martes, 26 de agosto de 2025

Ch. 212- El futuro está en vuestras manos

"Quizá hay una forma de salvar el futuro." dijo con voz cargada de urgencia.

"¿La hay…?" murmuró la hija de la suma sacerdotisa, temblorosa y casi sin aliento.

"Sí… la hay…" susurró, mientras miraba con dolor contenido el cadáver de Theo. "Y también... hay un futuro para él."

Anaxandra la soltó de golpe, desconcertada. En apenas un parpadeo, el semblante de Morgana había cambiado por completo; era como si un recuerdo perdido hubiera regresado de pronto, transformando la desesperación en una firmeza inesperada.

"¿A qué te refieres?" preguntó, aún con la voz temblorosa.

"Necesito que establezcas de inmediato una conexión mental con todos los guerreros que puedas... con los ciudadanos de Accuasancta... y con mis sirvientas, que pronto aparecerán en las afueras." explicó con una calma extraña, dibujando una sonrisa serena. "Ese será mi último deseo para ti."

Anaxandra abrió los ojos de par en par. "¿Ú-último deseo...? ¿Cómo que último...?"

"Por favor." insistió, sin apartar la vista del cadáver de Theo.

La hija de la suma sacerdotisa tragó saliva, notando cómo el aire se le hacía pesado. Finalmente, asintió con un suspiro y corrió hacia las potenciadoras. "¡Vamos, chicas! ¡Debemos transmitir el mensaje de Morgana a todo el mundo, no hay tiempo que perder!"

Mientras tanto, la portadora de la deidad se arrodilló junto al cuerpo del niño. Con delicadeza retiró la tela que lo cubría y tomó su mano entre las suyas. Estaba tibia todavía.

"Quizá... aún haya una posibilidad." murmuró con una sonrisa débil, apenas audible. "Pero antes... todos deben estar a salvo. Si él lo hereda, no tendrá la fuerza para mantener Fémina estable."

Sus ojos se iluminaron con determinación. Entonces, mientras Anaxandrá y las magas potenciadoras extendían la red mental, Morgana invocó el poder de Horacio. Uno a uno, las personas que se encontraban en Fémina comenzaron a desvanecerse, reapareciendo en el exterior de Accuasancta, en un claro protegido.

Los aldeanos, desconcertados, miraban a su alrededor con rostros de confusión y miedo. Las asistentas de la portadora corrieron hacia ellos, intentando calmarlos entre murmullos de histeria. Nadie comprendía qué estaba ocurriendo, pero todos sabían que algo terrible se estaba gestando.

En ese momento, Anaxandrá terminó de cumplir la petición.

"¡Está hecho!" gritó con la voz entrecortada. "No logré conectar con los cinco que fueron a la iglesia, ¡pero con el resto será suficiente!"

"Gracias... de todo corazón." respondió Morgana con una sonrisa serena, aunque en sus ojos brillaba un cansancio mortal.

Entonces, sin previo aviso, extendió los brazos sobre el cadáver del pequeño Theo. Un resplandor profundo emergió de sus manos. Para sorpresa de todos, comenzó a transferir la Biblioteca de Horacio al niño.

El silencio se rompió con un grito de incredulidad.

"¿Q-qué está haciendo?" preguntó Anaxandrá, incapaz de procesar la escena.

Una de las potenciadoras, con la voz temblorosa y los ojos enrojecidos, respondió: "Está... entregándole la deidad al pequeño. Quemando su propia vida para devolvérsela a él."

"¡¿Qué?!" exclamó Anaxandrá con el corazón en un puño. "¡¿Por qué haces esto, Morgana?!"

Pero ella no contestó. En lugar de ello, sus labios comenzaron a pronunciar un discurso que resonó en la mente de todos los conectados.

"Hola... guerreros, aldeanos de Accuasancta y mis queridas compañeras de toda la vida." Su voz era dulce, firme, pero cargada de tristeza. "Sé que os sorprende escucharme en este instante, pero necesito deciros algo antes de que sea demasiado tarde."

