Marco apareció en el último instante, interponiéndose entre la mortal maldición de Aspasia y los gemelos. Con un movimiento brusco los apartó, tirándolos al suelo para esquivar la onda púrpura que habría reducido sus cuerpos a huesos.
"E-Él es... el chico de fuego de aquel momento..." murmuró Gretel, incorporándose con esfuerzo, recordando la figura que estaba frente a él en aquella sala de la maquinaria.
"Marco..." dijo Hansel, observándole mientras el joven se ponía en pie con decisión.
El peliverde apretó los puños. Recordó la traición, el peso de sus errores... y en su interior surgió una punzada de arrepentimiento que no sabía cómo contener.
"Yo... lo siento... por—"
"Ahora no es el momento, Hansel." interrumpió nuestro protagonista con voz firme, sin siquiera mirarle. Luego giró apenas el rostro y añadió con una media sonrisa: "Dilo cuando todo esto termine... cuando estemos todos sentados a la mesa, celebrando la victoria."
Las palabras lo golpearon más que cualquier puñetazo. Hansel notó cómo sus ojos se humedecían; era la primera vez que alguien le ofrecía un lugar, una posibilidad real de pertenecer. Pese a todos sus errores, le recibían aún con los brazos abiertos.
"No sé lo que está pasando..." intervino Gretel, arrastrando la voz mientras recuperaba el aliento. Se apoyó en la pared, mirando fijamente al emperador. "...pero quiero probar algo, chico de fuego."
Hansel lo corrigió de inmediato: "Se llama Marco... y es mi amigo."
Hubo un silencio breve, cargado de emociones contenidas. Gretel bajó la mirada y asintió. "Perdona... Marco. Entonces... ¿podrías distraer a la anciana? Tengo una idea que podría funcionar."
Nuestro protagonista alzó una ceja, y sin dudarlo encendió su cuerpo en llamas. "Dicho y hecho."
Con un rugido ardiente se lanzó hacia Aspasia. La suma sacerdotisa, imperturbable, cruzó los brazos. Sus ojos brillaron con la luz opaca de la memoria y, al instante, frente a ella apareció un escudo metálico de tono azulado que frenó la embestida envuelta en fuego.
El choque resonó en toda la sala, haciendo vibrar los muros rocosos.
"¡Ese escudo es de uno de los mejores hechiceros defensores! ¡No será fácil de romper!" exclamó Aspasia, orgullosa de la vasta colección de habilidades que atesoraba en sus memorias.
"¡Pero sí de fundir!" replicó Marco, envolviéndose en llamas. Con un rugido ardiente hizo hervir el metal hasta que se derritió en cascadas incandescentes, atravesando la defensa y embistiendo con todo su cuerpo el abdomen de la sacerdotisa.
Aspasia salió despedida varios metros, golpeando el suelo y rodando hasta quedar peligrosamente cerca del núcleo del Nuevo Testamento.
"¡¿Cómo osas atacar sin piedad a una anciana como yo?!" chilló la suma sacerdotisa, extendiendo las manos. De ellas surgieron dos ganchos negros unidos a cadenas que se lanzaron como serpientes y se enrollaron en las muñecas de Marco.
"¡NO TE TENGO PENA!" rugió el joven, tirando con toda su fuerza y atrayéndola hacia sí. "¡Jamás temeré mancharme las manos contra cualquiera que quiera destruir este mundo!" Y acto seguido estampó su frente en llamas contra la suya en un brutal cabezazo que la hundió contra el suelo.
"¡Ahora!" gritó Hansel, y con una ráfaga de viento lanzó a Gretel a toda velocidad hacia el otro extremo de la sala.
El gemelo de las artes dimensionales rodó por el suelo, se levantó de inmediato y corrió hasta el núcleo. Su mano temblorosa se extendió hacia la superficie palpitante de energía.
"Si se activa al absorber la magia de un usuario dimensional... tal vez también pueda desactivarlo de la misma forma." pensó, forzando su brazo a estirarse lo máximo posible.
"¡¿Qué pretende hacer?!" pensó Marco, con el corazón acelerado al ver la escena.
"¡Vamos, Gretel!" gritó Hansel, confiando plenamente en la idea de su gemelo.
"Inútil." sonrió Aspasia, incorporándose lentamente. La sangre le recorría la frente, pero sus ojos brillaban de soberbia.
Gretel apretó los dientes, tocó con su mano desnuda el núcleo vibrante y liberó toda su energía mágica en un solo instante. El aire se estremeció, los muros crujieron... y por un segundo pareció que las grietas iban a cerrarse.
Pero nada sucedió.
"¡JAJAJAJAJA!" estalló en carcajadas Aspasia, con su voz resonando en cada rincón.
"N-No... funciona..." murmuró Gretel, cayendo de rodillas, derrotado.
¿Cuál era su plan?" murmuró Marco entre dientes, sin apartar la mirada del núcleo.
"Siento decepcionarte, chaval..." respondió Aspasia mientras terminaba de incorporarse, limpiando la sangre de su frente con una sonrisa torcida. "Pero el Nuevo Testamento no puede sellarse de la misma forma en que fue despertado. ¡Es inútil que intentes sofocarlo con tu propia energía!"
"¡Mierda!" masculló Hansel, con el sudor bajándole por la sien.
"¿Ese era el plan...?" pensó Marco, sorprendido por la desesperación en sus compañeros.
"Joder..." Gretel bajó la cabeza, apretando los puños con impotencia. "¿Es que nunca... puedo ser de utilidad?"
