Tras una larga carrera por toda la ciudad a lomos de su fiel bestia lupina, Carter regresó al lugar donde nuestro protagonista yacía malherido, sostenido apenas por la magia de Viktor.
"¡Oh no!" exclamó Lily, con el rostro desencajado al ver a su querido compañero de aventuras.
"¡Marco!" gritó Nicole, saltando de un brinco del lomo del lobo.
La sanadora se arrodilló de inmediato junto a él, evaluando la gravedad de sus heridas. Gracias al esfuerzo de Viktor, la putrefacción había sido contenida... pero los pulmones expuestos hacían que cada segundo fuese una cuenta atrás hacia la muerte.
"Ya veo..." murmuró Nicole, tragando saliva con el ceño fruncido. "Ha sido alcanzado por una magia de putrefacción muy potente, casi como un maleficio... Es difícil, pero creo que puedo salvarlo. Sin embargo, necesitaré tu ayuda. ¿Puedes seguir conteniendo la putrefacción?"
"¡Sí!" respondió Viktor con firmeza, pese al sudor que bañaba su frente. "¡Todavía puedo aguantar! Este dolor no es nada."
Lily, temblando y con lágrimas rodando por sus mejillas, suplicó entre sollozos: "¡Por favor, Nicole... sálvale la vida!"
La sanadora extendió sus brazos y una luz cálida comenzó a envolver el cuerpo de Marco. El aire se impregnó de un resplandor esperanzador mientras sus manos temblaban sobre las heridas abiertas. "Aguanta, Marco... te lo prometo, voy a salvarte."
Carter, aún de rodillas, juntó las manos en un gesto casi instintivo, como si rezara en silencio. No podían hacer nada más que confiar en Nicole. Todo pendía de un hilo.
"Por favor, Marco... no dejes de respirar..." susurraba Lily, flotando junto a su rostro, temiendo que en cualquier momento dejara escapar su último aliento.
La sanadora, con el corazón desbocado, apretó los dientes mientras vertía su energía mágica sin reservas. "Que mi magia sea suficiente... que no me falte poder..." pensó con angustia. Y entonces, un pensamiento cruzó su mente como un rayo: "Si no lo consigo... tendré que recurrir a eso."
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Presbiterio de la iglesia.
Como una bestia eléctrica en su modo Fenrir, Cecily se desplazaba a cuatro patas, saltando de columna en columna con una agilidad sobrehumana, mientras la gigantesca espada de Pantera rebanaba todo lo que encontraba a su paso.
El apóstol giró sobre sí mismo, reduciendo el tamaño de su arma hasta dejarla en una espada corriente. Con un movimiento de su cola, atrapó un par de piedras del suelo y las lanzó contra su adversaria. En pleno trayecto, los proyectiles comenzaron a crecer, aumentando su masa y su poder destructivo.
La magia de Pantera, conocida como Artes de la Guerra, también le otorgaba la capacidad de alterar la dimensionalidad de cualquier objeto que tocara: agrandarlo, encogerlo, hacerlo más pesado o ligero, multiplicando así su letalidad.
Cecily concentró su electricidad y, desde la última columna, se impulsó hacia adelante con un salto cargado de energía. Con un movimiento grácil esquivó el primer proyectil y destrozó el segundo atravesándolo, reduciéndolo a polvo y escombros.
La ladrona aterrizó frente a su enemigo, materializó una alabarda de pura electricidad y la arrojó sin miramientos. Pantera, imperturbable, la partió en dos con un solo tajo de su espada.
Pero nuestra protagonista había previsto esa reacción. Aprovechando el momento, aceleró de frente, levantó su pierna para asestarle una patada, y el apóstol la bloqueó con el cuerpo de su mandoble. Ambos retrocedieron un paso, solo para lanzarse de inmediato en un frenético intercambio de golpes a tal velocidad que sería casi imposible seguirlos con la vista humana.
En un instante decisivo, Cecily se agachó y encajó una patada directa al plexo solar de Pantera, obligándolo a retroceder varios metros.
"Tsk... Sus sentidos caninos perciben cada movimiento que hago. Tiene un instinto superior al de cualquier humano." pensó el apóstol, irritado.
La ladrona dio un gran salto envuelta en electricidad, disparando desde sus dedos un rayo que iluminó el presbiterio. Pantera se vio obligado a esquivar saltando ágilmente entre los bancos, mientras la ladrona seguía bombardeando sin piedad.
Durante su evasiva, el apóstol atrapó uno de los bancos con su cola y lo lanzó con violencia contra ella. Cecily desvió su rayo, partiendo el objeto en dos; pero antes de que pudiera reaccionar, las mitades se agrandaron repentinamente, y una de ellas la alcanzó de lleno, derribándola contra el suelo.
"¡Mierda!" pensó Cecily, incorporándose de inmediato con un impulso sobre las manos.
