Takashi había logrado imponerse en una batalla breve pero feroz. Durante el enfrentamiento comprendió que Lovette no era la villana que aparentaba, sino una víctima atrapada en un papel que le habían impuesto a la fuerza.
Al verla derrotada y quebrada en lágrimas, el monje no dudó en tenderle la mano, ofreciéndole una salida, un camino distinto en el que ya no tuviera que cargar sola con aquel peso.
En otro punto del campo de batalla, Nicole y Lily llegaban a toda prisa hasta donde yacía Yumeki. La espadachina, aún consciente, estaba tumbada en el suelo con el cuerpo empapado en sangre. Su respiración era débil, cada vez más irregular. Si hubieran tardado unos minutos más, quizá ya no la habrían encontrado con vida.
"¡Yumeki!" gritó Nicole con desesperación, arrodillándose a su lado.
"¡Tipa de hielo!" exclamó Lily, descendiendo rápidamente para acercarse a ella.
"C-Chicas..." murmuró con un hilo de voz apenas audible.
"No hables." ordenó la sanadora con firmeza, con sus manos aún temblorosas. "Ahora mismo empiezo a curarte, así que guarda todas tus fuerzas. Necesito que aguantes todo lo que puedas."
Nicole posó las manos sobre el cuerpo de su amiga. Un resplandor cálido empezó a envolverla, empezando a cerrar poco a poco las heridas más graves. El proceso era lento, pero cada destello de luz devolvía un poco de color a la piel de Yumeki.
Mientras tanto, Lily se acercó a Frost, que descansaba en su imponente forma de oso polar. Al verlo con heridas visibles, se alarmó.
"¡Anda, también estás herido! ¡Deberías dejar que Nicole te cure!"
"No será necesario." respondió él con voz grave, aunque serena. "Gracias por tu preocupación, pero sigo siendo un arma mítica, aunque tenga esta forma. Mis heridas sanarán junto con las de Yumeki, ya que absorbo parte de su energía mágica para regenerarme."
"No sabía que vosotros podíais ser heridos..." dijo Lily, ladeando la cabeza con inocencia.
"Pues ya ves..." contestó el oso con una media sonrisa, casi divertida.
"Gra... cias..." murmuró Yumeki con esfuerzo.
Nicole negó con la cabeza. "No digas tonterías... Sabes de sobra que haría cualquier cosa por ti. Además... solo tú y Morgana conocéis mi secreto. No voy a dejar que te vayas así como así... No mientras pueda impedirlo."
Pese al dolor, la espadachina dejó escapar una débil sonrisa, agradecida por el calor de esas palabras.
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Iglesia.
Marco y los demás corrían por el interminable pasillo, buscando la puerta que los llevaría a la parte inferior del edificio. El eco de sus pasos resonaba contra los muros, pero lo que ninguno sabía era que una figura se deslizaba entre las sombras, siguiéndolos de cerca, oculta en la penumbra.
Para ganar velocidad, Cecily activó su modo Fenrir. Sus músculos se tensaron, sus sentidos se agudizaron y adoptó una postura animal, avanzando a cuatro patas junto a sus compañeros. Fue entonces cuando percibió algo distinto.
De golpe, frenó en seco frente a Marco y Keipi, erizando el ambiente con el repentino silencio.
"¿Qué pasa?" preguntó nuestro protagonista, sorprendido por la brusca detención.
"Lo sé, yo tampoco." respondió Cecily, apretando los dientes. "Pero en modo Fenrir mis sentidos son los de un cánido. Puedo oír esos pasos... sigilosos, calculados. Alguien está ahí arriba."
"¿Estás segura?" insistió Marco, aunque ya confiaba en el instinto de la ladrona.
"¡Completamente!" exclamó. Sin perder tiempo, abrió la boca y disparó un rayo eléctrico hacia el techo.
Antes de que el relámpago impactara, una sombra descendió con agilidad felina, aterrizando frente a ellos con una sonrisa confiada.
"¿Otro apóstol?" murmuró Keipi, apretando el puño.
"En efecto." asintió Marco, con el rostro serio.
"Pues te encontré." replicó Cecily con una sonrisa desafiante.
"Ya ves que yo sí." respondió ella sin titubear.
Sin darle tiempo, la ladrona aceleró cubierta por destellos eléctricos y envolvió el torso del enemigo con sus brazos, como un rayo humano que lo embistió.
"¡Yo me encargo de este tipo! ¡Seguid adelante!" gritó mientras lo arrastraba con toda su fuerza.
Marco y Keipi dudaron un instante, pero confiaban en ella. Asintieron y continuaron corriendo, sin mirar atrás.