El mensaje llegó a cada rincón del campo de batalla e incluso al claro donde estaban los habitantes de la ciudad a salvo. Todos quedaron helados al escuchar la voz de la portadora en sus cabezas.

"¿M-Morgana?" susurró Nicole, girando la cabeza hacia donde debería estar el barco. Pero el navío ya no estaba allí.

"¡El barco... ha desaparecido!" gritó Lily, presa del pánico.

"¿Qué está pasando...?" murmuró la sanadora con un nudo en la garganta.

Mientras tanto, Yumeki, Shouri, Nathalie, Takashi y los demás combatientes no se detuvieron ni un segundo, peleando con los demonios aún abalanzándose sobre ellos mientras prestaban atención a las palabras de su estratega.

"Lo lamento." prosiguió Morgana, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas sin que su voz temblara. "Abusé del poder de la Biblioteca de Horacio. Transmití demasiada información sobre el futuro... y en el proceso, mi vida se redujo hasta un punto del que ya no hay retorno. Apenas me quedan unos minutos."

"¡¿Qué?!" gritó Yumeki desde su campo de batalla, incrédula.

"No podré acompañaros en el resto de esta guerra." continuó Morgana, dejando que su energía se volcara con más intensidad en el cuerpo inerte de Theo. "Pero en medio de todo esto llegué a comprender algo esencial... Durante todo este tiempo pensé que el fin del mundo que interrumpía mis visiones era por culpa de la activación del Nuevo Testamento. Sin embargo, la verdad era otra: se debía al final de mi propia vida. Ya que dejaré de formar parte de este mundo, no soy capaz de leer lo que podría venir después. Y para colmo... ese destino era inevitable."

Las sirvientas escuchaban con lágrimas en los ojos, los guerreros contenían la rabia en sus pechos, y los aldeanos apenas podían sostenerse en pie tras aquella impactante revelación de la persona que les salvó.

"Reconozco que ya no soy capaz de ver el futuro que le depara a esta guerra, pero... os he visto luchar en cada instante. Os he visto avanzar sin rendiros, incluso cuando la muerte rozaba vuestras espaldas..." su voz se volvió más cálida, más serena. "Y por eso sé... que puedo confiar en vosotros. Que puedo dejar el resto en vuestras manos. Así que, aunque yo desaparezca... creedme: el final aún puede evitarse. Porque el futuro... está en vuestras manos."

"Morgana..." sollozaba Nicole al escuchar el discurso.

"Queridos habitantes de Accuasancta... Sé que os prometí seguridad en mi dimensión paralela, pero... al verme obligada a transmitir la deidad a un nuevo portador sin el entrenamiento necesario, ya no puedo garantizar que saldríais con vida de ella. Por eso os traje aquí, a un lugar seguro, aunque fuese en contra de vuestra voluntad." su voz se quebró. "Lo siento..."

Los aldeanos se mordieron los labios con impotencia. Pese a todo, sabían que ella los había salvado una y otra vez. Aunque no compartieran del todo la idea de regresar a la dimensión actual con los demonios aún al acecho, no podían culparla: al final, lo había hecho por ellos.

"No tienes que disculparte..." murmuró una pequeña aldeana, con los ojos empapados.

La luz se intensificó, la herida en el pecho de Theo comenzó a cerrarse y, al mismo tiempo, el cuerpo de Morgana empezó a evaporarse lentamente.

"¡MORGANA!" gritó Anaxandra, intentando correr hacia ella, pero una de las potenciadoras la sujetó con fuerza.

"¡Déjame! ¡¿Es que no ves que se está muriendo?!" chilló, con los ojos inundados de lágrimas.

"Lo sé..." respondió la sirvienta, también llorando. "Pero no hay otra forma... aunque duela, no te muevas o romperás su último mensaje para nosotros."

Anaxandra apretó los dientes, temblando de impotencia.

"¿Sabéis?" comenzó Morgana mientras su cuerpo se deshacía en brumas de luz. "Muchos dirían que fui una mujer desafortunada por cargar con un papel tan pesado en la vida. Pero no... no me arrepiento. Porque en mi corazón llevo la voluntad de Lyudmilla, mi maestra... y mi abuela adoptiva."

