Cerca de la Biblioteca de Accuasancta, Nicole permanecía de rodillas, con el rostro bañado en lágrimas, todavía destrozada por la muerte de su maestra Morgana. A su lado, Lily, igual de dolida, la abrazaba y lloraba sobre su cabeza.
"Maestra..." susurró la sanadora con la voz rota.
De pronto, el estridente chirrido de un frenazo animal raspando la arena cortó en seco el silencio. Ambas levantaron la cabeza con sobresalto y, al girarse, vieron la figura de Carter sobre su enorme lobo blanco.
"He oído el mensaje de Morgana..." dijo con firmeza, aunque en sus ojos se reflejaba la misma tristeza. "Pero, aun sintiéndolo mucho, tenemos prisa, chicas. ¡Marco puede morir en cuestión de minutos!" exclamó el invocador de lobos mientras extendía su brazo para que se subieran.
Nicole se secó las lágrimas con el dorso de la mano, y Lily hizo lo mismo, respirando hondo.
"Tiene razón... tenemos que ayudar a Marco." murmuró la hada, forzando una sonrisa entre el llanto.
"Morgana no querría que me quedase llorando por horas en un momento como este..." dijo Nicole, con la determinación brillando en sus ojos. "Ya tendré tiempo para hacerlo cuando Marco haya derrotado a Aspasia y destrozado el Nuevo Testamento."
Con decisión, tomó la mano de su aliado, quien la impulsó con fuerza para que subiera de un salto al lomo del enorme lobo que montaban.
"¡Vamos allá!" gritó Carter, y al instante la bestia lanzó una carrera feroz, abriéndose paso hacia la el lugar donde reposaba nuestro protagonista.
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Dimensión de Panoplia.
Con los brazos envueltos en una armadura radiante, Ryan lanzó una oleada de cadenas con puntas afiladas hacia su rival.
Panoplia, sin mostrar el menor atisbo de miedo, avanzó de frente.
"Cambio de armadura: ¡Modo Repelente!" exclamó, y al instante su coraza se tornó en otra distinta, de tonos morados.
Las cadenas se acercaron veloces, pero ella alzó el brazo, extendió la palma y, de inmediato, todas fueron desviadas hacia los lados.
"Mi magia me permite cambiar mi armadura laica por cualquier otra con habilidades secundarias." dijo con arrogancia. "Por eso soy una de las mejores guerreras bajo la protección de Aspasia. Si no fuera por Kinaidos, Thanatos y ese borracho de mierda llamado Xiphos... sin duda alguna sería la número uno de los apóstoles."
Su armadura volvió a cambiar: ahora era negra y desprendía humo constante. Dio un paso y se movió con una velocidad vertiginosa, apareciendo de golpe frente a Ryan.
"¡Qué rápida!" pensó él antes de recibir un brutal puñetazo en el estómago que lo lanzó por los aires fuera del puente.
El cuerpo del hijo de la dragona se estrelló contra una de las jaulas colgantes, logrando aferrarse a un barrote y evitando la caída hacia los pinchos del suelo.
"Esta es la armadura de potenciación..." anunció Panoplia, mientras su coraza se transformaba en otra, con una compuerta doble en el pecho. "Y esta... es la armadura bélica."
Con un chasquido de dedos, las compuertas se abrieron y decenas de misiles fueron disparados. Ryan se vio obligado a saltar de jaula en jaula mientras los proyectiles destrozaban todo a su paso. Acorralado contra la pared, parecía que no tendría escapatoria y recibiría el impacto.
Sin embargo, se dejó caer en el último momento, lanzó una cadena que se enroscó en el puente metálico y se balanceó evitando los pinchos. Con un impulso, regresó a la superficie y, transformando su brazo en una viga de acero, golpeó con fuerza la pechera de Panoplia, destrozando su armadura.
La apóstol retrocedió con un salto y volvió a adoptar su armadura habitual.
"¿Qué tal? ¡Ya te rompí una de tus armaduras!" exclamó Ryan, sonriente y orgulloso de su hazaña.
"No me importa en absoluto." respondió Panoplia con una calma glacial. "Esto no cambia el hecho de que, en esta situación, eres tú el que tiene todas las de perder. Soy un prodigio... no pierdo nada porque una de mis armaduras haya sido destruida. Mi magia me permite recrearlas desde cero." añadió con arrogancia, mientras hacía surgir de nuevo una armadura bélica que al instante abrió fuego, disparando decenas de misiles. "¡¿Ves?!"
"¡Mierda!" maldijo Ryan, juntando sus manos al frente. De ellas brotó un inmenso escudo metálico que ancló al suelo y que cubría todo el ancho del puente, logrando frenar la lluvia de explosiones.
"¡Parece que sabes defenderte, chaval! ¡Pero no eres nada contra mí!" bramó Panoplia, desviando los misiles hacia los flancos del escudo, para hacerlos estallar justo en el lugar donde el hijo de la dragona debía estar.
Pero se equivocaba. Amparado por la cortina de humo y fuego, Ryan lanzó una cadena al techo y ascendió en ese mismo instante. Así, cuando los proyectiles detonaron en su supuesta posición, él cayó en picado desde arriba. Con el puño aún recubierto del hierro de su propia armadura, impactó en el mentón de Panoplia y le arrancó el casco de cuajo.
"¡Chúpate esa!" sonrió nuestro protagonista, viendo cómo la sangre brotaba de la boca de su rival.
"¡No!" gritó la apóstol, presa de un nerviosismo repentino. "¡NO ME MIRES A LA CARA!" rugió descontrolada. En un instante, cambió de armadura, invocando un gigantesco martillo de acero que blandió con furia, logrando asestarle un golpe al hijo de la dragona.
