lunes, 1 de septiembre de 2025

Ch. 219 - Heracles: Segunda fase

En el Coliseo, ambos combatientes desataron la segunda fase de sus marcas de Heracles, elevando la batalla a un nivel superior. La energía mágica brotaba de sus cuerpos como llamaradas descontroladas, sacudiendo la arena y estremeciendo los muros que aún quedaban en pie. Cargados de emoción, de convicción y de la necesidad de ganar, se lanzaron al frente.

Sus puños potenciados colisionaron con un estruendo ensordecedor, quebrando el aire y pulverizando el entorno a su alrededor. Columnas enteras se partieron en pedazos, las gradas se resquebrajaron y bloques de mármol quedaron suspendidos en el aire como fragmentos de un mundo hecho añicos.

Sin perder el ritmo, ambos retrocedieron con una velocidad vertiginosa, solo para volver a encontrarse. El choque de golpes se volvió frenético, un intercambio brutal que los obligaba a saltar de un escombro a otro, ascendiendo sobre las ruinas que flotaban tras la primera colisión.

Ashley se impulsó desde un pedazo de columna, giró en el aire para redirigir su fuerza y saltó con precisión hacia su contrincante. Kinaidos, ágil, aprovechó un fragmento de barandilla para girar con ella, descendiendo hasta una plataforma rocosa. Con un desliz tomó impulso y se lanzó contra nuestra protagonista.

El aire estalló cuando sus piernas chocaron en pleno vuelo, liberando una onda de presión que barrió los escombros a su alrededor. Acto seguido, ambos giraron al unísono y cruzaron otra patada devastadora, dispersando lo que quedaba de los fragmentos del coliseo.

Pero entonces, Kinaidos cambió el ritmo: giró en dirección contraria y atrapó la pierna de Ashley del tobillo con su mano. Con un rugido la lanzó con brutalidad hacia el suelo.

Nuestra protagonista giró en el aire, amortiguando el impacto al caer de pie sobre la arena. Apenas tuvo tiempo de recuperar el equilibrio cuando su enemigo descendió frente a ella y le hundió la rodilla en el estómago con tal fuerza que la proyectó atravesando lo que quedaba del coliseo, hasta sacarla a la calle principal.

Nuestra protagonista escupió sangre en pleno vuelo, pero se aferró a su voluntad. Antes de perder más terreno, se enganchó a una farola, frenando el retroceso. Con un giro ágil redirigió su propio impulso y lanzó una patada que impactó de lleno en el rostro de Kinaidos. El golpe lo catapultó contra un edificio cercano, derrumbándolo por completo bajo la violencia del impacto.

Sin perder ni una milésima de segundo, Ashley se lanzó de nuevo hacia su contrincante, pero este emergió de un salto entre los escombros del edificio derribado, con la adrenalina ardiendo todavía en sus venas.

Kinaidos cayó sobre un semáforo, lo utilizó como trampolín y de ahí se abalanzó contra nuestra protagonista. Sus puños comenzaron a chocar a una velocidad frenética, levantando fragmentos de piedra y nubes de polvo con cada impacto. El eco metálico de sus nudillos sacudía el suelo y hacía temblar las paredes de los edificios más cercanos.

De pronto, Ashley amagó con su cuerpo, retrocediendo apenas lo necesario para esquivar el golpe de su rival. Acto seguido, lanzó un directo fulminante al plexo solar, hundiendo su puño con tal brutalidad que el apóstol salió despedido atravesando varias fachadas de una hilera de casas.

Tras atravesar el cuarto edificio, Kinaidos logró recomponerse en el aire, limpió con desgana la sangre de su rostro y tomó impulso para aterrizar en lo alto de un tejado, destrozándolo en el acto antes de volver a lanzarse contra ella.

Nuestra protagonista ya se había preparado para recibirlo con un golpe demoledor, pero el apóstol, apenas tocó tierra, aceleró a una velocidad inhumana. Esquivó su ataque como un espectro y apareció tras su espalda, descargando ambas palmas contra ella con violencia.

El impacto la lanzó como un proyectil por toda la carretera, arrancando y levantando el asfalto a su paso mientras Kinaidos la perseguía implacable. Sin embargo, Ashley aprovechó el impulso: utilizó un coche volcado como plataforma, rebotó hacia un rascacielos cercano y se clavó contra su fachada llena de ventanales de cristal.

Con la nariz sangrante y los ojos ardiendo de furia, se impulsó de nuevo hacia su enemigo. Kinaidos, sin dudar, se lanzó también contra ella. Ninguno podía permitirse detenerse a pensar; cada instante de vacilación podía costarles la derrota.

Ashley giró en el aire con agilidad felina, atrapó el cuello de su rival con ambas piernas y lo lanzó contra el suelo con una brutalidad aterradora. El impacto abrió un cráter bajo ellos y la onda expansiva rompió todos los cristales del rascacielos, que cayeron en cascada como una lluvia de cuchillas brillando a la luz.

Pero Kinaidos no se quedó postrado ni un segundo. Se impulsó con ambas manos desde el suelo y ascendió como un cohete furioso, encajando una doble patada en el estómago de nuestra protagonista, que la hizo escupir sangre mientras era arrastrada hacia lo alto del cielo.

El apóstol pateó el aire para ganar altura y en un destello alcanzó a Ashley, asestándole una patada demoledora que la lanzó en picado contra el suelo. El cuerpo de nuestra protagonista atravesó un edificio entero, destrozándolo a su paso, para luego rodar sin control por la carretera y deslizarse sobre el asfalto como si fuera hielo, arrastrada por la brutalidad del golpe.

En pleno movimiento, sus ojos divisaron la figura de Kinaidos que ya se abalanzaba de nuevo, dispuesto a rematarla. Pero nuestra protagonista, recordando lo aprendido, clavó las manos en el suelo y frenó en seco con un gesto violento. Sus músculos se tensaron, flexionó el cuerpo y en un rugido aceleró con una fuerza inhumana, embistiendo con la cabeza directo al abdomen del apóstol.

El impacto fue devastador. Kinaidos salió despedido, estrellándose contra un viejo edificio del barrio y demoliendo la mitad de su estructura en un estruendo ensordecedor.

Ashley quedó jadeando, con los hombros alzándose al ritmo de su respiración. El cansancio le calaba hasta los huesos. Sus nudillos sangraban, sus piernas temblaban como si fueran a ceder en cualquier momento y los pies, ya descalzos tras perder los zapatos contra el abrasador asfalto, le ardían con cada paso.

Pero no solo era ella. Entre los escombros, Kinaidos se reincorporaba con esfuerzo. Sus brazos estaban llenos de heridas, los nudillos partidos, y sus pies desnudos tras ver reducidos sus tacones a cenizas. Ninguno de los dos podía mantenerse en ese estado por mucho más tiempo.

El apóstol cerró los ojos, respirando hondo. "Sé… que aún no estoy del todo preparado para soportarlo", murmuró entre dientes, "pero esta chica… no es la misma con la que me enfrenté en Phaintom. Tendré… que hacerlo".

De pronto, el suelo comenzó a vibrar bajo sus pies. Una descomunal presión de energía mágica se liberó alrededor, azotando el aire como una tormenta invisible. El cabello de Kinaidos creció desmesuradamente, volviéndose más denso y salvaje. Sus marcas de Heracles se extendieron por todo su cuerpo como las manchas ferales de un tigre. Dos orejas felinas de energía se erigieron sobre su cabeza y sus músculos se hincharon más allá de lo humano.

"¡Tercera fase!" rugió, forzando su cuerpo al límite con tal de asegurar la victoria.

"¿Te… tercera fase?" alcanzó a balbucear Ashley, incapaz de creerlo. Ni siquiera con Morgana había logrado acercarse a ese nivel.

Kinaidos desapareció en un parpadeo. Antes de que nuestra protagonista pudiera reaccionar, su puño ya estaba hundido en su estómago, levantando el asfalto en una estela destructiva y lanzándola por los aires como si fuera un muñeco de trapo.

Su cuerpo atravesó decenas de edificios, recorriendo media ciudad mientras el sol del atardecer se hundía en el horizonte, cediendo el cielo a una luna radiante.

Cuando finalmente impactó contra el suelo, Ashley quedó tumbada, con varias costillas rotas, el cuerpo cubierto de barro y sangre, apenas capaz de moverse.

"Joder…" jadeó, con un hilo de voz que apenas escapaba de sus labios. "Y yo que… pensaba… que estaba a su nivel…"

Entonces, dirigió su mirada hacia la luna. Su brillo plateado atravesaba el humo y la devastación de la ciudad, y en ese instante un recuerdo enterrado regresó como un golpe al corazón: las últimas palabras de sus padres, aquellos que la abandonaron con tal de sobrevivir.

Ella era apenas una niña, medio dormida en el sofá de aquel hogar vacío, poco antes de que tomaran la cruda decisión de dejarla atrás para ahorrar dinero. Entre las brumas del sueño, alcanzó a escuchar la voz de su padre susurrar con dudas.

"¿Pero lo haremos así sin más? Ni siquiera le hemos contado lo que somos..."

La respuesta de su madre fue un murmullo afilado que nunca olvidaría.

"Da igual... Si logra sobrevivir, la luna la protegerá."

Ashley parpadeó, regresando al presente, con el eco de esas palabras grabado en su memoria como una herida que jamás cicatrizó. La luna brillaba sobre ella, radiante, inmutable, y por primera vez no le pareció distante, sino cercana. Alzó la mano, como si realmente pudiera tocar aquel satélite que iluminaba el cielo nocturno.

Mientras tanto, Kinaidos corría por las calles en ruinas de Accuasancta, decidido a acabar con ella de una vez por todas. El aire cortaba su piel a cada zancada, sus músculos hervían de poder, y sin embargo, al llegar al lugar se detuvo en seco, incapaz de creer lo que veía.

Su rival flotaba en el aire, envuelta en un resplandor plateado. Su cabello había perdido el tono oscuro, tornándose blanco como la nieve. Sus ojos ardían en un rojo intenso y las orejas de energía mágica que solía portar ahora se habían transformado en unas orejas de conejo blanco reales, como un emblema vivo de la luna que la había bendecido.

Ashley descendió lentamente, posando ambos pies en el suelo con los ojos cerrados. La presión de su nueva energía era sofocante, un aura tranquila pero demoledora, como el silencio que precede a un terremoto. Era una Ashley completamente nueva.

"¡No sé qué es esa forma que acabas de despertar, pero no podrás superar mi tercera fase!" bramó Kinaidos, encendido de rabia, abalanzándose sobre ella.

Sin abrir los ojos, nuestra protagonista apareció frente a él en un destello y, con una sonrisa elegante, lo pateó con tal fuerza que lo lanzó contra un edificio cercano, demoliéndolo de un solo impacto.

"¡Mierda!" escupió el apóstol, reincorporándose entre cascotes y polvo. "¿Acaso ella es... un conejo lunar?"

Una brisa nocturna se levantó, agitando la melena blanca y suelta de la protagonista. Ella entreabrió los labios al escuchar la frase.

"¿Conejo lunar, eh?" musitó con calma, esbozando una sonrisa serena. "Es un buen nombre para esta técnica."

Continuará...

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