domingo, 31 de agosto de 2025

Ch. 217 - Angel's Ballad

El campo de batalla seguía siendo un caos. La motivación que los guerreros habían recobrado gracias al discurso de despedida de Morgana empezaba a desvanecerse, engullida por la fatiga y el excesivo consumo de energía mágica.

Sabían bien que, en esta guerra interminable, habían logrado un avance enorme. El mensaje telepático de Shouri les había devuelto un rayo de esperanza: solo quedaban dos apóstoles en pie. Pero incluso con ese positivismo, el cansancio era ya una losa imposible de levantar.

Hasta los médicos mágicos, que habían estado sosteniendo a decenas de heridos, empezaban a tambalearse, con las manos temblorosas y la magia al borde de apagarse.

Y para colmo, la situación de Marco no mejoraba en absoluto.

Nicole llevaba minutos luchando contra la maldición de putrefacción, vertiendo en él toda la energía curativa que le quedaba, pero era inútil. Por más que su magia sanadora brillaba en su cuerpo, la corrupción seguía devorándolo poco a poco, como un veneno imposible de purgar.

Agotada y rota, la sanadora cayó de rodillas, con el sudor resbalando por su frente.

"¡Nicole!" exclamó Lily, flotando hacia ella con el rostro desencajado.

"Lo... lo siento, chicos... esta maldición es demasiado fuerte para mi magia normal..." susurró Nicole, jadeante, mientras sus manos se desplomaban contra el suelo.

"¿Y no hay ninguna forma de salvarle?" preguntó Carter con voz temblorosa, preso del miedo.

"¡Tiene que haber algo, joder!" rugió Viktor, con las venas hinchadas en las sienes, forzando su magia en un esfuerzo desesperado por seguir frenando la putrefacción que consumía el cuerpo de Marco.

Nicole apretó los dientes, sintiendo un nudo en el pecho. Elevó la mirada hacia el cielo ennegrecido, con los ojos cargados de lágrimas y un pensamiento que le helaba la sangre: "¿Debería hacerlo...?"

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En ese instante, Yumeki desplegó una danza letal: columnas de hielo brotaron del suelo, transformándose en afiladas espinas que atravesaron a decenas de demonios. El campo quedó cubierto de cadáveres congelados, pero el precio fue alto. Sus heridas de la batalla contra Xiphos le pasaron factura, la sangre corrió por su costado y sus piernas flaquearon, obligándola a apoyarse en el suelo.

Uno de los demonios, viendo su debilidad, cargó contra ella con una sonrisa hambrienta.

"Mierda..." murmuró, comprendiendo que no llegaría a tiempo para reaccionar.

El ataque enemigo descendió hacia ella. Pero, de pronto, una sombra se alzó.

Con un rugido seco, el hombre de seis brazos blandió sus espadas al unísono. El demonio fue reducido a pedazos en un destello de acero, antes siquiera de poder tocarla. Yumeki alzó la mirada, incrédula.

"¿T-Tú...? ¿Xiphos...?" balbuceó, viendo al apóstol de aspecto harapiento erguirse, ensangrentado, pero con una calma nueva en sus ojos.

"No..." respondió el anciano, dándole la espalda mientras guardaba una de sus espadas. Su voz sonó grave, pero serena. "Si algo he aprendido en este combate contra ti... es que debo dejar de huir. Dejar de esconderme en el alcohol y enfrentarme a lo que realmente soy. Hoy... dejo de ser Xiphos."

Se giró hacia ella, y sus seis brazos bajaron al unísono, como una reverencia solemne.

"Hoy... vuelvo a ser Haruto Kazanari."

Yumeki, pese al dolor que recorría su cuerpo, esbozó una sonrisa ladeada. "Así me gusta, viejo apestoso."

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En el campamento médico, las defensas comenzaban a flaquear.

Nathalie, aún resentida por las heridas de su combate contra Phoné, bajó la guardia durante un instante y un demonio alado le golpeó en la espalda con un zarpazo. La joven se giró de inmediato y, con un movimiento elegante, lanzó sus sombras que atravesaron al enemigo como lanzas negras, haciéndolo caer hecho trizas.

"¿Estás bien?" preguntó Terón, alarmado al ver la sangre.

"¡Sí! ¡No te preocupes por mí!" respondió, ocultando el dolor mientras forzaba una sonrisa. "Tenemos que seguir dándolo todo. Pronto Marco volverá... y acabará con esa anciana obsesionada." Dicho esto, volvió a erguirse, decidida a seguir defendiendo la base.

