viernes, 22 de agosto de 2025

Ch. 206 - Shouri vs Sophia

La sangre brotaba sin control, salpicando a su alrededor mientras la bala desgarraba el frágil corazón del pequeño Theo. En ese instante, mientras la vida se escapaba de su cuerpo, una sucesión de recuerdos se agolpó en su mente como un torrente imparable.

Había sido un simple humano, marcado desde su nacimiento por la ausencia de magia en un mundo donde todos la poseían. Esa carencia lo había perseguido siempre, convirtiéndose en una pesada cadena que entorpecía sus vínculos con los demás. Sin embargo, pese a todo… en el umbral de la muerte comprendió cuál era su único y verdadero arrepentimiento.

"Yo… quería verte… convertido en emperador, Marco…" fueron las últimas palabras que cruzaron por su mente, apenas un susurro interior, antes de que su cuerpo cediera por completo y se desplomara sobre la cubierta. El latido de su corazón se extinguió en un silencio absoluto.

"¡THEOOOOOO!" el desgarrador grito de Morgana retumbó en el barco. Cayó de rodillas junto a él, presionando con desesperación el agujero en su pecho, intentando detener lo imposible. Su mano temblaba sobre la herida, pero aquel órgano ya había dejado de latir.

_____________________________

Pasaje subterráneo de la iglesia.

De pronto, Marco se detuvo en seco. Una grieta en la pared le permitió contemplar fugazmente el campo de batalla. No sabía por qué, pero en ese momento una lágrima resbaló por su mejilla, helando su piel.

"¿Q-Qué es esta sensación… de pérdida… que cala tan hondo en mi corazón?" murmuró, con la voz temblorosa, incapaz de comprender lo que su alma acababa de percibir.

_____________________________

Barco.

Morgana sollozaba con desesperación, sus manos temblorosas presionando inútilmente la herida abierta en el pecho de Theo. El rojo no dejaba de brotar, manchándole los dedos, mientras su llanto se mezclaba con súplicas ahogadas. Pero el apóstol no había terminado.

Con una sonrisa torcida, Sophia apuntó el cañón de la pistola hacia ellos, disfrutando cada instante antes de apretar el gatillo.

"¡SOPHIA!" rugió Shouri desde el suelo, bajo la sombra del barco flotante.

El suelo tembló. Un gigantesco gólem de roca emergió de repente, levantándose como una muralla viviente. Con un solo puñetazo destrozó el navío en mil pedazos, que comenzaron a caer hacia la ciudad.

Anaxandra y las magas potenciadoras reaccionaron al instante: sujetaron a Morgana y al cuerpo inerte de Theo, saltando justo a tiempo para alcanzar tierra firme entre la lluvia de escombros.

"¡Tsk… maldita entrometida!" gruñó Sophia, esquivando ágilmente los cascotes al dar un salto entre los restos del barco.

Shouri lo siguió sin dudar. Sus pies pisaron los fragmentos que aún flotaban, acortando la distancia como un depredador. Su pierna se recubrió de rocas, y con toda su furia descargó una patada brutal en el estómago del apóstol. El impacto retumbó como un trueno, lanzando a su rival disparado hacia la ciudad.

"¡Encargaos de Morgana y del crío!" gritó Shouri, con una ira que jamás antes habían visto en ella. Sus ojos ardían como brasas. "¡Yo me ocuparé de esa rata de cloaca, aquí y ahora!"

Sin perder un segundo, se lanzó tras su enemigo, desapareciendo entre los escombros y el humo.

En tierra, la portadora de la deidad seguía arrodillada junto a Theo, incapaz de aceptar lo evidente. Entre llantos, intentaba reanimarlo, presionando su pecho con manos desesperadas.

"Por favor…" susurró, con la voz quebrada y las lágrimas empañando su rostro. "No mueras… no por mí… yo no valgo tanto la pena…"

Sus lágrimas cayeron una tras otra sobre el rostro inmóvil del pequeño, mezclándose con la sangre que aún manaba de su herida.

Anaxandra se acercó despacio y apoyó suavemente una mano en la espalda de la portadora de la deidad.

