Para Morgana, cada noche era un infierno, pero cada mañana y tarde con su madre era todo lo opuesto. Poder disfrutar de su compañía la protegía de su propio padre, quien le hacía comprender los verdaderos horrores de la naturaleza humana.
Ella esperaba con paciencia el momento en que su magia despertara por completo; quizá entonces tendría alguna oportunidad de detener a su progenitor. Sin embargo, ya era extraño que, con ocho años, no se hubiera activado. Los análisis médicos le dieron la noticia que menos quería escuchar: no tenía energía mágica en su cuerpo, y por ende, nunca tendría magia.
Aquello la derrotó por completo. La dejaba expuesta cada noche, sin poder resistir. Sabía que ahora solo era una marioneta a merced de su propio padre, y que toda posibilidad de escape se había esfumado.
Su madre, ajena a la situación, pensaba que la tristeza de su hija se debía únicamente a no poder tener magia. Intentó animarla, recordándole que seguía siendo una persona normal y corriente pese a todo. Pero no logró nada, porque el miedo de Morgana era mucho más profundo.
La pesadilla continuaba cada noche, sin pausa. Solo se detenía cuando su madre descansaba de trabajar. Sin embargo, el destino le estaba preparando una sorpresa.
Un mes después de recibir aquella trágica noticia, Morgana salía de clase caminando distraída, con la mirada baja, hasta que tropezó y cayó contra una anciana, derribándola al suelo.
La pequeña se disculpó rápidamente, pero la anciana no respondió. La observó con asombro, extendiendo su arrugada mano hacia su rostro, y al percibir el miedo en los ojos de Morgana, la retiró de inmediato.
"Perdona..." dijo con dulzura. "Es que hacía mucho tiempo que no veía a alguien como yo, pero parece que, por alguna razón que desconozco, tienes miedo al contacto humano."
Aquellas palabras sonaban cálidas y cargadas de paz, como si fueran de una abuela para su nieta. Para Morgana, fue un rayo de esperanza en medio de la oscuridad que la rodeaba.
"Verás... señora... es que... mi papá..."
La pequeña le contó todo lo que ocurría en su casa, y la anciana se horrorizó ante su relato. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados.
"Oye..." dijo, entregándole una moneda de oro. "Guarda esto entre tus manos, y cuando tu mamá se marche a trabajar esta noche, apareceré a buscarte y te sacaré de casa. Podrás dormir en mi palacio, donde hay muchas mujeres agradables que pasaron por situaciones similares a la tuya y te harán sentir cómoda."
"¿De verdad?" preguntó Morgana, asombrada.
"Pues claro." sonrió la anciana. "¡Es una promesa de alguien sin magia a alguien sin magia!"
Un portal dimensional se abrió tras la anciana, y antes de cruzarlo, la pequeña preguntó:
"Oye... yo soy Morgana, ¿cómo te llamas tú?"
"Lyudmilla." respondió ella con una sonrisa. "Llámame por mi nombre esta noche e iré a salvarte."
"¡Sí!" exclamó Morgana, emocionada.
La anciana desapareció tras el portal, dejando a la pequeña con la moneda de oro en mano, cargada de esperanza.
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A la noche.
Su madre se despidió como siempre para su guardia nocturna y, aprovechando que su padre estaba distraído viendo un combate en la pantalla mágica, la pequeña subió corriendo a su habitación.
Cerró la puerta, tomó la moneda que le había dado Lyudmilla y, apretándola entre sus manos, pronunció su nombre. Entonces, tras ella apareció un portal dimensional dorado, del que emergieron unas manos que la guiaron suavemente hacia su interior.
Cuando se quiso dar cuenta, estaba en Fémina, la dimensión que gobernaba aquella mujer. Allí, Morgana quedó maravillada por la belleza del lugar y por algo que le resultaba aún más sorprendente: solo había mujeres habitándolo.
"¡Lyudmilla!" exclamó la pequeña, cargada de emoción.
La anciana la recibió con un abrazo y tomó su mano mientras paseaban por el palacio.
"Oye, ¿qué es este sitio y por qué hay tantas chicas?" preguntó, con una curiosidad brillante.
"Verás, querida, como nací sin magia en este mundo, me convertí en una potencial portadora de una deidad. Mi maestra, al fallecer, me dejó la suya… conocida como la Biblioteca de Horacio." explicó Lyudmilla.
"Entonces… ¿dentro de ti existe un dios?"
"Claro. Y es uno que me permite ver los distintos futuros posibles según nuestras acciones en el presente. Pero al comunicarlos, ya sea verbalmente o por escrito, mi tiempo de vida se reduce considerablemente." caminando por el pasillo, continuó: "Por eso evito siquiera mirar el futuro. Gracias a eso, soy la portadora de Horacio más longeva hasta la fecha."
"¡No lo sabía! Entonces, ¿yo también podría tener un dios como tú, aunque no tenga magia?" preguntó Morgana, con los ojos abiertos de par en par.
"Pues claro, Mor." sonrió Lyudmilla. "No tener magia no te hace diferente del resto."
"Gracias." dijo la pequeña sinceramente.