El golpe lanzó a Ryan violentamente contra el mismo escudo que él había levantado, arrugándolo y llenándolo de grietas.
"¡Gagh!" escupió sangre, el impacto sacudió todo su cuerpo.
"¡CÓMO OSAS... VER MI ROSTRO!" bramó Panoplia, completamente fuera de sí. "¡NO PUEDO PERDONARLO! ¡NO PUEDO!" gritaba enloquecida, cubriendo con otra armadura el rostro que había quedado expuesto.
Panoplia nunca fue una chica agraciada. Desde pequeña, sus compañeros de clase la acosaban por no encajar en los estándares de belleza. No tardaron en señalarla, coronándola cruelmente como la más fea de todo el país.
Sus padres, aunque siempre intentaron estar a su lado, sabían en el fondo lo mismo que ella: la vida habría sido más sencilla si su hija hubiese nacido con otro rostro. Le repetían que lo importante no era la belleza, sino el amor… pero en aquella casa flotaba un silencio incómodo, una verdad tácita que nadie se atrevía a decir en voz alta.
Cada vez que Panoplia conocía a alguien nuevo, lo primero que recibía era una mueca de asco. Algunas chicas incluso llegaron a vomitar con solo verla, hasta el punto de que mostrar su cara se convirtió en una fuente de ansiedad insoportable. Así nació la necesidad de cubrirse el rostro en todo momento.
Al principio se escondía tras su propio cabello, pero pronto pasó a pasamontañas, bolsas de papel y cualquier cosa que pudiera ocultarla. Ella era fea. Y siempre lo sería.
Ni siquiera la pubertad le concedió el milagro del cambio. En el espejo seguía viendo un monstruo, una figura que sentía capaz de romper el cristal con solo reflejarse en él.
Cuando ya había perdido toda esperanza en la humanidad y en encontrar un lugar para sí misma, apareció Aspasia durante una de sus giras religiosas. La anciana se acercó a ella con una calidez inusual y le pidió que mostrara su rostro. Panoplia se negó una y otra vez, hasta que la insistencia de Aspasia y la vergüenza de seguir resistiéndose la obligaron a ceder.
Con las manos temblorosas, levantó la tela que la cubría. Y, contra todo lo que había vivido, Aspasia acarició su rostro con ternura y le dijo que nunca había visto un semblante tan hermoso, cargado de tanta tristeza. Aquellas palabras derrumbaron el muro de Panoplia, que rompió a llorar y le contó, entre sollozos, el infierno que había sido su vida.
Movida por la compasión, Aspasia le tendió la mano, le ofreció un lugar en su iglesia y le prometió que allí podría ser ella misma, con la libertad de cubrirse el rostro siempre que lo necesitara. Y ella, aceptó.
Desde entonces, Panoplia entrenó sin descanso para no decepcionar a la mujer que la salvó de la desesperación. Con el tiempo, se convirtió en una de las apóstoles más leales y temidas de la Suma Sacerdotisa. Pero su miedo a ser desenmascarada jamás desapareció. El trauma seguía latiendo bajo cada armadura que vestía.
"¡¿Qué coño le pasa?!" murmuró Ryan, limpiándose la sangre de la boca mientras intentaba levantarse tambaleante. "Ni siquiera alcancé a verle bien la cara… ¿por qué se pone así por una estupidez?"
"¡Armadura de la ira!" rugió Panoplia, desbordando un odio visceral. Su armadura se tornó carmesí y comenzó a arder con un fuego llameante que envolvía todo su cuerpo.
Como un proyectil humano, se lanzó contra Ryan y lo estampó brutalmente contra el escudo de acero que había levantado tras él. El impacto fue tan brutal que la barrera estalló en mil pedazos. Las piernas envueltas en fuego le desgarraron la ropa, dejando su abdomen expuesto y abrasado.
El hijo de la dragona rodó por el suelo, jadeando de dolor. Apoyó ambas manos sobre el puente y, con un rugido, hizo brotar de la superficie cientos de cadenas con ganchos que danzaron como serpientes hacia su enemiga.
"¡Armadura del espadachín!" replicó Panoplia, cubriéndose de una nueva coraza oscura, con un mandoble gigantesco entre sus manos. De un solo tajo, partió todas las cadenas que se aproximaban, destrozándolas como si fueran papel.
Ryan, en un intento desesperado, saltó hacia atrás y lanzó una enorme esfera de acero unida a una cadena. Pero Panoplia, implacable, la cortó de un solo golpe y, en un movimiento fulminante, atrapó la cadena con su mano libre. Tiró de ella con una fuerza brutal, arrastrando a nuestro protagonista hacia sí solo para recibirlo con una patada devastadora en el estómago.
El hijo de la dragona salió disparado hasta estamparse contra el muro de la sala, escupiendo sangre y con la nariz chorreando.
"Mierda… ¡¿Todo esto solo por su cara?! ¡¿Qué demonios le pasa?!" gruñó Ryan, alzando los brazos con el objetivo en su mente de lanzar un nuevo ataque.
"¡SE ACABÓ!" rugió Panoplia, blandiendo el mandoble con un odio descontrolado.
El filo descendió con precisión mortal. En un solo movimiento, cortó los dos brazos de nuestro protagonista, que cayeron al abismo de la sala.
La sangre brotó en ráfagas violentas, bañando el suelo.
"¡AAAAAAAAAAAAAAGH!" gritó Ryan con un alarido desgarrador, el dolor atravesando cada fibra de su cuerpo.
Panoplia lo observó con una furia inhumana. "Este… es tu castigo… por atreverte a mirar mi rostro."
Continuará…
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