"¡Se acabó el juego!" rugió Aspasia, extendiendo los brazos. El suelo tembló y de él brotaron dos enormes manos de roca que se cerraron en torno a los gemelos, aprisionándolos del abdomen.
Con un movimiento seco, la suma sacerdotisa lanzó a los hermanos hacia la grieta abierta en la sala, arrojándolos al vacío que daba al campo de batalla exterior.
"¡Chicos!" bramó Marco.
En pleno descenso, Hansel reunió todo el aire a su alrededor y lo comprimió bajo sus pies, deteniendo su caída con una ráfaga explosiva. Con un giro desesperado se lanzó hacia Gretel, alcanzándolo en el aire y sujetándolo con fuerza del brazo.
"Te atrapé..." jadeó Hansel, aliviado, mientras recuperaban la estabilidad flotando sobre las corrientes de viento.
"Tsk." chasqueó la lengua Aspasia al verlos sobrevivir. "Molestos hasta el final..."
"¡Hansel!" gritó Marco desde dentro de la sala, sus llamas rugían alrededor de su cuerpo. "¡Llévate a Gretel a un lugar seguro! ¡Yo me encargo de ella!"
Hansel lo miró con los ojos abiertos de par en par. Dudó por un instante... pero la ferocidad en la voz de Marco lo convenció. Asintió y ascendió hacia la parte superior de la isla cargando con su gemelo.
"¡Eso está por verse!" sonrió Aspasia.
Con su cuerpo envuelto en un fuego que crepitaba con furia, Marco se lanzó contra su rival.
La suma sacerdotisa reaccionó al instante. Alzó la mano y, de las memorias que atesoraba, evocó el poder de un antiguo compañero: un mago de hielo. En un parpadeo, decenas de lanzas cristalinas surgieron en el aire y se precipitaron sobre el joven como una tormenta mortal.
Las llamas de nuestro protagonista rugieron con más intensidad. Cada proyectil que intentaba atravesarlo se derretía o se hacía añicos antes de rozarlo. Nada detuvo su avance. Alcanzó a Aspasia y, con un movimiento seco, descargó un codazo directo contra su abdomen. El impacto la hizo doblarse, retrocediendo varios metros mientras sofocaba un gruñido de dolor.
Pero ni mucho menos estaba acabada. Con los brazos alzados hacia el techo, arrancó de sus recuerdos el poder de otro aliado perdido. Un relámpago fulminante descendió sobre Marco. Luego otro. Y otro más. Una lluvia de truenos iluminó la sala con destellos cegadores, sacudiendo las paredes. El emperador, jadeando pero firme, saltaba y rodaba con agilidad, esquivando las descargas por un margen mínimo.
Aspasia sonrió con malicia. Su siguiente carta ya estaba sobre la mesa. Un aura oscura la envolvió, y sus arrugadas extremidades se tensaron, rejuvenecidas por la potencia robada. Había memorizado el hechizo de potenciación física de su propio apóstol: Kinaidos. Con una velocidad imposible para su edad, redujo la distancia en un abrir y cerrar de ojos. Antes de que Marco pudiera reaccionar, sus palmas chocaron contra el pecho del muchacho con una brutalidad devastadora.
El golpe resonó como un trueno. Nuestro protagonista salió disparado, estampándose contra la pared con tal violencia que la estructura se vino abajo. Su cuerpo atravesó los escombros y rodó hasta la sala contigua, entre polvo y cascotes. Y aun así, las llamas seguían agitándose a su alrededor, negándose a extinguirse.
"Este es el poder que la fe me ha otorgado." declaró Aspasia con solemnidad. "No me subestimes por ser una octogenaria."
Las llamas que envolvían el cuerpo de Marco cambiaron de tono, ardiendo en un azul intenso que iluminó toda la sala. Su mirada se clavó en la sacerdotisa con una determinación implacable.
"No te subestimo, Aspasia." respondió con voz firme. "Sé que eres una rival formidable... y es justamente por eso que yo mismo debo poner fin a tus locuras y a tu fe ciega."
De sus manos emergieron látigos de fuego celeste que se abalanzaron contra la anciana. Aspasia los esquivaba con sorprendente agilidad, su cuerpo estaba todavía fortalecido por la magia de potenciación. Pero en el instante en que sus pies perdieron contacto con el suelo, Marco vio su oportunidad.
Impulsado por el ardor de sus llamas, apareció frente a ella en un destello. Su palma se posó sobre el torso de la sacerdotisa y, en ese mismo segundo, liberó un torrente de fuego azul que la lanzó por los aires. Aspasia se estrelló contra una pared con violencia, envuelta en humo y cascotes.
"Mi destino aquí es acabar contigo." declaró Marco, firme en medio de las brasas que crepitaban a su alrededor. "Así que no pienses en subestimarme."
El ambiente se tensó de pronto. Una risa femenina, distinta, resonó en la sala. Ya no era la voz temblorosa de una anciana, sino la de una mujer joven.
Cuando la humareda se disipó, la silueta de Aspasia emergió de entre los restos. Su cabello, ahora rojo como el fuego, ondeaba suelto, y su piel, tersa y luminosa, apenas mostraba quemaduras. Frente a Marco se alzaba una mujer de poco más de treinta años.
"Hacía mucho que no utilizaba el hechizo de regresión temporal del cuerpo..." comentó, sonriendo con malicia. "Pero me temo que, si quiero enfrentarme a alguien como tú, necesito estar en mi máximo esplendor."
"¿H-Ha rejuvenecido?" murmuró Marco, con los ojos abiertos de par en par.
Continuará...
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