Gracias a la canción de Nicole, los guerreros recobraron sus fuerzas. El majestuoso canto alcanzó incluso hasta donde Cecily descansaba, sanándole las fracturas en las costillas. Sin embargo, la luz no llegó lo bastante lejos como para alcanzar a quienes luchaban en la iglesia flotante y en sus alrededores… ni al coliseo, donde Ashley se enfrentaba a Kinaidos.
En ese instante, ambos chocaron sus piernas con tal fuerza que el aire explotó a su alrededor, levantando una onda de viento que retumbó en las gradas.
"¡No lo haces nada mal, muñeca!" soltó el apóstol, mostrando los dientes en una sonrisa confiada.
"¡Lo mismo te digo, para estar peleando en tacones!" respondió nuestra protagonista, ladeando la cabeza con una chispa desafiante en los ojos.
Tras la colisión e intercambio de cumplidos, ambos retrocedieron a toda velocidad y al instante, un breve silencio los envolvió. Ambos se estudiaban, jadeando apenas, midiendo al otro como depredadores que saben que el siguiente movimiento podría decidirlo todo.
Entonces, Ashley dio el primer paso. Con un rugido de esfuerzo, arrancó de cuajo una columna de mármol y la lanzó con una patada brutal. El bloque voló por el aire, cortando el viento como un proyectil.
Kinaidos lo superó de un salto ágil. Al caer, hundió rápidamente su pie en el suelo y al alzarlo, levantó consigo un gigantesco pedazo de piedra; lo partió en dos de un rodillazo y envió ambas mitades como meteoritos hacia Ashley.
La potenciadora no se detuvo. Corrió de frente y, en el último instante, saltó por el angosto hueco entre los dos fragmentos. Su cuerpo giró en el aire y aterrizó con un golpe seco sobre el suelo agrietado. Apenas tocó tierra, se impulsó otra vez, cargando el brazo con toda su fuerza.
Su puñetazo cayó como un martillo. Kinaidos consiguió evadirlo con un salto vertical, pero el impacto destrozó el suelo bajo ellos. Un estruendo ensordecedor sacudió el coliseo y cientos de fragmentos de roca salieron disparados hacia el cielo.
Ashley no dejó escapar la oportunidad. Giró sobre sí misma, pateando trozo tras trozo, y los convirtió en proyectiles improvisados. Una lluvia de piedras atravesó la arena.
El apóstol, en pleno aire, empezó a destruirlas a puñetazos, rompiendo cada roca con la misma violencia que recibía mientras descendía. El choque de cada impacto creaba chispas y ondas de presión, como si el aire mismo estallara entre ellos.
De pronto, el apóstol descendió en picado. Su talón cayó sobre el estómago de Ashley con un golpe seco. El aire salió disparado de sus pulmones y un hilo de sangre escapó de sus labios.
"¡No te vas a escapar tan fácil!" bramó.
Su cuerpo giró con una fuerza descomunal. El apóstol fue lanzado como un muñeco, estrellándose contra una de las murallas del coliseo. El estruendo del impacto retumbó como un trueno.
Antes siquiera de que pudiera incorporarse, Ashley apareció de frente, veloz como un rayo. Se impulsó con ambas piernas y descargó una doble patada demoledora en el apóstol, que lo sacó despedido por los aires dejando tras de sí una estela de polvo y cascotes según atravesaba las paredes del edificio.
El cuerpo de Kinaidos quedó al fin detenido, incrustado contra los restos de un muro, con sangre escurriéndosele por la frente y una respiración entrecortada. Pero la sonrisa aún se mantenía dibujada en su rostro.
"Ese golpe no ha debido terminarle." pensó Ashley, apretando los dientes. "Desde que empezamos a pelear, ambos activamos nuestras marcas de Heracles en primera fase. No hay forma de que haya caído. Debe estar… consciente."
Y tenía razón.
Un estruendo la interrumpió: los muros del edificio se rompieron de golpe y Kinaidos emergió como un misil. Su mano atrapó la cara de Ashley y, sin freno, la arrastró con brutalidad contra el suelo de la arena.
El coliseo entero retumbó con el chirriar de la piedra resquebrajándose bajo su cuerpo.
"¡Tch…!"
Con un reflejo desesperado, nuestra protagonista pateó el costado de su enemigo. El impacto la liberó y, todavía sangrando por la nariz, se impulsó de un salto. Apenas se incorporó, un destello pasó frente a su rostro: la pierna de Kinaidos.
Se agachó en el último segundo, esquivando la patada que habría partido en dos una columna.
"¡Vamos! ¡Bailemos como usuarios de potenciación que somos!" rugió el apóstol, con esa voz cargada de emoción enfermiza.
"¡Pues claro!" replicó Ashley, lanzándose con una patada devastadora.
Kinaidos arqueó el torso hacia atrás, la esquivó por centímetros y, estirando el brazo, cerró el puño con furia. El golpe iba directo a su rostro, pero nuestra potenciadora cruzó el antebrazo y lo bloqueó de lleno. Acto seguido, echó hacia atrás la cabeza y descargó un cabezazo brutal en el rostro del apóstol.
Un hilo de sangre corrió por la frente de Kinaidos mientras retrocedía.
El enemigo se llevó la mano a la herida, miró la sangre… y sonrió. Una carcajada ronca brotó de su garganta.