Pero no era la única que sufría.

Lovette cayó de rodillas, jadeando, tras forzar hasta el límite su poder sónico. Las manos de Takashi sangraban por la fricción de sostener su espada demasiado tiempo, y cada golpe que daba parecía más pesado que el anterior. La fatiga se extendía por las filas como una plaga inevitable.

Los discípulos de Shouri y la propia Lola también estaban al borde del colapso. Nadie escapaba al desgaste; demasiados combates, demasiada presión. El ejército entero necesitaba un último destello de esperanza para no derrumbarse.

"¡Ánimo, chicos!" resonó de pronto la voz de Anaxandra en la mente de todos, su telepatía envolviéndolos como un abrazo. "¡Ya va quedando menos! ¡Nosotros podemos! ¡Sé que vuestras heridas y el cansancio os consumen, pero creedme... podemos superarlo!"

Aquel último mensaje resonó también en el corazón de Nicole, que seguía dudando si debía o no revelar lo que llevaba tanto tiempo ocultando.

"Todos me necesitan..." pensó apretando los puños mientras temblaba. "Tal y como dijo Morgana... no puedo seguir dejando que el miedo me ate. No ahora."

Con esfuerzo, comenzó a levantarse, su respiración agitada se mezclaba con la electricidad del ambiente, como si incluso el aire supiera que estaba a punto de tomar una decisión irreversible.

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Años atrás, cuando Morgana rescató a Nicole de su familia y la acogió bajo su tutela, la joven decidió entrenar en Fémina para pulir sus habilidades sanadoras. Allí quedó bajo la jurisdicción de una de las venerables ancianas, mujeres de sabiduría ancestral, respetadas por sus conocimientos y su aportación a la dimensión a lo largo de los años.

La maestra que le fue asignada no era una mujer cualquiera: se trataba de un ángel, especialista en la magia curativa, cuya luz parecía inagotable. Durante años fue su guía, su protectora y, con el tiempo, casi una madre para ella. Nicole se convirtió en su discípula más prometedora, hasta que, al final de su vida, la maestra le confió su deseo más íntimo.

"Nicole... ¿quieres heredar mi legado y convertirte en un ángel?"

La muchacha no comprendió del todo aquellas palabras, ni por qué su mentora, en sus últimos momentos, había decidido plantearle semejante elección. Por fortuna, Morgana se encontraba con ellas y no tardó en explicarle la magnitud de lo que estaba ocurriendo.

Los ángeles, le reveló, no poseen descendencia como los humanos. Son ellos quienes eligen a qué ser vivo otorgarles sus alas, y la ceremonia consiste en beber la sangre del ángel que cede su esencia. Al hacerlo, no solo se potencia de manera descomunal la magia del elegido, sino que también brotan en él alas blancas, símbolo de pureza y renovación.

Nicole aceptó sin dudarlo. Bebió la sangre de su maestra en una copa dorada y, en ese instante, heredó su voluntad. Se convirtió en un ángel, cumpliendo así el último deseo de quien había sido su guía.

Pero algo inesperado sucedió. La transformación en Nicole no fue como la de otros elegidos. Su adaptación fue tan rápida y tan perfecta que, en apenas dos años, se convirtió en la mejor sanadora que Morgana había conocido en toda su vida… y eso incluía a generaciones pasadas de portadores anteriores de la deidad.

Sin embargo, semejante poder la convertiría en un blanco demasiado atractivo para las fuerzas del mal. Por ello, por iniciativa propia, Nicole pidió mantenerlo en secreto. Morgana accedió, y con sus pulseras retenedoras selló gran parte de su esencia angelical, escondiendo así la verdadera magnitud de sus dones.

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Marco, con los pulmones expuestos y su respiración apagándose a cada segundo, abrió débilmente los ojos. Entre la bruma de la agonía alcanzó a ver a Nicole, erguida frente a él. La sanadora, con un gesto sereno pero decidido, comenzó a retirarse los largos guantes que siempre ocultaban sus brazos. Debajo, quedaron al descubierto dos pulseras retenedoras, brillando con un fulgor sutil.

Con una calma solemne, se las quitó. Y entonces, el cielo mismo pareció estremecerse. Dos alas blancas colosales se desplegaron de su espalda, bañadas en una luz pura que iluminó todo a su alrededor.

"¡¿QUÉ?!" gritaron Carter, Lily y Viktor al unísono, con los ojos desorbitados.

"¡¿Eres… un ángel?!" exclamó la pequeña hada, sin poder creer lo que veía.