"Y sobre tu pregunta de por qué hay tantas mujeres aquí… todas han sido víctimas de abuso o han estado cerca de vivirlo." explicó Lyudmilla. "Mi maestra me contó que su maestro creó este lugar para que las víctimas tuvieran un refugio seguro. Muchas se sienten tan cómodas que deciden quedarse y pasar el resto de su vida ayudando como sirvientas."
"Son… como yo en ese aspecto." comentó Morgana, comprendiendo la situación.
"Así es… y también por eso te he salvado, pequeña." respondió Lyudmilla. "Porque mereces ser feliz sin el miedo ni el peligro de ser lastimada."
"Gracias de nuevo." sonrió Morgana, sintiendo un alivio profundo.
Después de eso, Morgana jugó con varias niñas de su edad hasta la hora de la cena. Comió hasta llenarse, disfrutando por primera vez de alimentos deliciosos, y finalmente se quedó dormida en una cama junto a otras tres compañeras, experimentando por fin una noche de paz completa.
Pero.
La vida es más cruel de lo que uno espera.
Cuando volvió a su mundo acompañada de Lyudmilla, se encontraron con su casa rodeada por la policía mágica y con unas cuerdas que prohibían el acceso a la vivienda.
Al preguntar qué había ocurrido, uno de los vecinos explicó tembloroso. Al parecer, la madre había regresado a casa a por algo que se había olvidado y se encontró a su marido observando en su pantalla mágica fotografías y vídeos de su hija desnuda. Comenzaron a gritar y la noticia se extendió por todo el vecindario. Enloquecido, él la asesinó con un cuchillo y, poco después, se quitó la vida en un arrebato de locura.
Morgana quedó paralizada, sin saber cómo reaccionar. Por suerte, no estaba sola. Lyudmilla le tomó la mano y regresaron ipso facto a Fémina.
La pequeña estaba en shock, incapaz de procesar lo ocurrido, por lo que la anciana la llevó a la cocina y le ofreció un par de galletas con chocolate para que pudiera comer algo. Sin embargo, no mostró reacción alguna.
"Oye… disculpa." dijo Lyudmilla.
"¿Por qué pides perdón?" preguntó la pequeña, reaccionando por primera vez.
"Pues… porque si hubiera accedido a los futuros, podría haber visto esto y haber salvado la vida de tu madre…" dijo Lyudmilla con un hilo de arrepentimiento.
"N-No… no es tu culpa…" murmuró Morgana, con los ojos llenos de lágrimas.
"Mor…" dijo la anciana, acercándose para abrazarla.
"¡Es…! ¡Es porque soy tonta y no tuve valor de decírselo antes a mamá!" exclamó la pequeña, llorando con rabia. "¡Ahora no podré volver a comer con ella, ni dormirme en su regazo, ni que me diga que tengo un pelo muy bonito!"
Morgana lloraba desconsoladamente, y Lyudmilla solo pudo ofrecerle paz y consuelo con un abrazo, dejándola liberar todo su dolor y emociones.
Tras un buen rato de llanto, la pequeña se secó las lágrimas.
"Oye…" dijo Lyudmilla.
"¿Qué pasa?" preguntó, observando cómo la anciana se limpiaba con un pañuelo su vestido blanco. "Perdona por haberte manchado."
"No te preocupes por eso… no me refería a ello." respondió. "Lo que quería decirte, Mor… es… si te apetece convertirte en mi sucesora."
"¿Cómo?" se sorprendió.
"Tengo poco más de noventa años y no sé cuándo se acabará mi vida… y siento que nuestro encuentro fue obra del destino, porque estaba destinado a suceder." explicó Lyudmilla. "Eres una chica de corazón puro, que ha sufrido mucho y que desea lo mejor para los demás. Además, no tienes magia… lo que te hace perfecta para ello."
"¿Y podré ser tan buena como tú?" preguntó Morgana.
"Claro. Porque ya lo eres." sonrió Lyudmilla, acariciándole la cabeza.
"En ese caso… ¡por favor, conviérteme en tu discípula! ¡Quiero que más niñas como yo se salven de situaciones como la que acabo de vivir!" respondió con determinación.
"¡Esa es la actitud!" exclamó orgullosa.
Y así, durante el siguiente año, comenzó la formación de la futura portadora de la deidad: la pequeña Morgana. La anciana la sometió a estudios de todo tipo y, sobre todo, a entrenamientos físicos.
Era necesario que la pequeña tuviera el poder y la fuerza suficiente para mantener la dimensión de Fémina en pie, ya que ésta había sido creada mediante un pacto vital entre el maestro de Lyudmilla y la Biblioteca de Horacio. Si su siguiente portador no contaba con las capacidades adecuadas, la dimensión corría el riesgo de derrumbarse.
Un día, mientras entrenaban el equilibrio, Morgana decidió preguntar algo que le llevaba rondando la cabeza desde hacía tiempo.
"Oye, Lyudmilla." dijo, captando la atención de la anciana.
"¿Qué ocurre?" respondió ella.
"¿Cómo es el proceso de intercambio para pasar la deidad a otra persona?" preguntó Morgana, con curiosidad. "Al fin y al cabo, también me tocará hacerlo algún día."