El siguiente puñetazo voló hacia la cara de Ashley. Ella ya iba a esquivarlo, pero fue tarde cuando notó que era un engaño. Todo era una finta: en el último instante, el apóstol giró y su tacón se hundió en el plexo solar de la joven, haciéndola retroceder varios pasos con un jadeo doloroso.
"Mierda…" pensó, llevándose la mano al abdomen.
Pero no hubo respiro. Kinaidos encadenó una tormenta de patadas. Sus piernas, veloces como látigos, impactaron una tras otra contra el cuerpo de nuestra protagonista. La última le alcanzó de lleno en el rostro, destrozándole el tabique nasal y lanzándola rodando por la arena.
De pronto, comenzó a girar. Voltereta tras voltereta, cada vez más rápida, avanzó hacia su rival. Su movimiento era errático, imposible de leer. Kinaidos frunció los labios, relamiéndose con expectación.
"Ven…" murmuró, encorvándose para recibirla.
Cuando la tuvo cerca, lanzó un puñetazo hacia ella. Pero Ashley abrió las piernas en pleno giro, dejando pasar el brazo enemigo entre ellas y cerrándolas posteriormente con una llave en el cuello. Con un impulso acrobático, se alzó hacia el cielo, arrastrando al apóstol con ella.
El aire se detuvo un segundo.
Entonces, lo soltó en caída libre. Su cuerpo giró en espiral y, con ambas piernas, descargó una patada descomunal sobre Kinaidos.
El impacto lo estampó contra el cuadrilátero, destrozándolo de raíz. La piedra voló en pedazos, una nube de polvo cubrió la arena y el suelo se hundió bajo la fuerza del choque.
Cuando la humareda empezó a disiparse, la figura de Kinaidos apareció tendida entre los escombros, tosiendo sangre a borbotones.
Ashley descendió con calma, apoyando un pie sobre la barandilla de las gradas. Sus ojos no se apartaban de él.
Kinaidos, al igual que todos los apóstoles, también había sido salvado por Aspasia en el pasado.
De niño, creció en una familia rígida, de costumbres profundamente masculinas. En aquella casa no había espacio para lo que la sociedad consideraba “femenino”. Aún así, pese a que siempre le gustaron las mujeres, sentía una fascinación especial por el maquillaje y las cosas bonitas.
Sus padres, al principio, intentaron entenderle. Creyeron que quizás era homosexual y que tenía miedo de aceptarse como tal. Decidieron apoyarlo… o al menos, lo intentaron. Pero con el tiempo se toparon con una contradicción que no podían procesar: aunque se maquillara y vistiera con accesorios delicados, él seguía insistiendo en que le gustaban las chicas.
Ese “sinsentido” quebró la mente de sus progenitores. Lo obligaron a acudir a terapia, convencidos de que algo estaba roto en él. Sin embargo, los resultados fueron claros: no había nada malo en Kinaidos. No sufría ningún trastorno, no estaba confundido. Simplemente tenía gustos que escapaban a la normatividad social aceptada en su país.
Pero sus padres se negaron a aceptarlo. “No es normal”, repetían una y otra vez. Al final, lo enviaron a Leafsylpheria, a servir en la iglesia y “encontrar su verdadero yo” bajo la guía del señor Yumeith.
Lo que ellos pensaron que sería un castigo, se convirtió en su salvación. Aspasia lo recibió con los brazos abiertos. Le permitió maquillarse, vestirse con ropa femenina y expresarse como nunca había podido en su propia casa.
No era una aceptación perfecta: Aspasia creía que las parejas homosexuales no debían manifestar su amor en público, pero sí defendía que cada persona podía vivir como quisiera siempre y cuando permaneciera dentro de la heteronormatividad aceptada en los textos sagrados de Yumeith. Para Kinaidos, aquello fue suficiente.
Allí encontró la felicidad que nunca tuvo en su hogar. Allí conoció al amor de su vida, se casó, y juntos trajeron al mundo a una hija preciosa que crecía libre de complejos.
“Cariño… mi pequeña princesa…” pensó mientras, tendido en el suelo y con sangre en los labios, trataba de levantarse. “Tengo que ganar esto, por vosotras.”
Con un impulso felino, se incorporó de un kip up, erguido y desafiante. Su mirada se cruzó con la de Ashley.
“Oye, me lo estoy pasando bien contigo…” dijo entre jadeos, con una sonrisa torcida. “Pero tengo que ganar esto.”
Sus marcas de Heracles se expandieron como fuego recorriéndole la piel. Su cabello se alargó hasta la cintura y, de sus manos, brotaron zarpas afiladas como las de un tigre.
“Segunda fase.” dijo con serenidad.
Ashley no se movió ni un centímetro. Solo sonrió con confianza, mientras sus propias marcas comenzaban a recorrerle el cuerpo como un torrente incandescente. De su cabeza emergieron unas orejas de conejo, erguidas, brillando con energía.
“Está bien…” respondió con firmeza. “Pero yo tampoco puedo perder. Segunda fase.”
Ambos activaron sus segundas fases al unísono. La arena se estremeció bajo sus pies, la presión mágica estalló en un vendaval que agitó la estructura del coliseo. Dos auras colosales se entrelazaron, chocando antes incluso de que sus cuerpos se movieran.
Y entonces, sin dudar, se lanzaron uno contra el otro.
Continuará…
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