Nicole los miró con una sonrisa firme, orgullosa, mientras ascendía lentamente en el aire envuelta en un resplandor dorado. Plumas radiantes comenzaron a llover desde lo alto, marcando cada segundo de aquel instante como si fuera eterno.

"En esta situación... no puedo seguir ocultando el secreto." alzó la voz con determinación, dejando que el viento agitara sus cabellos. "¡Es hora de mi canción!"

El campo entero se detuvo. Guerreros y demonios giraron la vista hacia aquel haz de luz que resplandecía como un sol en medio de la oscuridad.

"¿Qué es eso...?" murmuró Nathalie, apoyándose en la espalda de Terón, con el pecho agitado por el cansancio.

"Nicole..." susurró Yumeki, cubierta de heridas, alzando la mirada desde la distancia. "Así que... decidiste dejar de ocultarlo."

De pronto, la voz de Nicole rompió el silencio. Una melodía dulce y clara, como un susurro divino, se extendió junto con la luz dorada que cubrió todo el campo de batalla. Era una canción que hablaba de amor y compasión, tan pura que incluso los demonios dudaron en avanzar.

Los efectos fueron inmediatos. Dentro de aquel rango lumínico, las heridas comenzaron a cerrarse, la sangre a detenerse y la energía mágica perdida volvió a fluir por los cuerpos exhaustos de los aliados.

Pero los más cercanos a ella fueron quienes recibieron el mayor milagro. Viktor observó cómo sus dedos, reducidos a huesos por la putrefacción, recuperaban lentamente su carne y movilidad. Marco, en cambio, sintió el calor sanador recorrer su cuerpo mientras la maldición retrocedía. Sus pulmones quedaron otra vez cubiertos por músculos y piel, su respiración regresaba como un rugido de vida.

"Es... es increíble..." murmuró Lily, cautivada por la voz angelical de su compañera.

"Ya te digo..." añadió Carter, también embelesado.

Y entonces, la canción llegó a su fin. El eco de la última nota se perdió en el aire, dejando tras de sí un silencio reverente. Nicole no solo había salvado a Marco de una muerte segura, sino que había devuelto las fuerzas y la esperanza a cada guerrero del frente y a cada sanador exhausto del campamento.

La guerra, que un instante antes parecía perdida, ardía de nuevo con un renovado espíritu de victoria.

La sanadora descendió lentamente hasta tocar el suelo. El resplandor dorado se desvanecía y, con él, sus fuerzas. Sus piernas no soportaron más y cayó de rodillas, jadeando con el pecho agitado, mientras ocultaba de nuevo aquellas majestuosas alas.

"¡Estuviste increíble!" exclamó Carter, corriendo hacia ella con una sonrisa.

"¡Ya te digo! ¡Me dejaste con la boca ab—!" comenzó a decir Lily, flotando emocionada, pero su voz se quebró de pronto.

"¡¿Lily?!" gritó Nicole al verla quedarse rígida en el aire.

Los ojos de la pequeña hada se nublaron por un instante, su cuerpo tembló y, sin previo aviso, tres manos etéreas de energía mágica brotaron de su diminuto ser. Se movieron con precisión quirúrgica hacia la sanadora, marcándola justo en la espalda, entre donde nacían sus alas.

Un destello la recorrió, y al disiparse, quedó impreso en su piel un símbolo inconfundible: un tatuaje con forma de pluma.

"¿Q-Qué demonios es eso?" murmuró Viktor, abriendo los ojos de par en par.

"¡Ostras...! ¡Es igual que lo que tienen Keipi, Ashley y los demás!" exclamó Carter, casi saltando de la emoción. "¡Es un tatuaje de pluma!"

"¿Q-Qué? ¿Otra vez lo hice?!" balbuceó Lily, llevándose las manos a la cabeza.

Nicole, todavía jadeante, intentó tocar con incredulidad la marca recién grabada en su piel. "Pero... ¿qué significa esto? ¿Qué ha pasado?"

Entonces, una voz débil pero firme interrumpió el desconcierto.

"Que... te has convertido... en la última paladín que buscábamos..." dijo Marco, tendido en el suelo, todavía agotado, pero esbozando una sonrisa confiada.

"¡Marco!" gritó Lily, volando a toda prisa hacia él con lágrimas en los ojos.

Nicole se quedó anonadada, procesando aquellas palabras.

"¿En... la última paladín...?" repitió, incrédula, mientras el brillo del tatuaje se intensificaba en su espalda como si confirmara su destino.

Continuará...


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