Todos guardaron silencio. Sabían que esas serían sus últimas palabras.

"Puede que la vida haya sido agotadora... que en el fondo me habría encantado viajar junto a Marco y los demás, recorrer el mundo, probar cada comida distinta en cada país... y enfrentar a todo tipo de rivales." sonrió con una ternura llena de dolor. "Pero no me arrepiento de nada, porque... he sido una de las mujeres más felices del mundo. Por eso, dejad que mi nuevo portador no cargue con mi pena... dejad que sea libre... que viva... que conozca el mundo y siga viviendo aventuras."

"Morgana..." murmuró Yumeki tras decapitar un demonio.

"Mor..." balbuceó Nicole, juntando sus manos temblorosas.

"No puede ser..." lloraba Lily.

"Chicos..." prosiguió Morgana, su voz debilitándose a la par que su cuerpo. "Ganad esta guerra... quiero que, desde donde esté mi alma, pueda ver vuestra victoria." Una última sonrisa se dibujó en su rostro. "Y Nicole... si lo ves necesario... muéstrales quién eres realmente. No le temas a tu identidad, porque... ellos te aceptarán."

"¡Mor!" gritó Nicole de rodillas, desbordada en llanto. "¡Fuiste la mejor de las maestras! ¡Te lo prometo! ¡Si llega el momento, lo haré!"

Entonces, la transferencia se completó. La última brizna de piel de Morgana se evaporó en vapor de luz, dejando caer al suelo su vestido vacío.

"¡MORGANA!" bramó Anaxandra, abrazando con desesperación aquellas ropas.

Las sirvientas estallaron en llanto, consolándose entre ellas. Los guerreros, en cambio, apretaron los dientes y cargaron con renovada determinación: no podían permitirse perder, no ahora que habían visto caer a su aliada más fuerte.

Sacaron fuerza de su dolor, y la balanza de la batalla volvió a inclinarse.

En medio de aquel caos, la hija de la suma sacerdotisa seguía llorando desconsolada sobre las telas abandonadas. Y entonces...

"¡COFHG!" Theo tosió con fuerza.

Anaxandra alzó la mirada, incrédula, y corrió hacia él. La herida de su pecho había sanado, y su cabello... ahora brillaba con el mismo azul que el de Morgana. Apoyó su oreja sobre el pecho del niño y, para su sorpresa, escuchó un latido débil, pero firme.

"¡E-Está vivo...!" exclamó con los ojos desbordados de asombro.

"Claro." respondió una de las sirvientas veteranas, la que había trabajado incluso bajo las órdenes de Lyudmilla. "Él está vivo... porque ahora es el nuevo portador de la Biblioteca de Horacio."

El pequeño, sin embargo, aún permanecía inconsciente.

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Dimensión de Panoplia

En aquella fría y oscura sala iluminada por antorchas, el suelo estaba plagado de pinchos letales y cientos de jaulas colgaban del techo como sombras amenazantes. Ryan ejecutaba mortales hacia atrás sin miedo alguno, esquivando las explosiones que estallaban una tras otra sobre el estrecho puente metálico.

"Tsk…" bufó, mientras la sangre le resbalaba por la nariz y manchaba el suelo con un rastro carmesí.

Panoplia avanzó un paso, con el tono cargado de furia. "¿Eso es todo lo que tienes? ¡Ni siquiera he usado otra de mis armaduras!"

Ryan inspiró hondo y se puso en pie, clavando la mirada en ella. 

"Debo dejar de ser un presumido… Ella no es un rival cualquiera. Es mucho más fuerte que cualquiera a quien me haya enfrentado antes." pensó, mientras sus brazos empezaban a cubrirse con un brillo metálico. "Entonces… ¡tendré que ir con todo lo que tengo!"

De pronto, sus brazos quedaron recubiertos por una armadura radiante, mientras un maquillaje plateado resaltaba la intensidad de sus ojos. Extendió el brazo derecho al frente e hizo un gesto de desafío.

"Luchemos en serio, rarita de la armadura." sonrió Ryan.

Continuará…


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