Cecily y Pantera atravesaron el portón de la iglesia y cayeron pesadamente al exterior, cerca de una de las enormes cadenas que mantenían al edificio suspendido. El choque levantó polvo y fragmentos de piedra alrededor.
"Tsk... ¿De verdad quieres plantarme cara tú?" preguntó Pantera con arrogancia, levantándose y sacudiéndose. "¿No eres la más débil de los tres?"
"Eso..." gruñó Pantera, alzando su espada con fiereza. "Habrá que verlo."
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Campo de batalla, zona este.
Pinoccio, aún transformado en una marioneta gigante, disparó desde sus manos varias sierras circulares que giraban a toda velocidad, cortando el aire con un silbido mortal en dirección a su rival, Lola.
La usuaria de varas esquivaba ágilmente en pleno vuelo, observando con el ceño fruncido cómo aquellas sierras eran lo bastante potentes como para partir un edificio por la mitad con un solo impacto.
"¡No eres divertida! ¡Ya jugué contigo hace poco y te gané!" gritó Pinoccio con voz chillona mientras abría su enorme cabeza. De su interior emergió una versión más pequeña de sí mismo.
La marioneta en miniatura salió disparada como un proyectil y, antes de que Lola pudiera reaccionar, le asestó un brutal martillazo que la hizo perder el equilibrio. Cayó de su vara y se estrelló contra uno de los toldos de la calle comercial, rompiéndolo en mil pedazos.
"Tsk… ¡Cualquiera puede decir que jugó conmigo si se aprovechó de una mísera fisura en mi guardia!" gruñó, incorporándose con furia. Se sujetaba el brazo dolorido por el golpe mientras un hilo de sangre resbalaba por sus fosas nasales. "¡Pero ahora no pienso ignorarte ni un segundo más!"
"¡Eso está por ver!" chilló Pinoccio, cerrando su enorme cabeza para acto seguido abrir el pecho. De su interior emergió un cañón de energía condensada, que disparó un rayo devastador hacia la joven.
Ella reaccionó al instante: movió sus ocho varas al frente y las cruzó, formando un escudo que contuvo el impacto. El estallido era tan abrumador que el suelo bajo sus pies se resquebrajaba mientras retrocedía varios metros, resistiendo con todas sus fuerzas.
"Mi magia…" pensaba con firmeza mientras los destellos iluminaban su rostro. "Siempre fue objeto de curiosidad para los demás. No controlo el acero, ni el entorno, ni nada grandilocuente… solo estas ocho varas que me acompañan desde que nací."
Apretó los dientes y reforzó su postura mientras el rayo la empujaba sin descanso.
"Al principio me despreciaba a mí misma por algo tan inútil… pero con el tiempo descubrí que podía hacer lo que quisiera con ellas: encenderlas, hacerlas volar, vibrar hasta generar explosiones. Ahí comprendí… que mi poder tiene un valor único."
El rayo cesó, pero Pinoccio no le dio respiro. Clavó su enorme puño en el suelo, y este emergió justo bajo los pies de Lola, golpeándola de lleno y lanzándola por los aires.
Ella entrecerró los ojos, seria, con una idea clara en mente.
"Sin embargo… aún no he terminado mi aprendizaje. Aún no he alcanzado la cima de mi poder. Son ocho varas… pero si yo quiero…" apretó los puños con determinación. "¡También pueden ser dieciséis!"
Al instante, las ocho varas se duplicaron, flotando a su alrededor como una bandada letal.
"¿¡Cómo!?" exclamó la marioneta, sorprendida.
"¡Y al duplicarlas, su poder también se multiplica!" respondió Lola, moviendo sus manos con maestría.
Las varas comenzaron a danzar en el aire, y en un abrir y cerrar de ojos las dieciséis se incrustaron con precisión quirúrgica en distintos puntos del cuerpo del gigante.
Lola aterrizó de pie, se arrancó un trozo de tela de la falda para recogerse el pelo en una coleta improvisada y sonrió con confianza hacia su enemigo. "¡Estallad!"
Las varas vibraron al unísono y explotaron con un rugido atronador, haciendo añicos el cuerpo colosal de Pinoccio. El estallido fue tan brutal que el títere gigante se desintegró, dejando al descubierto su verdadero cuerpo, que salió disparado por los aires, inconsciente, hasta caer pesadamente a un par de metros de ella.
"¡Nunca subestimes una tía con ganas de revancha, marioneta de los huevos!" exclamó Lola, dándole una patada al cuerpo derrotado mientras le sacaba el dedo del medio con una sonrisa desafiante.
Lola vs Pinoccio.
Ganadora: Lola.
Continuará...
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