobre todos.
"Me sorprendió bastante cuando os vi participar en este torneo… pero en todo momento pensé que no seríais tan estúpidos como para interponeros en nuestros planes", comentó Kinaidos con absoluta calma, mientras se limaba las uñas de una mano como si la situación no tuviera la menor importancia.
Entre los escombros, Ashley apartó de una patada un enorme pedrusco que le cubría el torso.
"Ya ves…" murmuró, incorporándose lentamente. Un hilo de sangre le resbalaba desde la frente, pero en sus labios se dibujaba una sonrisa desafiante. "Parece que nuestro grupito está lleno de cabezotas que no saben rendirse."
"Ya veo, ya…" respondió el apóstol, guardando la lima con parsimonia. "Pero dime, ¿realmente crees que algo ha cambiado desde la última vez? Solo sois un puñado de cientos de guerreros… y nada más."
"Pues claro que sí." La voz de Ashley sonó más firme que nunca. "Cada vez que caemos en una batalla, nos levantamos mil veces más fuertes. Así que prepárate, porque pienso limpiar esta ciudad con tu trasero."
Kinaidos esbozó una sonrisa lenta, casi burlona, mientras sus ojos brillaban con un peligro latente. "Eso… está por verse."
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Barco.
"Señorita Morgana, hemos avistado desde la distancia a dos figuras cayendo de la cadena donde se encontraba el grupo de Marco", informó uno de los guerreros que combatían en el campo de batalla, transmitiendo su voz a través de la conexión mental de Anaxandra.
"¿Dos personas han caído?" preguntó Theo, frunciendo el ceño al escuchar la noticia.
"No..." corrigió la portadora de la deidad con un tono grave. "Ashley se ha sacrificado por el bien del equipo. Ha arrastrado consigo al apóstol que los estaba bloqueando, para enfrentarlo en otro lugar."
"Menos mal…" suspiró Anaxandra con alivio. "Temía que hubiera muerto."
"Yo también… En los futuros que contemplé, había posibilidades de que ambos perecieran por la caída. Pero parece que el destino actual… ha elegido otro camino", explicó Morgana, con la mirada perdida como si todavía siguiera observando algo que los demás no podían ver.
"¡Señorita Morgana! ¡No hable así sobre los futuros!" la reprendió una de las potenciadoras, que además era una de sus criadas más leales. Su voz sonaba más desesperada que enfadada. "¡Al dar esa información está acortando su propia vida!"
"Ya me da igual", respondió con una seriedad que heló el aire. "Cada vez queda menos para el fin del mundo… para ese instante en el que todos los futuros se cortan y mi visión queda ciega. No me importa consumir todo el tiempo que me queda de vida… si con ello puedo cambiarlo."
Theo la miró en silencio durante un segundo, antes de preguntar: "¿Y ha cambiado algo?"
"No." La respuesta fue seca, casi cortante.
"¿Y sabes si Ashley tiene posibilidades de ganar?" intervino Anaxandra, buscando cualquier atisbo de esperanza.
Morgana negó lentamente. "No lo sé… El desenlace de su batalla no ocurre antes de ese… corte que se aproxima. Así que debemos cambiar el futuro cuanto antes." Su voz se endureció, y mientras hablaba, el viento sacudía con fuerza su melena, como si la propia tormenta respondiera a su determinación.
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Campo de batalla del noroeste.
El gigantesco pez en el que Sophia viajaba fue destrozado de golpe por una lluvia de afilados picos de roca que emergieron del suelo. Privado de movilidad en sus piernas, el apóstol apenas tuvo tiempo de impulsarse en el aire usando sus brazos para evitar quedar atrapado.
"¡Te tengo!" rugió Shouri, haciendo que la tierra bajo sus pies se estremeciera. Un colosal gólem de roca emergió y, con un único y demoledor puñetazo, estampó al apóstol contra el suelo con una fuerza que hizo vibrar toda la zona.
"T-Tú… ganas… Me has derrotado…" murmuró Sophia con voz quebrada, antes de perder la conciencia.
Y tenía toda la razón. Ella no había derrotado al verdadero apóstol de la Sabiduría, sino a una copia perfecta que Sophia había creado en el instante mismo en que el combate comenzó. El auténtico, en ese momento, se deslizaba inadvertido entre la confusión del campo de batalla, oculto bajo una lona con los colores de la ciudad y mezclándose con los guerreros que corrían de un lado a otro.
El apóstol se detuvo, inmóvil como una sombra, ocultándose tras una fachada semiderruida. Apenas unos segundos después, un grupo de combatientes pasó corriendo por la calle, enzarzados en una feroz lucha contra varios demonios.
"Jamás pensamos que la portadora de la Biblioteca de Horacio sería quien liderara el plan para frenar la resurrección de nuestro Mesías Yumeith. Pero… sabemos que no es inmortal. No es una diosa, sino una simple humana bendecida por una Deidad."
Sus ojos se fijaron en el barco, aún a varios metros, mientras una sonrisa peligrosa curvaba sus labios.
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Barco.
El viento helado azotaba la cubierta, haciendo que los cabellos de Morgana se agitaran como un mar inquieto. Sus ojos, fijos en el horizonte, no veían las olas ni el cielo: buscaban entre los hilos invisibles de todos los futuros posibles. Cada visión destellaba y se desvanecía como cristales rotos… hasta que, al fin, encontró la respuesta que temía.
No era un apocalipsis repentino. No era que el mundo se extinguiera de la nada. Era peor.
"El corte en mi visión… no es provocado por un fin del mundo espontáneo..."
Su respiración se volvió pesada. Las piezas encajaban con cruel precisión.
"Seré asesinada… por el apóstol de la Sabiduría."
Continuará…
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