"Es suficiente…" dijo con un tono sereno, casi maternal.

Morgana, con los dedos aún manchados de sangre, se derrumbó. Dejó de presionar la herida y se abrazó a sí misma, sollozando sin control.

"¿Por qué…?" gritó entre lágrimas, con la voz rota. "¿Por qué no vi este futuro?"

Entonces, una presencia profunda y majestuosa resonó en su mente: la propia Biblioteca de Horacio, la deidad a la que servía, respondió a sus dudas. Su voz reverberaba como un eco eterno que solo ella podía escuchar.

"Theo, el humano que yace frente a ti, pertenece a un grupo muy reducido: los nacidos sin magia. Al no poseer energía alguna en su cuerpo, queda fuera de mi alcance. Mis visiones se alimentan de las líneas ley de Pythiria, y estas existen gracias a la magia que desprenden sus habitantes. Pero él… carece por completo de esa esencia. Por eso, Morgana, sus decisiones y su destino permanecieron ocultos incluso para mí."

Los ojos de la portadora se abrieron de par en par. Apenas podía creer lo que escuchaba.

"Él… también nació sin magia…" murmuró, temblando. "Es… como yo…"

Anaxandra, que había guardado silencio hasta entonces, tosió suavemente para atraer la atención de su aliada.

"Siento tener que ser tan dura en este momento," dijo con seriedad, aunque en sus ojos también brillaba la pena, "pero ya no hay nada que podamos hacer por el pequeño. Nuestra prioridad ahora es impedir que haya más víctimas. Retomaremos el canal telepático y seguiremos adelante… pero te necesitamos con nosotras."

Morgana bajó la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano.

"Id… id adelante sin mí. Necesito… averiguar algo antes."

Anaxandra la observó un instante, comprendiendo la carga de aquella decisión. Al final, asintió en silencio. Volvió junto a sus compañeras potenciadoras y se centró en reestablecer el vínculo telepático entre todas. Era un gesto frío en apariencia, pero también lo más necesario en aquel momento.

_____________________________

Calle comercial del distrito sur de Accuasancta.

Los golems de roca creados por Shouri corrían con pasos pesados entre los edificios, saltando de tejado en tejado mientras lanzaban lanzas pétreas contra el apóstol de la sabiduría. Sophia esquivó dos tajos con un solo giro elegante y aterrizó en el suelo, derrapando con firmeza hasta quedar en guardia.

"¡Anda! ¡Es un apóstol!" gritó una de las guerreras locales al reconocerlo.

"¡Así es! ¡Y soy famoso por mi control con la magia de arena!" proclamó él con descaro.

"¡¿E-en serio?!" se sorprendió la mujer.

La mentira surtió efecto al instante, activando su magia. Sophia movió apenas un dedo y de la nada se levantaron torbellinos de arena que azotaron con furia a los soldados de roca, destrozándolos contra el suelo como si fuesen muñecos. Pero ellos no eran la verdadera amenaza: era Shouri, que se acercaba como un rayo.

Con ambas manos, el apóstol invocó una ola de arena descomunal, que avanzó como un mar desbocado. Shouri respondió clavando el pie en el suelo; un muro de roca emergió frente a ella, partiéndola en dos y desviándola a ambos lados. Con un movimiento fluido de su brazo, la pared se fragmentó en decenas de cubos de piedra que lanzó contra Sophia como proyectiles letales.

El apóstol reaccionó creando un trampolín de arena bajo sus pies que le permitió esquivar los primeros bloques. Saltó ágilmente de uno a otro, acercándose con rapidez a su oponente, y al acercarse lo suficiente extendió los brazos. Dos colosales manos de arena surgieron y atraparon a la leyenda con fuerza.

Pero un instante después, la guerrera se sacudió como una bestia furiosa. Desde su piel brotó una coraza pétrea que hizo estallar las manos de arena en mil granos.

"¡Esto no es nada para mí! ¡Maldito apóstol de mierda!" rugió, liberando una andanada de fragmentos de roca en todas direcciones. Varios de ellos impactaron de lleno en Sophia, que salió disparado contra la fachada de un edificio, hundiendo la pared en una nube de polvo.