Ya era tarde. Pantera estaba frente a ella, descargando un corte mortal. Cecily logró inclinar su cuerpo hacia atrás, evitando el impacto directo, pero la hoja aún alcanzó a rozar su piel en diagonal, abriéndole una herida de la que brotó un hilo de sangre.
El apóstol no perdió el ritmo: encadenó el ataque con una patada brutal al estómago que la lanzó con violencia contra una de las columnas, haciéndola retumbar al impactar.
Pantera sacudió su arma, dejando que la sangre se desprendiera de la hoja y cayera al suelo. Avanzó lentamente hacia su contrincante, que permanecía oculta tras una densa nube de polvo.
La raza de los hombre bestia siempre había cargado con una terrible fama. Sus instintos animales despertaban el temor de las demás especies, pues existía un mito que los perseguía desde hacía generaciones: que en cualquier instante podían perder la razón y dejarse llevar por su naturaleza salvaje, transformándose en auténticos depredadores.
Pantera lo sabía mejor que nadie. En su juventud, huyó de la guerra dejando atrás a toda su familia. Aquello marcó el inicio de una vida más dura de lo que cualquiera podría soportar.
Los orfanatos lo rechazaban, temerosos de que su lado bestial despertara y devorara a otros niños. Y en la calle, donde mendigaba, no era distinto: la gente se acercaba movida por la compasión... hasta que veía sus rasgos animales. Entonces apartaban la mirada y continuaban de largo, como si nunca hubiera estado allí.
Hambriento, solo y marcado por el desprecio, llegó a pensar que moriría en el abandono. Fue entonces cuando Aspasia lo encontró. Sus sirvientes cargaban comida, y ella le ofreció un pedazo. Pantera lo tomó con miedo, escondiéndose tras un contenedor para devorarlo en secreto, temiendo que se lo arrebataran o que lo rechazaran de nuevo al descubrir su verdadero aspecto.
"No te tengo miedo, jovencito" le dijo aquella anciana con una voz cálida y segura. "Sé que eres un hombre bestia, y que tu vida no ha sido nada fácil. Pero bajo el nombre de Yumeith respetamos a todas las especies que comparten nuestro mismo camino."
Le tendió la mano. En un mundo donde nadie se atrevía siquiera a mirarlo, esa anciana lo miraba con ternura.
"¿Quieres venir a mi iglesia, pequeño?" sonrió Aspasia.
Pantera no tenía nada que perder en aquel momento, y... al final, creía en la sonrisa de aquella anciana, por lo que aceptó.
Ese recuerdo se desvaneció cuando el Pantera del presente apretó con fuerza el mango de su mandoble.
"Sé que lo que nuestra suma sacerdotisa busca es una locura… pero ¿quiénes somos nosotros para contradecir sus deseos?" murmuró, mientras una energía mágica recorría su cuerpo. "Ella nos tendió la mano, nos dio un hogar y nos mostró el camino de Yumeith. Gracias a esa fe absoluta somos lo que somos hoy."
"¿Y por eso vais a asesinar a medio mundo?" respondió Cecily, poniéndose en pie con dificultad. Tosió sangre, pero sus ojos brillaban con furia mientras la electricidad recorría su cuerpo.
"Así es" contestó Pantera, con su figura ahora recubierta por una armadura militar conjurada con su magia de las artes de la guerra. "¡Somos apóstoles porque seguimos los pasos de nuestra señora Aspasia! ¡Y cometeremos los mismos crímenes si eso significa brindarle la felicidad que siempre soñó!"
Cecily golpeó el suelo con el puño, liberando una onda eléctrica que recorrió la sala.
"¡Eso es una puta locura!" rugió con rabia. "¡Vais a masacrar a millones de inocentes por el deseo egoísta de una sola persona! ¡Y aun sabiendo que está equivocada, en lugar de detenerla la alentáis a seguir adelante!"
"¡En efecto, no necesitamos ningún motivo más! ¡Todo sea por Yumeith y Aspasia!" bramó Pantera, lanzando dos rocas que crecieron desmesuradamente en pleno vuelo.
"¡ESTÁIS COMPLETAMENTE LOCOS!" gritó Cecily.
De la electricidad que la envolvía emergieron dos colosales bestias chisporroteantes: un león, como el que invocó en su combate contra Viktor, y un imponente tigre de dientes de sable. Ambos destrozaron las rocas de un solo zarpazo antes de situarse junto a su invocadora.
"¿Q-Qué demonios es eso?" se sorprendió Pantera, abriendo los ojos de par en par.
"Serás el apóstol de la jungla…" murmuró Cecily, envuelta por relámpagos mientras en su cuerpo aparecían orejas y cola chisporroteantes "¡Pero la reina sigo siendo yo!"
Tras pronunciar aquellas palabras, las dos bestias que la acompañaban rugieron con fuerza, como si estuvieran dándole la razón.
Continuará…
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