"Pues es sencillo…" explicó Lyudmilla, caminando junto a ella. "Es como verter tu energía mágica sobre otra persona, solo que el sucesor no puede tener magia en su cuerpo y debe seguir con vida… o al menos, que su cuerpo aún esté caliente para poder reactivar sus funciones."
"Ya veo…" murmuró Morgana. "Tomaré nota de ello."
"Me gusta que aprendas rápido." sonrió Lyudmilla.
"¡No quiero decepcionarte!" exclamó la pequeña, dibujando una sonrisa en su rostro.
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Una semana más tarde.
Lyudmilla paseaba tranquilamente con un par de sirvientas cuando de pronto un dolor intenso le atravesó el pecho, obligándola a caer de rodillas al suelo con una mueca de sufrimiento en el rostro.
"¡Maestra!" exclamó una de las sirvientas, alarmada.
"¡Ignoradme!" respondió la portadora con voz firme. "¡Traedme a Morgana cuanto antes!"
"¡Sí, señora!" gritaron ambas mientras salían disparadas en su búsqueda.
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Poco después.
Morgana fue conducida apresuradamente a la sala especial donde se realizaría el traspaso de la deidad.
"¡Lyudmilla!" gritó, corriendo hacia ella con los ojos llenos de lágrimas y la preocupación reflejada en cada gesto.
"¡No hay tiempo, Mor!" exclamó la anciana, apresurada. "¡Por favor, túmbate en la cama de piedra!"
La pequeña abrió la boca para protestar, pero al ver el rostro serio y lleno de determinación de Lyudmilla, comprendió que no había opción. Si se retrasaban lo más mínimo y la anciana moría, Fémina desaparecería y la deidad quedaría sin recipiente.
Rápidamente se tumbó y cerró los ojos. Entonces, la portadora actual comenzó el traspaso de Horacio poco a poco.
"Oye, Mor..." dijo con voz suave.
"¿Qué ocurre?" respondió mientras sentía la deidad fluir dentro de su cuerpo.
"Me hizo muy feliz conocerte aquel día, hace más de un año." explicó Lyudmilla.
"Oye… suenas como si fueras a morir…" dijo Morgana, con preocupación y miedo.
"Es que así es…" respondió la anciana con tristeza. "Una vez que la deidad abandona un recipiente, este muere"
"¡Espera! ¡¿Pero por qué?!" intentó levantarse, pero las sirvientas la sujetaron con firmeza y la obligaron a permanecer tumbada.
"Oye… sé que te duele, porque a mí también… pero escúchame. Déjame decirte mis últimas palabras." continuó.
"Lyudmilla…" susurró Morgana, con los ojos empañados en lágrimas.
"He sido muy querida por mis sirvientas y las niñas de este lugar durante toda mi vida, pero debo admitir… que nunca me sentí amada de verdad por una sola persona. Es cierto que las apreciaba y sentía empatía por ellas, pero… tú apareciste como la pieza que me faltaba para llenar mi corazón."
"Por favor… para…" dijo la pequeña, mordiendo sus labios para contener el dolor.
"Aunque aún me arrepiento de no haber mirado los futuros de aquel día para haber salvado a tu madre, no me arrepiento de haberte criado como mi nieta…" continuó Lyudmilla, con lágrimas cayendo sobre Morgana. "Cuando tenías miedo y te colabas en mi habitación para dormir a mi lado. Cuando me mostrabas orgullosa los resultados de tus exámenes. Cuando para comer había algo que no te gustaba y te forzabas en comerlo para no decepcionarme... Todo… todo eso… lo voy a extrañar muchísimo."
"Lyudmilla…" exclamó, llorando con fuerza, mientras las sirvientas que la sujetaban también empezaban a derrumbarse emocionalmente.
La deidad ya estaba a punto de completar su traspaso. El cuerpo de Lyudmilla comenzó a evaporarse lentamente, dejando un rastro de vapor que flotaba en la sala.
"¡No! ¡Por favor!" gritó Morgana, aterrada.
"Conviértete en una de las mejores portadoras de Horacio…" le sonrió la anciana. "Te quiero muchísimo, pequeña mía."
"¡Yo también te quiero!" replicó con lágrimas desbordadas.
En ese instante, el traspaso finalizó. El cuerpo de Lyudmilla se desvaneció en vapor, dejando solo sus ropajes sobre la cama.
Con las manos temblorosas, Morgana se soltó de las sirvientas y agarró el vestido de su maestra, llorando inconteniblemente.
"¡Lyudmilla! ¡Te quiero mucho!" sollozó. "¡Seré la mejor! ¡Lo prometo!"
Presente.
Morgana abrió los ojos. Anaxandra seguía frente a ella, mirándola con impotencia mientras sujetaba con fuerza su ropa.
"Quizá hay una forma de salvar el futuro." dijo con voz cargada de urgencia.
"¿La hay…?" murmuró la hija de la suma sacerdotisa, temblorosa y casi sin aliento.
"Sí… la hay…" susurró, mientras miraba con dolor contenido el cadáver de Theo. "Y también... hay un futuro para él."
Continuará…
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