"¡El apóstol salió volando!" exclamó un guerrero cercano, señalando la humareda.

De entre los escombros, la voz de Sophia resonó firme: "¿Y qué importa? No le temo a nada… ¡porque también fui bendecido con el poder de sanar mis heridas!"

El soldado lo creyó sin dudar, y en ese mismo instante, la mentira se volvió verdad: las laceraciones de Sophia se cerraron como si jamás hubieran existido.

"¡Magia de curación... es mi momento!" gritó Shouri lanzándose de nuevo hacia su enemigo. "Ya me enfrenté en el pasado a un mago de la mentira y sé perfectamente cómo funcionan sus trucos. ¡No pueden mantener dos falacias activas al mismo tiempo! La llegada de una nueva desactiva la anterior. Eso significa que no debería ser capaz de usar la arena. ¡Es mi oportunidad de acabar con él antes de que pronuncie otra mentira!"

El tiempo pareció ralentizarse en la mente del apóstol. Frente a aquella leyenda que avanzaba con furia desatada, sus recuerdos emergieron como cuchilladas.

"Nací en un hogar donde las mentiras eran el pan de cada día... Mi padre mentía para ocultar su adicción al juego, mi madre mentía para encubrir los caprichos en los que derrochaba el dinero de las facturas. Y yo... yo aprendí a mentir también."

Sonrió con un deje amargo en la voz de sus pensamientos.

"Mentía sobre quién era, sobre lo que hacía, hasta llegar al punto de olvidar mi propio nombre. Con el tiempo, ya no fui capaz de pronunciar ni una sola verdad."

Cuando su magia despertó, todo cobró sentido.

"Mentir se volvió mi don, mi razón de existir. Pero no era suficiente. Quería algo más... Quería comprobar si mis mentiras podían elevarme hasta el trono, hasta ser el verdadero emperador de este planeta."

Los recuerdos se oscurecieron.

"Me infiltré en la iglesia de Aspasia, haciéndoles creer que era un inválido en silla de ruedas para que me subestimaran. A base de falacias tejí mi ascenso hasta convertirme en uno de sus apóstoles. Fingí obedecer sus planes, fingí ser un simple peón..." pensaba con orgullo. "Incluso en este mismo campo de batalla, convencí a Phoné de que tenía un hermano gemelo idéntico. Así, mientras la copia distraía a Shouri, mi verdadero yo podía continuar con el plan real que había trazado de antemano."

Una sonrisa siniestra se dibujó lentamente en su rostro.

"Mi verdadero objetivo siempre fue otro: matar a la portadora de la deidad de la Biblioteca de Horacio. Sin ella en el camino, nada impediría la resurrección de Yumeith. Y cuando él regresara... solo tendría que deshacerme de Aspasia y ocupar su lugar, liderando la recreación del mundo y obligando al mesías a reconocerme como el emperador de la nueva era."

El tiempo volvió a fluir. Sophia, despejado y con la mente fría, observó a Shouri que se lanzaba de lleno contra él. Su sonrisa se ensanchó.

"¿Sabes? ¡Yo no soy un apóstol... soy el mismísimo Yumeith!" mintió con voz firme.

"¡No pienso creer ninguna de tus palabras!" replicó Shouri sin reducir la velocidad.

"¡Ja! ¡Eso me da igual! ¡Realmente mi poder nunca necesitó de personas ajenas!" gritó Sophia con locura en los ojos. "¡Basta con que yo mismo me lo crea!"

Un aura oscura lo envolvió de pies a cabeza. El viento estalló en una onda brutal que derribó a Shouri contra el suelo como si fuese un muñeco. Y entonces, la transformación ocurrió.

De su espalda brotaron alas negras como la noche. Su cabeza adoptó los rasgos de un cabrío monstruoso. Su piel se retorció hasta volverse escamosa. El apóstol ya no era un hombre: se había convertido en el Yumeith de las escrituras sagradas, el demonio corrompido por sus pecados, antes de purificarse como mesías.

"¡VAIS A MORIR TODOS!" bramó con una carcajada enloquecida.

"Mierda..." masculló Shouri, chasqueando la lengua con rabia.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario